—La tarifa no es muy elevada, pero le aseguro que la multa por intentar evadirse de ella sí lo es.
Uno de los guardias le dio unos golpecitos en el hombro, pero el secretario del capitán de puerto no le hizo caso.
—Como tiene que ser —dijo Gavin, sin perder la compostura. Le entregó una carta.
El hombre la sostuvo a la altura de la cintura mientras la contemplaba fijamente a través de las gafas, como si se dispusiera a trazar las letras en forma de palabras.
—Oh —musitó—. ¡Oh, oh!
El hombre levantó la cabeza de golpe y observó a Gavin a través de los anteojos.
—¡Oh! ¡Mi señor Prisma! ¡Mil perdones! Por favor, mi señor, permitid que os escoltemos hasta la fortaleza. Sería un gran honor para nosotros.
Gavin inclinó la cabeza.
—Pensé que ibas a levantarlos a todos por los aires con magia y zarandearlos o algo —dijo Kip cuando empezaron a seguir a los guardias y al secretario del capitán de puerto.
—En ocasiones se encuentra uno con idiotas que se merecen un escarmiento —replicó Gavin—, pero este hombre se limita a hacer su trabajo. —Se adentraron en la sombra de la fortaleza, cuya cara septentrional prácticamente flotaba sobre el puerto. Los dos miraron hacia arriba. Los arqueros que recorrían los adarves los observaban desde las alturas—. Además, cuando empiezas a disparar luxina sin ton ni son, nunca se sabe quién podría responder con otro tipo de proyectiles.
El secretario habló con los hombres que vigilaban la puerta. Numerosas miradas furtivas se posaron en Gavin. Kip estaba ocupado contemplando la fortaleza. La puerta, al igual que el resto de la fortaleza, era de travertino labrado. La piedra, de un color verde claro, estaba cubierta de surcos entrecruzados que le conferían una apariencia más textil que rocosa. Había varias buhederas talladas en la puerta. Cuando los soldados la abrieron, Kip vio que conducía a una estrecha liza, completamente cerrada, con buhederas por todas partes, y después a otra puerta. Los guardias de la segunda puerta, que estaba abierta, empuñaban unos mosquetes de cañones abocinados. Las armas eran más cortas que los mosquetes de los guardias de la Cromería.
Aprovechando que ahora estaba al lado de Puño de Hierro, Kip preguntó:
—¿Por qué son tan cortos esos mosquetes?
—Trabucos —dijo el comandante de la Guardia Negra—. En vez de usar balas, los cargan con clavos o eslabones de cadenas. A corta distancia pueden alcanzar hasta a cuatro o cinco hombres. O practicar un buen boquete a uno solo. Resulta muy práctico para sofocar los disturbios. Un hombre partido por la mitad no está menos muerto que otro con un pequeño agujero en el corazón, pero disuadirá mucho más al resto de la turba.
—Caray —dijo Kip, tragando saliva.
Tras superar unos cuantos puntos de control más, en los cuales se unieron a la comitiva varios guardias veteranos, iniciaron el ascenso. Al llegar a la tercera planta, pasaron frente a una puerta abierta que daba a una cámara con vistas al mar. Gavin se detuvo en seco. Sus escoltas no se percataron de inmediato. Ignorándolos, Gavin entró en la habitación.
Puño de Hierro, Kip y Liv lo siguieron. La estancia consistía en una serie de cuartos repletos de cuadros, cojines, biombos decorados con minuciosas escenas de caza, chimeneas, numerosos candelabros y flabelos para que los esclavos abanicaran a sus amos. Allí donde se posaba la mirada de Kip, encontraba algo que brillaba, relucía o rutilaba.
—Esto —anunció Gavin cuando sus escoltas acudieron corriendo— será suficiente…
—Sí, lord Prisma, por supuesto, esta es la habitación reservada para los invitados de honor. Buscaremos…
—Sirvientes —concluyó Gavin—. Kip, Liv, ¿podréis evitar meteros en problemas mientras ultimo los preparativos de nuestros aposentos?
