El Palestino (69 page)

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Authors: Antonio Salas

BOOK: El Palestino
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Así al menos me lo hicieron saber los tupamaros cuando me comunicaron que las FARC y el ELN habían dado el visto bueno para tener una primera reunión personal conmigo. En dicha reunión, último filtro, se evaluaría mi interés o no para visitar los campamentos de entrenamiento en territorio colombiano. Pero ahora llegaba lo peor: esperar. Tendría que aguardar a que los colombianos se pusiesen en contacto conmigo para establecer un día y un lugar donde celebrar esa reunión, en la que presentaría mi solicitud de entrenamiento con la guerrilla por escrito. Entrenamiento que antes que yo habían recibido miembros de ETA, el IRA y otros grupos armados.

Pero los días se sucedían, lentamente, sin que las FARC ni el ELN diesen señales de vida. Una semana... dos semanas... Mientras esperaba me concentraba en estudiar y en curar con mimo y dedicación las cicatrices de mi pene circuncidado, rezando porque estuviese en disposición de recuperar la capacidad de correr lo antes posible. No sabía en qué momento tendría que salir corriendo de Venezuela o de Colombia. Pero la paciencia no es mi mayor virtud. Llegué a dudar de que Douglas Bravo, Carías, Paúl del Río o el Viejo Bravo tuviesen realmente ningún contacto con las FARC, porque el tiempo pasaba y ningún colombiano se ponía en contacto conmigo.

Hasta que por fin, una mañana de febrero de 2008, me despertó el sonido de mi teléfono celular venezolano. En la pantalla aparecía un número desconocido: 002587666... Medio dormido respondí:

—¿Aló?

—¿Eres el Palestino? ¿El amigo de los camaradas tupamaros?

—Sí, soy yo.

—Soy la persona que estabas buscando para pasar al país vecino. Por lo de tu entrenamiento...

—¿Entrenamiento? —Me desperté de golpe al escuchar esa palabra y darme cuenta de que me estaba llamando el enlace de la guerrilla colombiana que llevaba semanas esperando—. Coño, pana, discúlpame. Claro, dime qué tengo que hacer.

—La reunión será mañana, en la mañana...

El desconocido me citaba para la mañana siguiente en una ciudad situada a unos 160 kilómetros de Caracas, hacia el oeste, en dirección a la frontera colombiana. Según me indicó, debería estar allí a las 9:00 am y esperar su llamada con nuevas instrucciones. No había podido grabar aquella llamada porque no la esperaba, pero ahora tenía que decidir si me atrevía a intentar grabar, con la cámara oculta, mi primera reunión con la guerrilla colombiana. Y me pasé todo el día valorando los pros y los contras de esa temeridad.

No sabía a lo que me enfrentaba. A pesar de las incondicionales y recíprocas simpatías que los grupos armados bolivarianos tienen con las FARC, no podía olvidar que se trataba de terroristas (o insurgentes) que no tenían ningún reparo en secuestrar o ejecutar al enemigo, y estaba claro que, si descubrían que intentaba grabarlos con una cámara oculta, aquello no iba a terminar bien. Para colmo la reunión se había establecido en una ciudad en la que no había estado nunca, y en la que no tenía ningún contacto. Pero, por otro lado, era consciente de que toda esta infiltración podía resultar increíble, ¿y cómo demostrar que mi contacto con los guerrilleros colombianos se había producido si no tenía ninguna prueba? Por no hablar del interés periodístico de esta información. Finalmente, decidí correr el riesgo e intentar grabar mi encuentro con el enviado de la guerrilla con mi cámara oculta. Por un lado, podría demostrar que tal encuentro se había producido y, por otro, me serviría para cubrirme las espaldas con los guerrilleros.

Llegué a la ciudad que me habían indicado puntual. Así que, como siempre en Venezuela, me tocó esperar, aunque no mucho. Parecía que mi interlocutor realmente no era nacional. A las 9:15 sonó mi digitel. En la pantalla otro número desconocido: 041277781... Era él. El encuentro quedaba establecido en una pizzería situada en el cruce de la calle Montes de Oca con Libertad, para las 11 de la mañana. Por lo visto, el tipo también llegaba desde otra ciudad. Así que tuve tiempo de buscar el local, situarme en la mesa que me resultaba más conveniente y preparar mi equipo de grabación con tranquilidad. Después venía lo que llevo peor... esperar.

En la mesa de al lado una pareja de enamorados comía arepas y bebía malta. Más allá un anciano leía con atención el diario
Vea
. Y a mí se me hacían interminables los minutos. En esos casos, y aunque pueda sonar extraño, me serenaba mucho sacar el
tasbith
traído desde La Meca que me habían regalado en Marruecos, y rezar. Tal vez fuese el
tasbith
lo único que conseguía detener unos instantes mi mente, siempre desbocada como un potro salvaje. Mientras pasaba las cuentas del
tasbith
tenía que concentrar mi cerebro en las 33 repeticiones de las tres jaculatorias islámicas, hasta completar un ciclo de 99, como 99 son los nombres de Dios. Y vuelta a empezar. Para mí resultaba tan sedante como un mantra.

