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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El profeta de Akhran (22 page)

BOOK: El profeta de Akhran
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Lanzando un quejumbroso suspiro, se agachó entre gruñidos y resoplidos e inició una vana tentativa de salvar algo del naufragio.

—Una estupenda cena de
fatta
; las verduras demasiado crudas y el arroz algo pastoso, pero estamos en tiempos de guerra después de todo. Uno tiene que hacer sacrificios. ¡Pero ahora…! ¡Ahora…! —exclamó sacudiendo la cabeza y sus seis papadas y tapándose los ojos con las manos en un esfuerzo por borrar aquel terrible espectáculo—. Sé que lo veré eternamente —murmuró con un tono hueco—. El arroz cubierto de polvo. Las verduras mezcladas con trocitos de plato roto… Y, pronto, las ratas viniendo a devorarlo…

—¡Usti, se ha ido! —gritó Asrial dejándose caer sobre un tonel de aceite de oliva y bajando sus blancas alas—. ¡Ha estado fuera todo el día y toda la noche también! Ahora es casi ya la hora del regreso de Kaug…

—¡Aaah!

Soplando como una ballena al salir a la superficie, Usti se puso en pie con gran dificultad.

—¿Kaug, has dicho, ángel del loco?

—Mateo no está loco —respondió Asrial automáticamente, con sus pensamientos en otro lado…, en otra persona—. Se comportó de un modo tan extraño cuando me dejó…

—A menudo un síntoma de locura —aseguró Usti con aire de conocedor.

—¡Mateo no! ¡Pukah!

—¿Se ha vuelto loco, también? —preguntó Usti ajustándose el turbante que se le había deslizado por encima de un ojo durante el festín—. No me sorprende. Perdóname si te ofendo, señora, pero habría sido mucho mejor para todos si tú y tu loco no os hubierais entrometido en nuestras vidas…

—¿Entrometido
nosotros
en vuestras vidas? ¡Nosotros no quisimos venir a este horrible lugar! —exclamó Asrial—. No era nuestra intención enamorarnos… —hizo una pausa y tragó saliva—. ¿Qué es eso? —susurró atemorizada, mirando hacia el techo.

La tierra temblaba y trepidaba más que las papadas de Usti. Los quesos se balanceaban de un modo alarmante. El cadáver de una cabra ahumada cayó al suelo. La lámpara se columpiaba de un lado al otro colgada de su cadena, las sombras del sótano se agitaban y danzaban enloquecidas por toda la habitación como diablillos de Astafás.

—¡Kaug! —exhaló Usti, con su cara del color del queso azul que colgaba sobre su cabeza—. ¡Vuelta al Reino de los Muertos para todos nosotros!

Cogiendo el extremo de la tela que colgaba de su turbante, se enjugó la sudorosa frente.

—¡Se acabó el
cuscús
! —comenzó a gimotear—. Y las almendras garapiñadas. Y los dorados trozos de carne de gacela, bien hechos, justo ligeramente rosados en el centro…

El retumbar aumentó, al tiempo que el temblequeo del suelo hacía imposible permanecer de pie. Agarrándose a la pared, mientras los quesos caían y rodaban en torno a sus pies, Usti cerró con fuerza los ojos mientras recitaba febrilmente:

—Se acabó el
qumiz
. Se acabó el
shiskhlick
. Se acabó…

Una vasija de vino se volcó y se rompió; el vino inundó la despensa y tiñó de carmesí el dobladillo de los blancos hábitos de Asrial, pero ella no prestó atención al incidente. Estaba escuchando. Allí estaba, elevándose débilmente por encima de todo el retumbar y de los lamentos de Usti.

—¡Djinn de Akhran! ¡Escuchadme! ¡Rápido! ¡No tenemos mucho tiempo!

—¡Pukah! —exclamó Asrial, y desapareció.

Sujetando fuertemente un queso contra su pecho, Usti inclinó la cabeza y lloró.

