El oscuro pasajero (22 page)

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Authors: Jeff Lindsay

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: El oscuro pasajero
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Sobre ésta, a la izquierda, estaba la segunda cabeza. Debajo de la barbilla le habían colocado el cuerpo de una muñeca Barbie, de modo que lo que se veía era una cabeza enorme sobre un cuerpecillo diminuto.

A la derecha estaba la tercera cabeza. Había sido pulcramente dispuesta sobre un bloque de cartón yeso, y le habían pegado las orejas con lo que debían de ser virutas del mismo material. No había ni una gota de sangre en toda la exhibición. En ninguna de las tres cabezas.

Un espejo, una Barbie y el cartón yeso.

Tres asesinatos.

Los huesos secos.

Hola, Dexter.

No había la menor duda al respecto. El cuerpo de la Barbie era una clara referencia al que yo tenía en la nevera de casa. El espejo procedía de la cabeza que lanzó en la autopista, y el material de construcción era un homenaje a Jaworski. O alguien estaba tan dentro de mi cabeza que podía ser yo, o era yo mismo en realidad.

Tomé aire, despacio y con fuerza. Estoy bastante seguro de que mis emociones no eran como las suyas, pero la reacción que me pedía el cuerpo era idéntica: sentarme en el suelo junto a Angel-nada-que-ver. Necesitaba un momento para recordar cómo se piensa, y el suelo parecía un gran lugar para empezar. En su lugar, me descubrí avanzando lentamente hacia el altar, empujado como si me hallara sobre raíles untados de aceite. No podía detenerme, ni reducir la velocidad, ni hacer otra cosa que acercarme cada vez más. Sólo podía mirar, maravillarme, y concentrarme en seguir respirando por los lugares adecuados. Y poco a poco me di cuenta de que no era el único de por allí que no podía creer lo que veía.

En el transcurso de mi trabajo —y no digamos de mi hobby— había estado en el escenario de cientos de crímenes, muchos tan desagradables y salvajes que me impactaban incluso a mí. Y en todos y cada uno de esos asesinatos el equipo de Miami-Dade había llegado y llevado a cabo su trabajo de una forma relajada y profesional. En todos y cada uno de ellos alguien había estado tomando café, alguien había ido en busca de pasteles o donuts, alguien cotilleaba o bromeaba mientras recogía las vísceras. En todos y cada uno de esos escenarios había visto a un grupo de gente que estaba tan totalmente al margen de la matanza que bien podían haber estado jugando a los bolos en la liga parroquial.

Hasta ahora.

Esta vez la gran y desnuda sala de cemento estaba extrañamente en silencio. Agentes y técnicos se mantenían en grupos silenciosos de dos o tres, como si temieran estar solos, y sin apartar la mirada de lo que les habían dejado en el extremo más alejado de la sala. Si alguien hacía algún ruido sin querer, todos se sobresaltaban y miraban con furia al causante. La escena era tan positiva y sardónicamente extraña que habría prorrumpido en carcajadas de no haber estado tan ocupado mirando como el resto del equipo.

¿Yo había hecho esto?

Era hermoso… en un sentido terrible, claro. Pero aun así, la disposición era perfecta, atrayente, hermosamente exangüe. Mostraba un gran ingenio y un fantástico sentido de la composición. Alguien se había tomado muchas molestias para convertirlo en una gran obra de arte. Alguien con estilo, talento y un morboso sentido del juego. En toda mi vida sólo había conocido a una persona así.

¿Podía esa persona ser Dexter, el soñador siniestro?

20

Me quedé tan cerca del retablo como pude, sin tocarlo, sólo mirándolo. Todavía no se había espolvoreado el altar en busca de huellas; no se había hecho nada, aunque deduje que sí se habrían tomado fotos. Oh, cómo deseaba llevarme a casa una de esas fotos… Ampliada, a todo color, sin pizca de rojo. Si era obra mía, era un artista mejor de lo que ni siquiera yo había sospechado. Incluso a corta distancia las cabezas parecían flotar en el espacio, suspendidas sobre la tierra mortal en una parodia eterna y exangüe del paraíso, cortadas literalmente de sus cuerpos…

Sus cuerpos: miré a mi alrededor. No había señal de ellos, nada que indicara la presencia de aquellos paquetes cuidadosamente envueltos. Sólo aquella pirámide de cabezas.

