El pozo de la muerte (35 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Ciencia ficción, Tecno-trhiller, Intriga

BOOK: El pozo de la muerte
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—Tengo que confesarte algo, Malin —dijo Claire finalmente, tras unos instantes de silencio—. Este encuentro no fue accidental.

Hatch la miró.

—Te vi cuando estabas cerca del fuerte Blacklock y… bueno, imaginé adonde ibas —continuó ella.

—Y acertaste, por lo visto.

—Quería pedirte disculpas. Yo no pienso como Woody. Sé que tú no estás en esto por el dinero, y quería decírtelo. Y espero que tengas éxito.

—No tienes por qué disculparte —respondió Hatch—. Cuéntame por qué te casaste con él —le pidió tras un instante de silencio.

Ella suspiró y miró hacia otra parte.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Sí.

—Oh, Malin, yo era tan… no sé. Tú te habías marchado, y ni siquiera me habías escrito. No, no te estoy echando la culpa. Ya sé que yo ya no salía contigo antes de que te fueras.

—Así es. Me dejaste por Richard Moe, estrella del equipo de baloncesto. ¿Qué es de la vida de Dick?

—No sé nada de él. Lo dejé tres semanas después de que tú te fueras de Stormhaven. De todas formas, nunca lo quise. La razón de que me hubiera liado con él es que estaba furiosa contigo. Había una parte tuya a la que yo no podía llegar, un lugar al que me prohibías la entrada. En verdad, tú te habías marchado de Stormhaven mucho antes de irte físicamente. Y era eso lo que me enfurecía. Después de que dejamos de salir, yo esperaba que me pidieras que volviera. Y luego, un día descubrí que tu madre y tú habíais dejado la ciudad —terminó Claire.

—Sí. Nos fuimos a Boston. Imagino que yo debía de ser un chico bastante melancólico.

—Todos los chicos de Stormhaven me aburrían muchísimo. Estaba ansiosa por ir a la universidad. Y entonces llegó el joven pastor. Había estado en Woodstock; había sufrido los gases lacrimógenos durante la convención de Chicago de 1968. Parecía tan valiente y sincero. Había heredado una fortuna inmensa —margarina y otras industrias, ya sabes—, y había entregado hasta el último centavo a los pobres. Malin, ojalá lo hubieras conocido entonces. Era tan distinto, defendía con tanta pasión las grandes causas; era un hombre que de verdad pensaba que podía cambiar el mundo. Yo no podía creer que estuviera interesado en mí. Y jamás me hablaba de Dios, simplemente intentaba vivir según sus enseñanzas. Todavía recuerdo que le resultaba insoportable pensar que por él yo no había ido a la universidad.

Insistió en que estudiara en la Universidad a Distancia. Es el único hombre que he conocido que jamás dice una mentira, aunque la verdad pueda herir.

—¿Qué ha pasado, entonces?

Clara suspiró y apoyó la barbilla en las rodillas.

—No lo sé muy bien. Es como si Woody se hubiera empequeñecido con los años. Las pequeñas ciudades pueden ser letales, Malin, sobre todo para un hombre como él. Ya sabes cómo son. Stormhaven es un pequeño mundo cerrado. Aquí a nadie le ha importado nunca la política, ni la proliferación de armas nucleares, o que los niños de Biafra se murieran de hambre. Le he suplicado a Woody que nos fuéramos, pero es muy obstinado. Él ha venido a cambiar esta ciudad, y no va a marcharse hasta haberlo conseguido. La gente se ha mostrado tolerante con él, y supongo que hasta han mirado todas sus campañas para financiar grandes causas con cierta diversión. Nadie se ha enfadado a causa de su ideología liberal. Simplemente lo ignoran. Y eso ha sido lo peor para él, sentirse cortésmente ignorado. Se ha vuelto más y más… —Claire hizo una pausa, como buscando la palabra justa—. No sé exactamente cómo decirlo. Se ha vuelto cada vez más rígido y moralista. Incluso en casa. Nunca aprendió a tomarse las cosas con un poco de humor. Y vivir sin sentido del humor es muy difícil.

