Read El protocolo Overlord Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
—¿Tu padre? —dijo Shelby confundida—. ¿Pero no era Cypher?
La mirada que Otto lanzó a Shelby no podía ser más elocuente.
—Wing, no sabes cuánto lo siento —dijo Laura con la voz teñida de consternación. Nadie debería pasar nunca por lo que él había pasado durante los últimos días, pero aquello, sin duda, era demasiado duro para poder soportarlo.
—No lo sientas —repuso Wing con un tono acerado—. Yo no lo siento.
Raven se acercó a ellos y les dirigió una sonrisa torcida. Después del tremendo golpe que le había propinado el gigantesco robot de asalto, los médicos le habían hecho una revisión y le habían dado el alta, aunque ella, particularmente, se sentía capaz de pasarse una semana entera durmiendo.
—Creo que les interesará saber que el jefe Lewis me acaba de informar de que han sido el señor Darkdoom y el señor Argentblum los responsables de la desactivación del dispositivo explosivo de Cypher. Según parece, el señor Argentblum se ha mostrado particularmente interesado en comunicar a todo el mundo que él solo, sin la ayuda de nadie, derribó al coronel Francisco.
Los cuatro estudiantes miraron a Raven como si acabara de decirles que la escuela se estaba viendo sometida al ataque de un ejército de monos voladores.
—Me limito a contarles lo que a mí me han dicho —añadió Raven ensanchando aún más su sonrisa.
—Otto, ¿quiere venir un momento? —le pidió el profesor Pike haciéndole una seña para que se acercara al nodo central.
—Ven —dijo Otto cogiendo a Laura del brazo—. Hay alguien que seguro que se va a alegrar mucho de verte.
Laura pareció desconcertada durante un instante, pero, mientras Otto la conducía hacia el nodo, una amplia sonrisa se fue dibujando en su semblante. Flotando en el aire se encontraba la mente. ¡Y estaba sonriendo!
—Hola, señorita Brand —dijo la mente agrandando su sonrisa al aproximarse Laura.
—Mente, has vuelto —contestó encantada Laura—. ¿Qué tal te sientes?
—Mucho mejor, gracias, señorita Brand. Me siento más yo misma.
Otto se apresuró a explicarle a Laura que había sido la intervención en el último minuto de la entidad de inteligencia artificial lo que los había salvado.
—Así que ahora eres una heroína, ¿eh? —dijo Laura entre risas.
—Parece que sí —respondió la mente.
Laura estaba convencida de que había detectado un tono de azoramiento en su voz.
El profesor alzó la vista de una terminal cercana e hizo señas a Otto para que se acercara.
—Otto, hágame el favor de echarle un vistazo a esto. Quiero iniciar un trabajo de ingeniería de conversión con esos robots asesinos y me preguntaba si le importaría acabar esto por mí para que así yo pueda ocuparme de ese otro asunto.
—Claro, no hay problema —repuso Otto acercándose a la terminal—, ¿qué quiere que haga?
—No mucho. Simplemente échele un vistazo a esto mientras yo ando por ahí. Estaré demasiado alejado para ver lo que está haciendo, así que procure no accionar una tecla equivocada ni nada por el estilo.
El profesor pareció hacer un leve guiño a Otto y luego se alejó por la plataforma en dirección a los guardias de seguridad que estaban recogiendo los restos de los sicarios caídos. Otto pensó que era una advertencia un tanto extraña hasta que miró la pantalla. Lo único que había era un simple mensaje de confirmación: «Borrar las rutinas de restricción del comportamiento de la mente. S/N».
Otto sonrió y echó un vistazo por encima del hombro al profesor, que de forma deliberada trataba de ignorarlo. Pulsó la tecla S y luego se apartó de la terminal. La mente se lo había ganado.
Cuando se acercó a Laura, la chica hablaba animadamente con la mente, a la que estaba poniendo al tanto de todo lo ocurrido mientras estuvo ausente.