—Sí, desde luego, mi señor Prisma —respondió Liv, con una formalidad y una madurez a las que Kip no estaba acostumbrado.
—Empieza las clases de trazo de Kip. Vendré a veros cuando haya terminado unos asuntos.
—Por supuesto —dijo Liv, con una reverencia. Kip intentó imitarla, y de inmediato se sintió tremendamente ridículo. No sabía cómo hacer una reverencia. Nadie hacía reverencias donde se había criado.
—¿Puño de Hierro? —dijo Gavin.
Puño de Hierro enarcó una ceja. Ah, conque ahora quieres que te acompañe.
—No volverás a disfrutar de una oportunidad igual de ver cómo sacan a un pomposo gobernador ruthgari a patadas de sus aposentos. Más de uno, si tienes suerte. Quizá se trate incluso de algún conocido.
Una sonrisa aleteó en las comisuras de los labios del comandante.
—Los pequeños placeres hacen que la vida valga la pena, ¿verdad?
La puerta se cerró a sus espaldas, y de pronto Kip y Liv se quedaron a solas, lejos de las personas importantes y los asuntos de estado. Niños una vez más.
Liv se quedó observando a Kip durante largo rato.
—¿Qué? —preguntó el muchacho.
—A veces me cuesta asimilar que seas quien eres realmente. Hace una semana me hubiera ruborizado al ver al comandante Puño de Hierro. Ahora estoy sentada en los aposentos más lujosos del Palacio de Travertino… ¿y son míos?
—Yo ya he renunciado a entender nada —reconoció Kip—. Creo que si me detuviera a reflexionar… —Me convertiría en un bebé balbuceante-… las cosas se desmoronarían.
La expresión de Liv cambió en un abrir y cerrar de ojos. Su mirada se suavizó, y la compasión cinceló sus facciones.
—Estabas allí. En la aldea. Cuando ocurrió.
—En el Puente Verde con Isa y Sanson. Y con Ram, por supuesto. —Aún sentía deseos de hacer una mueca cada vez que pensaba en Ram, pero ahora le parecía cruel y mezquino—. Ram e Isa fueron asesinados. Sanson y yo conseguimos huir. Pero terminaron matándolo también a él. —La voz de Kip sonaba inexpresiva y distante incluso a sus propios oídos. Ni siquiera se atrevía a mirar a Liv. Si veía su compasión, se desmoronaría. Ya parecía débil, estúpido, infantil y obeso a sus ojos, un crío lastimoso. No necesitaba empeorar las cosas rompiendo a llorar—. Mi madre escapó pero tenía la cabeza aplastada. Estaba con ella cuando…
—Ay, Kip, cuánto lo siento.
Kip repelió esas palabras, las alejó cuanto pudo de sí.
—Fuera como fuese, espero sinceramente que tu padre lograra escapar. Siempre se portó bien conmigo. De hecho, si no me hubiera obligado a irme cuando lo hizo, ahora yo no estaría aquí.
Liv dejó transcurrir un rato en silencio. Kip no sabía si se trataba de un silencio violento o no.
—Kip —dijo por fin la muchacha—, he estado intentando reunir el valor necesario para… Las cosas pueden ponerse bastante complicadas ahora. Teniendo en cuenta quién es tu padre, y cómo funcionan las cosas en la Cromería… A veces las cosas no salen realmente como nos gustaría, y…
—¿Se supone que debería tener la menor idea de lo que intentas decir? —preguntó Kip—. Porque…
Liv abrió la boca y lo miró de nuevo. Kip vio que volvían a cerrarse las puertas.
—Solo quería decir que me alegra de veras que consiguieras escapar, Kip.
—Gracias. —Gracias por no confiar en mí lo suficiente para decir lo que querías—. ¿No deberíamos empezar ya?
Liv sonrió débilmente, como si quisiera decir algo más pero no supiera muy bien cómo hacerlo.
—Vale. Salgamos al balcón.
