—No veo nada —susurró Luke.
A su lado, la princesa percibía el retorno de sus sospechas.
—¿Crees que se fue sin esperarnos?
Luke le dirigió una mirada molesta.
—Arriesgó su vida para sacarnos de la cárcel.
—Hasta los dementes pueden asustarse —fue la fría réplica de la princesa.
—Yo me asustaré si no salimos rápidamente de aquí —exclamó una voz que sorprendió a todos.
Halla surgió de las penumbras que cubrían un enorme cobertizo situado a la izquierda. Dos figuras, una humanoide y la otra no, la siguieron.
—¡Threepio…! ¡Artoo…!
—¡Amo Luke! —gritó Threepio—. Estábamos preocupados y temíamos que no pudieran escapar. ¡Aaah!
Threepio observaba las formas rechonchas y morrudas situadas detrás de Luke y la princesa.
—No te preocupes. Son Hin y Kee, un par de yuzzem. Son de los nuestros —Artoo lanzó un bip quejumbroso—.
Ya sé que parecen feroces, Artoo, pero nos ayudaron a huir —un silbido de satisfacción.
Halla miraba a Luke con admiración.
—¿Qué hiciste, muchacho? —como añadida a su pregunta una ligera explosión sonó desde la dirección del cuartel general situado en el templo—. Parece que la mina misma está estallando.
—Simplemente, intenté retrasar un poco la persecución —explicó modestamente. Otro estallido hizo que todos se estremecieran reflexivamente. Una columna de llamas amarillas iluminó el cielo nocturno y atravesó la bruma—. Tal vez me excedí.
Halla los condujo al interior del cobertizo entre una larga fila de formas sólidas hasta llegar a un vehículo abierto montado sobre ruedas múltiples e hinchadas. Subieron al aparato. Halla se acomodó tras los mandos.
—Al principio no sabía cómo lograría encender esta bestia —les explicó—. Tu amiguito se ocupó de resolverlo. Artoo, conecta el motor.
La achaparrada unidad de Detoo avanzó pesadamente. Extendió un brazo y colocó una pieza herramienta de sí mismo dentro de una ranura con clave y cerrada con llave. El motor rugió instantáneamente.
—A veces sirve para algo —se vio obligado a reconocer Threepio.
—¿Está segura de que podrá conducir un vehículo de este tamaño? —preguntó la princesa a Halla.
—No, pero puedo conducir cualquier cosa más pequeña y aprender con rapidez.
Halla tocó algo con el dedo y el reptador salió lanzado con una sorprendente aceleración para un vehículo tan voluminoso. Atravesaron bruscamente la entrada del cobertizo y estuvieron a punto de aplastar a varios mecánicos que se acercaban para investigar el ruido que el motor había producido. Los mecánicos se desbandaron y un hombre arrojó tras ellos su casco—gorra para expresar su malestar y frustración. Otros se apresuraron a informar a sus superiores.
Halla giró bruscamente el volante. Atravesaron una cerca de alambre. Poco después el terreno en pendiente se convirtió en pantano y selva. Situó al reptador de los pantanos sobre la ciénaga blanda y le hizo atravesar árboles y matorrales con implacable desconsideración por el hecho de si recorrían o no tierra sólida o turba sin fondo.
Después de rodar durante media hora en medio de una oscuridad total, únicamente interrumpida por los múltiples faros antiniebla del reptador, Luke apoyó una mano en el brazo de Halla.
—Creo que ahora podemos reducir la velocidad —dijo y contempló el camino que habían recorrido. Al menos suponía que era el camino que habían recorrido. Halla había hecho tantos giros y curvas frenéticas durante la desenfrenada huida que ya no estaba seguro.
—Sí, reduzcamos la velocidad —insistió la princesa—. Quizá Luke no dejó a nadie en condiciones de organizar una persecución inmediata.
Halla se apartó de los ojos un mechón de pelo gris y gradualmente puso el reptador en punto muerto.