—Bueno, el humor de Maine es algo difícil de comprender para alguien de otro lugar —dijo Hatch, comprensivo.

—No, Malin, él carece de sentido del humor, literalmente. Woody jamás se ríe. Nada le parece divertido. Simplemente no lo entiende. No sé a qué se debe, si a su educación o a sus genes, o a otra causa. No hablamos de eso en casa. Tal vez por eso es tan ardiente, tan inflexible con respecto a sus convicciones. —Claire tuvo un instante de vacilación—. Y ahora tiene algo en qué creer.

Tiene una nueva gran causa en su cruzada contra la búsqueda del tesoro. Y cree que esta vez conseguirá que Stormhaven realmente se preocupe de este asunto.

—Pero ¿qué tiene realmente contra las excavaciones? —preguntó Hatch—. ¿O hay algo más en su cruzada? ¿Sabe lo nuestro?

Ella se volvió para mirarlo.

—Claro que lo sabe. Hace muchos años él me pidió sinceridad total, y yo se lo conté todo. Claro que no había mucho que contar —terminó Claire con una carcajada.

Me lo merezco por preguntar, pensó Hatch.

—Muy bien, será mejor que tu marido comience a buscar otra causa porque nosotros ya estamos en el tramo final.

—¿De verdad? ¿Cómo puedes estar tan seguro?

—El historiador del equipo ha hecho hoy un importante descubrimiento. Se ha dado cuenta de que Macallan, el tipo que construyó el Pozo de Agua, lo proyectó como si fuera el capitel de una catedral.

—¿Un capitel? Pero si en la isla no hay ninguno… —dijo Claire frunciendo el ceño.

—Claro que no. Quiero decir un capitel invertido. A mí también me parecía una locura, pero cuando lo piensas, te das cuenta de que tiene sentido. St. John me lo ha explicado. —Era bueno tener alguien con quien hablar. Y Hatch sabía que podía confiar en Claire—. Red Ned Ockham quería que Macallan construyera un lugar inexpugnable para guardar su tesoro hasta que él volviera a llevárselo.

—¿Y cómo iba a sacarlo de allí, si el lugar es inexpugnable?

—Por una puerta trasera secreta. Pero Macallan tenía otras ideas. Para vengarse por haber sido secuestrado, proyectó el Pozo de Agua de tal modo que ni siquiera Red Ned podría llevarse el tesoro. Dispuso todo para que Red Ned muriera si intentaba recuperar su botín. Pero el pirata murió antes de poder volver a la isla, y desde entonces el Pozo de Agua ha resistido todos los ataques. Pero nosotros estamos usando tecnologías que Macallan ni siquiera podía imaginar. Y ahora que lo hemos vaciado, hemos podido ver con exactitud cómo fue construido. Macallan era un constructor de iglesias. Y como tú sabes, las iglesias tienen un complicado sistema de soportes, hecho con vigas y puntales, por fuera y por dentro, para evitar que se derrumben, ¿verdad? Bien, Macallan invirtió el esquema, y lo utilizó como soporte durante la construcción del pozo. Después, cuando lo estaban llenando, quitó en secreto las vigas más importantes. Ninguno de los piratas podía darse cuenta de que algo no estaba bien. Si Ockham hubiera regresado, habría reconstruido el dique, clausurado los túneles por donde entraba el agua del mar al pozo, y luego lo habría vaciado para recuperar su tesoro. Y entonces el pozo se le habría desmoronado encima. Ésa era la trampa que aguardaba a Ockham. Pero nosotros, reponiendo los refuerzos que quitó Macallan, similares a los que necesitaría la torre de una catedral, podemos hacer que el pozo sea un lugar seguro, y sacar el tesoro sin peligro.

—Eso es increíble —dijo Claire.

—Sí que lo es.