—Bueno, ¿cómo fue? —preguntó con curiosidad Otto al unirse a ellas—. ¿Qué tal se siente uno cuando se le ha concedido acceso al exterior?
—Se me concedió un acceso instantáneo y total a todo Internet, señor Malpense. Y, para serle honesta, me sentí sucia.
Otto y Laura estuvieron un buen rato sin parar de reír.
—Por favor, no se mueva mientras se efectúa la identificación de retina —dijo la mente.
Nero se detuvo y aguardó a que el brillante destello de luz blanca confirmara su identidad.
—Identidad confirmada, acceso concedido —dijo la mente y, acto seguido, se abrieron las pesadas puertas de metal que Nero tenía delante.
Nero entró en la sala e inspeccionó con la vista los variados equipos médicos dispuestos alrededor de la cama que había en el centro de la sala. La cama estaba rodeada por unas cortinas de plástico semitransparente que hacían imposible identificar a la persona que yacía en ella.
El jefe del equipo médico de HIVE levantó la vista de la terminal en la que estaba trabajando y se acercó a Nero.
—Su estado ha experimentado una ligera mejoría, pero sus heridas son graves —le informó el doctor.
—¿Puede hablar?
—Sí, pero, por favor, sea breve. Sigue estando muy débil.
—Peor que eso, doctor. Está muerto —repuso con calma Nero.
—No entiendo —dijo el doctor con expresión confusa—, su estado es grave, pero estable…
—Para todo el mundo, excepto para usted y para mí, está muerto, ¿queda claro? —dijo con firmeza Nero.
—Sí… sí… Entiendo —respondió el doctor, asintiendo con la cabeza al darse cuenta de pronto de lo que quería decirle Nero.
—Y mañana por la mañana quiero sobre mi mesa el informe de su autopsia —añadió Nero. —Desde luego.
—Bien, otra cosa, doctor. Si le habla a alguien de esto, no tardará en acompañarle al otro mundo. ¿Me explico con claridad?
—Con claridad meridiana —respondió el doctor tragando saliva.
—Quiero hablar con él a solas.
—Muy bien, estaré fuera por si me necesita —dijo el doctor y después abandonó la sala.
Nero se acercó a la cama y apartó las cortinas. Allí yacía Cypher, encadenado a la cama, conectado a múltiples monitores y con el cuerpo reducido a un amasijo de huesos quebrados y heridas internas. Con ese nombre pensaba ahora en él Nero, aunque hubo un tiempo en que lo conoció como Wu Zhang. Al acercarse un poco más, Cypher volvió ligeramente la cabeza y emitió una risa entrecortada.
—¿Por qué no me dejas morir sin más? —le preguntó con una voz que, a pesar de ser poco más que un susurro, estaba preñada de odio.
—Porque busco respuestas y, por desgracia, eres la única persona que puede dármelas.
—¿Por qué habría de decirte algo? —repuso Cypher con un gruñido.
—Porque si no lo haces, te entregaré al Número Uno y dejaré que sea él quien obtenga las respuestas; sabes tan bien como yo que sabrá obtenerlas. De esta forma te librarás al menos de pasar por esa experiencia.
—No puedes entregarme al Número Uno —dijo Cypher con un asomo de pánico en la voz.
—Dame una buena razón para que no lo haga —replicó con impaciencia Nero.
—Porque está loco —repuso Cypher con brusquedad—, igual que tú.
—Aquí solo hay un loco, Cypher, y creo que tus últimos actos dejan perfectamente claro quién es.
—Cómo puedes decir eso, Nero, precisamente tú, que lo sabes todo. Lo que estáis planeando es una auténtica locura. Hay que pararos los pies —exclamó con furia Cypher.
—Otra vez me acusas de algo terrible, pero yo sigo sin tener ni idea de lo que me hablas —replicó Nero visiblemente irritado.
