El planeta misterioso (38 page)

BOOK: El planeta misterioso
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—Podrían hacer muchas más para vosotros sólo con que les pagarais y...

—Basta —dijo Tarkin con súbita sequedad.

Sienar los escuchaba desde lo alto de la nave sekotana, inmóvil y con las manos apoyadas en las caderas. Anakin alzó la mirada hacia él. Sienar sonrió y asintió, como si estuviera de acuerdo.

— ¿Me permitirás subir a tu nave? —preguntó Tarkin, recuperando el tono tranquilo y afable de antes al tiempo que acariciaba el largo borde superior del lóbulo de estribor mientras andaba alrededor de la nave.

Anakin siguió inmóvil, con la cabeza nuevamente baja.

Tarkin miró por encima de su hombro y frunció el ceño ante la silenciosa concentración del muchacho, y después pensó en el estado del cuerpo del tallador de sangre y lanzó una rápida e imperiosa mirada a sus guardias personales, que estaban esparcidos por el hangar. Los guardias se llevaron las manos a las armas.

—Vuelvo a preguntártelo. ¿Me permitirás...? —comenzó a decir Tarkin.

Y de pronto Anakin alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Haz cuanto puedas —dijo—. No te ayudare.

Allí estaba de nuevo; la insistencia en llevar la contraria y aquel desafío, que parecían completamente ilógicos. El yo más viejo y sabio se retorció impotentemente dentro de él.

Anakin podía sentir cómo se aproximaba otra parte de su prueba, la cual distaba mucho de haber terminado. Su desesperación era una debilidad y tenía que ser reprimida, y si cooperaba con aquellos hombres, o mostraba cualquier señal de que se daba por vencido y estaba dispuesto a ceder, entonces todo estaría perdido, con yo más sabio o sin él.

Sienar se encogió de hombros y fue por el casco hasta la escotilla superior.

—Tendremos que esperar hasta que la hayamos transferido al
Ei
nem
—dijo Tarkin con un suspiro—. El muchacho acabará aviniéndose a razones.

Los androides de carga rodaron por la cubierta, preparándose para el atraque. Sus pitidos resonaron alrededor de las piernas de Anakin, advirtiéndole de que debería moverse. Las puertas del hangar no tardarían en abrirse.

—Ven —dijo Tarkin, tomando al muchacho por el hombro.

Una súbita sensación de quemadura le abrasó la mano y Tarkin se apresuró a apartarla, agitándola en el aire para tratar de calmar el dolor. «¡Un muchacho realmente impresionante!» Tarkin reprimió el impulso de abofetearlo.

Anakin alzó la mirada hacia Tarkin y sus ojos parecieron desenfocarse. Tarkin sintió que algo se estremecía dentro de su pecho, en su abdomen.

Las alarmas resonaron por toda la nave. Sienar apartó la mirada de Tarkin y el muchacho y entrecerró los ojos ante el parpadeo de luces rojas y el gemir de las sirenas.

Anakin retrocedió y contuvo su ira. «¡Iba a volver a hacerlo!» Algo muy pesado chocó con las puertas del hangar y la nave tembló. Salpicaduras de metal caliente saltaron hacia fuera desde la juntura de las puertas, y un vórtice de humo y gases recalentados subió como un dedo indagador por entre las hileras de bastidores vacíos. Los guardias personales escoltaron a Tarkin al exterior del hangar. Sienar bajó de un salto de la nave sekotana, miró desesperadamente a su alrededor, sintió que la presión del aire empezaba a descender y corrió tras los guardias después de lanzar una fugaz mirada a Anakin. Otros guardias permanecieron en el hangar y se cubrieron las caras con respiradores. Después hincaron una rodilla en el suelo y desenfundaron armas láser.

Y del torbellino de humo y vapores metálicos, a través del agujero de un metro de diámetro que acababa de aparecer en las puertas, surgió una figura encapuchada que empuñaba una brillante espada de luz verdosa. Antes de que estuviera totalmente dentro de la nave se vio envuelta por un estallido de fuego láser y, en un borroso frenesí de movimiento, la espada de luz desvió hasta el último haz.

Anakin soltó un grito de pura alegría, y después sintió una terrible vergüenza. No había creído en su maestro o en los cuasimilagros que un auténtico Jedi podía obrar, y eso lo llenó de vergüenza.

Pero no había tiempo que perder. Obi-Wan se encontraba en el centro de una docena de radios de fuego láser, y los haces chisporroteaban sobre las paredes.

El muchacho dobló las piernas junto a la nave y saltó los tres metros que lo separaban de la parte superior para aterrizar sobre ella. La escotilla se abrió nada más sentir el roce de sus botas. La nave conectó inmediatamente sus motores, y chorros de aire recalentado atravesaron el hangar.

Obi-Wan, blandiendo su hoja con suprema habilidad y vertiginosa rapidez, se subió a las puertas del hangar y fue hacia la nave sekotana. Trozos de bastidor llovieron a su alrededor, cortados por los haces láser desviados y los disparos errantes. Nueve guardias rompieron filas y se batieron en retirada.