Miré más a fondo. Unos momentos después Vince Masuoka se acercó lentamente, boquiabierto y pálido.

—Dexter —dijo, sacudiendo la cabeza.

—Hola, Vince —dije. Volvió a sacudir la cabeza—. ¿Dónde están los cuerpos?

Se limitó a contemplar las cabezas durante unos minutos. Después dirigió la vista hacia mí con una cara rebosante de inocencia.

—En otro lugar —dijo.

Se oyó un tumulto en las escaleras y el hechizo se rompió. Me aparté del retablo justo cuando entraba LaGuerta acompañada de un escogido grupo de reporteros: ese Nick Algo, y Rick Sangre, de la cadena local, y Eric el Vikingo, un extraño y respetado columnista del periódico. Por un momento la sala se alteró. Nick y Eric echaron un vistazo y corrieron escaleras abajo con una mano tapándose la boca. Rick Sangre frunció el ceño, miró las luces y después se volvió hacia LaGuerta.

—¿Hay algún enchufe? Tengo que traer al cámara —dijo.

LaGuerta sacudió la cabeza.

—Espera a que lleguen los otros —respondió ella.

—Necesito fotos —insistió Rick Sangre.

El sargento Doakes apareció detrás de él. El reportero volvió la cabeza y le vio.

—Nada de fotos —dijo Doakes. Sangre abrió la boca, miró al policía y después volvió a cerrarla. Una vez más, las duras cualidades del sargento habían salvado la partida. Se retiró, manteniéndose con aire protector junto a las cabezas cortadas, como si fuera el guardián de un proyecto científico.

Se oyó a alguien que tosía en la puerta y poco después ese tal Nick y Eric regresaron, subiendo lentamente las escaleras y entrando de nuevo en la sala como dos ancianos. Eric no se atrevía a mirar al fondo. Nick intentaba no hacerlo, pero no podía evitar volver la cabeza en dirección a aquella horrenda visión, para luego mirar directamente a LaGuerta.

Esta empezó a hablar. Me acerqué lo suficiente como para oírla.

—Os pedí a los tres que vinierais a ver esto antes de que autoricemos ningún seguimiento por parte de los medios —dijo la inspectora.

—¿Pero podemos cubrir la noticia extraoficialmente? —interrumpió Rick Sangre. LaGuerta no le hizo caso.

—No queremos que la prensa se lance a especulaciones salvajes sobre lo sucedido aquí —prosiguió—. Como veis, se trata de un crimen depravado y extraño… —hizo una pausa y después dijo, con mucho énfasis—: Distinto a Cualquier Otro que Hayamos Visto con Anterioridad. —Casi podías oír cómo ponía las mayúsculas.

—Ya —dijo Nick con aspecto pensativo.

Eric el Vikingo lo captó de inmediato.

—Hey, espere un momento. ¿Está diciendo que se trata de un nuevo asesino? ¿El inicio de una serie de asesinatos distintos?

LaGuerta le miró con intención.

—Es demasiado pronto para asegurar nada, por supuesto —dijo ella, aunque en su tono había toda la certeza posible—, pero abordemos la cuestión desde una perspectiva lógica, ¿de acuerdo? En primer lugar —levantó un dedo—, tenemos a un tipo que confesó haber cometido todo lo anterior. Está en la cárcel, y os juro que no le dejamos salir para que se entretuviera con esto. En segundo lugar, esto no se parece a nada que yo haya visto antes, ¿cierto o no? Hay tres víctimas y están tan… bien dispuestas, ¿sí o no? —Que Dios la bendiga, lo había advertido.

—¿Por qué no puedo hacer venir al cámara? —preguntó Rick Sangre.