Utilizó una lámpara flexible situada en su lado de la cabina abierta del reptador y recorrió la bruma hasta una elevada mata de vegetación. Después de conducir el reptador hasta ella, apagó el motor y sólo dejó encendidas las luces interiores de la cabina.
—¡Ya está! —exclamó cansada, recostándose en el asiento del conductor—. Aunque estuvieran detrás de nosotros, hecho por el que apuesto en contra, las pasarían negras para encontrarnos aquí.
Las luces de la cabina brillaban misteriosamente en medio de la bruma suave y arremolinada.
Un parloteo quejumbroso sonó tras ellos.
—Kee pregunta si hay algo de comer —tradujo Luke. Un segundo gruñido—. Hin pregunta lo mismo.
—Jamás oí hablar de un yuzzem que no estuviera siempre hambriento —contestó Halla. Giró en el asiento y señaló la parte de atrás del roptador—. Allí hay un enorme armario de almacenamiento. Está lleno de raciones —
se dio el lujo de exhibir una sonrisa presuntuosa—. Registré el taller a fondo antes de escoger este rompebarros. Los motores están cargados a tope y podremos usarlos durante varias semanas. A bordo hay comida y equipo de sobra. El agua nunca ha sido un problema en Mimban siempre que te ocupes de matar las cosas que viven en ella antes de bebería.
—Estoy impresionada —reconoció la princesa—. ¿Cómo es posible que alguien como usted… quiero decir alguien no autorizado… lograra organizar el secuestro de un vehículo totalmente equipado y costoso como este reptador?
—Ciertamente, sois forasteros aquí —comentó Halla—. Aquí nada que sea mayor que un maletín personal está bajo vigilancia. No hay donde huir con algo grande. El único modo de salir del planeta es bajo la supervisión imperial y ellos controlan todo lo que aterriza y, sobre todo, todo lo que sale. Cualquiera podría conseguir un reptador como éste o un camión. ¡ Pero tratad de robar la pieza de una taladradora! No, el ladrón sólo puede huir hacia un único sitio, es decir a una de las cinco ciudades mineras… y caer en manos de Grammel.
La princesa hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Tengo hambre. ¿Y tú, Luke?
—Yo también —mientras la princesa se dedicaba a buscar algo para comer, Luke se dirigió a Halla—: ¿Cuánto tiempo calcula que tardaremos en llegar al templo donde se supone que está el cristal?
—Según lo que me dijo el nativo… Ah, será mejor que lo veas.
Se llevó la mano al seno y sacó un estuche pequeño. Estaba lleno de papeles. Los revolvió, escogió uno y lo desplegó ante Luke.
Este estudió el dibujo bajo la pálida luz de los iluminadores del tablero de mandos del reptador.
—No veo nada.
—No soy una artista —protestó ella—y el nativo tampoco lo era.
—No, no lo es —Luke observó a la enigmática anciana en medio de la bruma—. Halla, ¿qué es usted?
Esbozó una sonrisa que mostraba los dientes.
—Soy ambiciosa, muchacho. Con eso basta —cogió el mapa, observó algunos instrumentos del tablero y luego señaló en la oscuridad—. El viaje en reptador durará de una semana a diez días de tiempo local.
—¿Eso es todo? —preguntó Luke sorprendido—. ¿Está tan cerca de la mina? Yo diría que una nave descendente podría divisar el templo fácilmente.
—Aunque lo lograra en medio de esta sopa, no le atraería dirigirse al emplazamiento —respondió Halla—.
Probablemente existen un centenar de templos en la vecindad inmediata de las ciudades mineras y también hay otros diseminados por la selva cercana.
¿Para qué interesarse por éste? Además, mil hombres podrían estar a cinco metros de un templo y pasarlo totalmente por alto.
—Comprendo —Luke se echó hacia atrás y meditó—. ¿Qué clase de lugar es? ¿Se parece al templo que la gente de Grammel utilizaba como cuartel general?