Por fin, exactamente a las 10:55, un tipo de aspecto absolutamente normal entró en el local, buscándome con la mirada. Mi descripción no tenía pérdida, creo que era el único cliente de la pizzería con aspecto de guerrillero talibán. El suyo, sin embargo, me sorprendió. Acostumbrado a la imagen de los guerrilleros de las FARC con su uniforme de camuflaje, sus botas de goma y su fusil siempre al hombro, aquel tipo vestido con un pantalón vaquero, una camisa verde, una gorra y una mochila azul a la espalda me pareció decepcionantemente normal. Pero hay que ser muy imbécil para esperar que el enlace de las FARC asistiese a nuestra reunión disfrazado de comando...

El guerrillero se presentó como Gustavo, nombre supuestamente tan falso como el mío, y según la grabación nuestra conversación duró justo cincuenta y cuatro minutos. Para mi sorpresa, el insurgente tenía unos ojos color miel con una expresión mucho más serena de lo que yo imaginaría en un terrorista. Su trato era encantador. Gustavo me describió la situación de la guerrilla en Colombia y los terribles enfrentamientos con los paramilitares y con el ejército regular colombiano. Me pidió que redactase una carta exponiendo mis demandas por escrito, por lo visto, el procedimiento habitual. En mi caso, según dijo, al tratarse de un miembro de la lucha armada palestina,
webmaster
del comandante Ilich Ramírez y que además desarrollaba un trabajo periodístico al colaborar con diferentes medios de comunicación revolucionarios, era probable que fuese derivado al campamento comandado por Raúl Reyes, responsable del trato con la prensa de las FARC-EP y su aparato propagandístico.

Se mostró muy interesado por el Islam y por la causa palestina. Al parecer yo no sería el primer palestino en recibir adiestramiento con la guerrilla colombiana. De hecho, según Gustavo, por los campamentos de las FARC habían pasado casi todas las organizaciones armadas del mundo para intercambiar conocimientos: desde la ETA vasca, al Sendero Luminoso peruano, pasando por el IRA irlandés o los Tupamaros venezolanos. Sin embargo, Gustavo insistió en que estaban muy interesados en conocer la lucha islamista contra el imperialismo. Incluso me sugirió la posibilidad de que, una vez en los campamentos, yo pudiese impartir algunas conferencias a los guerrilleros sobre la situación de Palestina y de la lucha islamista contra Occidente. Y llegó al extremo de pedirme si podría conseguirle un ejemplar del Sagrado Corán en español, para poder leerlo. Y yo, claro, acudí en cuanto pude a la mezquita de Caracas a solicitar un ejemplar del Corán para mi nuevo amigo de las FARC. Aunque tardaría mucho tiempo en volver a tener noticias suyas.

En aquella primera entrevista, el enviado de la guerrilla me había dejado muy claro que no intentase contactar con él. Ellos se pondrían en contacto conmigo cuando se hubiese cursado mi solicitud a Colombia. Y yo, vuelvo a decir, llevo muy mal lo de esperar. Mi falsa identidad como Muhammad Abdallah había pasado el primer examen, pero ¿resistiría el segundo filtro de las FARC?

Como ya no podía hacer más que aguardar los resultados del «examen», decidí aprovechar la espera para acercarme a ETA en Venezuela. Aunque nada saldría como esperaba. Los acontecimientos iban a precipitarse de forma impredecible.

Pulsión revolucionaria

Source, la «fuente de la CIA», me había dejado muy claro que no quería tener ningún contacto conmigo después de su boda. La última vez que nos vimos me dijo, y cito literalmente: «Estar a tu lado es demasiado peligroso, Toni, has llamado mucho la atención de gente muy peligrosa en Caracas. Así que, lo siento, pero no puedo ayudarte...». Según afirmó Source, eran los bolivarianos del grupo Alexis Vive, también del 23 de Enero, los que querían hacerme daño. Yo no tenía forma de confirmar o desmentir esa afirmación, pero no resultaba tranquilizadora. Sobre todo porque Source me dejó absolutamente abandonado a mi suerte en Caracas. No volvió a cogerme el teléfono, ni a responder a mis e-mails. En casa de su suegro, el ministro, también dio orden de que no se me diese información sobre su paradero, así que tenía que buscarme la vida yo solo. Y, mientras, las palabras del coronel Bravo a mi llegada a Maiquetía resonarían una y otra vez en mi cabeza: «Hay un grupo detrás de ti, coño, que te quiere meter mano».

La única forma que se me ocurrió de comprobar si la historia de mi secuestro era real fue la de acudir a la fuente original, Sidi. No me preocupaba tanto saber si aquello del secuestro era cierto (los secuestros exprés
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en Venezuela son casi diarios), como averiguar qué es lo que sabían o lo que creían saber mis supuestos captores, para valorar el riesgo de continuar en mi empeño de contactar con las FARC o con ETA.

