El pequeño vampiro en la boca del lobo (4 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro en la boca del lobo
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Lumpi lanzó un silbido elogioso entre dientes.

—¡Vaya, vaya! —exclamó.

—¿Le gusta mi atavío? —preguntó Schnuppermaul con orgullo en su voz.

—Su… ¿qué? —preguntó Lumpi estirando el cuello como si buscara un ascensor
[2]
.

—¡Mi disfraz! —le explicó Schnuppermaul.

—Ah…¡sí, sí!

Lumpi tosió.

—¿Está usted solo? —preguntó luego Lumpi con marcada intrepidez.

Schnuppermaul se rió irónicamente.

—¡Espero que no por mucho tiempo! ¿Ha traído usted a sus amigos?

—Por supuesto que sí —dijo fanfarroneando Lumpi—. ¿Podemos entrar?

—Se lo ruego —contestó el jardinero del cementerio echándose un paso a un lado.

Lumpi volvió la cabeza y exclamó:

—¡A los ataúdes…, listos…, ya! Podéis venir.

—¿Cuántos son sus amigos? —preguntó Schnuppermaul riéndose… medio preocupado, medio esperanzado.

—Tres —contestó Lumpi entrando en la casa pasando por delante de Schnuppermaul.

—No: dos… ¡y una
amiga
! —le contradijo Anna.

Ella se recogió el dobladillo de su vestido y se dirigió hacia la puerta de la casa con paso decidido.

—¿También hay una chica? —dijo Schnuppermaul con una risita—. ¡Qué sorpresa!

—¿Sorpresa? —siseó el pequeño vampiro—. Anna no es una sorpresa… ¡Es más bien un fracaso!

Anton iba a responder algo para defender el honor de Anna…, pero luego se acordó de lo que Anna le había contado sobre los celos de Rüdiger. Así que prefirió no decir nada.

Lentamente, se dirigió hacia la casa del guardián del cementerio detrás del pequeño vampiro.

¡Cordialmente bienvenidos!

Anton nunca había estado en la casa de Geiermeier. Solamente en una ocasión, escondido tras un arbusto, había observado cómo Schnuppermaul salía de la casa e iba al cubo de la basura.

A través de la puerta abierta Anton había podido ver el vestíbulo… y se le había puesto la carne de gallina: allí había un cesto lleno de largas y afiladas estacas, y en la pared un crucifijo rodeado por una ristra de ajos.

Cuando Anton pasó ahora junto a Schnuppermaul y entró en el vestíbulo, sus expectativas eran temerosas… Sin embargo, excepto un paraguas negro pasado de moda, la cesta parecía estar vacía. Y alrededor del crucifijo…, como correspondía a una fiesta de disfraces, había un par de serpentinas.

—¡Cordialmente bienvenidos! —exclamó entonces Schnuppermaul con una exagerada amabilidad y haciendo un movimiento como si fuera a abrazar a Anton y al pequeño vampiro.

Anton, sin embargo, dio rápidamente un paso atrás.

Schnuppermaul preguntó irritado:

—¿Es que no se puede decir «cordialmente» entre los vampiros?

—Sí, sí —confirmó el pequeño vampiro con voz engolada.

Anton vio cómo Rüdiger se relamía arrobado.

—¡Los vampiros —dijo Rüdiger— están abiertos a todo lo que venga del corazón!

Anton se sobresaltó.

De todas formas, parecía que Schnuppermaul no había entendido en absoluto la

indirecta del pequeño vampiro, pues se rió despreocupadamente y dijo:

—Entonces me quedo tranquilo. Así que vuelvo a decirlo: ¡cordialmente bienvenidos, colegas vampiros! ¡Y ahora bajemos a la cámara funeraria!

—¿Bajar a la cámara funeraria? —repitió Anton dirigiendo una mirada de preocupación al interior de la casa.

Lumpi y Anna ya habían pasado delante y él no podía ver ni oír qué estaban haciendo.

—¡Sí! Todo está adornado al estilo vampiro.

Con una risita de satisfacción, Schnuppermaul se dio la vuelta para ponerse en marcha.

—¿Al estilo vampiro? —dijo el pequeño vampiro riéndose Irónicamente—. ¡Estoy intrigado por ver a qué llama Schnuppermaul «al estilo vampiro»! —le susurró a Anton.