Salieron al balcón, el cual colgaba literalmente sobre el mar. Desde su posición podían oír unas voces apagadas procedentes de lo alto del Palacio de Travertino. Kip se quedó contemplando el mar, intentando concentrarse, y preguntó:
—¿Qué quieres que haga?
—Para trazar se necesitan cuatro cosas —dijo Liv—. Habilidad, voluntad…
—Fuente y tranquilidad —concluyó Kip—. Esto… perdona, se me han pegado una o dos cosas.
—Correcto. Los cuatro requisitos fundamentales contienen modificaciones y matices, pero ahí es donde comienza todo. Empecemos por las fuentes.
Kip pensó que ya había aprendido la mayoría de las cosas que Liv se disponía a contarle, pero uno no interrumpe a una chica bonita a menos que tenga algo ingenioso que decir. Liv rebuscó en su mochila y sacó un paño verde enrollado, primero, y después otro blanco.
—Aplazaremos la teoría de los colores mientras nos sea posible —dijo—. Sabemos que ya has trazado verde. Así que tu fuente puede ser algo que refleje la luz verde en el mundo, o algo que tenga el verde como color integrante y lo puedas mirar a través de una lente.
—¿Eh? —dijo Kip. Pues sí que había aprendido mucho—. ¿A qué te refieres con que refleje el verde? ¿Algo de color verde?
—Cuando progreses un poco más en la Cromería descubrirás que tu experiencia con una cosa y la naturaleza misma de esa cosa son dos cosas distintas.
—Qué… metafísico —dijo Kip. ¿No le había contado Gavin algo por el estilo?
—Hay quienes se lo toman de esa manera, pero hablo en un sentido estrictamente físico. Fíjate. —Liv sacó otro paño. Pertenecía al espectro rojo, pero en lugar de fluir suavemente del rojo más oscuro al más claro, había partes que retrocedían varios peldaños—. Si miras esto, Kip, verás que está mal. La secuencia es correcta, en general, pero hay subcolores que están fuera de su sitio. La mayoría de las personas no lo notan. Creen que está bien así. Pueden distinguir estos cuatro bloques del espectro, pero no esos del interior. Da igual cuánto se esfuercen, o durante cuánto tiempo se fijen. Su experiencia abarca menos matices que la tuya o la mía. Ahora bien, con franqueza, no sabemos si lo que vemos tú y yo es la totalidad de lo que hay aquí en realidad, o si alguien de más allá del Gran Desierto podría pensar que estamos tan ciegos como consideramos nosotros a quienes no pueden distinguir esto de esto otro.
—Qué lío.
—Ya lo sé. En clase, los magísteres sacan a todos los muchachos delante de la clase y les piden que hagan la prueba, porque muchas de las muchachas que pueden ver las diferencias no se creen que los demás no puedan. Es muy humillante. De hecho, creo que es peor para las chicas que tampoco pueden verlas. Que los chicos fracasen es de esperar. Las muchachas que no pueden verlas se sienten fatal. —Sacudió la cabeza—. Nos estamos saliendo por la tangente. Lo que tienes que recordar, aunque ahora te cueste creerlo, es que el color no es inherente a los objetos. Los objetos reflejan o absorben los colores de la luz. Crees que este paño es verde. No lo es. En realidad se trata de un paño que absorbe todos los colores menos el verde.
—¿Esto es dejar la teoría de los colores para más tarde? —preguntó Kip.
Liv hizo una pausa, pero sonrió al ver que estaba bromeando.
—No, no voy a irme otra vez por las ramas. La cuestión es que la luz es fundamental. Este paño, en una habitación a oscuras, no te sirve de nada. Evidentemente, las connotaciones religiosas se pueden llevar al extremo, pero tú y yo solo vamos a hablar de lo físico, no de lo metafísico. Puedes trazar luz verde. Para ello existen únicamente dos maneras. Lo mejor es que haya algún objeto verde cerca de ti. Si hay varios, mejor. Y si poseen distintos tonos y matices, mejor que mejor.
—Como un bosque, por ejemplo.