Aunque el plano inmortal se conmocionaba de terror ante la aproximación del
'efreet
, la persona de Kaug apenas era visible todavía, si bien su gran mole oscurecía el horizonte como un banco de nubes tormentosas, con relámpagos que titilaban en sus ojos y truenos que sacudían la tierra a sus pies.

Los djinn esperaban bajo sus fortificaciones con armas de toda índole y variedad en sus manos. En los balcones del castillo, por encima del jardín, las djinniyeh esperaban en silencio abrazadas unas a otras para darse consuelo. Escondida bajo los vestidos de seda, más de una ocultaba, bajo el fajín que ceñía sus esbeltas cinturas, una hoja afilada y brillante. Cuando sus djinn hubiesen caído, las djinniyeh estarían preparadas para tomar el relevo en la lucha.

El mismísimo anciano djinn apareció. Una diminuta y reseca cascara de inmortal ataviada con voluminosos hábitos de brocado que casi se lo tragaban y lo hacían desaparecer de la vista. Dos gigantescos eunucos lo transportaron en una silla de manos hasta su balcón privado. Brillantes cimitarras colgaban de los costados de ambos eunucos. El djinn llevaba, descansando sobre sus rodillas cubiertas de brocado, un sable que muy bien podía haber sido la primera arma jamás forjada. Tan antiguo era su diseño y tan oxidada estaba su hoja que era dudoso que aquel sable hubiese podido siquiera rebanar uno de los quesos de Usti. Aunque poco importaba. La cabeza de Kaug podía verse ya elevándose sobre el borde del plano inmortal; el
'efreet
era inmenso, más gigantesco que todo cuanto los inmortales pudieran imaginar. Una pisada de su pie podía aplastar su castillo y un simple golpe con su dedo meñique, sumirlos al instante en el olvido.

Sond se erguía a la cabeza del ejército de los djinn. Espada en mano, intentaba mantener el equilibrio sobre el ondulante suelo. Fedj estaba a su derecha y Raja a su izquierda. Detrás de ellos esperaban los demás djinn, dispuestos todos a hacer el precio de su destierro lo más caro posible. La piedra se agrietó, los árboles se vinieron abajo y el cielo se oscureció. La ciclópea figura de Kaug eclipsaba el sol poniente. Sus últimos rayos iluminaron algo blanco que voló por el aire y fue a caer a los pies de Sond.

El djinn se inclinó y lo recogió. Era una rosa, y él sabía dónde crecía el rosal de donde había sido arrancada. Llevándosela a los labios, se volvió hacia el florido balcón. Aunque el rostro de Nedjma estaba velado, Sond supo que ella le sonreía y él le devolvió la sonrisa con valentía. Pero entonces se vio obligado a volver a toda prisa la cabeza, al tiempo que su sonrisa se transformaba en una mueca de desesperación. Parpadeando, guardó reverentemente la rosa dentro de su fajín y, estaba aclarándose la garganta, preparándose para dar la orden que diera comienzo a la batalla cuando, de repente, Pukah brotó de una fuente ornamental justo delante de él.

—¿Dónde has estado? —preguntó irritado Sond—. ¡Ese ángel tuyo está volviendo loco a todo el mundo! Ve a buscarla y luego mira a ver si puedes ser de alguna utilidad. ¿Dónde está tu espada? Raja, dale tu daga. Pukah, juro por Akhran…

Pero Pukah no hizo el menor caso de Sond y, trepando por uno de los dos costados de la figura central de la fuente, un pez de mármol que despedía agua de unos enormes labios de mármol, se agarró a las branquias de la estatua y voceó:

—¡Djinn de Akhran! ¡Escuchadme!

Los djinn comenzaron a murmurar y refunfuñar; un agitado susurro de telas recorrió el balcón de las djinniyeh como un viento a través de cortinas de seda.

—¡Pukah! ¡Éste no es momento para tus triquiñuelas! —gritó Sond, enojado.

Estirando la mano, agarró uno de los pies de Pukah e intentó obligar al djinn a bajar. Pero Pukah pataleó hasta liberarse y continuó gritando:

—¡Oídme! ¡Tengo un plan para derrotar a Kaug!