«Bajemos a la cámara funeraria»… ¡Aquello no había sonado muy tentador!

Anton siguió angustiado al pequeño vampiro. Llegaron a la escalera, en la que una lámpara tapada con tela despedía una extraña luz rojiza.

Anton miró a su alrededor con malestar, pero tampoco descubrió allí ninguna señal de la especialidad de Geiermeier: la caza de vampiros.

En las paredes sólo había un par de viejas fotos en marcos polvorientos… y un espejo completamente deslustrado.

—¡Aquí tenéis auténticas antigüedades! —dijo el pequeño vampiro señalando con un movimiento de cabeza el espejo, en el que ya nadie se podía reflejar.

—Sí, al señor Geiermeier le gusta lo antiguo —contestó Schnuppermaul—. Y mantiene la tradición.

—¡Nosotros también! —resonó entonces la voz de Lumpi, que parecía venir de abajo, del sótano.

—Estas fotos de aquí, por ejemplo —continuó diciendo con ensoñación Schnuppermaul—. ¡Todas proceden de la casa paterna del señor Geiermeier!

—Ah, ¿de veras? —dijo Anton.

—¿Y el equipo estéreo también era de sus padres? —preguntó Lumpi.

Su voz sonó amortiguada y misteriosa, como si procediera realmente de una cámara funeraria.

—¡No, ése es mío! —repuso Schnuppermaul con visible orgullo—. Pero, por favor, no lo encienda todavía, señor Von Schlotterstein. ¡Espere usted un minuto a que le pueda enseñar qué mandos puede usted mover si así lo desea!

Levantó su capa y, con cuidado, poniendo cautelosamente un pie tras otro, bajó las escaleras del sótano.

Pero Lumpi al parecer ya había encontrado los mandos apropiados: sonó música pop a todo volumen, y Lumpi vociferó:

—Beso su mano,
Monsieur

—Pero…, esto no puede ser —dijo Schnuppermaul.

Su protesta se ahogó entre el canto de Lumpi, ahora a más volumen, y al que se había unido también la clara risita de Anna.

—¡No, esto no puede ser! —exclamó el pequeño vampiro, y riéndose maliciosamente echó a correr detrás de Schnuppermaul.

—¡Espera! —le rogó Anton…, pero Rüdiger ya había desaparecido por el sótano.

El ejercicio hace al vampiro

¿Debía Anton seguirle? Pero, ¿qué iba a encontrar allí abajo, en la «cámara funeraria» de Schnuppermaul?

Mientras aún lo estaba pensando sonaron unas chillonas carcajadas, la música se interrumpió y se oyó entonces la voz de Schnuppermaul:

—No, de veras; es decir, no sé… ¿No creen ustedes que estoy bastante auténtico de vampiro?

Anton notó cómo le corrían escalofríos.

Bastante auténtico de vampiro…

¿A Schnuppermaul no irían Lumpi, Rüdiger y Anna a… ?

¡Y Schnuppermaul no tenía ni la más ligera sospecha de que los tres sí que eran
auténticos vampiros
!

A él, Anton, seguro que no iban a hacerle nada…, aunque sólo fuera por su vieja amistad. Pero, ¿cómo se comportarían con el jardinero del cementerio, que, junto con Geiermeier, les había obligado a abandonar su queridísima cripta?

Anton se agarró a la barandilla de la escalera del sótano y bajó muy lentamente los escalones.

Cuando llegó el penúltimo escalón, se volvió a oír una salvaje carcajada. Inmediatamente después apareció Schnuppermaul, seguido de Lumpi, Anna y Rüdiger.

A Anton se le pusieron las mejillas coloradas de bochorno, pues los vampiros a Schnuppermaul en absoluto le habían…, eh…, mordido. Sólo le habían cardado su cabello rubio pajizo y se lo habían empolvado de rojo.

—¿No es verdad que ahora parece mucho más un vampiro? —preguntó Anna con una risita.

—Sí, sí —dijo con voz ronca Anton.

—Imagínate: él no quería. Se ha resistido de verdad —le informó Anna—. ¡Díselo tú! ¡Dile que así tiene una pinta mucho mejor y, sobre todo, más auténtica!

Anton carraspeó.

—Re…, realmente parece usted mucho más auténtico.