—Eso nadie lo sabe, ni siquiera los nativos. Ningún humano ha visto jamás el templo de Pomojema. Recuerda que los nativos que construyeron los templos adoraban a miles de dioses y de deidades. Cada uno contaba con su santuario. A pesar de que no están clasificados ni nada por el estilo, según los archivos que logré ver, Pomojema era un dios secundario, aunque se suponía que era capaz de otorgar a sus sacerdotes la capacidad de realizar actos milagrosos. Curar a los enfermos y cosas semejantes. Naturalmente, se supone que la mitad de los dioses mimbanitas eran capaces de realizar milagros. Nadie quiere que el dios de su vecino sea más famoso que el propio. Pero en lo que respecta a Pomojema, estas leyendas podrían contener un fondo de verdad. El cristal Kaibur podría constituir la base de esas historias.
—Si ese Essada del que habló Grammel se apodera de él, se convertirá en una fuerza para la destrucción, no para curar enfermedades —murmuró Luke desconsolado.
Halla frunció el ceño.
—¿Essada? ¿Quién es Essada? —su mirada paseó de Luke a la princesa—. ¿Acaso hay algo que no me habéis dicho?
—El gobernador Essada —dijo la princesa y se movió incómoda al mencionar el nombre.
—¿Un gobernador? ¿Un gobernador imperial? —Halla se alteraba visiblemente. Luke asintió con la cabeza—.
¿Os persigue un gobernador imperial? —otra señal de asentimiento. Halla giró en el asiento y encendió el motor del reptor—. ¡Muchacho, queda anulada la expedición! ¡Se acabó! He oído decir que los gobernadores pueden ordenar la ejecución de los ciudadanos comunes. No quiero saber nada de nada en estas condiciones.
—¡Deténgase Halla! ¡Deténgase! —Luke forcejeaba con ella para tomar los mandos. Su fuerza superior prevaleció y apagó el motor—. Artoo, no vuelvas a encenderlo a menos que yo te autorice —se oyó un bip de respuesta.
Halla cedió y hundió cansadamente los hombros.
—Déjalo en paz, muchacho. Soy una anciana, pero todavía me queda algo de vida. Y no quiero desperdiciarla.
Ni siquiera ante la posibilidad de hacerme con el cristal.
—Halla, tenemos que encontrar el cristal y tenemos que hacerlo antes de que Grammel nos atrape o antes de que este gobernador o sus representantes lleguen a Mimban.
—Grammel —murmuró maliciosamente—. Debió de reconocer la importancia que tiene el fragmento que te quitó. Seguramente lo comunicó a Essada.
—Así es —reconoció Luke—, pero no estoy tan seguro de que él o Essada hayan comprendido cuál es el valor del cristal. No podemos correr ese riesgo. Tenemos que ser los primeros en encontrarlo porque si nos capturan se enterarán por nosotros… por más que intentemos guardar el secreto.
—Tienes razón —aceptó Halla.
—Y si no podemos escapar con el cristal —prosiguió Luke implacablemente—, tendremos que destruirlo. No podemos permitir que quede en manos de los imperiales.
—Siete años, muchacho, siete años —murmuró Halla—. No puedo prometerte que, si lo encontramos, esté dispuesta a hacerlo polvo.
—De acuerdo —dijo Luke—. Digamos que, por el momento, no nos preocuparemos de eso. Lo único importante es encontrarlo antes de que Grammel nos encuentre a nosotros.
—De una semana a diez días —repitió la anciana—. Siempre que el terreno no esté excesivamente intransitable ni surjan problemas con los locales.
—¿Qué locales? —la princesa no estaba impresionada—. ¿Se refiere a esos seres lamentables que vimos reptar y suplicar un trago en la ciudad?