El 20 de febrero de 2008, solo veinticuatro horas después de que Fidel Castro anunciase su retirada de la política en Cuba conmocionando al socialismo internacional, conseguía localizar de nuevo a Sidi y reunirme con él por última vez. Necesitaba que me confirmase si era cierto que se había preparado mi secuestro en Maiquetía por considerarme un posible agente de Al Qaida. Pero Sidi tampoco contestaba al teléfono, ni daba señales de vida en Internet, así que no me quedó más remedio que prepararle una encerrona, con la colaboración inconsciente de su jefa Olga Costa. Yo sabía dónde trabajaba y dónde solía tomar café. Si realmente uno de los innumerables grupos armados bolivarianos había intentado secuestrarme, estaba claro que abordar a Sidi para interrogarlo encerraba algunos riesgos. Pero pensaba que si sorprendía a Sidi solo no iba a intentar nada. Además, él conocía mi relación con los Tupamaros del 23 de Enero, y sin duda creería que yo también estaba armado en Caracas. Así que esperé el momento apropiado: una reunión laboral a la que sabía que asistiría. Colé una cámara oculta en el local y esperé el momento en que el tupamaro-musulmán estuviese solo para abordarlo.

Estaba claro que Sidi no esperaba mi presencia en la reunión, aunque intentó disimular. Argumenté que quería entregarle uno de mis libros sobre temas islámicos, recién publicado, y en el que lo incluía a él. El ego suele ser una herramienta muy útil para seducir a una fuente. Y conseguí apartarlo del grupo unos instantes. Lo justo para preguntarle, tal y como grabó mi cámara oculta:

—Me tienes que contar una cosa... ¿Qué fue eso de que me iban a secuestrar en el aeropuerto...? ¿Esa movida que me iban a hacer cuando iba para allá...?

—Sí, es verdad que te iba a secuestrar... Yo vi los informes sobre usted...

No dio tiempo a más. En ese instante empezaron a llegar los compañeros de Sidi y me hizo una seña para que dejásemos de hablar del tema. «Ya luego hablamos.» No sé qué me inquietó más, si que la fuente directa me confirmase que la historia de mi secuestro no era un rumor infundado o que me dejase a medias con la información. Pero no tenía otra opción que esperar a una mejor ocasión para insistir en el tema.

Esa noche se producía un eclipse total de luna en Venezuela. Fenómeno astronómico que grabé desde muy cerquita del cerro El Ávila. Y mientras observaba cómo nuestro satélite se iba oscureciendo, desapareciendo, engullido por las sombras, me sentía exactamente igual. Devorado por sombras negras y siniestras que se cernían sobre mí, en la soledad de un país extraño, que no conseguía llegar a comprender. Pasé la noche atormentado por atroces pesadillas, que se me antojaban la premonitoria advertencia de un peligro inminente.

Al día siguiente por la mañana, salí temprano hacia la oficina de Sidi, con la intención de volver a vigilar la entrada al edificio. Pensaba acecharlo hasta que apareciese, para intentar concluir nuestra conversación y averiguar quién había tratado de secuestrarme y qué posibilidades había de que eso volviese a ocurrir. Y, como cada día, compré los periódicos tanto chavistas como opositores, y también un ejemplar de la revista
Urbe
, el número 574, que acababa de llegar a los quioscos. No sabía cuánto debería vigilar hasta que apareciese Sidi, así que tendría tiempo para revisar la prensa. Busqué una mesa discreta en la misma cafetería que el día anterior, y, mientras esperaba, ojeaba los diarios y el ejemplar de
Urbe
. Al llegar a la página 18 me dio un vuelco el corazón.
Urbe
publicaba una noticia sobre Antonio Salas «Seudónimo de un reportero español que se infiltró en varios grupos neonazis y descubrió que la mayoría de los skinheads eran licenciados, abogados, etcétera», comenzaba el texto, ilustrado con una fotografía extraída de
Diario de un skin
, en la que aparezco encapuchado, junto a un grupo de nazis durante mi investigación del movimiento NS... De nuevo sentí que el suelo se abría bajo mis pies, y que me rodeaba aquella sombra siniestra y oscura, casi negra, pero negro mate, el que no refleja la luz. Como la que devoró la luna la noche anterior.

Sidi no acudió ese día a su puesto de trabajo, ni lo hizo en toda la semana. Casi me sentí aliviado. La impresión de ver mi foto en aquella revista venezolana me había producido un dolor físico en el pecho. Pocas veces me había sentido tan vulnerable. No volví a ver a Sidi nunca más.

Una semana de febrero

La última semana de febrero de 2008 fue una locura. De la misma forma en que me pasé semanas de brazos cruzados, esperando a que los colombianos se decidiesen a mover ficha en un sentido u otro, los últimos siete días de febrero no dejaron de ocurrir cosas. Y esa oleada de acontecimientos comenzó el viernes 22 de febrero.

Solo unas horas después del eclipse total de luna, un comando de la Coordinadora Simón Bolívar salía del barrio 23 de Enero con destino a la avenida Mohedano, en La Castellana, donde se encuentra la embajada de España en Caracas. No era ningún secreto lo que iba a ocurrir, de hecho la mayoría de los grupos bolivarianos estaba al corriente, aunque yo me enteré ese mismo día, mientras iba camino de la Gran Mezquita de Caracas como cada viernes.

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