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Authors: Antonio Salas

El Palestino (70 page)

BOOK: El Palestino
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La CSB y su director Juan Contreras, que en 2010 se presentaría como candidato electoral a su circunscripción, nunca han ocultado su simpatía por las que los Estados Unidos o la Unión Europea denominan «organizaciones terroristas». En su órgano de prensa, el periódico
Desafío
en su número 16, correspondiente a abril de 2007, dedicaba un cuarto de su portada al Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez, y en la página 14 publicaba la biografía apologética de Carlos el Chacal escrita por Vladimir Ramírez para el blog que yo controlaba. Las fotos que ilustran el texto también están sacadas de mi web. Pero es que ocho páginas más adelante, en la 22,
Desafío
dedica otro cuarto de página a un anuncio propagandístico de ETA ilustrado con tres encapuchados de la banda terrorista y el siguiente texto: «Por la liberación de Euskal Herria. Fuera España y Francia del País Vasco. Por la Independencia, la Autodeterminación y la construcción del Socialismo. Gora Euskadi ta Askatasuna».

El comando de la CSB iba uniformado con unas camisetas de color verde militar, con la leyenda «Coordinadora Simón Bolívar» en el pecho, y el símbolo de ETA, el hacha y la serpiente, y el lema etarra «Bietan Jarrai»,
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en la espalda. El mismo Juan Contreras me regaló una de esas camisetas, que conservo como una de las abundantes reliquias de esta investigación. Y en las mochilas de los bolivarianos del 23 de Enero, sus armas para el ataque a la embajada española: abundantes
sprays
de pintura y un par de bombas de humo.

Perfectamente coordinados, los muchachos y muchachas de la CSB se situaron a lo largo de toda la fachada de la embajada española. Lanzaron los botes de humo para mantener a raya a la seguridad del edificio, y en pocos minutos cubrieron las paredes de grafitis a favor de ETA y en solidaridad con los pueblos palestino, vasco y mapuche. Ni los árboles del paseo se libraron de la pintura. Unos maniquíes, que representaban al presidente Zapatero y al rey de España, que el noviembre anterior había protagonizado el escandaloso «¿Por qué no te callas?» con Hugo Chávez durante la XVII Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile, ardieron también ante la embajada española. Aquel «¿Por qué no te callas?» acrecentó la antipatía de los círculos bolivarianos por todo lo que oliese a España, hasta casi el mismo extremo que alcanzó en 2002, cuando trascendió la pretendida relación del gobierno de José María Aznar con los golpistas del 11 de abril. Pero esa antipatía, lógicamente, no afectaba a los separatistas vascos, por ser considerados de nacionalidad diferente a la española.

En realidad el «asalto» a la embajada cerraba las actividades que desde el día 18 venía organizando la CSB como parte de su «Semana de solidaridad con Euskal Herria»; vídeos, conferencias y «actividades», como el asalto a la embajada de España. Y no era la primera vez. Solo un mes antes, la CSB había organizado una concentración ante la misma embajada, en la que también se quemaron los maniquíes del Rey y Zapatero, se lanzaron petardos y se entregó un manifiesto firmado por la CSB y otras organizaciones bolivarianas, suscribiendo su apoyo a Batasuna y su solidaridad con los «pueblos que luchan».

Faltaban solo dos semanas para las elecciones generales en España, ese 9 de marzo, y la noticia del asalto a nuestra embajada en Caracas fue inmediatamente instrumentalizada desde un punto de vista político. Sobre todo por la derecha, que aprovechaba la coyuntura para reprochar al PSOE sus alianzas con Venezuela, a la par que sus desencuentros con los Estados Unidos, omitiendo el detalle en sus informaciones de que también ardió ante la embajada un maniquí que representaba al presidente Zapatero. Y, como era previsible, Hugo Chávez tuvo que soportar, gracias a sus seguidores más irreflexivos, una nueva oleada de críticas en toda la prensa occidental por su «apoyo a ETA y al terrorismo». No es casualidad que solo cuatro meses después, y al hilo de esa nueva serie de ataques a Chávez por su supuesta relación con ETA, la diputada y fundadora del partido Unión Progreso y Democracia Rosa Díez presentase una interpelación parlamentaria en Madrid, en torno a la protección del gobierno venezolano a etarras. Y todo ello gracias al asalto a la embajada organizado por la CSB. Una vez más, el presidente Chávez asumía la responsabilidad de unos actos gestados y ejecutados por grupos afines ideológicamente al gobierno, pero que en realidad no tenían relación con él. Y el asalto a la embajada de España era solo el principio. Como es lógico, la prensa venezonala se hizo eco en portada.