—Algunas de las razas nativas de Mimban no están degradadas por el contacto con los seres humanos —les explicó Halla—. No están tan degradados como los verdegayes. Algunos pueden luchar y lo harán. Recordad que, en realidad, este mundo está muy poco explorado. Nadie sabe con demasiada certeza qué hay allí —señaló hacia la noche—, más allá del contorno inmediato de las ciudades mineras. Ni los arqueólogos ni los antropólogos… nadie. Muchacha, junto a las ciudades se han producido suficientes descubrimientos para tener totalmente ocupada a la pequeña estación científica. No tienen tiempo ni necesidad de meterse en este estiércol para buscar ejemplares. Sobre todo porque los ejemplares van a las ciudades. Pasaremos por sitios por los que nadie ha tenido motivos para pasar con anterioridad y probablemente encontraremos cosas con las que nadie antes se ha topado. Éste es un mundo próspero y sano. Nosotros somos una buena ración de carne. He visto representaciones de algunos de los carnívoros de Mimban. Los métodos de ingestión descritos no son más bonitos que ellos —se dirigió a Luke—. Muchacho, mira debajo del asiento.
Luke obedeció y encontró un compartimiento que contenía dos fusiles barreneros y cuatro pistolas.
—Todas las armas están cargadas —le explicó—, que es más de lo que tú puedes decir respecto a las armas con que os fugasteis.
Luke cogió los dos fusiles y se los pasó a los yuzzem, que podrían manejar fácilmente esas armas voluminosas. Después entregó una pistola a Leia, dio otra a Halla y se guardó una tercera. Dejó la última dentro del compartimiento.
Hin comenzó a observar de modo experimental el fusil. En ese modelo, el guardamonte se encontraba junto al gatillo propiamente dicho. Demasiado cerca para el dedo gordo de un yuzzem. Hin utilizó ambas manos y apretó de cierto modo. Después de que el guardamonte saltara, lo puso a un costado y tocó el gatillo con satisfacción.
Luke apuntó con su pistola a un matorral cercano. La presión en el botón de disparo y un breve resplandor de luz intensa disolvieron la mata. Satisfecho con la nueva arma, le echó el cerrojo y la acomodó en su cinturón.
Le quedaba algo más por hacer. Cogió la pistola que había traído de la cárcel y abrió la culata. Pasó el mando terminal de Apuntar a Carga y encajó las terminales que hacían juego en el mango de su sable de luz.
Se recostó y observó en silencio la bruma, mientras la vieja arma de su padre absorbía energía…
Después de reemplazar la médula, la doctora cerró con calor el hueso y luego plegó músculo, carne y piel a su alrededor para reformarlo. Un rubor epidérmico puso fin a la intervención quirúrgica y aseguró que la nueva piel sería asimilada y no caería en trozos y escamas en un futuro próximo.
Aunque potente, comenzaba a ceder el efecto del anestésico local que la doctora había utilizado. El capitán—supervisor Grammel todavía no sentía sensaciones en el brazo derecho pero podía verlo. Utilizó la mano izquierda para acercar el miembro reconstruido a la luz y lo giró para observar el anverso.
Intentó flexionar a modo de prueba los dedos. Aunque ligeramente, reaccionaron.
—No se ha producido un daño nervioso permanente —informó la doctora mientras Grammel abandonaba la cabina quirúrgica de la enfermería. El capitán—supervisor siguió estudiando su brazo—. Fue fácil reacomodar los nervios y el hueso soldó sin dificultades. Su brazo es ahora tan bueno como uno nuevo. Dentro de cinco días tendrá las sensaciones específicas y actuará como corresponde a un brazo normal. Algo más —el capitán—supervisor la miró—. Nunca volverá a sudar por ese brazo —mientras arreglaba el instrumental la doctora continuó con amabilidad—: Si algo más que el antebrazo hubiese quedado destruido… supongamos que toda la mitad superior de su lado derecho… habríamos tenido que equiparlo, como mínimo, con una serie de transpiradores artificiales. Pero como la reconstrucción radical se limita a su antebrazo derecho, su cuerpo compensará fácilmente la zona perdida —estiró una mano exploratoria y tocó el lado derecho de la cara de Grammel—. ¿Qué tal va su audición de este lado?