El prisma negro (26 page)

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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

BOOK: El prisma negro
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Liv se sentó y observó cómo trabajaba el personal, zigzagueando ágilmente entre las mesas, evitando las que estaban rodeadas por burbujas supervioletas. Un sirviente joven y esbelto de rizos muy cortos y sonrisa irresistible se acercó a su mesa, deteniéndose justo al filo de la burbuja que estaría allí si ella hubiera trazado alguna. Debía de contar tan solo unos pocos años más que ella, y era devastadoramente apuesto. Su chaqueta, de corte experto, realzaba la nervuda musculatura oculta tras ella.

Sin saber muy bien cómo, Liv se las apañó para pedir. Solo un kopi. Que sin duda costaría todo un danar. Cuando el muchacho se lo trajo, humeante y oscuro como la piedra infernal, y le dedicó una seductora sonrisa, Liv decidió que el kopi definitivamente valía un danar. Tal vez más.

Su buen humor se marchitó cuando vio a Aglaia Crassos subiendo por la escalera con su habitual paso estirado. La veinteañera ruthgari era, por lo que Liv había podido averiguar, la menor de las hijas de una familia importante. Poseía la preciada melena rubia, extraordinariamente rara, de los ruthgari, pero aparte de eso no era ninguna belleza. Tenía los ojos azules que eran un desperdicio en quienes no trazaban, las facciones estiradas y equinas, y una nariz enorme. Estacionada en la embajada ruthgari para obtener algo de experiencia política antes de casarse con un prometido al que aún no conocía de la ciudad de Rath, siempre había actuado como si fuera demasiado buena para adiestrar a Liv. Incluso había llegado a decirle a Liv que ser asignada a su caso había sido un castigo por cierta indiscreción cometida con el hijo del embajador atashiano. Por lo general, adiestraba a bicromos, policromos y espías de verdad.

Aglaia vio a Liv y se encaminó de frente hacia ella, saludando con la mano a unos pocos clientes y guiñando el ojo en una ocasión.

—Aliviana —dijo Aglaia, plantándose ante su mesa—, qué… activa pareces esta mañana. —La pausa hablaba por sí sola. El desvergonzado escrutinio, como si realmente intentara encontrar algo positivo que añadir. En cualquier otra mujer, podría haber sido un accidente.

¿Así que quieres jugar? Estupendo.

—Qué alegría verte, Aglaia. La malicia ruin te sienta tan bien —dijo Liv. Ups.

Aglaia abrió los ojos de par en par momentáneamente, antes de responder con una risita fingida:

—Siempre tan aguda como un puñal, ¿verdad, Liv? Eso es lo que me gusta de ti. —Se sentó enfrente de Liv—. ¿O es que tu estupidez te impide comprender la gravedad de tu situación?

Mi padre me advirtió que no viniera aquí. Tiburones y demonios marinos, dijo. Debería haberle hecho caso. Estoy irritando a la mujer que tiene mi futuro en sus manos.

—Lo… —Liv se pasó la lengua por los labios secos, como si las palabras de sumisión necesitaran ayuda para deslizarse entre ellos—. Lo siento. ¿En qué puedo serviros, ama?

La mirada de Aglaia se iluminó.

—Repítelo.

Liv titubeó, apretó la mandíbula. Se obligó a tranquilizarse.

—¿En qué puedo serviros, ama?

—Traza una burbuja.

Liv trazó la burbuja insonorizada, con ventilador incluido.

—Qué jovencita tan orgullosa eres, Liv Danavis. La próxima vez que celebre una fiesta, tendré que acordarme de encargarte que sirvas la comida. O tal vez que limpies los orinales.

—Ay, me encantaría limpiar orinales. Tanto como contarles a todos mis amigos que aún no hayan firmado ningún contrato lo bien que tratan los ruthgari a sus trazadores —repuso Liv.

Aglaia se carcajeó. Lo cierto era que tenía una risa sumamente desagradable.

