Un mudado.
Es volver a salir de la caverna, del hocico animal que engulle, despedaza, hiende y regurgita en la luz solar.
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Desde que emergimos en la zoología, tres millones de años nos separan de las armas y los utensilios tallados en piedra. Después cuarenta mil años de prehistoria. En fin, nueve mil años de historia, que no es otra que la guerra infinita. Los hombres, al finalizar la prehistoria y nacer el neolítico, desgarraron el tiempo hasta premeditar el año y trataron a las plantas, los animales y los hombres como si fueran criadores. Sacrificaron las primicias de las plantas, los recién nacidos de los rebaños y de los suyos: castraron.
Osiris es desgarrado y emasculado. Su sexo perdido es el decimocuarto trozo de su cuerpo. Durante las procesiones en su honor, las mujeres músicas entonaban sus cánticos moviendo con hilos las marionetas obscenas del Dios. Attis arranca su pene bajo un pino y asperja la tierra con sangre. Tamborines, címbalos, flautas y cornos acompañan el ritual. Estos cánticos de los sacerdotes eunucos de Attis tuvieron inmenso renombre en todo Oriente. Marsias el músico, después de recoger la flauta desechada por Atenea, fue atado a un pino, emasculado y después desollado
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.
En la época histórica, los griegos iban a ver su piel en Celéne, en una gruta al pie de la ciudadela. Decían que aún se estremecía, por poco que el auleta tocara bien su flauta. Orfeo es emasculado y desgarrado. Se enlazan la música, la voz maravillosa, la voz domesticada y la castración.
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La muerte tiene hambre. Pero la muerte es ciega.
Caneca nox.
Noche negra quiere decir noche ciega, que no ve.
Cuando es de noche los muertos solo pueden reconocer por la voz.
En la noche la detección es acústica. Al fondo de .las grutas, en el silencio absoluto y nocturno del fondo de las grutas, los cortinajes de calcita blanca y dorada están quebrados a la altura de un hombre.
En época prehistórica se transportaba fuera de las grutas las estalagmitas y las estalactitas rotas. Son fetiches.
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El geógrafo griego Estrabón señala que al fondo de la gruta de Corycia, a doscientos pies de la entrada, bajo el surtir de las estalactitas, allí donde brota el manantial subterráneo para desaparecer enseguida por la fisura, rugiendo en la oscuridad más completa, los hombres piadosos de Grecia escuchaban címbalos que tocaban las manos de Zeus.
Estrabón agrega que otros griegos, en el primer siglo antes de Cristo, aseveraban que se trataba del entrechocar de las mandíbulas de Tifón, ladrón de nervios de oso.
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En el decimoctavo siglo de nuestra era, Jan de l'Ors (Juan del Oso) ata sólidamente la soga bajo sus brazos. Baja al fondo del pozo. El agujero se hunde verticalmente en la tierra; él no percibe el fondo. Las paredes son viscosas y algunos murciélagos huyen sigilosamente en la oscuridad. El descenso dura tres días plenos.
Al cabo del tercer día, su báculo de cuarenta quintales topa el fondo de la tierra. Jan de l'Ors se libera de la soga. Da algunos pasos en la inmensa caverna donde acaba de llegar.
Una gran pila de huesos cubre el suelo. Camina en medio de los cráneos.
Entra en un castillo en medio de la gruta. Camina, pero sus pasos ya no resuenan.
Jan arroja su cayado de cuarenta quintales en el suelo de mármol: el ruido es de pluma de pájaro que cae en la nieve.
Jan de l' Ors comprende enseguida que este castillo es la morada donde los sonidos no pueden nacer.
Alza la mirada hacia un gato gigantesco tallado en calcita, en vidrio luminoso, en cristal. En la frente del gato inmenso un carbunclo resplandece en la oscuridad. Por doquier hay árboles cargados de manzanas de oro que rodean una fontana muda: el agua brota y cae sin que nadie lo escuche.
Sentada en el borde de la fontana, una joven, bella como la aurora, peina su cabellera con un creciente de luna.
