Read El planeta misterioso Online
Authors: Greg Bear
— ¿Conmigo? —preguntó Anakin con un súbito interés.
Se acordaba de Vergere, una joven esbelta y muy seria que lo trataba con la reservada cortesía que habría mostrado ante un adulto. Le había caído bien. Lo que más le gustaba de ella eran sus penachos de plumas y los pequeños bigotes que circundaban su rostro, y sus grandes ojos llenos de curiosidad.
— ¿Sería una misión muy larga? —preguntó Obi-Wan,
—Tendríais que ir al otro confín de la galaxia, mucho más allá de los límites del poder de la República —dijo Mace con voz pensativa—. Si acordamos hacerlo.
—Una ocasión de crecer y vivir grandes aventuras, lejos de las intrigas y el ajetreo del mundo-capital —dijo Thracia—. ¿No te entusiasma la perspectiva, Obi-Wan?
Obi-Wan dio un paso adelante.
—Si el Templo corre peligro, preferiría quedarme y defenderlo.
—Veo el camino por el que andamos todos —dijo Mace—. Vergere ya ha ingresado en la orden de los Caballeros Jedi, pero Thracia está preocupada por su antigua discípula. Esta misión significará misterio, largos viajes y un mundo exótico, cosas todas ellas que podrían atraer la atención de un joven padawan.
—No debemos animar a nadie a buscar la aventura sin motivo —protestó Obi-Wan, y Anakin lo miró con ojos llenos de consternación.
El rostro sombrío de Mace indicaba que compartía algunas de las preocupaciones de Obi-Wan, pero no todas.
—La crisis que se cierne sobre Coruscant aún no ha llegado —dijo levantando la mano—. Puede que aún falten décadas para eso. Mientras estés fuera, Obi-Wan, probablemente podremos arreglárnoslas sin tu ayuda. —Los labios de Mace esbozaron la más tenue de las sonrisas—. Un padawan debe estar junto a su maestro para ayudarlo en todo lo posible. ¿Estás de acuerdo, Anakin?
— ¡Desde luego que sí! —dijo Anakin, removiéndose con la esperanza de escapar a la vigilancia de tantos ojos escrutadores—. ¿La reunión ha terminado?
—A su debido tiempo —dijo Mace, su mirada nuevamente distante y pensativa—, Y ahora, vuelve a explicarme cómo llegaste a tomar parte en esa carrera.
T
umbado sobre su catre en su pequeña habitación, Anakin daba vueltas al verbocerebro androide que sostenía entre los dedos. Su rostro mostraba una concentración total bajo la claridad que emanaba de su pequeña lámpara. Sus cejas proyectaban profundas sombras sobre sus ojos. Anakin se pasó las manos por sus cortos cabellos y examinó los conectores de la unidad.
El hecho de que hubiera ganado no le gustaba demasiado. Había algo de injusto en que hubiera sido capaz de portarse tan mal y siguiera siendo un padawan a pesar de ello. No le gustaba la inquietud que aquella victoria, si es que se trataba de una victoria, producía en él. Por encima de todas las debilidades, la arrogancia era la que se pagaba más cara.
«Me mantienen aquí porque poseo un potencial que nunca habían visto antes. Siguen adiestrándome porque quieren ver qué es lo que soy capaz de hacer. Me siento como un rico que nunca sabe si sus amigos realmente lo aprecian..., o si sólo quieren su dinero.»
La idea resultaba particularmente irritante, y ciertamente no era ni justa ni acorde con la verdad. «¿Y entonces por qué me aguantan? ¿Por qué sigo poniéndolos a prueba? Me dicen que utilice mi dolor, ¡pero a veces ni siquiera sé de dónde surge! Hacía sufrir a mi madre y la ponía a prueba, una y otra vez, para asegurarme de que me quería. Me envió lejos para que pudiera ser educado por personas más fuertes. Para que pudiera controlarme a mí mismo. Y todavía no he aprendido a hacerlo.»
Se incorporó y, sentándose con las piernas cruzadas, introdujo un cable de prueba en el verbocerebro. Las lucecitas de criticalidad parpadearon con un tenue destello rojizo en el perímetro de la esfera salpicada de protuberancias.
Un compacto androide de protocolo ocupaba un rincón del cuarto. Anakin se puso en pie, levantó el panel de acceso del androide, insertó el verbocerebro en su hueco y volvió a disponer las conexiones para que ejecutara una nueva secuencia de puntos de prueba. Las luces de criticalidad no tardaron en indicar que la unidad volvía a ser capaz de dirigir sus acciones. Empujándolo con la punta de un dedo, Anakin hizo girar el verbocerebro. El componente empezó a rotar sobre sus balancines de alta velocidad, moviéndose tan deprisa que ni siquiera los agudos ojos del muchacho pudieron seguir su vaivén mientras la unidad buscaba los datos que le eran suministrados por los muchos sensores de roce que tapizaban el interior de la cabeza del androide.
Otro androide reparado. A los Jedi no les servían de nada, pero los androides eran una excentricidad más que toleraban. Normalmente.