—La Iniciativa Renacimiento. Lo sé todo sobre ella. Por eso necesitaba el protocolo. Con él en mis manos y teniendo como rehén a la enorme progenie del SICO podría haberos detenido, pero ya es demasiado tarde. Entrega el protocolo al Número Uno y acabemos de una vez. Que arda el mundo entero.
—Sigo sin tener ni idea de lo que me estás hablando. Nunca he oído hablar de la Iniciativa Renacimiento.
Nero empezaba a pensar que todo aquello carecía de sentido. Aquel hombre o deliraba o estaba loco.
Cypher observó a Nero con mucha atención y le miró directamente a los ojos durante varios segundos antes de volver a hablar. La expresión de furioso desdén se fue borrando de su rostro y fue reemplazada por otra en la que se mezclaban la confusión y la incredulidad.
—Así que es verdad que no lo sabes, ¿no? —dijo con un deje de asombro en la voz.
—¿Que no sé el qué? —inquirió Nero, que había ido subiendo el tono de voz a medida que crecía su impaciencia.
—Te lo diré, pero solo si me prometes una cosa —dijo Cypher, cuya voz había vuelto a debilitarse.
—Sabes muy bien que no voy a prometerte nada. Francamente, ni siquiera estoy seguro de por qué te mantengo con vida —repuso Nero con frialdad.
—Tienes que prometerme que protegerás a Wing.
—Todos los alumnos de esta escuela se encuentran bajo mi protección. Has sido tú quien le ha puesto en peligro.
—Solo trataba de protegerle —dijo Cypher con un súbito tono de furia en su jadeante voz—. Para empezar, jamás debería haber venido aquí. Es todo lo que me queda de ella.
—Xiu Mei —dijo Nero en voz baja.
—Sí. Los dos sobrevivimos al incidente de Overlord, pero bien pronto quedó claro que se estaba eliminando todo rastro del proyecto, incluidas las personas que sobrevivieron.
—Me dijeron que no había sobrevivido nadie. Creía que yo había sido el único superviviente.
—Bien se cuidó el Número Uno de que fuera así. Al ver que cada vez desaparecían más supervivientes, caímos en la cuenta de que tarde o temprano correríamos el mismo destino y, sabiendo que solo podíamos confiar el uno en el otro, huimos juntos de China. Nos instalamos en Japón y nos creamos una nueva identidad, el matrimonio Fanchú. Irónicamente, solo nos enamoramos una vez que estuvimos casados y pronto tuvimos un hijo.
—Wing. Pero ¿qué pasó luego? Si verdaderamente habíais conseguido desaparecer, y el hecho de que siguierais vivos así parece indicarlo, ¿por qué volvisteis a salir a la superficie?
—Xiu Mei descubrió algo terrible. Trabajaba como profesora de Informática en la universidad y un día contactaron con ella unas personas que estaban reclutando gente para un proyecto llamado Iniciativa Renacimiento. Al principio se sintió intrigada, era una investigación de alto nivel, un trabajo que le resultaba fascinante, pero luego descubrió cuál era la verdadera naturaleza de aquella iniciativa.
—¿Qué ocurrió?
—Se le proporcionó una muestra de un nuevo sistema de codificación para que trabajara con él. Le dijeron que era la última creación de otro equipo de investigadores y que les gustaría que le echara un vistazo. No tardó mucho en formarse un juicio sobre el código; al fin y al cabo, ella misma lo había creado hacía algunos años. Era una parte del código central de Overlord, lo reconoció de inmediato. En un primer momento no me habló de ello. Siguió escarbando y al cabo de no mucho tiempo descubrió quién estaba detrás de todo el asunto… El SICO. Pero alguien se había dado cuenta de que se estaba acercando demasiado a la verdad. La mataron, Max.
Los ojos de Nero se dilataron.