—¿No se encontró un espejo en otro de los asesinatos? —dijo débilmente Eric el Vikingo, haciendo auténticos esfuerzos por no mirar.

—¿Han identificado los, eeeh…? —dijo Nick. Había empezado a girar la cabeza hacia la obra del asesino, pero se contuvo y se volvió hacia LaGuerta—. ¿Las víctimas eran prostitutas, inspectora?

—Escuchad —dijo LaGuerta. Su tono indicaba preocupación y su voz denotó un leve rastro de acento cubano durante un segundo—. Dejad que os esplique algo: no me importa si son prostitutas. No me importa que haya un espejo. No me importa nada de eso. —Tomó aire y prosiguió, mucho más tranquila—. Tenemos al otro asesino a buen recaudo. Tenemos una confesión. Esto es algo completamente nuevo, ¿de acuerdo? Eso es lo que importa. Podéis verlo: es un caso distinto.

—¿Entonces por qué se le ha asignado también a usted? —preguntó Eric el Vikingo, con toda la razón, me dije.

LaGuerta mostró sus afilados dientes.

—Resolví el otro caso —afirmó.

—¿Pero está segura de que estamos ante un nuevo asesino, inspectora? —preguntó Rick Sangre.

—Sin ninguna duda. No puedo daros más detalles, pero tengo pruebas de laboratorio que lo confirman. —Estaba seguro de que se refería a mí y sentí que me embargaba un cierto orgullo.

—Pero se parecen, ¿no? La misma zona, la misma técnica general… —empezó Eric el Vikingo. LaGuerta le cortó.

—Es totalmente distinto. Totalmente.

—De manera que afirma con toda seguridad que McHale cometió los anteriores asesinatos y que éste es obra de otra persona —dijo Nick Nosequé.

—Al cien por cien —dijo LaGuerta—. Además, nunca dije que McHale fuera el responsable de los otros.

Durante un segundo los reporteros olvidaron el horror de no tener fotos.

—¿Qué? —dijo Nick, por fin.

LaGuerta enrojeció, pero insistió:

—Nunca dije que McHale lo hiciera. McHale dijo que lo había hecho, ¿de acuerdo? ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Decirle que se largue, que no le creo?

Eric el Vikingo y Nick Nosequé intercambiaron una mirada llena de intención. Yo también lo habría hecho de haber tenido a alguien a quien mirar. En su lugar observé la cabeza situada en el centro del altar. No me guiñó el ojo, pero seguro que estaba tan alucinada como yo.

—Eso es una chorrada —murmuró Eric, pero su voz quedó cubierta por la de Rick Sangre.

—¿Le importa que entrevistemos a McHale? —preguntó Sangre—. ¿Delante de una cámara?

La llegada del capitán Matthews nos salvó de la respuesta de LaGuerta. Sus pasos resonaron por los peldaños, y se quedó paralizado al contemplar nuestra pequeña exhibición artística.

—Por Dios —exclamó. Su mirada se posó en el grupo de reporteros que rodeaba a LaGuerta—. ¿Qué coño estáis haciendo aquí, chicos? —preguntó. LaGuerta miró a su alrededor, pero nadie se ofreció voluntario para responder.

—Yo los dejé pasar —dijo al final—. Extraoficialmente. Confidencialmente.

—No dijo nada de confidencialidad —soltó Rick Sangre—. Sólo dijo extraoficialmente.

LaGuerta le miró con desdén.

—Extraoficialmente es sinónimo de confidencialmente.

—Fuera —vociferó Matthews—. Oficialmente y a voz en grito. Fuera.

Eric el Vikingo carraspeó.

—Capitán, ¿está usted de acuerdo con la inspectora LaGuerta en que se trata de una serie totalmente nueva de crímenes, obra de un asesino distinto?

—Fuera —repitió Matthews—. Contestaré a sus preguntas abajo.

—Necesito una conexión eléctrica —dijo Rick Sangre—. Será sólo un minuto.

Matthews hizo un gesto en dirección a la salida.

