El prisma negro (17 page)

Read El prisma negro Online

Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

BOOK: El prisma negro
6.5Mb size Format: txt, pdf, ePub

En cuestión de media hora, era indudable que estaban a salvo. Sin embargo, Karris se obstinó en su silencio. ¿Cuántas veces podía hacerte tanto daño una persona? Ni siquiera era capaz de mirarlo. Estaba furiosa consigo misma. Parecía haber cambiado tanto después de la guerra. La ruptura del compromiso por su parte la había dejado sin nada. Karris había desaparecido durante un año después de aquello, y Gavin se había mostrado exultante cuando regresó. Había respetado su distanciamiento, nunca decía nada sobre los escarceos amorosos con los que Karris intentaba expulsarlo de sus pensamientos. De alguna manera, eso la enfurecía más todavía. Pero con el paso del tiempo se había visto atraída de nuevo por el halo de misterio que lo envolvía, seducida de forma paulatina por ese hombre que parecía cambiado en cuerpo y alma por la guerra.

¿Cuántos hombres vuelven de la guerra convertidos en mejores personas?

Ninguno, por lo visto.

¿Y cuántas mujeres aprenden de sus errores?

Esta no.

El río se unió a uno de sus afluentes y se ensanchó considerablemente. El lugar que ocupaba Karris en la proa, atenta a las rocas, se volvió innecesario. Hacía un día precioso. Se quitó la capa para disfrutar de los rayos de sol; la caricia de Orholam, le decía su madre cuando era niña. Ya.

—Se rumorea que hay bandidos en este río, y que asaltan a todo el que se cruza en su camino —observó de pasada Gavin—. A lo mejor nos los encontramos y puedes matar unos cuantos.

—No quiero matar bandidos —repuso en voz baja Karris, sin mirarle a los ojos.

—Vaya, como tenías esa expresión…

Karris levantó la cabeza y sonrió con dulzura.

—No quiero matar bandidos. Quiero matarte a ti.

19

—Ah. —Gavin carraspeó.

El muchacho se agitó y se sentó de golpe. Puede que escuchar «quiero matarte» no fuese la mejor manera de despertarse después de que hubieran arrasado tu ciudad. Gavin enarcó una ceja en dirección a Karris. ¿Es imprescindible que hagas esto ahora?

La mujer resopló y se giró mientras el muchacho gemía y se frotaba la cabeza. Miró a Karris, pero esta se mantuvo de espaldas a él. Se atareó desmontando el arco y guardándolo en su funda. El muchacho volvió los ojos azul marino hacia Gavin. Interesante, con su piel broncínea y sus rizos apretados. Los ojos azules eran de ese color porque eran los más profundos, y por tanto los más sensibles y receptivos a la luz. Distaba de ser el único criterio, pero las personas con los ojos azules gozaban de una representación desproporcionada entre los trazadores más poderosos. A mayor cantidad de luz que emplear, más energía que consumir.

En estos momentos, esos ojos tan profundos estaban entrecerrados a causa del dolor. El coscorrón de Gavin, al parecer, había dejado al muchacho con una bonita jaqueca.

—Me salvaste —dijo Kip.

Gavin asintió en silencio.

—¿Quién eres? —preguntó el muchacho.

Directo al grano, ¿eh? Karris se dio la vuelta para ver cómo se las apañaba Gavin. Cruzó los brazos.

Gavin dejó de remar.

—Esta es la noble Karris Roble Blanco, quien, pese a las cómicas combinaciones que yuxtaponen a veces su nombre, el color de su piel y su título, es miembro de la Guardia Negra. —La expresión enfurecida de Karris no se alteró en absoluto. Al parecer, los viejos chistes seguían sin tener gracia—. Y yo… —Había presentado a Karris primero a fin de concederse un momento para pensar. No había funcionado. Cinco años y otros tantos propósitos por delante, Gavin. Esta podría ser tu última oportunidad.