Ese domingo, el programa
Aló, Presidente
se emitía desde Los Llanos. Y Chávez, una vez más, insistía en que agradecía las muestras de cariño de sus incondicionales, pero no quería que le dedicasen calles, plazas, ni otros honores similares. Por supuesto, a los chavistas les daba igual lo que dijese Chávez, continuarían utilizando su nombre para bautizar plazas y avenidas, o asaltos como el de la embajada española. Aunque lo peor estaba por venir. Porque aunque ese domingo Chávez mencionó con optimismo la inminente nueva entrega de rehenes de las FARC a Venezuela, a través de la senadora Piedad Córdoba, una nueva incursión descontrolada de los bolivarianos enturbiaría un proceso que se había iniciado el 10 de enero anterior, cuando Clara Rojas y Consuelo González eran entregadas por las FARC a Venezuela. A pesar de que ello hubiese eclipsado la rueda de prensa de Ilich Ramírez en el Cuartel San Carlos.

Aunque ahora algunos puristas del chavismo radical lo intenten, es absurdo negar los vínculos de Chávez con las FARC. Gracias a esa relación directa y constante, Clara Rojas, en poder de la guerrilla colombiana desde el 23 de febrero de 2002, y Consuelo González de Perdomo, secuestrada el 10 de septiembre de 2001, ahora son libres. Es obvio que su mediación en dicha liberación concedió a Chávez una popularidad internacional evidente. Y también había servido para lavar un poco la imagen de la guerrilla, ya que Manuel Marulanda, líder de las FARC, había decidido liberar a sus rehenes unilateralmente, sin que el presidente colombiano Álvaro Uribe hubiese pactado ningún tipo de trato con los terroristas... que sepamos. A través de los micrófonos de VTV, Chávez había llegado a pedir permiso a Uribe para acudir él mismo a Colombia a reunirse con Marulanda para negociar la liberación de más rehenes. Obviamente era un farol. Ni Chávez haría jamás tal temeridad, ni Uribe lo permitiría. Lo que sí iba a permitir, forzado por la opinión pública internacional, es que las FARC entregasen a más rehenes a Venezuela. Eso sí, tratando de utilizar la entrega de rehenes en medio de la selva colombiana para ubicar la situación de los campamentos guerrilleros a los que atacar posteriormente.

Tras un par de intentos, abortados a última hora por las FARC al detectar la presencia de militares colombianos en los alrededores del punto de entrega, se había establecido una nueva liberación de cuatro rehenes más para esa semana frenética de febrero. Y por eso ese domingo Chávez estaba más que optimista en
Aló, Presidente
.

El lunes teníamos mucho trabajo en Caracas. Después de hacer la primera oración de la mañana y copiar una nueva página del Sagrado Corán, me ponía a estudiar los manuales de armamento que me habían entregado los coroneles bolivarianos. Pero a media mañana tenía que acudir al edificio El Pajarito, de la Asamblea Nacional, para reunirme con Comandante Chino, Gato, Javier Mendoza, Juan Pablo y otros tupamaros de los muchos que trabajaban para la alcaldía de Caracas. Los servicios que prestaban en la alcaldía caraqueña los componentes de diferentes grupos armados chavistas era una información confidencial, que no saldría a la luz pública hasta que en noviembre de 2008 Antonio Ledezma, feroz opositor a Chávez, se convirtió en nuevo alcalde de Caracas tras las elecciones municipales de ese año. Pero yo estaba viviendo esa realidad desde dentro. Y, aquel lunes, todo el mundo estaba nervioso en la Asamblea Nacional. En la madrugada, un artefacto explosivo había detonado en la sede de Fedecámaras, llevándose la vida de una persona. Precisamente la persona que estaba colocando el explosivo.

Fedecámaras es el acrónimo de la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela, la principal organización patronal de Venezuela, que aglutina a empresarios de todos los sectores económicos del país. Y uno de los símbolos de la oposición antichavista para todos los bolivarianos. Fundada en 1944, esta poderosa organización influía definitivamente en la economía nacional, en especial desde el primer gobierno del presidente Rafael Caldera, pero tras el ascenso de Chávez al poder la tensión entre el gobierno chavista y Fedecámaras se fue radicalizando cada vez más. De hecho, se la considera responsable de diferentes paros empresariales como arma de presión contra Chávez, desde el año 2002. Aunque el más importante y demoledor para los ciudadanos de clase media y baja fue el paro petrolero de diciembre de 2002 y enero de 2003, otra herida sin cicatrizar en la memoria colectiva de Venezuela. Pero lo verdaderamente grave para los bolivarianos es que en el golpe de Estado que protagonizó la oposición en abril de 2002, sacando a Chávez a punta de pistola del palacio de Miraflores —más o menos como en 2009 la oposición sacó a Manuel Zelaya del poder en Honduras—, fue Pedro Carmona Estanga quien se autoproclamó nuevo presidente de Venezuela. Y Pedro Carmona, apodado
el Breve
por su corta estancia en Miraflores, era en aquel momento el presidente de Fedecámaras.

Es importante tener esta información para comprender lo que simboliza Fedecámaras en la guerra social entre escuálidos y chavistas. Y para entender por qué en la madrugada de ese domingo Héctor Amado Serrano Abreu, con cédula de identidad 6105..., más conocido como
Caimán
o
Caracaimán
en los círculos bolivarianos, intentó colocar una bomba en Fedecámaras.

