El poder del perro (44 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
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La industria del sexo se divide en dos ramas amplias.

Prostitución y porno.

Sí, está el striptease, pero por ahí es donde empiezan la mayoría de las chicas, y no se quedan mucho tiempo. O van a la prostitución, o van al porno. Te saltaste la fase de bailarina (gracias, Haley) y fuiste directa a la cumbre del negocio de la prostitución, pero ¿qué pasa después?

¿Si no aceptas la oferta de Adán y el mercado no funciona?

¿Porno?

Bien sabe Dios que ha recibido ofertas. El dinero es bueno, aunque el trabajo duro. Y sabe que hay que ir con cuidado en lo referente a la salud, pero Dios... Eso de hacerlo delante de una cámara la frena un poco.

Y de nuevo, ¿cuánto duraría? Seis o siete años, máximo.

Después llegaría la pendiente pronunciada hacia los vídeos de bajo presupuesto. Follar sobre un colchón en el patio trasero de alguna casa del Valle. Escenas de chica con chica; escenas de orgías; el papel de la esposa cornuda y salida; la suegra ninfómana; la mujer mayor ansiosa, hambrienta de sexo y pollas, agradecida.

Te matarías en un año.

Una navaja en las muñecas o una sobredosis.

Lo mismo con la inevitable derivación a
call girl
. Lo has visto, te has encogido ante el espectáculo, te has compadecido de la mujer que se quedó demasiado tiempo, que no ahorró dinero, que no se casó, que no llegó a un acuerdo duradero con un cliente. Has visto desmoronarse sus rostros, envejecer sus cuerpos, venirse abajo su moral, y te has compadecido de ellas.

Compasión.

De ti misma o la que fuera, no podrías soportarlo.

Acepta la oferta de ese hombre.

Te quiere, te trata bien.

Acepta la oferta ahora que todavía eres hermosa, ahora que todavía te desea, ahora que todavía puedes proporcionarle más placer del que había soñado en su vida. Acepta su dinero, ahórralo, y después, cuando se canse de ti, cuando empiece a mirar con más atención a las jovencitas, a mirarlas como te mira ahora a ti, puedas largarte con la dignidad intacta y una vida decente ante ti.

Retirarte del negocio y vivir.

Resuelve decirle sí a Adán.

Guamuchilito, Sinaloa, México

Tijuana, México

Colombia

1992

Fabián está que arde.

Debido a lo que Pilar le había susurrado.

Yo quiero rabiar.

¿Me estaba diciendo lo que creo que me estaba diciendo?, se pregunta. Lo cual conduce a otros pensamientos, sobre su boca, sus piernas, sus pies colgando en el agua, el sexo que se le marcaba bajo el bañador. Y fantasías, de deslizar la mano por debajo de su vestido y palpar sus pechos, acariciar su
chocho
, oír sus gemidos, estar dentro de ella y...

¿Dijo en serio
rabiar
? El español es un idioma sutil, en que cada palabra puede encerrar muchos significados.
Rabiar
puede significar ansiar, arder, estar furioso, volverse loco, y tal vez ella se refería a todo eso. Y también puede referirse específicamente al sadomaso, y se pregunta si quería decir que deseaba ser atada, azotada, follada con brutalidad... lo cual le despierta fantasías aún más fascinantes. Sorprendentes fantasías que jamás había alimentado. Se imagina atándola con pañuelos de seda, azotando su hermoso culo, dándole con el látigo. Se imagina detrás de ella, que está a cuatro patas, follándola como a un perro, y ella chillándole que le tire del pelo. Y él agarrando un puñado de aquel cabello negro y reluciente y tirando de él como las riendas de un caballo, de manera que su largo cuello se arquea y se estira, y ella chillando de dolor y placer.

Yo quiero rabiar.

¡Ay, Dios mío!

La próxima vez que va a Rancho Méndez (semanas después, interminables semanas después), apenas puede respirar cuando baja del coche. Siente una opresión en el pecho y la cabeza ligera. Y se siente culpable, además. Se pregunta, cuando Güero le recibe con un abrazo, si el deseo por su mujer se trasluce en su cara. Y así debe ser cuando ella sale por la puerta de la casa y le sonríe. Carga en brazos al bebé y rodea con el brazo a la niña, a la que dice:
Mira, Claudia. Tío Fabián está aquí
.

Siente una punzada de vergüenza, como si hubiera dicho: Hola, Claudia, tío Fabián quiere follarse a mami.

Con desesperación.

Aquella noche la besa.

El jodido de Güero les deja solos en la sala de estar para llamar por teléfono, y están de pie junto al fuego y ella huele a mimosas y Fabián cree que su corazón va a estallar y se están mirando y se están besando.

Sus labios son sorprendentemente suaves.

Como melocotones pasados.

Se siente mareado.

El beso termina y se separan.

Asombrados.

Asustados.

Excitados.

Él se aleja hacia el otro lado de la sala.

—Yo no quería que esto sucediera —dice ella.

—Ni yo.

Ya lo creo que sí.