—¿Y por qué entonces no estás más alegre?

—¿Es tan evidente? —dijo Hatch, y sonrió—. A pesar de todo lo que ha sucedido, creo que mis sentimientos con respecto al proyecto aún son ambivalentes. El oro, o mejor dicho la fascinación que provoca, hace que la gente actúe de maneras muy extrañas. Y yo no soy la excepción. Me digo que he aceptado participar en esto para averiguar qué le sucedió a Johnny. He pensado crear con mi parte del tesoro una fundación en memoria de mi hermano. Pero en más de una ocasión me he encontrado pensando en las cosas que podría hacer con todo ese dinero.

—Pero eso es muy normal, Malin.

—Quizá, pero aún así no está bien. Tu marido lo dio todo a los pobres, ¿no es verdad? —Hatch suspiró—. Después de todo, él quizá tenga razón con respecto a mí. De todas formas, Clay no parece habernos causado mucho daño con su oposición.

—En eso te equivocas —dijo Claire, y lo miró a los ojos—. ¿Te han contado del sermón del último domingo?

—Sí, algo he oído.

—Clay leyó unos versículos del libro del Apocalipsis, y causó una gran impresión a los pescadores. ¿Te contaron que llevó a la iglesia la piedra de la Maldición?

—No —respondió Hatch frunciendo el entrecejo.

—Dijo también que el tesoro valía dos mil millones dólares, y que tú le habías mentido, diciendo que su valor era mucho menor. ¿Es verdad que le has mentido, Malin?

—Yo… —Hatch se interrumpió; no sabía si estaba furioso con Clay o consigo mismo—. Me imagino que me puse a la defensiva cuando me acosó en la fiesta de la langosta. Sí, le hablé de una cantidad menor. No quería darle armas ofreciéndole más información que la imprescindible.

—Pues bien, ahora está muy bien armado. Este año ha mermado la pesca, y mi marido se ha encargado de relacionar ese hecho con las excavaciones. Finalmente, ha encontrado la causa que buscó durante veinte años, y ha conseguido dividir a la gente de Stormhaven en dos bandos.

—Claire, las capturas disminuyen de año en año. Han pescado langostas y toda clase de peces sin respetar las épocas de veda durante más de cincuenta años.

—Tú lo sabes y yo también, pero ahora tienen un chivo expiatorio. Malin, están planeando acciones de protesta.

Hatch la miró.

—No conozco los detalles, pero nunca había visto tan exaltado a Woody. Y todo se ha acelerado en los últimos dos días. Ha conseguido unir a todos los pescadores, y están planeando algo grande.

—¿No puedes averiguar algo más? '

Claire se quedó callada, y miró al suelo.

—Ya te he dicho todo lo que sé —dijo después de un momento—. No me pidas que espíe a mi marido.

—Lo siento, no quería decir eso —dijo él—. Ya sabes que no haría una cosa así.

De repente, Claire se cubrió la cara con las manos.

—Tú no lo entiendes —exclamó—. Oh, Malin, si yo pudiera… —Sus hombros se estremecieron cuando se echó a llorar.

Malin la abrazó con suavidad y apoyó la cabeza de ella en su hombro.

—Lo siento —murmuró ella—. Me estoy comportando como una niña.

—Shhh —susurró Malin, dándole palmaditas en los hombros.