—¿De verdad? —dijo Schnuppermaul sonriendo ahora y mesándose con afectación sus cabellos, salvajemente de punta—. Es que todavía estoy poco ejercitado —dijo disculpándose.

—¡Pronto se ejercita lo que un auténtico vampiro quiere llegar a ser! —repuso Lumpi riéndose atronadoramente—. O dicho de otra manera: ¡El ejercicio hace al vampiro!

Schnuppermaul le miró arqueando las cejas.

—¿El ejercicio hace al vampiro? —repitió interrogante—. Ah, ya. ¡Usted se refiere a que debemos organizar más fiestas de disfraces de vampiro!

—Exactamente a eso me refiero —dijo Lumpi riéndose todavía más alto.

—¡No es mala idea! —dijo Schnuppermaul.

Se pasó la mano por su capa y con una risita apocada reconoció:

—¿Saben una cosa?… A mí realmente no me gustan las fiestas de disfraces. Pero transformarse en un vampiro… ¡Eso es distinto a los piratas y los
cowboys
de siempre!

—¡Efectivamente! —corroboró Lumpi.

Anna y Rüdiger se miraron y se rieron tapándose la boca con la mano.

Anton tuvo una desagradable sensación en el estómago. ¡Schnuppermaul podía tener un poco más cuidado en la elección de sus palabras!

¡Con qué facilidad podía entender Lumpi como una invitación eso de «transformarse en un vampiro»!

A régimen

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó rápidamente para desviar la conversación hacia un tema menos peligroso.

—¡Oh, ahora inauguraremos el bufet! —repuso complacido Schnuppermaul, y volvió a subir las escaleras del sótano.

—¡El bufet! —dijo Anna prorrumpiendo en una sonora carcajada.

Schnuppermaul se quedó parado.

—No habrán cenado ustedes ya, ¿no? —preguntó preocupado.

Lumpi tosió ligeramente.

—No exactamente —dijo.

—¡Ah, bien, me alegro! —dijo Schnuppermaul.

Cuando llegó arriba, añadió riéndose satisfecho consigo mismo:

—Pero yo creo que con mi bufet se servirían hasta los vampiros de verdad. ¡Sólo hay comida y bebidas propias de vampiros!

—¿Sólo comida y bebidas propias de vampiros? —exclamó Lumpi soltando un gallo—. ¿Qué es?

—Sí, ¿qué? —exclamó ahora también el pequeño vampiro.

Schnuppermaul puso cara de misterio.

—¡Será mejor que lo vean por sí mismos, señores míos!

—¡Cómo que «señores míos»! —se indignó Anna, que era la última que había llegado a la escalera—. ¡Parece que yo estoy sobrando aquí, ¿no?!

—No, de ningún modo —aseguró Schnuppermaul—. Yo sólo pensaba que usted estaría a régimen, señorita.

—¡Que ella estaría a régimen! ¡Ja, ja, ja! —exclamó Lumpi señalando con el dedo a Anna—. ¡Mi hermana pequeña a régimen! ¡Me muero de risa!

Anna, furiosa, le sacó la lengua.

—¡Grosero! —aulló ella.

—Perdóneme, por favor —dijo apocado Schnuppermaul—. Yo…, yo no quería ofenderla, señorita, pero como se había divertido tanto cuando cité el bufet, yo creí que…

—¡Si Anna estuviera a régimen, pronto no quedaría nada de ella! —dijo el pequeño vampiro.

—¡Disculpe usted! —volvió a rogar Schnuppermaul—. Pero quizá con ese vestido tan ancho no se vea realmente si alguien esconde un par de kilitos de más.

—¿Un par de kilitos de más? —dijo Lumpi riéndose con un graznido—. ¡Mi hermana pequeña esconde otras cosas muy diferentes debajo de su vestido, ji, ji!

Anna se había puesto colorada.

—Sí, exactamente —se rió burlonamente el pequeño vampiro—. Preciosos y agujereados leotardos de lana… Igual que yo.

—Ponerme en ridículo delante de Anton… ¡Sí, podéis hacerlo! —exclamó Anna con lágrimas en los ojos—. Pero para que lo sepáis: ¡me importáis un comino vosotros y vuestra estúpida fiesta de disfraces! ¡Me voy!

Se recogió el vestido y lanzando fuertes sollozos se fue dando traspiés hacia la puerta.

—¡Anna! —exclamó consternado Anton queriendo seguirla.

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