—Hicieron que pareciera un accidente, un robo en nuestro domicilio que se torció, pero unos días antes me había contado todo lo que había descubierto, así que yo sabía lo que realmente había pasado. Lo único que me consoló mínimamente en medio de toda aquella tragedia fue que, obviamente, no se habían dado cuenta de quién era ella en realidad y, por lo tanto, nos dejaron vivos a Wing y a mí. Para ellos no éramos nadie, un hijo y un padre consternados como tantos otros, meros daños colaterales. Juré vengarla, pero también sabía que solo desde dentro podría averiguar quién era exactamente el responsable de su muerte. Y fue así como Mao Fanchú se convirtió en un técnico de grado medio del SICO a la vez que nacía la figura de Cypher. Sabía que tenía que mantener en secreto mi identidad ante el Número Uno y, por eso, llevaba siempre una máscara. Hice todo lo posible por asegurarme de que nadie averiguara nunca mi verdadera identidad, no para protegerme a mí mismo, sino a Wing.
—¿Sabías que ella conservaba todavía el Protocolo Overlord? —preguntó Nero, anonadado por las implicaciones de lo que Cypher le estaba contando.
—No lo descubrí hasta hace poco —suspiró Cypher—. Sabía que mientras vivió jamás se quitó el amuleto, pero no me di cuenta de lo que eso significaba hasta que estuve hurgando en una serie de archivos cifrados que tenía en su viejo ordenador. Había cifrado el código del protocolo en dos núcleos de memoria distintos y luego los había incrustado en cada una de las mitades del amuleto. Wing tenía una de esas mitades, como ya sabes, pero yo no tenía ni idea de dónde estaba la otra. Di por sentado que se la habría llevado su asesino. Por separado, cada una de las mitades no sirve de nada. Solo estando juntas es posible descifrar el código del protocolo que se halla en los núcleos de memoria.
—¿Y no hubiera bastado con destruir la mitad de Wing? Seguro que de ese modo el protocolo habría quedado inutilizado.
—Para cuando supe lo que era el amuleto, ya era demasiado tarde. Habían traído a Wing a HIVE, y eso hacía que fuera imposible recuperar su mitad.
—Su expediente indica que fuiste tú mismo quien pidió que se le admitiera —dijo Nero con un gesto de perplejidad—. ¿Por qué lo hiciste si pensabas que yo estaba implicado en todo este asunto?
—No fui yo quien lo envió aquí. Fue otra persona, no sé quién. Di por sentado que había sido alguien que conocía mi secreto, que Wing estaba aquí en condición de rehén y que quienquiera que lo hubiera hecho me estaba haciendo llegar un mensaje de advertencia. Para serte sincero, había empezado a sospechar que habías sido tú.
—Yo no sabía nada de esto —dijo Nero con sinceridad—. Me pareció raro que el hijo de un técnico de grado medio hubiera sido propuesto como candidato potencial para el nivel Alfa, pero una vez que vi de lo que era capaz supuse que alguien se había fijado en sus habilidades y había dado el visto bueno para que fuera admitido en el nivel superior. No forma parte de la política de HIVE profundizar demasiado en ese tipo de cosas. Los padres de nuestros alumnos valoran mucho la discreción.
—Por eso me vi obligado a fingir mi propia muerte. Fue muy sencillo escenificar una explosión en mi laboratorio; a fin de cuentas, ese tipo de incidentes no son del todo excepcionales en las instalaciones del SICO. Mao Fanchú era un empleado de una categoría demasiado baja como para que mereciera la pena realizar una investigación demasiado exhaustiva del incidente, pero, entretanto, me había enterado de que formaba parte de la política de HIVE dar un permiso temporal a sus alumnos para que acudieran a los funerales de sus familiares y sabía que esa era la única oportunidad que tenía de recuperarle. Eso suponía, por supuesto, que tendría que fingir también su muerte para asegurarme de que nadie vendría a buscarle, pero tenía la esperanza de que con el tiempo podría explicárselo todo y que él comprendería por qué tuve que hacerlo.