— ¡Anakin! —gritó Obi-Wan—. ¡Nos vamos! ¡Prepara nuestra nave!

Las alarmas que resonaban dentro del hangar se volvieron más estridentes. Viendo que no podían hacer nada más, los tres últimos guardias salieron por la última compuerta abierta, disparando mientras huían. Obi-Wan subió de un salto a la nave y cortó expertamente los cables del arnés con la espada de luz, partiendo tres por un lado y tres por el otro antes de retroceder para terminar el trabajo. Con el seccionamiento de los tres últimos cables, la nave quedó sostenida por sus propios motores.

— ¡Apenas nos queda combustible! —gritó Anakin desde el interior de la nave.

Obi-Wan miró por entre las ruinas humeantes de los soportes y vio mangueras de combustible sujetadas debajo del mamparo. El juego de conexiones permitía aprovisionar de combustible tanto a los cazas estelares androides como a las minas celestes.

Tanto los cazas como las minas utilizaban combustible de alta graduación, al igual que la nave sekotana.

— ¡Tres minutos! —gritó Obi-Wan, y trepó a un soporte que se balanceaba precariamente para soltar una manguera de combustible mientras Anakin elevaba la nave un metro más por encima del suelo para facilitarle la tarea a su maestro.

Lo que Obi-Wan no le había dicho a su padawan era que en aquel mismo instante, el
Flor del Mar Estelar
estaba colocando una carga de acción retardada en las puertas del hangar del sembrador de minas.

Sólo disponían de tres minutos y unos cuantos segundos antes de que estallara.

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T
arkin, el rostro casi púrpura, parecía haber enloquecido de rabia. Se encogió junto a Sienar en el módulo de escape mientras el viejo capitán del sembrador de minas los sellaba con una sombría y fatalista inclinación de cabeza.

— ¡Faltaban dos minutos para el atraque! —chilló Tarkin, golpeando el delgado mamparo con los puños—. ¡Estábamos tan cerca!

—Ten cuidado —dijo Sienar—. Estos interiores no son demasiado sólidos.

Tarkin se quedó inmóvil, temblando de ira, y fulminó con la mirada a Sienar.

—El diseño más barato, ya sabes. Los diseñe pensando en la ligereza, no en la resistencia —dijo Sienar.

Tarkin buscó un comunicador, encontró uno en la pared y lo descolgó de un manotazo. Un instante después tenía una conexión directa con el
Einem.

—Me da igual lo que tenga que hacer, capitana —gritó—, ¡pero destruya esa maldita nave de carga y todo lo que queda del planeta!

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C
harza Kwinn apartó el
Flor del Mar Estelar
del sembrador de minas y retrajo el túnel de abordaje. Había dejado un obturador en el agujero y, adherida al obturador, una carga lo suficientemente potente para que las puertas del hangar quedaran abiertas de par en par.

Examinó con muchos ojos agudos y penetrantes la continuamente cambiante red de fuego defensivo que emanaba del
Mercader Ei
nem del Borde.
El sembrador de minas se estaba acercando peligrosamente al casco de la nave de control.

Un módulo de escape salió disparado del lado de babor del sembrador de minas y fue capturado al instante por los campos tractores del
Einem.

Obi-Wan y su padawan sólo disponían de unos segundos antes de que estallara la carga, y ya iba siendo hora de que Charza se ocupara de su propia huida.

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bi-Wan apartó de una patada la manguera de alta presión y esquivó una salpicadura de combustible corrosivo. El hangar se había llenado de humo. La gravitación interna estaba empezando a fallar, lo cual quería decir que el taladro de Charza debía de haber seccionado varios cables en las puertas. Los escombros despegaban del suelo para flotar en el aire.

Obi-Wan saltó por la escotilla y la cerró detrás de él. Anakin meció suavemente la nave de un lado a otro para liberarla de los dos bastidores de minas caídos. Después estrechó firmemente la mano de su maestro cuando Obi-Wan ocupó su asiento.

— ¿Preparado? —preguntó Obi-Wan.

Anakin nunca había estado más preparado para irse de un sitio en toda su vida.

—Agárrate —le advirtió Obi-Wan.

La carga estalló y las puertas fueron empujadas hacia arriba y arrancadas de su marco en un abrir y cerrar de ojos. Bastidores, humo y restos salieron despedidos al espacio, y el empujón extra lanzó al sembrador de minas contra el casco del
Einem.
Los escudos de la nave de control defendieron al casco de aquella intrusión, pero el sembrador de minas era bastante más pequeño y no tenía ninguna posibilidad. Más viejo y construido para ser sacrificable, se rompió a lo largo de sus elementos estructurales igual que un huevo, y todo su combustible —y tres minas defectuosas almacenadas en la bodega— estalló.