—Bien jugado, Liv. Era una amenaza sin fundamento, y merecía que me estallara en la cara. Eres de Rekton, ¿verdad?

Liv se puso en guardia de inmediato. ¿Aglaia había dejado correr un insulto? No le hubiera extrañado que, tras poner de manifiesto lo vano de su amenaza, Aglaia contraatacara con otra más contundente; lo cierto era que tenía varias a su disposición. Que no lo hiciera debería alegrar a Liv. No era así.

—Sí —reconoció Liv. No tenía sentido mentir. Nada salía de Rekton. Además, Aglaia tendría un historial en el que constaría la procedencia de Liv. Estaba en su contrato—. Es una ciudad pequeña. Intrascendente.

—¿Quién es Lina?

¿Cómo?

—Es una criada. Katalina Delauria. Trabaja de lo que puede. —Una adicta, una desgracia, y una pesadilla de madre. Pero no hacía falta que Aglaia supiera todo eso, y Liv no tenía ninguna intención de decir nada negativo acerca de sus paisanos.

—¿Familia?

—Ninguna —mintió Liv—. Se estableció en Rekton después de la guerra, igual que mi padre.

—Entonces, ¿no es tyreana?

—¿Quieres decir de origen? No lo sé. Tal vez tenga sangre pariana o ilytiana —respondió Liv—. ¿Por qué?

—¿Cuál es su aspecto?

Demasiado flaca, con los ojos inyectados en sangre y la dentadura estropeada de tanto fumar cencellada.

—Alta, pelo largo muy rizado, piel de caoba, deslumbrantes ojos castaños. —Ahora que Liv lo pensaba, entraba dentro de lo posible que Lina hubiera sido una verdadera belleza alguna vez.

—¿Y Kip? ¿Quién es?

Ah, diablos, pillada.

—Esto, su hijo.

—Vaya, así que sí que tiene familia.

—Pensé que te referías a si tiene familia en Rekton.

—Ya —dijo Aglaia—. ¿Cuántos años tiene Kip?

—Ahora quince, supongo. —Kip era simpático, aunque la última vez que Liv estuvo en casa saltaba a la vista que el muchacho bebía los vientos por ella.

—¿Cuál es su aspecto?

—¿Por qué quieres saber todo esto? —preguntó Liv.

—Contesta a la pregunta.

—Hace tres años que no lo veo. Habrá cambiado un montón. —Liv levantó las manos, pero Aglaia no se dio por vencida—. Algo regordete. Un poco más bajo que yo, la última vez que lo vi…

—¡Por el amor de Orholam, niña, sus ojos, su piel, su pelo!

—¡Es que no sabía lo que querías!

—Pues ya lo sabes —dijo Aglaia.

—Ojos azules, piel normal, menos morena que la de su madre. El pelo rizado.

—¿Mestizo?

—Supongo. —Aunque Liv no se imaginaba cuáles podían ser las mitades que lo componían. ¿Pariano y atashiano? ¿Ilytiano y bosquesangriento? ¿Algo más? Fuera lo que fuese, seguro que no se trataba de simples mitades. «Mestizo» era una descripción mezquina, no obstante, y a todas luces injusta. Las familias más respetadas y todos los nobles de las Siete Satrapías se casaban entre ellos mucho más a menudo que la plebe, pero nadie los llamaba mestizos por ello.

—Conque ojos azules. Qué interesante. En tu ciudad no abundan los ojos azules, ¿verdad?

—Mi padre tiene los ojos azules. Se encuentran algunos entre quienes se asentaron allí después de la guerra, pero no, somos como el resto de Tyrea.

—¿Es trazador?

—Por supuesto que lo es. Mi padre es uno de los trazadores rojos más…

—Tu padre no, estúpida. Kip.

—¿Kip? ¡No! Bueno, al menos no la última vez que lo vi. Tendría doce o trece años por entonces.

Aglaia se reclinó contra el respaldo de la silla.