—¿Sargento Doakes?

Doakes se materializó y cogió a Rick Sangre del codo.

—Caballeros —dijo con su voz suave y terrorífica. Los tres reporteros se volvieron hacia él. Vi cómo a Nick le costaba tragar. Después los tres giraron al unísono, sin decir palabra, y salieron en tropel.

Matthews los vio marcharse. Cuando estuvieron lo bastante lejos como para que no le oyeran, se volvió hacia LaGuerta.

—Inspectora —dijo con una voz tan letal que parecía aprendida de Doakes—, si se le ocurre provocar esta clase de mierda, otra vez tendrá suerte de conseguir un empleo aunque sea de aparcacoches en un Wal-Mart.

LaGuerta se puso de un tono verde pálido y después de un rojo encendido.

—Capitán, sólo quería… —balbuceó. Pero Matthews ya había dado media vuelta. Se ajustó la corbata, se echó el pelo hacia atrás con una mano y bajó las escaleras tras los reporteros.

Volví a contemplar el altar. No había cambiado, pero ya estaban empezando a espolvorearlo en busca de huellas. Después lo desmontarían y analizarían las piezas. Pronto sería sólo un bello recuerdo.

Bajé las escaleras en busca de Deborah.

En el exterior Rick Sangre ya tenía la cámara en marcha. El capitán Matthews estaba bajo los focos con micrófonos apuntándole a la barbilla, ofreciendo la declaración oficial.

—… la política de este departamento ha sido siempre dar autonomía al inspector encargado del caso, hasta el momento en que resulta evidente que una serie de errores de criterio cuestionan la competencia de dicho inspector. Ese momento aún no ha llegado, pero controlo de cerca la situación. Con todo lo que hay en juego para la comunidad…

Vi a Deborah y me abrí paso hacia ella. Estaba en la barrera de cinta amarilla, vestida con el uniforme azul de patrulla.

—Bonito traje —le dije.

—Me gusta —respondió—. ¿Lo has visto?

—Sí. También he visto al capitán Matthews discutiendo el caso con la inspectora LaGuerta.

Deborah contuvo el aliento.

—¿Qué decían?

Le di una palmada en el brazo.

—Me parece recordar que papá utilizó una vez una colorida expresión que lo define por completo. El «le estaba abriendo un agujero nuevo en el culo». ¿Conocías la frase?

Primero se quedó sorprendida, pero su semblante enseguida dio paso a la complacencia.

—Genial. Ahora sí que necesito tu ayuda, Dexter.

—¿Acaso no te he estado ayudando ya?

—No sé qué crees que has estado haciendo, pero no basta.

—Eso es injusto, Deb. Y no muy amable por tu parte. Al fin y al cabo, ahora estás en el lugar de un crimen y vestida de uniforme. ¿Acaso preferías el modelito sexy?

Se estremeció.

—Esa no es la cuestión. Me has estado ocultando algo acerca de todo esto y quiero saberlo ya.

Por un momento no se me ocurrió nada que decirle, lo que siempre resulta bastante incómodo. No tenía ni idea de que fuera tan perspicaz.

—Deborah…

—Mira, tú crees que no entiendo cómo funciona todo el rollo político, y tal vez no sea tan lista como tú, pero sé que van a estar bastante ocupados protegiéndose el culo. Lo que significa que nadie hará nada en relación con el caso.

—¿Lo que significa que tienes la oportunidad de hacer algo por tu cuenta? Bravo, Debs.

—Y también significa que necesito tu ayuda como nunca. —Puso una mano sobre la mía y apretó—. Por favor, Dexy.

No sé qué me causó mayor sorpresa: su intuición, el apretón de manos, o el uso de mi apodo infantil, Dexy. No lo oía en sus labios desde que tenía diez años. Lo pretendiera o no, cuando me llamaba Dexy nos devolvía a los dos con firmeza al terreno de Harry, un lugar donde la familia tenía importancia y donde las obligaciones eran tan reales como aquellas putas decapitadas. ¿Qué podía decir?

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