La onda expansiva lanzó a la nave sekotana por la brecha en las puertas. El extremo de un bastidor perforó un lóbulo, y la nave dejó escapar un suave quejido de dolor dentro de la mente de Anakin antes de sellar la herida. La turbulencia era demasiado extrema, y el muchacho aún no podía controlar el movimiento. Sintió más perforaciones seguidas por un desgarrón a lo largo de la popa, y la nave volvió a efectuar rápidas reparaciones, pero el dolor era penetrante.

Cuando la intensa luz de la explosión se desvaneció, Obi-Wan vio que estaban dando tumbos por el espacio alejándose de la nave de control, la nube de restos en expansión y la bola de plasma del viejo sembrador de minas.

Anakin enderezó la nave, viró entre una andanada de haces láser disparados al azar y se encontró con un enjambre de cazas estelares. Las rápidas y mortíferas naves androide parecieron surgir de la nada, formando dos muros casi sólidos que flanqueaban al
Einem.
Anakin no tuvo más remedio que invertir rápidamente el curso, entrar en la sombra proyectada por la nave de control y huir hacia la atmósfera de Zonama.

Cualquier otra ruta se bailaba bloqueada.

—Está intacta —le dijo Anakin a Obi-Wan, sonriendo a su maestro—. Es valiente y es hermosa. Irá donde le digamos que vaya.

Obi-Wan le apretó el hombro a su padawan.

— ¿Viviremos para luchar otro día?

— ¡Puedes apostar a que sí!

Anakin enterró los brazos en el panel de control, y la nave le contó todo lo que sabía sobre el planeta, hacia dónde podían dirigirse y cómo podían escapar.

—El cielo aún está lleno de minas —dijo Obi-Wan.

Rozó sus controles con las puntas de los dedos. Estos se hundieron en el panel, e hileras de lucecitas verdes destellaron alrededor de sus manos. Los impulsos ascendieron rápidamente por sus brazos y Obi-Wan se encontró directamente conectado con la nave, así como con Anakin. La nave le comunicó sus especificaciones y características. En cuestión de segundos, Obi-Wan aprendió prácticamente todo lo que necesitaba saber un piloto; pero Anakin había pasado horas conectado a la nave, y ya era todo un experto en ella. «Sólo hay un piloto...»

—Creo que será mejor que me limite a supervisar —dijo Obi-Wan.

—Puedes mantenerte al tanto de lo que está ocurriendo ahí abajo. Mientras estemos dentro de su radio de alcance, Sekot le habla a la nave.

— ¿Sekot?

—La mente de la que hablaba Vergere.

— ¿Vergere? —preguntó Obi-Wan, que no entendía nada.

Anakin se lo explicó rápidamente.

La nave se deslizó suavemente a lo largo de los estratos superiores de la atmósfera cerca del ecuador, ejecutó la reentrada con seis rápidos estremecimientos y se desprendió del calor generado por la fricción.

—Le gusta que la calienten de esa manera —dijo Anakin.

—Ya lo he notado. Tiene ganas de volar, ¿eh?

—Es magnífica.

Anakin podía sentir cómo la relajación y la promesa de segundad subían a lo largo de sus hombros, deshaciendo la tensión acumulada en ellos antes de llegar a su cuello y su espalda. Suspiró y se acomodó en el asiento. Estar conectado a la nave era como conversar con un viejo amigo, y la nave y él tenían muchas conversaciones atrasadas que poner al día.

Casi le hizo olvidar las últimas horas.

Pero las fuerzas de Tarkin no los dejarían huir así como así. Todas las minas celestes y la mayor parte de los cazas estelares que habían abandonado la montaña destruida se estaban concentrando directamente al oeste de ellos, y otra marea de minas estaba descendiendo desde el este. No tardarían en verse nuevamente envueltos por una oleada de tortuosa muerte automatizada.

Un techo de cazas estelares avanzaba velozmente por el cielo, viniendo hacia ellos como un amenazador frente de tormentas. Fueran cuales fueran los daños sufridos por el
Mercader Einem del Borde,
no habían reducido su capacidad para controlar y dar órdenes.

Anakin no tuvo que hacer ningún gran esfuerzo de imaginación para ver el rostro sombríamente decidido de Tarkin, siguiéndoles el rastro con sus grises ojos de cazador.

—Hemos de bajar.

—El valle-factoría —dijo Anakin—. Nuestra nave dice que el dosel se ha retirado y han dejado de producir.

Obi-Wan podía descifrar el mensaje de la nave, pero no tan deprisa como Anakin.

—Pero han estado acumulando una gran reserva de naves, Obi-Wan. Y hay algo más...

— ¿Qué?

—La nave dice que los colonizadores van a escapar.

Obi-Wan entrecerró un ojo.

— ¿Todo el mundo, a bordo de una gran nave?

—Eso es exactamente lo que ella parece pensar. ¿Podrían fabricar algo tan enorme?

—Disponiendo de los jentaris, no veo por qué no. Pero harían falta días para reunir a todos los colonizadores, incluso suponiendo que estuvieran dispuestos a irse.

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