—Debería dejarte dando tumbos a tientas en la oscuridad después de la actitud que has demostrado hoy, pero seguro que estropearías las cosas más todavía. Tengo una misión para ti, Liv Danavis. Resulta que mi castigo de tener que cargar contigo era un regalo de Orholam disfrazado. Hemos interceptado una carta que esa mujer, Lina, escribió al Prisma.

—¿Que hizo qué?

—En ella afirmaba que Kip es su bastardo.

Era tan absurdo que a Liv se le escapó una carcajada. La expresión de Aglaia indicaba que no estaba bromeando.

—¡¿Qué?!

—Decía que se moría, y que quería que Gavin conociera a su hijo, Kip. No sabemos si es la primera vez que se comunican. Pero no pedía nada, ni lo amenazaba. Kip tiene la edad adecuada, y los ojos de Gavin eran azules antes de que se convirtiera en el Prisma. El resto no demuestra nada, pero la nota estaba escrita como si fuera verdad. Como si Gavin la conociera. —Aglaia esbozó una sonrisa—. Liv, voy a darte la oportunidad de obtener una vida mejor, y espero que no haga falta decirte que ya puedo proporcionarte una vida mucho peor, si así lo decido. Has demostrado ser una supervioleta y una amarilla marginal. Por razones evidentes, tu patrocinador decidió no entrenarte como bicroma.

Sí, Liv lo sabía de sobra. Se esperaba de un bicromo que se ciñera a un estilo determinado, so pena de perjudicar la reputación del patrocinador y su territorio. Y el amarillo era tan difícil de trazar bien que muy pocos de los que entrenaban con él aprobaban el examen final. De modo que patrocinar a un bicromo amarillo suponía una inversión enorme, con escasas posibilidades de recuperarla. El patrocinador de Liv había fingido que no era bicroma para ahorrarse el dinero. Injusto, pero no había nadie dispuesto a levantar la voz por los tyreanos.

—He aquí tu misión, niña. Lo he arreglado para que tu clase sea la siguiente en recibir la instrucción personal del Prisma. Gánate su confianza…

—¿Quieres que espíe al Prisma? —preguntó Liv. La mera idea era casi… blasfema.

—Eso es lo que queremos. Quizá te pida información acerca de su hijo y de esa mujer, Lina. Aprovecha la ocasión. Vuélvete indispensable para él. Conviértete en su amante. Lo que haga falta con tal…

—¿Qué? ¡Pero si tiene dos veces mi edad!

—Lo cual sería espantoso… si tú tuvieras cuarenta años. Pero no los tienes. No es como si estuviéramos hablando de alguien anciano y decrépito. Dime la verdad, ya has soñado con que él te arrancaba la ropa, ¿verdad?

—¡No, de ninguna manera! —Lo cierto era que solamente sentía admiración por él. Como todas las chicas. Pero para Liv se trataba de algo demasiado abstracto. Platónico.

—Oh, qué santa estás hecha. O qué embustera. Te garantizo que todas las mujeres de la Cromería con sangre en las venas han soñado con ello. No importa. Lo harás a partir de ahora.

—¡¿Quieres que lo seduzca?!

—Es la forma más sencilla de estar en la habitación de un hombre mientras duerme. Si se despierta mientras registras su correspondencia, puedes fingir que te devoran los celos y decir que estás buscando las cartas de alguna otra amante. Lo cierto es que me trae sin cuidado cómo te acerques a él, pero seamos sinceras: ¿qué podrías ofrecerle tú al Prisma? ¿Conversaciones inteligentes? ¿Alguna revelación? Lo dudo. Por otra parte, eres bonita, para ser tyreana. Eres joven, no demasiado brillante, aún menos culta, poco poderosa, ni erudita, ni poetisa, ni cantante. Si consigues acercarte a él por cualquier otro medio, estupendo. Me limito a apostar sobre seguro.

Era la forma más demoledora de llamar bonita a alguien que Liv hubiera oído en su vida.

—Olvídalo. No pienso prostituirme por ti.