Caimán era un viejo amigo de mis camaradas tupamaros. Pero además tenía credenciales (honoríficas) como inspector de la Policía Metropolitana, y tanto sus credenciales como su transmisor y su pistola reglamentaria, una Glock idéntica a la del agente Juan, se encontraron en el lugar de la explosión. Me consta que no era el primer agente de policía que a la vez era miembro de grupos bolivarianos armados. Policía y «terrorista» a un tiempo, como podría considerarse a muchos ex guerrilleros, tupamaros o miembros de cualquier grupo armado de la izquierda radical, que durante décadas lucharon contra los gobiernos de derechas en Venezuela, y que tras el triunfo de Chávez consiguieron empleos en los cuerpos de seguridad y las fuerzas armadas. Aunque con chapa o sin chapa, no podían olvidar su pasado.

En este caso, el policía y «terrorista» había cometido el error de intentar colocar una bomba llevando encima su placa y su transmisor. Así que es lógica la reacción de los medios de comunicación antichavistas, que encontraron en el atentado contra Fedecámaras nueva munición contra el presidente venezolano. Las optimistas palabras de Chávez en el
Aló, Presidente
de ese mismo domingo comenzaban a verse enturbiadas por sus propios seguidores. Pero eso no impidió que, desde la mañana siguiente, apareciesen por todo Caracas grafitis alabando a Caimán como un héroe revolucionario. Yo mismo pude fotografiarlos y grabarlos, aunque no comprenderlos. Caimán había muerto al intentar poner una bomba que le estalló en las manos... Yo no sé qué hay de heroico en eso.

Serrano había sido funcionario de la DISIP. De cuarenta y cuatro años de edad y padre de tres hijos de veintitrés, dieciocho y nueve años respectivamente, otros miembros de su familia servían todavía en la inteligencia venezolana. Caimán, sin embargo, se había entregado a la santería y tenía una pequeña tienda de servicios múltiples en el Centro Comercial de Propatria, donde realizaba pequeñas reparaciones, vendía artículos mágico-religiosos y mantenía una pequeña empresa de seguridad privada. De hecho, durante un tiempo había trabajado como escolta de un diputado de la Asamblea Nacional. En esa época de escolta había conseguido las credenciales ad honórem de la Policía Metropolitana que se encontraron en su cadáver después de que le explotase en las manos el C-4 que intentaba colocar en Fedecámaras.

El atentado alteró los ánimos en los movimientos bolivarianos. Y en la Asamblea Nacional todo estaba muy revuelto esa mañana. El Chino me dijo que afortunadamente ya había vendido el subfusil de asalto Uzi que se empeñaba en colocarme por 10 millones de bolívares, «para tu seguridad», así que ahora estaba empecinado en que le comprase una Glock.

—Dale, Palestino, tú no puedes andar desarmado por acá. Cualquier día te agarran y no estamos nosotros para protegerte.

El Gato asentía con la cabeza... En vista de lo que ocurriría unas semanas más tarde, ese comentario era trágicamente profético. Pero tanto el uno como el otro coincidían en que era un mal momento para mover armas por Caracas. La muerte de Caimán implicaría que los diferentes cuerpos policiales de Venezuela tuviesen que justificar el sueldo con detenciones, así que no era oportuno mover los arsenales. Hasta la reciente reforma policial promovida por Chávez, en Venezuela existía un montón de cuerpos policiales distintos, que dependían de diferentes municipios y alcaldías, unos chavistas y otros antichavistas, que no siempre representaban a la ley y el orden, sino todo lo contrario.

En medio del caos, Comandante Gato me invitó a un café guayoyo, y por supuesto acepté.
Gato
, alias de Greidy Alejandro Reyes Sánchez (con cédula de identidad: 14274523...), era uno de los tupamaros con los que yo sentía más
feeling
en Caracas. No sé si era a causa de que coincidíamos en nuestro interés por la informática o por la historia, por la edad, o por la forma positiva de ver la vida. Gato era secretario de una de las comisiones de la Asamblea Nacional desde hacía cinco años. Aunque a veces simultaneaba su trabajo en la Asamblea con sus servicios como guardaespaldas, como hacían otros muchos tupamaros dispuestos a rentabilizar su formación armada en los tiempos de paz. El menor de cuatro hermanos, a sus veintisiete años, el Gato era un superviviente. De hecho, un par de años atrás había sobrevivido milagrosamente a una «balasera» que lo había acribillado. Con más de una docena de heridas de bala en el cuerpo, había conseguido evitar la muerte de forma casi sobrenatural, por eso lo considerábamos un tipo con siete vidas.

Mientras compartíamos cafés guayoyos aquella mañana, el siempre risueño Gato logró volver a asombrarme con sus comentarios. Confiaba en mí. Y sin ningún pudor me hacía confidencias, a veces realmente embarazosas. Según me explicó, desde el golpe de Estado de 2002 había unos quince mil fusiles circulando por el país, en manos de la oposición. Y ese armamento, según mi amigo, era una razón de peso para que los bolivarianos también se armasen. Comandante Gato, junto con otros camaradas, llegó a plantearme si yo podría ser el intermediario en la compra de armas en Oriente Medio, para traficarlas a Venezuela...

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