Uno de los androides más diminutos de Anakin, un sofisticado modelo de mantenimiento doméstico que había recogido medio aplastado en la calle, había sido sorprendido en la cámara del Consejo trabajando en unas lámparas que no necesitaban ser reparadas. Aquel androide le había sido devuelto limpiamente cortado por la mitad, con los bordes de las dos secciones pulcramente fundidos de una manera fácilmente reconocible.
Una advertencia comparativamente suave.
Eso le consolaba un poco. El exceso de tolerancia para con las desviaciones era un signo de debilidad, y el que el tallador de sangre hubiera estado a punto de matarlo indicaba que había auténtico peligro en Coruscant.
Anakin tragó aire y llegó a la conclusión de que aquéllas probablemente fuesen las únicas personas de la galaxia que podían enseñarle, adiestrarle y guiarle. Y, por supuesto, el peso de esa tarea recaía en Obi-Wan, al que Anakin amaba y respetaba, y al que por esa razón necesitaba poner a prueba todavía con más insistencia que a los demás.
Mañana partirían de Coruscant para poner rumbo hacia un destino todavía no especificado. Necesitaba dormir un poco.
Anakin temía el sueño.
Porque en sus sueños era como si algo oculto dentro de él estuviera examinándolo y poniéndolo a prueba, algo muy poderoso a lo que le daba igual ser amado o temido.
—
V
ergere era mi discípula más capacitada. Estuve con ella desde el momento en que salió de su huevo. Ella misma escogió esta misión.
Thracia Cho Leem acompañó a Obi-Wan y a Anakin hasta la rampa de pasajeros del transporte orbital. Estacionado en solitario, el transporte ocupaba un hangar especial reservado para los viajes de los Jedi en la Terminal de la Capital. Thracia entregó a Obi-Wan una pequeña tarjeta de datos. Anakin esperaba con las manos entrelazadas a la espalda, observando a la anciana Jedi con expresión anhelante.
—Los detalles son demasiado delicados para hablar de ellos aquí —dijo Thracia—. Cuando estés con Charza Kwinn, el te dará otra tarjeta que deberás usar para acceder al contenido de ésta. Charza quizá te parezca un poco difícil de tratar y un tanto extraño, pero lleva más de un siglo sirviendo bien a los Jedi. Le confié a Vergere, y ahora te confío a él. ¡Que la Fuerza te acompañe!
* * *
El transporte los llevó al espacio con ingrávida gracia. Anakin esperó pacientemente en el compartimiento delantero mientras Obi-Wan cerraba los ojos y meditaba en el asiento situado enfrente de él. El transporte de la República se hallaba en un estado mecánico impecable, como era de esperar en un navío de la clase Senado, pero Anakin pensó que los detalles decorativos dejaban bastante que desear. No es que apreciara el lujo. Simplemente sabía percibir de manera instintiva la forma en que las personas cuidaban de sus máquinas.
—Maestro, ¿verdad que ésta no es la misión que querías?
Obi-Wan abrió los ojos. Su meditación no había ido muy lejos, sólo hasta el punto de aislar sus pensamientos de todas las conexiones sociales y lingüísticas, llevándolo al borde de una simple unidad con la Fuerza, y no tuvo que hacer ningún gran esfuerzo para salir de ella. Anakin rara vez meditaba, aunque ciertamente sabía cómo hacerlo.
—He aprendido a aceptar lo que nos asigna el Consejo —dijo Obi-Wan con un carraspeo.
Un androide de servicio rodó hacia ellos y les ofreció un surtido de zumos en bulbos oprimibles. Eran los únicos pasajeros en aquel viaje. Obi-Wan vació un bulbo. Anakin cogió dos e hizo malabarismos con ellos durante unos momentos antes de dejarlos secos.
— ¿Dónde te gustaría estar? —preguntó después—. Si no tuvieras que ser mi maestro, quiero decir.
—Estamos donde estamos, y nuestro trabajo es importante.
— ¿Adónde vas cuando meditas? —preguntó Anakin.
Sus ganas de hablar hicieron sonreír a Obi-Wan.
—A un estado de la mente y el cuerpo en el que vuelvo a estrechar mis lazos con la simplicidad.
Anakin arrugó la nariz.
—Yo no medito muy a menudo.
—Ya me he dado cuenta.
—Llego a cierto punto y entonces me sobrecargo. Es como si me conectara a una supernova. Algo hace bum dentro de mí. No me gusta.
Anakin nunca le había hablado de aquello antes. Alejarse del Templo ya estaba empezando a tener un efecto beneficioso. Thracia tenía razón.
—Deberíamos trabajar en eso durante nuestro viaje. Por el momento, lo que debes hacer es dirigir tu energía —le sugirió Obi-Wan—. Todavía te quedan muchos textos Jedi que aprender. Mace insistió en que no debías abandonar tus estudios.
—Los estudiaré en cuanto sepa dónde estamos y adónde vamos —dijo Anakin.
Obi-Wan ya sabía que podía estar seguro de que así lo haría. Anakin se tomaba muy en serio sus estudios. De hecho, progresaba mucho más deprisa que Obi-Wan cuando tenía su edad.