Los murmullos cesaron bruscamente. Un silencio, tan silencioso como podía llegar a ser con el
'efreet
cada vez más cerca, se extendió como un palio sobre los inmortales que había en el jardín. Entonces apareció Asrial al lado de Sond, estallando como una estrella de plata.

—¡Pukah! ¡He estado tan preocupada! ¿Dónde…?

El joven djinn lanzó al ángel una tierna y amorosa mirada y, sacudiendo la cabeza, no respondió sino que continuó dirigiéndose a la multitud de inmortales que ahora lo miraban con plena, aunque recelosa, atención.

—Tengo un plan para derrotar a Kaug —repitió Pukah, hablando tan rápidamente y con tal excitación que apenas podían entenderlo—. No tengo tiempo para explicarlo. Sencillamente haced lo que yo os diga y no discutáis ninguna de mis instrucciones.

De nuevo comenzaron las murmuraciones.

Sond frunció el entrecejo; su irritación crecía por momentos.

—Te lo dije, Pukah…

—¡El Reino de los Muertos! —recordó Pukah.

Su tensa voz segó los refunfuños como un hilo tirante.

—¡El Reino de los Muertos nos espera! ¡No tenéis alternativa, ni de nada os servirá rezar! ¿Dónde está Akhran? ¿Dónde está nuestro dios?

Los inmortales se miraron unos a otros inquietos. Aquélla era la pregunta que todo el mundo albergaba en su corazón pero nadie se atrevía a llevar hasta sus labios.

—Yo os diré dónde está —prosiguió Pukah con tono solemne y misterioso—. Akhran yace en su tienda, debilitado y herido, sangrando por numerosas heridas. Quar le ha infligido algunas de esas heridas. Pero otras —aquí hizo una pausa un momento para aclararse la garganta—, otras se las ha infligido su propia gente.

El jardín se tornó más oscuro. Un viento maloliente comenzó a soplar, aullando y chillando, dejando sin hojas a aquellos árboles que todavía quedaban en pie y levantando un torbellino de polvo en el aire.

—¡Su fe disminuye! —voceó Pukah por encima de la arreciante tormenta que traía consigo la venida del
'efreet
—. ¡Han perdido a sus inmortales! Ya no creen que su dios escuche sus oraciones y, por eso, han dejado de rezar… o, lo que es peor… ¡ahora rezan a Quar! ¡Si nos derrotan, será el fin, no solo para todos nosotros sino también para Akhran!

El viento atravesó el jardín como una guadaña, rompiendo y rasgando todo lo que pudo. Lanzo sus garras al brillante pelo de plata del ángel, pero Asrial no prestó atención. Sus ojos estaban puestos en el joven djinn.

—¡Estamos contigo, Pukah! —exclamó.

Sond miró a Fedj, quien asintió lentamente con la cabeza, y luego a Raja, quien también asintió. Mirando detrás de él, sin apenas poder ver a través del polvo y las ramas tronchadas, las hojas y los pétalos de flor y una repentina lluvia de piedrecillas, Sond logró captar vagas vislumbres de los otros djinn que asentían, y hasta creyó oír también lo que le pareció ser el reseco carraspeo del anciano djinn añadiendo su aprobación.

—Muy bien, Pukah —dijo Sond de mala gana—. Adelante con tu plan.

Lanzando un gran suspiro, y sintiendo un cosquilleo de orgullo e importancia desde sus embabuchados pies hasta su enturbantada cabeza, Pukah se volvió y se preparó para enfrentarse con Kaug.

Capítulo 3

Sus gigantescas pisadas llevaron al
'efreet
hasta la muralla exterior del jardín y, ante su proximidad, los vientos tempestuosos dejaron de rabiar, el trueno dejó de redoblar y el suelo dejó de temblar. Una terrible y ominosa calma descendió sobre el plano inmortal.

—Vuestro tiempo se acabó —retumbó la voz del
'efreet
, y las vibraciones hicieron que el plano comenzara de nuevo a temblar—. A la vista de esas fortificaciones de guerra y de que todos vosotros lleváis armas, entiendo que habéis decidido luchar.