—Tanta integridad me conmueve, pero no puede calificarse de prostitución si se hace por placer, ¿verdad? Ya lo has visto. Es divino. Así que te llevas los beneficios añadidos. Puedes gozar de él, puedes solazarte en los celos de todas las mujeres, obtendrás todo cuanto tenemos que ofrecer…

—No quiero nada más de vosotros.

—Deberías haberlo pensado antes de firmar el contrato. Pero eso es agua pasada. Liv, si consigues aunque sea tan solo una cita a solas con Gavin Guile, te formaremos como bicroma. Gánate su confianza, y aumentaremos todavía más la recompensa. Pero escúpeme a la cara y toda tu vida se convertirá en piedra infernal. Tu contrato me otorga plenos poderes, y los utilizaré.

La oferta de formar a Liv como bicroma parecía tremendamente generosa a cambio de una simple cita con el Prisma, pero la lógica que había detrás de ello era evidente. Aunque un Prisma podía hacer lo que le placiera, acostarse con una monocroma tyreana sería reprobable, una muestra de mal gusto. Degradante. Una bicroma, por otra parte, al menos gozaba de cierta reputación. Lo cierto era que la oferta no dejaba de ser generosa, y podría avivar las sospechas de Gavin, pero el premio (plantar una espía a la vera misma del Prisma) era tan suculento que los ruthgari estaban dispuestos a correr el riesgo. Necesitaban que Liv dijera que sí.

—Además —concluyó Aglaia—. Si eres más lista de lo que me imagino que eres, podrás averiguar por tus propios medios quién dio la orden de incendiar Garriston. Podrías averiguar quién es el responsable de la muerte de tu madre.

31

Gavin había dado caza a cientos de engendros de los colores, y este no le daba buena espina.

La locura se manifestaba de forma distinta en cada uno de ellos, pero los engendros azules siempre se recreaban en el orden. Les encantaba la solidez de la luxina azul. La mayoría de ellos intentaban reconstruirse a sí mismos con ella. Hasta el último de ellos creía que podría escapar de la locura si era lo suficientemente cuidadoso, lo suficientemente listo, y calculaba de antemano cada uno de los pasos. Pero ¿qué hacía un engendro azul cruzando el desierto más rojo de las Siete Satrapías?

Rondar Wit había sido destinado a una de las ciudades costeras más pequeñas de Ruthgar. Casado y con cuatro hijos, jamás le había dado problemas a su patrón, quien había esperado dos semanas antes de denunciar la desaparición de Rondar; a nadie le gustaba pensar que su amigo podría haberse vuelto loco.

Gavin atravesaba penosamente el desierto. Había realizado una breve parada en la costa para visitar a sus contactos, se había vestido de rojo de pies a cabeza y se había aprovisionado de armas, y aun así estimaba que alcanzaría al engendro antes del anochecer. Sin embargo, estaba rendido. Deslizarse era rápido, pero le dolían los brazos, los hombros, el estómago y las piernas. Sentía tambalearse su fuerza de voluntad. No se mareaba por mucho que trazara, pero el cansancio era inevitable.

A punto de coronar una duna, se detuvo para que su silueta no lo delatara y trazó un par de lentes alargadas. Seguir la pista de los azules era tarea sencilla, por lo general, porque daba igual lo listos que fueran, la mayoría no podía soportar la falta de lógica. Si uno adivinaba cuál era su destino, podría deducir que seguirían la ruta más eficiente para llegar a él. Gavin no tenía ni idea de adónde se dirigía este, pero estaba siguiendo la costa. A menos que su objetivo estuviera próximo, Gavin estaba dispuesto a asumir que el giist continuaría descendiendo por la línea del litoral, manteniéndose lo suficientemente lejos del agua como para evitar las granjas y las ciudades. Claro que este engendro había cometido un error al salir de las arenas demasiado cerca de la costa a fin de ganar tiempo y rápido acceso al agua, y lo había avistado un muchacho encargado de un rebaño de reses huesudas, como todas las de los nómadas del desierto. El pastor había informado a su padre, y este se lo había contado a todo el mundo, incluido el contacto de Gavin.

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