El muchacho estaba inconsciente cuando Gavin anunció su paternidad. No sabía nada. No necesitaba saberlo. Sería mejor que no lo supiera, por varios motivos. Pero mejor aún sería que no se enterara por boca de Karris, en un ataque de rabia. Este muchacho no era su hijo, pero sin la guerra que habían librado Gavin y Dazen (la Guerra de los Prismas o la Guerra del Falso Prisma, según el bando en el que hubiera combatido uno), ninguno de los niños de Rekton y un centenar de otras poblaciones carecería ahora de padre. Gavin fantaseó de nuevo por un momento acerca de contarle a Karris todo cuanto desconocía, y que decidiera la suerte. Pero aunque Karris no se creería una verdad a medias, tampoco podría soportarla toda.

Al menos esta mentira le daría un padre a un huérfano. Le devolvería algo a un muchacho que lo había perdido todo. A Gavin no debería importarle, pero así era.

—Soy el Prisma Gavin Guile. Soy… eres mi hijo natural.

El muchacho lo miró como si no entendiera lo que Gavin acababa de decir.

—Estupendo —dijo Karris—. ¿Por qué no se lo sueltas todo de golpe? ¿Por qué no piensas un poco, Gavin? Te juro que eres más impulsivo de lo que nunca fue Dazen.

¿Impulsivo? le dijo la sartén al cazo. Gavin decidió hacer oídos sordos a las palabras de Karris y se limitó a observar al muchacho. Acababa de reconocer que la había engañado hacía años, que después había mentido al respecto, y que luego, hacía tan solo una hora, había vuelto a mentir. Karris exhibía una rabia glacial que no iba con ella. La furia abrasadora era más de su estilo.

El muchacho la observó de reojo, desconcertado por su enfado, y desvió la mirada. Aún tenía los párpados entornados, aunque Gavin no sabía hasta qué punto se debía al dolor de cabeza provocado por el golpe en la nuca, al mareo provocado por el trazo o a la confusión provocada por el brusco giro de los acontecimientos.

—¿Que eres qué? —preguntó Kip.

—Eres mi hijo natural. —Por el motivo que fuese, le costaba demasiado decir «soy tu padre».

—¿Y apareces ahora? —Una mezcla de incredulidad y desesperación se cinceló en las facciones del muchacho—. ¿Por qué no llegaste ayer? ¡Podrías haber salvado a todo el mundo!

—Desconocía tu existencia hasta esta misma mañana. Y acudimos tan pronto como nos fue humanamente posible. —Antes, incluso—. Si tu ciudad no hubiera estado ardiendo, ni siquiera nos habríamos detenido.

—¿No sabías que existía? ¿Cómo es posible? —preguntó Kip, quejumbroso.

—¡Basta ya! —rugió Gavin—. ¡Ya estoy aquí! Te he salvado la vida, tal vez a costa de una guerra que producirá diez mil huérfanos más. ¿Qué más quieres?

Kip se encogió y se hizo un ovillo.

—Increíble. Serás alcornoque —dijo Karris—. Te dan un hijo y lo primero que haces es gritarle. Eres un verdadero valiente, Gavin Guile.

Era todo tan desproporcionado que Gavin apretó los puños con fuerza, desbordado por la justicia, la injusticia y la locura de esta vida que había elegido.

—¿Quieres darme lecciones sobre el valor? ¿Tú, la mujer que huyó de una noble casa para convertirse en una Guardia Negra? Intentar matarse volcándose en el trabajo o abusando de la magia no es valor, Karris, sino cobardía. ¿Qué esperas de mí? ¿Quieres que traiga de vuelta a tus difuntos hermanos?

Karris le pegó una bofetada.

—No —dijo—. No vuelvas a…

—¿Hablar de tus hermanos? Eran unas víboras. Todo el mundo suspiró aliviado cuando Dazen los mató. Lo mejor que hizo nunca fue matarlos, y lo mejor que hicieron ellos fue morir.