—No, no, Kaug el Misericordioso —dijo Pukah desde encima del pez de mármol—. Traemos nuestras armas sólo para ponerlas humildemente a tus pies.

Los ojos de Kaug se estrecharon con suspicacia.

—¿Es verdad eso, Sond? —preguntó el
'efreet
—. ¿Has traído

tu arma para ponerla a mis pies?

—Para cortarte los pies más bien diría yo —musitó Sond mirando furioso a Pukah.

—¡Vamos! ¡Vamos! —lo apremió Pukah mudamente con los labios mientras hacía un rápido y enfático ademán con la mano.

Con la boca torcida, como si se tragara una rabia que lo envenenaba, Sond avanzó hasta el
'efreet
y, con aire de encarnizado desafío, arrojó su arma de punta a los pies de Kaug. Uno por uno, los demás djinn siguieron el ejemplo de Sond y pronto el atónito
'efreet
se hallaba hundido hasta los tobillos en un verdadero arsenal.

—Y, en cuanto a las fortificaciones —Pukah miró a su alrededor, sin saber muy bien qué explicación dar de las almenas, torretas y muros que habían brotado aquí y allá—, pues… estoo… fueron erigidas para dar… —la inspiración le vino de pronto con tanta fuerza que casi se cae del pez— ¡para darte una pista acerca de la sorpresa que viene después!

—No me gustan las sorpresas, pequeño Pukah —rugió el
'efreet
mientras molía espadas, cimitarras y lanzas convirtiéndolas en polvo metálico bajo su enorme pie.

—¡Ah, pero ésta sí que te gustará, oh Kaug el Fuerte y Poderoso! —repuso Pukah con una solemnidad que hizo que los demás djinn lo mirasen asombrados—. El mundo te ha tratado mal, Kaug. Y tú te has vuelto receloso y desconfiado. Nosotros sabíamos, por tanto, que debíamos hacer algo para convencerte de que somos verdaderamente sinceros en nuestro deseo de servirte. Y, por eso —Pukah hizo una pausa para saborear el intrigado silencio y la tensa expectación con que se esperaban sus palabras—, te hemos construido una casa.

Silencio. Silencio de muerte. Se habría dicho que el jardín estaba lleno de cadáveres en lugar de seres vivos.

—¿Qué truco es éste, pequeño Pukah? —preguntó por fin Kaug con una voz que rechinaba de sospecha y temblaba de rabia—. Tú sabes que, hace siglos, la ira del malvado dios Zhakrin me desterró al mar de Kurdin. Allí está mi casa, y allí debe continuar hasta que Quar ocupe su merecido lugar como Único y Verdadero Dios…

—No creas, oh Muy Sufrido Kaug —contestó Pukah sacudiendo la cabeza—. El dios Zhakrin me debía un favor. Por qué, no vamos a hablar de eso ahora, pero me debía un favor y le he pedido, como obsequio mío para ti, oh Amo, que te deje libre. Esto no es ningún truco —se apresuró a añadir Pukah al ver los ojos de Kaug estrecharse hasta convertirse en dos grietas de roja llama—. Busca dentro de ti mismo. ¿Sigues sintiéndote limitado, encadenado?

El feo rostro de Kaug se arrugó y su mirada se tornó cada vez más abstraída. Vacilando, levantó sus gigantescos brazos y flexionó sus músculos como comprobando si estaba maniatado. Los brazos se movieron libremente y, lenta y gradualmente, una expresión complacida y satisfecha se extendió por toda su cara.

—Tienes razón, pequeño Pukah —dijo Kaug con una mirada de asombro—. ¡Estoy libre! ¡Libre! ¡Ja, ja, ja!

Levantando los brazos en el aire, agitó sus puños hacia el cielo. Su alegría propagó ondas sísmicas a través del plano inmortal. El balcón sobre el que estaban las djinniyeh se tambaleó de un modo alarmante, y las mujeres huyeron en medio de un gran revoloteo de seda. Kaug contempló su desbandada con una impúdica sonrisa y volvió la mirada hacia los djinn.

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