Una vez en órbita, el transporte atracó rápidamente en un muelle de transferencia. Anakin reconoció la clase de nave estacionada al otro lado del muelle: era un pequeño transporte de carga, probablemente un YT-1150 modificado. Parecía una larga rebanada ovalada de pan dividida en tres trozos, con el fuselaje central siendo el más grande de ellos. Anakin podía ver el interior de la barquilla en la que estaban alojados los estabilizadores exteriores y el integrador de hiperimpulsión, y enseguida se dio cuenta de que las modificaciones hacían de él un Clase 0.8. Eso significaba que aquella nave era más rápida que cualquier modelo inscrito en los registros de la República o la Federación de Comercio.
El muchacho contempló con gran interés la maniobra de unión de los túneles de conexión. El olor del aire cambió drásticamente.
Obi-Wan pensó que la nave de Charza Kwinn olía como un océano. De hecho, olía como un charco de agua estancada dejado por la marea.
C
harza Kwinn era un priapulino. En una galaxia dotada de una gran variedad de formas de vida en las que un viajero mínimamente cosmopolita no vería nada de sorprendente, los priapulinos seguían pareciendo la pesadilla de un pescador de caña. Obi-Wan había oído hablar en muchas ocasiones de aquel legendario auxiliar de los Jedi, naturalmente, pero aun así no estaba del todo preparado para encontrarse con uno de ellos.
La mayoría de gusanos carecían de columna vertebral. Charza tenía cinco notocordios nudosos esparcidos alrededor de su largo cuerpo tubular. Parecido a una gruesa cinta de carne aplanada, medía un mínimo de cuatro metros desde la punta hasta la cola cuando estaba extendido al máximo, algo que rara vez sucedía.
Charza saludó a sus dos viajeros adoptando la forma de una S radical erguida, con la punta de esa S casi rozando la doblez en su primera curva, lo cual hacía que pareciese un anzuelo aplastado. Sus ojos dispuestos en tres pares ocupaban la curva superior de aquel anzuelo. La parte inferior de su cuerpo estaba cubierta por una espesura de gruesas cerdas que se frotaban continuamente las unas contra las otras como si estuvieran sumidas en una intensa especulación. Su cola inferior, o pie, se movía sobre un matorral similar, deslizándose con un siseo a través de la delgada película de agua que cubría el suelo. Largas espinas flexibles sobresalían de sus bordes exteriores como el fleco de una alfombra almidonada.
Anakin quedó fascinado por las formas de aquellas espinas. Algunas parecían diminutos ganchos, y otras eran espatuladas mientras que algunas formaban minúsculas bolas erizadas de pinchos. Charza Kwinn las usaba como centenares de dedos exquisitamente capaces.
—Bienvenidos al
Flor del Mar Estelar
—los saludó—. Es bueno volver a tener Jedi a bordo para que me acompañen entre las estrellas.
Pese a toda su temible majestad, Charza hablaba en un suave susurro sibilante, emitiendo delicados sonidos que producía mediante el roce de las cerdas que crecían cerca de sus espiráculos, sus conductos respiratorios. El que hablara ya era notable. El que lo hiciera de forma inteligible, y el hecho de que sus palabras fueran tan desarmantemente amistosas, era asombroso.
El oscuro y húmedo interior de la nave de Charza se hallaba animado por la presencia de diminutas criaturas que se retorcían y serpenteaban. Animales de mayor tamaño escondidos en los rincones los contemplaron mientras Charza escoltaba a Obi-Wan y Anakin por su nave. Las bombas y los filtros zumbaban suavemente y mantenían el agua todo lo pura que se podía esperar de aquellos mecanismos. La tenue iluminación procedía de los destellos dispersos del instrumental y los delgados haces láser extendidos a intervalos a través de los pasillos. Diminutos focos seguían los movimientos de las criaturas de mayores dimensiones, Obi-Wan y Anakin incluidos.
Obi-Wan fue fijándose en todo aquello, aunque esperaba que hubiera alojamientos especiales para pasajeros menos acuáticos que Charza.
—Es un honor trabajar contigo, Charza Kwinn —dijo mientras le presentaba a Anakin, quien mantenía una actitud entre recelosa y fascinada.
Charza dejó escapar algo parecido a una risita.
—Los Jedi jóvenes siempre abren mucho los ojos cuando suben a bordo del
Flor del Mar Estelar.
No hagáis caso de las fragancias. Todo quedará limpiado y purificado en cuanto hayamos partido y estemos surcando el hiperespacio. Hasta entonces, la energía es conservada y la comodidad se ve reducida.
Charza los guió por un estrecho túnel que llevaba al centro del fuselaje, a bastante distancia de los motores, y se restregó contra un gran botón cromado que había al final del conducto. La escotilla giró hacia fuera con un suspiro, y una ráfaga de aire caliente y seco los envolvió como un vendaval surgido de los desiertos interiores de Tatooine.
Obi-Wan entró en sus alojamientos de viaje y se frotó las manos con satisfacción.