Los ojos de Karris se inundaron de rojo, y la luxina se extendió por toda su piel en un instante. Gavin sintió una punzada de temor, aunque no por sí mismo. Podía soportar todo lo que le echara. Pero cada vez que alguien trazaba en grandes cantidades, aceleraba el momento de su propia muerte. Y concedían más control sobre ellos a su color. Cuando conoció a Karris, sus ojos verdes como el jade solo contenían unos diminutos destellos de rubí. Ahora, incluso en reposo, cuando no estaba trazando, esas estrellas rojas dominaban el verde.

Pero Karris no atacó.

—Aprendo despacio —dijo—, pero por fin lo he entendido. Es la última vez que me traicionas, Gavin. —Fue como si escupiera su nombre—. Me…

—¡Maldita cabezota! Te quiero, Karris. Siempre te he querido.

Fue como si el viento escapara de sus velas durante unos pocos latidos. La luxina roja se retiró de las puntas de sus dedos. Pero luego, cuando Gavin comenzaba a alimentar alguna esperanza, Karris dijo:

—¿Cómo te atreves? Eres increíble… eres… eres… Gavin Guile, lo único que he obtenido de ti es muerte y tristeza. ¡Hemos terminado! —Agarró su petate y saltó por la borda.

Gavin estaba tan asombrado que no acertó a decir nada. Vio a Karris alcanzar la orilla a nado y salir del agua con el petate. Podía viajar a Garriston sin él, por supuesto, y aún llegaría antes de lo que esperaba su contacto. Los bandidos seguían constituyendo un problema, desde luego, y cualquier viajera solitaria sería una víctima tentadora.

Si los bandidos se confiaban por ese motivo, tendrían suerte de salir con vida del encuentro. Pero todo el mundo debía dormir alguna vez. Karris estaba siendo impulsiva, pero nada de lo que pudiera decir Gavin cambiaría las cosas. No hasta dentro de mucho. Por eso la Blanca había intentado organizarlo para que él no estuviera presente cuando ella averiguara lo de su bastardo. Podría ir detrás de ella, pero no serviría de nada. Con su temperamento, solo conseguiría empeorar la situación.

Cinco propósitos, y ni siquiera he escupido toda la verdad.

Kip estaba ovillado en un rincón, intentando pasar inadvertido. Levantó la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de Gavin por un momento.

—¿Qué estás mirando? —le espetó Gavin.

20

Aunque jamás había trazado ni una gota de azul, Karris siempre había poseído cierta afinidad por las que se consideraban virtudes azules. Le gustaba tener un plan. Le gustaba el orden, la estructura, la jerarquía. Incluso de niña, le gustaban las normas de la etiqueta. Asistir a una cena pariana oficial y conocer la función exacta hasta de la última cucharilla diminuta y el último cascanueces, saber cuántas veces había que sacudirse el exceso de agua de los dedos tras lavarse las manos en el cuenco de agua entre el primer y el segundo plato, y saber sin sombra de duda dónde había que dejar el urum de tres dientes para indicar a los esclavos que se había terminado de comer le reportaba algo parecido a la paz. Posar la copa a medio camino del divisor lateral significaba que querías otra media copa de vino, ni más ni menos. Encima del vertical significaba que te gustaría cambiar del blanco al tinto. Señas y contraseñas. La llamada del luxiat y la respuesta de la congregación. Le encantaba bailar y conocía casi todas las danzas de las Siete Satrapías. Le encantaba la música y sabía tocar el gemscorno o acompañarse a la psantria mientras cantaba. Pero nada de todo cuanto sabía le servía ahora de nada. No había estructura, ni jerarquía, ni orden que pudiera guiarla.

Se suponía que aún debía estar en un barco. Se suponía que debía reunirse con un espía de la Cromería antes de adentrarse tanto en Tyrea. Se suponía que dicho espía debía conducirla río arriba hasta el ejército del rey Garadul y proporcionarle una cobertura que la ayudase a entrar en dicho ejército sin perder la vida en el intento. En vez de eso, estaba empapada de agua, sola, y a menos de una jornada a pie del ejército en cuestión, sin contactos, ni mapas, ni instrucciones, ni plan. No hacía ni cinco minutos que Gavin y su bastardo se habían perdido de vista río abajo.