Claire dejó de sollozar poco a poco, y él percibió la fresca fragancia de su cabello y sintió su cálido aliento a través de la tela de la camisa. La mejilla de ella era muy suave contra la suya, y cuando ella murmuró algo que él no alcanzó a comprender, advirtió que la caliente humedad de una lágrima rozaba sus labios. Y cuando ella volvió la cabeza, la echó hacia atrás y le rozó los labios. Él la besó suavemente, sintió la suave línea de sus labios, la suavidad de su piel. Volvió a besarla, esta vez con más ímpetu. Y de repente, sus bocas estaban selladas una contra la otra, y las manos de ella se hundían en el pelo de él. El extraño ruido de las rompientes, la tibieza del claro, parecieron disolverse en la nada. En el mundo sólo estaban ellos dos. El corazón de Hatch palpitó con fuerza cuando introdujo su lengua en la boca de Claire y ella se la lamió. Las manos de ella le acariciaban la espalda, tironeaban de su camisa. Hatch pensó que cuando eran adolescentes nunca se habían besado con tanta entrega. ¿O era que entonces no sabían cómo hacerlo? Se inclinó ávido sobre ella, y con una mano le acarició el vello de la nuca mientras deslizaba la otra por la curva del pecho, hasta la cintura, y las rodillas entreabiertas. Ella abrió las piernas y gimió. Hatch sintió la leve humedad de sus curvas. Un olor a almizcle se mezcló con el aroma a manzanas.

De repente, ella se apartó.

—No, Malin —dijo con voz ronca, y se puso de pie y se arregló la ropa.

—Claire… —comenzó él, y le tendió la mano, pero ella ya se marchaba.

La miró alejarse a paso rápido por el sendero. Claire desapareció casi de inmediato entre la verde espesura. El corazón de Hatch palpitaba con fuerza, y por las venas le corría una incómoda mezcla de deseo, culpabilidad y adrenalina. ¿Un lío con la mujer del pastor? Stormhaven jamás lo toleraría. Acababa de hacer una de las mayores tonterías de su vida. Aquello había sido un error, el resultado de un instante de ofuscación. Con todo, cuando se levantó y se alejó por un sendero distinto al que había tomado Claire, Hatch no podía dejar de pensar en lo que habría sucedido si ella no hubiera huido.

35

A la mañana siguiente, Hatch se dirigió muy temprano al campamento base y abrió la puerta del despacho de St. John. Para su sorpresa, el historiador ya estaba sentado a su mesa, con la vieja máquina de escribir a un lado y media docena de libros abiertos delante de él.

—No pensaba encontrarle aquí tan pronto —dijo Hatch—. Iba a dejarle una nota para que fuera a verme a mi casilla.

El inglés se reclinó hacia atrás en su silla y se frotó los ojos.

—En verdad, quería hablar con usted. He hecho un descubrimiento interesante.

—También yo.

Hatch le tendió un manojo de páginas amarillentas que había guardado en varias carpetas. St. John apartó los libros, puso las carpetas en la mesa y comenzó a examinarlas. Poco a poco, la expresión de cansancio desapareció de su rostro.

—¿De dónde ha sacado esto? —le preguntó a Hatch, cogiendo un antiguo trozo de pergamino.

—Estaban escondidas en un viejo armario, en el desván de mi casa. Son las anotaciones que hizo mi abuelo en su búsqueda del tesoro. He reconocido su letra. Se obsesionó con el tesoro, ya sabe, y acabó en la ruina. Después de la muerte de mi abuelo, mi padre quemó casi todos sus papeles, pero éstos no los debió ver.

St. John le dio la vuelta al pergamino.

—Extraordinario —murmuró—. Nuestros investigadores en los Archivos de Indias de Sevilla no estaban enterados de la existencia de estos documentos.

—Tengo un poco olvidado el castellano, de manera que no he podido traducirlo todo, pero aquí está lo que me parece más interesante —dijo Hatch, y le señaló una carpeta rotulada «Archivos de la ciudad de Cádiz». Dentro había una fotografía oscura, un tanto borrosa y muy ajada por el uso, del manuscrito original.

—Veamos —comenzó St. John—. «
Archivos de las Cortes de Cádiz, 1661 a 1700. Octavo 16.
» Hummm.

«Durante todo el reino del Sacro Emperador Romano Carolus II (en otras palabras, Carlos II), fuimos acosados por los piratas. Solamente en 1690, la Real Flota de la Plata…» Se llamaba la Flota de la Plata… aunque los barcos también transportaban una gran cantidad de oro…

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