—Exacto. Por eso, antes de la Unificación, la diosa verde Atirat era más venerada en Ruthgar y el Bosque de Sangre que en cualquier otra parte. Los trazadores verdes acudían en tropel a los bosques y las Llanuras Verdegueadas porque allí eran más poderosos que en ningún otro lugar. A cambio, esos terrenos estaban dominados por las virtudes y los vicios verdes, ya fuera debido simplemente a la inmensa cantidad de verde que se trazaba en ellos o a que Atirat era real. Elige la opción que más te guste.
—Eso no lo entiendo.
—Volveremos sobre ello más tarde. La segunda mejor manera de trazar es tener unas gafas. Como estas. —Rebuscó en su mochila y sacó una bolsita de algodón. Tras aflojar el cordel, sacó un par de anteojos de color verde.
—Pero si tú no trazas el verde —dijo Kip.
—No, en efecto —repuso Liv, con una sonrisa.
—¿Son para mí? —preguntó Kip. Un cosquilleo le recorrió el espinazo.
La sonrisa de Liv se ensanchó.
—Habitualmente se celebra una pequeña ceremonia, pero no es más que una manera de darte la enhorabuena.
Kip cogió las gafas con cuidado. Consistían en unas lentes perfectamente redondeadas montadas en una fina montura de hierro. Se las puso. Liv se acercó y se cercioró de que las patillas se ciñeran adecuadamente a sus orejas. Kip podía olerla. De alguna manera, tras todo un día navegando, combatiendo piratas y tostándose al sol, la muchacha desprendía una fragancia maravillosa. Por otra parte, Kip nunca había estado tan cerca de una mujer… a excepción hecha de su madre, por lo general cubierta de sudor o vómito las noches en que no lo acompañaba la suerte y tenía que cargar con ella hasta su casa. Isa también olía bien, pero no como Liv.
Kip apenas si había pensado en Isa en los últimos días. Aunque seguía acordándose de ella, sus recuerdos carecían de sustancia. Se había permitido soñar con besar a Isa algún día, pero puede que eso se debiera a que la muchacha estaba allí más que al hecho de que fuera perfecta para él. O porque ella estaba allí y Liv no, y Kip necesitaba algo con lo que distraerse y dejar de pensar en Liv constantemente.
Ahora, sin embargo, la tenía delante. Liv había terminado de medir ambos lados, le quitó las gafas y empezó a doblar cuidadosamente las patillas para que encajaran tras las orejas de Kip.
—Hummm —murmuró—. Tienes la oreja derecha más alta que la izquierda.
—¿Tengo las orejas torcidas? —dijo Kip. Como si le faltaran motivos para sentirse inseguro.
—¡No te preocupes, yo también! En serio, casi todo el mundo las tiene un poco torcidas. —Hizo una pausa—. Aunque no tanto. —Sacudió la cabeza con incredulidad.
—¿Tengo las orejas más torcidas de lo normal?
Liv esbozó una sonrisita traviesa.
—Te pillé.
—Por las… barbas de Orholam. —Kip frunció el ceño. Todas las veces. Todas las cochinas veces.
Liv sonrió, satisfecha consigo misma. Dobló por última vez el puente de las gafas y se las plantó en la cara.
—Ahí tienes. Quizá tengas que ajustarlas un poco hasta que te encuentres más cómodo con ellas, pero en realidad tampoco están pensadas para que las lleves puestas a todas horas.
Kip miró a su alrededor. No le sorprendió mucho que casi todo exhibiera un tinte verdoso al otro lado de las lentes.
—Lo que ves es la luz del sol reflejada en la superficie de los objetos y filtrada a través de las lentes. De modo que si estás rodeado de paredes de mármol o algo por el estilo, serás capaz de trazar casi tan bien como si estuvieras en un bosque. Trazar con ayuda de las gafas no se puede comparar a hacerlo con verdes naturales, pero menos da una piedra. Sin embargo, no vale mirar a cualquier parte. Fíjate en tu entorno. ¿Ves que algunas cosas parecen realmente verdes y otras no? Por ejemplo, si miras este paño, ¿de qué color parece? —Extrajo otro trozo de tela de la mochila.