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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (17 page)

BOOK: El quinto día
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Anawak se miraba fijamente los pies, pensativo.

—Una casualidad. Una terrible casualidad.

—¿Eso cree?

—Supongo que comprenderíamos más si supiéramos qué pasó con el timón.

—Para eso hemos pedido los buzos —contestó Roberts—. Estarán listos dentro de pocos minutos.

—¿Tienen un equipo de sobra en el vehículo?

—Supongo que sí.

Anawak asintió.

—Bien. Yo también bajo.

El agua de puerto es una pesadilla. En todos los lugares del mundo. Un caldo mugriento en el que parece estar dando vueltas la misma cantidad de materia en suspensión y de moléculas de agua. La mayoría de las veces, el suelo está cubierto por una capa de barro de un metro de espesor de la que constantemente salen remolinos de partículas y material orgánico. Cuando el mar se cerró sobre él, Anawak se preguntó si realmente podrían encontrar algo allí. Tuvo la sensación de hundirse en una niebla marrón. Percibió borrosamente el contorno de los dos buzos delante de él, y detrás de ellos una superficie difusa, oscura: la popa del
Barrier Queen
.

Los buzos lo miraron e hicieron un gesto de aprobación con el índice y el pulgar; Anawak contestó de la misma manera. Dejó salir aire del chaleco y se deslizó hacia abajo a lo largo de la popa. Unos metros más adelante encendieron las lámparas de los cascos. La luz se difundió con intensidad e iluminó materia que estaba a la deriva. El aire expulsado burbujeaba y golpeaba contra los oídos de Anawak a medida que seguían bajando. En la semioscuridad se perfiló el timón, mellado y manchado; estaba en posición oblicua. Anawak tanteó buscando el batímetro, que indicaba ocho metros. Delante de él desaparecieron los dos buzos al lado de la pala. Sólo los haces de luz de sus lámparas siguieron moviéndose.

Anawak se acercó por el otro lado.

En un primer momento sólo vio bordes angulosos y conchas que se acumulaban y se superponían formando extrañas esculturas. Luego se dio cuenta de que el timón estaba poblado de cantidades enormes de moluscos rayados. Se acercó un poco más. En las grietas y las hendiduras, donde la pala giraba contra la caja, los organismos habían sido triturados y convertidos en una pasta compacta, quebradiza. No era extraño que no hubieran podido echar hacia atrás el timón. Estaba atascado.

Siguió bajando. También allí estaba todo lleno de moluscos. Con cuidado, metió la mano en la masa. Los animalitos, de no más de tres centímetros de largo, estaban colocados unos sobre otros. Con extremo cuidado, para no cortarse con las afiladas conchas, tiró de ellos hasta que algunos se desprendieron con cierta resistencia. Estaban medio abiertos. Desde el interior salían filamentos apelotonados con los que probablemente se habrían agarrado a la superficie. Anawak los guardó en unos recipientes que llevaba en el cinturón y reflexionó.

No sabía demasiado sobre moluscos. Había algunas especies que tenían un biso como ése, unos filamentos deshilachados y viscosos. El más conocido y temido era el mejillón cebra, que procedía de Oriente Medio. Durante los últimos años se había expandido en ecosistemas norteamericanos y europeos y había comenzado a destruir la fauna local. Por tanto, en cierto modo podían ser mejillones cebra los que recubrían el timón del
Barrier Queen
, ya que, además, no era extraño encontrarlos en capas tan gruesas: en cuanto aparecían, se reproducían rápidamente formando enormes masas.

Anawak hizo girar en la palma de la mano los moluscos arrancados.

El timón estaba infestado de mejillones cebra. Todo parecía indicarlo. Pero ¿cómo podía ser? Los mejillones cebra habitaban sobre todo sistemas de agua dulce. Aunque podían sobrevivir y crecer en aguas saladas, eso no explicaba que hubieran podido tomar al abordaje un barco que estaba navegando en mar abierto, y que estaba rodeado por todas partes por kilómetros de agua. ¿O es que ya se habían acoplado en el puerto?

El barco procedía de Japón. ¿Tenían problemas allí con los mejillones cebra?

Más abajo, entre el timón y la popa, sobresalían entre aquella nada turbia dos alas abiertas, fantasmales, de proporciones irreales. Anawak siguió bajando y buceó hasta tener en sus manos los bordes de una de las palas. Lo invadió una sensación de malestar. La hélice completa tenía un diámetro de cuatro metros y medio; era una construcción de acero fundido que pesaba más de ocho toneladas. Anawak se imaginó por un momento la hélice girando al máximo; parecía casi imposible que algo pudiera ni siquiera hacerle un rasguño. Cualquier cosa que se le acercara demasiado se haría trizas inevitablemente.

Pero en la hélice también había moluscos.

La conclusión a la que estaba llegando no le gustaba nada. Avanzó lentamente colgado de los bordes hacia el centro de la hélice. Sus dedos tocaron algo viscoso. Trozos de una sustancia clara se desprendieron y cayeron dando vueltas hacia él. Estiró la mano, cogió uno y lo sostuvo cerca de la máscara.