Forma parte del plan.

El plan que le explicó Raúl Barrera, pero Fabián está seguro de que el autor es Adán. Y tal vez el mismísimo Miguel Ángel Barrera.

Y Fabián está llevando a cabo el plan.

Muy pronto están intercambiando a escondidas besos, abrazos, roces de manos, miradas de complicidad. Es un juego terriblemente peligroso, terriblemente excitante. Flirtear con el sexo y la muerte, porque Güero mataría a ambos si lo descubriera.

—No lo creo —dice Pilar a Fabián—. Creo que te mataría a ti, pero después gritaría, lloraría y me perdonaría.

Lo dice casi con tristeza.

No quiere el perdón.

Quiere arder en deseos.

—Jamás puede ocurrir algo entre nosotros —dice no obstante.

Fabián le da la razón. Con palabras. En su mente, está pensando: Sí, ya lo creo que sí. Sí, sucederá. Es mi trabajo, mi tarea, mi misión. «Seduce a la mujer de Güero. Llévatela contigo.»

Empieza con las palabras mágicas: «Y si».

Las dos palabras más poderosas de cualquier idioma.

¿«Y si» nos hubiéramos conocido antes? ¿«Y si» fuéramos Ubres? ¿«Y si» pudiéramos viajar juntos, a París, Río, Roma? ¿«Y si» nos fugáramos? ¿«Y si» nos lleváramos dinero suficiente para iniciar una nueva vida?

Y si, y si, y si.

Son como dos niños que juegan. (¿«Y si» esas piedras fueran de oro?). Empiezan a imaginar los detalles de su fuga, adónde irían, cómo, qué se llevarían. ¿Cómo podrían huir sin que Güero se enterara? ¿Y sus guardaespaldas? ¿Dónde podrían encontrarse? ¿Y sus hijos? No los abandonaría jamás.

Todas estas fantasías compartidas, expresadas en fragmentos de conversaciones, momentos robados a Güero. Ya es infiel a Güero en pensamiento y corazón. Y en el dormitorio... Cuando está encima de ella, piensa en Fabián. Güero se siente muy satisfecho de sí mismo cuando ella chilla al alcanzar el orgasmo (esto es nuevo, esto es inédito), pero está pensando en Fabián. Hasta eso le está robando.

La infidelidad es completa. Solo quedan los detalles físicos.

La posibilidad conduce a la fantasía, la fantasía se convierte en especulación, la especulación en planificación. Es delicioso planificar esta nueva vida. Lo hacen hasta el mínimo detalle. Como los dos están obsesionados con la ropa, desperdician preciosos minutos hablando de qué se llevarán, qué pueden comprar allí («allí» puede ser París, Roma o Río, según el momento).

O detalles más serios: ¿deberíamos dejar una nota a Güero? ¿Deberíamos irnos juntos o encontrarnos en algún sitio? Si nos reunimos, ¿dónde? Tal vez podríamos marchar por separado, en el mismo vuelo. Intercambiar miradas de complicidad de fila a fila, un largo y sexualmente tortuoso vuelo nocturno, después acostar a los niños y encontrarse en la habitación de Fabián del hotel de París.

Rabiar.

No, yo no podría esperar, dice ella. Iré al lavabo del avión. Tú me seguirás. La puerta no estará cerrada con llave. No, se encontrarán en un bar de Río. Fingirán que no se conocen. Él la seguirá hasta un callejón, la empujará contra una valla.

Rabiar.

«¿Me harás daño?»

«Si tú quieres.»

«Sí.»

«Entonces te haré daño.»

Fabián es todo lo contrario de Güero: sofisticado, apuesto, bien vestido, elegante, sexy. Y adorable. Muy adorable.

Ella está preparada.

Le pregunta cuándo.

—Pronto —dice él—. Quiero huir contigo, pero...

Pero.

El terrible contrapeso de «Y si». La intrusión de la realidad. En este caso...

—Necesitaremos dinero —dice Fabián—. Yo tengo algo, pero no lo bastante para escondernos el tiempo necesario.

Sabe que este tema es delicado. Es el frágil momento en que la burbuja podría estallar. Ahora flota en el aire leve del romance, pero los groseros detalles mundanos podrían reventarla. Compone una máscara de sensibilidad, mezclada con una pizca de vergüenza, y clava la vista en el suelo cuando dice:

—Tendremos que esperar hasta que consiga más dinero.

—¿Cuánto tiempo será? —pregunta ella. Suena herida, decepcionada, al borde de las lágrimas.

Fabián tiene que ser cauteloso. Muy cauteloso.

—No mucho —dice—. Un año. Tal vez dos.

—¡Eso es demasiado!

—Lo siento. ¿Qué puedo hacer?

Deja la pregunta flotando en el aire, como si no hubiera respuesta. Ella le proporciona la contestación que desea y espera.

—Yo tengo dinero.

—No —dice Fabián con firmeza—. Jamás.

—Pero dos años...

—Está descartado.

Al igual que el flirteo estuvo descartado en su momento, los besos descartados en su momento, la huida.