Me estoy volviendo impulsiva. El rojo está destruyéndome.

Karris escurrió el agua de su pesada capa de lana negra y empezó a buscar un sitio donde acampar. La ladera estaba poblada de eucaliptos que inundaban el aire con su fragancia y se confabulaban con los altos pinos para bloquear los implacables rayos del resplandeciente ojo de Orholam. Le llevó apenas unos minutos encontrar el lugar adecuado, disimulado en gran parte por la maleza. Reunió madera y formó una pequeña pirámide con ella. No se molestó en recoger ramitas para encender el fuego: ser roja tenía sus ventajas. Pero sí que miró con atención a su alrededor durante varios minutos antes de sacar los anteojos del bolsillo interior de una de sus mangas. Estaba sola. Trazó un fino hilo de luxina roja en la base de la pirámide.

Aun esa módica cantidad de rojo bastó para avivar los rescoldos de su furia. Mientras guardaba las lentes rojas y verdes pensó en aplastar la insolente sonrisa de Gavin. «¿Te quiero?» ¿Cómo se atreve?

Sacudió la cabeza y estiró un dedo, expulsando luxina roja desviada a propósito, desembarazándose del exceso. Como ocurría con toda la luxina trazada de forma imperfecta, se descompuso enseguida, desprendiendo una fragancia mixta: el olor a resina que compartía toda la luxina y el característico aroma a hojas de té secas y tabaco de la roja en particular.

Sacó una piedra de pedernal y el cuchillo en vez de limitarse a trazar subrojo para producir la chispa. Empezaba a acusar el frío, de modo que encendió el fuego como una simple mortal.

«Te quiero.» Malnacido.

Mientras se secaba su ropa, se puso el atuendo de repuesto que guardaba en la bolsa impermeable. Por suerte, la moda tyreana se había vuelto más práctica en los últimos quince años. Si bien en entornos sociales o urbanos las mujeres lucían vestidos largos hasta las pantorrillas o los tobillos, con cinturón y acompañados a menudo de un chal o una chaqueta completa para la noche, durante los viajes y en el campo preferían los pantalones de lino masculinos, aunque con camisas más largas que las de los hombres por recato, por fuera del pantalón pero ceñidas por un cinturón, como una túnica. Según le había explicado el comandante Puño de Hierro, al terminar la Guerra del Falso Prisma no había hombres ni muchachos suficientes para recolectar las naranjas ni otras frutas. Las jóvenes que se unían a los cosechadores acortaban sus faldas a fin de que estas no las entorpecieran al subir y bajar tantas veces de las escalerillas de mano. Resultaba evidente que alguien se había quejado. Era poco probable que fuesen los chicos que sujetaban las escaleras.

De ahí la afición a los pantalones.

A Karris le gustaba la ropa. Estaba acostumbrada a vestir prendas masculinas debido a su adiestramiento en la Guardia Negra, y aunque el lino holgado no acompañaba sus movimientos con la misma elegancia ni era tan suave como el uniforme de la Guardia Negra, elástico e imbuido de luxina, tampoco estaba tan mal. Además, camuflaba sus curvas mejor que el ceñido atuendo de la Guardia Negra. Ningún hombre se atrevería ni tan siquiera a silbar al paso de una Guardia Negra en los Jaspes, aun a pesar de la sutil ostentación de una figura que se había ganado a pulso. Pero una mujer que viajaba sola en un territorio lejano no debería tentar más de lo necesario a la suerte.

Other books

Anne Barbour by A Rakes Reform
Taken By The Billionaire by White, Renee
Midnight Secrets by Ella Grace
The River of Night's Dreaming by Karl Edward Wagner
To the Wedding by John Berger
Darkness Exposed by Reid, Terri
The Party Line by Sue Orr
Slow Ride by Erin McCarthy