Gelatinoso. Gomoso.

La sustancia parecía una especie de tejido.

Anawak giró aquella sustancia deshilachada hacia uno y otro lado. La hizo desaparecer en su recipiente de muestras y siguió avanzando. Uno de los buzos se le acercó desde el otro lado. Con la lámpara sobre la máscara parecía un extraterrestre. Le hizo señas para que se acercara. Anawak se dio impulso y cruzó nadando hacia él entre la caja del timón y la hélice. Siguió bajando despacio hasta que sus aletas chocaron contra el cigüeñal, en cuyo extremo se asentaba la hélice. Allí también había aquella sustancia viscosa. Se había adherido en torno al eje como un revestimiento. Los buzos intentaron tirar de los jirones con la ayuda de Anawak. Pero sus esfuerzos fueron en vano: la mayor parte estaba tan pegada a la hélice que era imposible desprenderla con las manos.

Las palabras de Roberts daban vueltas en su cabeza. Las ballenas habían intentado empujar los remolcadores. Era absurdo.

¿Qué pretendía una ballena que saboteaba las maniobras de acoplamiento de un remolcador? ¿Que se hundiera el
Barrier Queen
? Si el oleaje hubiera sido más fuerte, y teniendo en cuenta que el carguero no podía maniobrar, habría existido el peligro de hundimiento. En algún momento, las olas habrían vuelto a crecer. ¿Querían impedir los animales que el
Barrier Queen
alcanzara aguas seguras antes de que eso ocurriera?

Echó un vistazo al manómetro.

Todavía tenía suficiente oxígeno. Con el pulgar extendido indicó a los buzos que quería inspeccionar el casco. Asintieron y lo acompañaron. Dejaron atrás la hélice y bordearon el costado, Anawak muy abajo, donde el casco se combaba hacia la quilla. La luz de su reflector erraba por el revestimiento de acero. La pintura parecía bastante nueva, sólo algunos sitios se veían descoloridos o con algún rasguño. Siguió bajando hacia el fondo y la penumbra se hizo más densa.

Involuntariamente, Anawak miró hacia arriba. Dos manchas de luz difusas le indicaron el lugar donde estaban los buzos revisando el lateral del barco.

¿Qué podía pasar? Al fin y al cabo, sabía dónde estaba. No obstante, sintió una opresión angustiosa en el pecho. Se desplazó pataleando a lo largo del casco. No se veía nada que indicara una avería.

Al cabo de un rato, el brillo de su lámpara se hizo más débil. Anawak levantó la mano derecha, y entonces se dio cuenta de que no tenía que ver con la lámpara sino con lo que ésta iluminaba. La pintura del barco reflejaba la luz de manera uniforme. Pero entonces, de repente, la masa oscura y mellada de moluscos, bajo la cual el forro del
Barrier Queen
había desaparecido en parte, se había tragado la luz.

¿De dónde venían esas inmensas cantidades de moluscos?

Anawak pensó en unirse a los buzos. Luego cambió de idea y siguió buceando por debajo del casco. A medida que se acercaba a la quilla la costra de moluscos iba en aumento. Si la parte inferior del
Barrier Queen
estaba recubierta por todas partes del mismo modo, debía de haberse reunido allí un peso considerable. Era imposible que nadie se hubiera dado cuenta del estado del barco. Aquello era suficiente para reducir considerablemente la velocidad de un carguero en alta mar.

Ahora se encontraba ya tan por debajo de la quilla que tuvo que ponerse de espaldas. Pocos metros más abajo comenzaba el desierto de barro de las aguas del puerto. El agua era tan turbia que apenas podía ver nada más allá de la proliferante montaña de moluscos que estaba directamente encima de él. Con rápidos golpes de las aletas, siguió nadando en dirección a la proa, donde la costra cesaba tan súbitamente como había comenzado. En aquel instante, Anawak reparó en la enorme masa de aquellas protuberancias que había por doquier. Colgaban del
Barrier Queen
con un espesor de casi dos metros.

¿Qué era aquello?

Al final de las protuberancias había una hendidura.

Anawak se detuvo, indeciso. Luego extendió la mano hacia la tibia, donde tenía un cuchillo guardado en un soporte, lo sacó y lo hundió en la montaña de moluscos.

La costra reventó.

Algo salió disparado, sacudiéndose, impactó contra su cara y casi le arrancó el respirador de la boca. Anawak rebotó y su cabeza chocó contra el casco del barco. Una luz estridente explotó ante sus ojos. Quiso subir, pero todavía tenía la quilla encima. Pataleando enérgicamente, trató de alejarse de los moluscos. Giró y se vio ante otra montaña de conchas duras y pequeñas. Sus bordes parecían pegados al casco con algo gelatinoso. Lo invadió el asco. Se obligó a calmarse e intentó reconocer, en el revoloteo de partículas, algo de aquella cosa que lo había atacado.

Pero había desaparecido. Allí no se veía ahora nada más que las aglutinaciones de moluscos.