—¿Cuánto necesitaríamos? —pregunta Pilar.

—Millones —dice él—. Por eso tardaré.

—Puedo retirarlos del banco.

—Yo no podría.

—Solo piensas en ti —dice ella—. Tu orgullo masculino. Tu machismo. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?

Y esa es la clave, piensa Fabián. Ya es trato hecho, ahora que ha invertido la ecuación. Ahora que aceptar su dinero sería un acto de generosidad y altruismo por su parte. Ahora que la ama tanto que es capaz de sacrificar su orgullo, su machismo.

—No me quieres —dice ella haciendo pucheros.

—Te quiero más que a mi vida.

—No me amas lo suficiente para...

—Sí —dice Fabián—. Sí te quiero.

Ella le rodea en sus brazos.

Cuando vuelve a Tijuana, se encuentra con Raúl y le dice que el trato está hecho.

Ha tardado meses, pero el Tiburón está a punto de comer.

Un momento óptimo, piensa Raúl.

Porque ha llegado el momento de declarar la guerra a Güero Méndez.

Pilar dobla y guarda en la maleta con cuidado un pequeño vestido negro.

Junto con sujetadores, panties y otra ropa interior negra.

A Fabián le gusta el negro.

Quiere complacerle. Quiere que la primera vez con él sea perfecta.
Bueno, a menos que la fantasía sea mejor que el acto
. Pero no lo cree. Ningún hombre puede hablar como él lo hace, utilizar esas palabras, abrigar esas ideas, y no ser capaz de respaldar al menos algunas. Si ya se pone húmeda cuando habla con él, ¿qué conseguirá cuando la rodee en sus brazos?

Le dejaré hacer todo lo que quiera, piensa.

Quiero que haga todo lo que quiera.

«¿Me harás daño?»

«Si tú quieres.»

«Sí.»

«Entonces te haré daño.»

Eso espera, espera que lo diga en serio, que su belleza no le intimide y pierda el valor.

Que no lo pierda en ningún momento, porque desea una nueva vida, lejos de este pueblucho de Sinaloa con su marido y los patanes de sus amigos. Quiere una vida mejor para sus hijos, una buena educación, cultura, la idea de que el mundo es más amplio y mejor que una grotesca fortaleza oculta en las afueras de una aislada ciudad de las montañas.

Y Fabián comparte sus ideas. Han hablado de ello. Le ha hablado de hacer amistades fuera del estrecho círculo de los
narcotraficantes
, de forjar relaciones con banqueros, inversionistas, incluso artistas y escritores.

Pilar lo desea para ella.

Lo desea para sus hijos.

Durante el desayuno, Güero se había excusado, momento que Fabián había aprovechado para inclinarse hacia ella.

—Hoy —susurró, y ella sintió un aleteo en el corazón. Fue casi como un pequeño orgasmo.

—¿Hoy? —preguntó.

—Güero se va a inspeccionar sus campos —dijo Fabián.

—Sí.

—Cuando me vaya al aeropuerto, me acompañarás. He reservado un vuelo a Bogotá.

—¿Y los niños?

—Por supuesto —dijo Fabián—. ¿Puedes meter algunas cosas en una maleta, y deprisa?

Oye que Güero se acerca por el pasillo. Pilar esconde la maleta debajo de la cama.

Güero ve ropa esparcida por la habitación.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy pensando en deshacerme de algunas cosas viejas —dice ella—. Las llevaré a la iglesia.

—¿Después irás de compras? —pregunta él con una sonrisa. Le gusta que vaya de compras. Le gusta que gaste dinero. Él la alienta.

—Es probable.

—Me voy —dice Güero—. Estaré fuera todo el día. Puede que no venga hasta mañana.

Ella le da un beso cariñoso.

—Te echaré de menos.

—Yo también. Tal vez me agencie
una nena
para que me dé calor.

Ojalá, piensa ella. Entonces no vendrías a nuestra cama con tanta desesperación.

—Tú no —dice en cambio—. Tú no eres como esos viejos
gomeros
.


Y
quiero a mi esposa.

—Y yo quiero a mi marido.

—¿Fabián se ha ido ya?

—No, creo que está haciendo el equipaje.

—Iré a despedirme de él.

—Y dale un beso a los niños.

—¿Aún no se han dormido?

—Por supuesto, pero les gusta saber que les has besado antes de marcharte.

Él la besa de nuevo.


Eres toda mi vida
.

En cuanto sale, Pilar cierra la puerta y saca la maleta de debajo de la cama.

Adán se despide de su familia.

Entra en la habitación de Gloria y la besa en la mejilla. La niña sonríe.

Pese a todo, sonríe, piensa Adán. Es tan alegre, tan valiente... Al fondo, el pájaro que le compró en Guadalajara gorjea.

—¿Le has puesto nombre al pájaro? —pregunta Adán.

—Gloria.

—¿Como tú?

—No —ríe ella—. Como Gloria Trevi.

—Ah.

—Te vas, ¿verdad?

—Sí.

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