En aquel mismo instante, Anawak se dio cuenta de que su mano derecha aferraba algo. El cuchillo. No lo había soltado. Algo se balanceaba en la empuñadura: era un fragmento de una masa de una transparencia lechosa. Anawak lo guardó en el recipiente junto con los fragmentos de tejido, y en seguida se concentró en salir de allí. Su sed de aventuras estaba saciada por el momento. Con movimientos controlados, concentrado en moderar los latidos de su corazón, subió hasta que quedó junto al costado del barco y vio a lo lejos, débiles, las luces de los dos buzos. Se dirigió hacia allí. También ellos se habían encontrado con las protuberancias. Uno de ellos desprendía con el cuchillo algunos animales de la costra. Anawak miró, expectante, esperando ver saltar algo de allí, pero no sucedió nada.

El segundo buzo levantó el pulgar y subieron lentamente a la superficie. Poco a poco empezó a haber más luz. El agua seguía turbia, incluso en el último metro; y luego todo tuvo de repente color y contornos. Anawak pestañeó. Se quitó la máscara del rostro y aspiró agradecido el aire puro.

En el muelle estaban Roberts y los demás.

—¿Qué tal por allá abajo? —El gerente se inclinó hacia adelante—. ¿Han encontrado algo?

Anawak tosió y escupió agua del puerto.

—¡Ya lo creo!

Estaban reunidos en la parte trasera de la camioneta. Anawak había acordado con los buzos asumir el papel de portavoz.

—¿Moluscos que bloquean un timón? —preguntó Roberts, incrédulo.

—Sí. Mejillones cebra.

—¿Y cómo diablos pasa algo así?

—Buena pregunta. —Anawak abrió el recipiente de muestras que llevaba en el cinturón y deslizó cuidadosamente el fragmento de gelatina en un envase más grande repleto de agua de mar. Le preocupaba el estado del tejido; daba la impresión de que la descomposición ya se había iniciado—. Sólo puedo conjeturar, pero creo que lo que sucedió fue que el piloto giró el timón cinco grados sin que lograra moverlo, ya que estaba bloqueado por los moluscos que se habían asentado por todas partes. En principio no es muy difícil paralizar el servomotor de un timón, eso lo sabe usted mejor que yo. Sólo que el caso no se da prácticamente nunca. También el piloto lo sabía, por lo que no se le ocurrió que algo pudiera estar bloqueando el timón. Pensó que lo giraba poco, así que lo giró un poco más, pero el timón seguía sin moverse. En realidad, el servomotor trabajaba al máximo, intentaba obedecer la orden. Finalmente, el piloto lo giró a tope y la pala por fin se soltó. Mientras giraba, los moluscos se iban triturando, en los intersticios, pero no se desprendían. La pasta de moluscos seguía bloqueando el timón como un palo en una rueda. El timón se atascó y no pudo retroceder. —Se apartó el pelo mojado de la frente y miró a Roberts—. Pero eso no es lo realmente inquietante.

—Entonces ¿qué?

—Las sentinas están libres, pero la hélice también está cubierta, está llena de moluscos. Lo cierto es que no sé cómo pudieron llegar al barco, pero hay algo que sí puedo asegurarle: hasta el molusco más tenaz se habría roto su concha con una hélice en rotación. Por tanto, o los animales se subieron ya en Japón (lo que me extrañaría, porque el timón funcionó sin dificultades hasta doscientas millas antes de Canadá) o llegaron inmediatamente antes de que las máquinas se pararan.

—¿Quiere decir que atacaron el barco en alta mar?

—Más exactamente que lo tomaron al abordaje. Trato de imaginarme qué sucedió: un banco gigante de moluscos se asienta en el timón. Cuando la pala se bloquea, el barco se inclina y pocos minutos después la máquina se detiene. La hélice no trabaja. Llegan cada vez más moluscos, que siguen asentándose en el timón para consolidar, por decirlo de alguna manera, el bloqueo, y llegan hasta la hélice y el resto del casco.

—¿Y de dónde proceden esas toneladas de moluscos adultos? —dijo Roberts mirando a su alrededor con aire desorientado—. ¡Estaban en medio del océano!

—¿Por qué hay ballenas que empujan remolcadores y saltan sobre los cables? Usted fue quien empezó con historias raras, no yo.

—Sí, pero... —Roberts se mordió el labio inferior—. Todo eso sucedió al mismo tiempo. Yo tampoco estoy seguro... suena casi como si hubiera una conexión. Pero no tiene sentido... Moluscos y ballenas...

Anawak vaciló.

—¿Cuándo comprobaron por última vez la parte de abajo del barco?

—Hay controles continuamente. Además, el
Barrier Queen
tiene una pintura especial... No se preocupe, es ecológica. Pero en verdad no es mucho lo que puede depositarse sobre ella. Tal vez unas cuantas bellotas de mar.

—Sea como sea, es algo más que unas cuantas bellotas de mar. —Anawak guardó silencio unos instantes y clavó la vista en el vacío—. Pero tiene razón. Esa masa no debería estar allí. Es como si el
Barrier Queen
hubiera estado expuesto semanas enteras a una invasión de larvas de moluscos, y además... estaba esa cosa entre los moluscos...

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