Jan de l'Ors se aproxima pero ella no lo ve. Los ojos de la joven maravillosa siguen irresistiblemente clavados en los fuegos del carbunclo que hechiza el lugar .
Jan quiere hablarle: plantea su pregunta. Pero su pregunta no resuena.
"La mujer está embrujada -piensa Jan de l'Ors- y voy a enloquecer es este silencio de muerte."
Entonces Jan alza su cayado de cuarenta quintales, lo blande y asesta un fuerte golpe en la cabeza del gran gato de cristal. Todas las estalactitas se quiebran y emiten el canto más bello del mundo. La fontana murmura. Las losas resuenan. Las hojas susurran en los ramajes de los árboles. Las voces hablan.
El canto de las Sirenas
En el canto IX de la Odisea, Ulises
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estalla en llanto y confiesa su nombre. El aeda deja su cítara y calla. En adelante Ulises toma la palabra, habla en primera persona, narra la continuación de sus aventuras: primero la gruta, luego la isla de
Kirké
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, en fin el viaje al país de los muertos.
Al regresar del país de los muertos, Ulises costea la isla de las Sirenas.
Kirké
quiere decir pájaro de presa, Gavilán. Kirké canta en la isla de Aiaié. En griego, Aiaie dice el Lamento. Kirké entona un canto plañidero y lánguido y su canto transforma en cerdos a quienes lo escuchan
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." Kirké la cantante alertó a Ulises: el canto taoide) agudo y penetrante (liguré) de las Sirenas "tira" (thelgousin) a los hombres: atrae y enlaza en el embrujo a quienes lo escuchan. La isla de las Sirenas es un prado húmedo (leimoní) cubierto de osamentas humanas y carnes corrompidas
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. Y Las dos tretas que la chamán gavilán sugiere a Ulises son tan simples como precisas: los hombres de Ulises deben tener ambas orejas taponadas con pequeños fragmentos de cera heñida, tomados con un cuchillo de bronce de un pastel de miel. Sólo Ulises puede conservar las orejas destapadas, a condición de ser atado tres veces con cuerdas: manos enlazadas, pies ligados y -enhiesto en cubierta- el tórax sujeto al mástil.
Cada vez que pueda ser desatado, Eurilocos y Perimedes ajustarán los nudos. Entonces podrá escuchar lo que ningún mortal ha oído sin morir: los gritos-canto (a la vez phthoggos y aoidé) de las Sirenas.
El final de la escena de Hornero es más inconsecuente.
Cuando el silencio retorna al mar, parece que los marinos -cuyas orejas están taponadas- oyen el alejamiento del canto de las Sirenas, pues el convenio obligaba a que Eurilocos y Perimides reajustaran los nudos cada vez que Ulises pudiera ser desatado. En otras palabras, los dos marinos de orejas taponadas, oyendo el silencio, se apresuran a quitar de sus orejas los trozos de pastel de miel que Ulises talló con su daga de bronce y amasó con sus manos.
Sólo entonces Eurilocos y Perimedes desatan (anetysan) a Ulises.
Ocurre además que es la primera vez que el vocablo "análisis" aparece en un texto griego.
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Creo que el simple hecho de invertir el episodio le otorga su significado más seguro.
Algunos pájaros atraen con un canto sobrenatural a ciertos hombres hacia el lugar cubierto de huesos donde anidan: algunos hombres atraen con un canto artificial a ciertos pájaros hacia el tugar cubierto de huesos donde se cobijan.
El canto artificial para halar pájaros se llama señuelo. Las Sirenas son la vindicta de los pájaros por los señuelos que los transforman en víctimas de su propio canto. Los estratos arqueológicos de las grutas más antiguas dejan al descubierto silbatos y señuelos. Indistintos de sus presas, los cazadores paleolíticos engañaban con mímica a los animales que perseguían. En las entenebradas paredes figuraban cuernos de reno, de íbix. Se los exhibe en libros y a plena luz como ilustraciones, pero no debe excluirse que los cuernos también pudieran cornear.
Las primeras figuraciones humanas suelen sostener un cuerno en la mano. ¿Para beber su sangre? ¿Para llamar al animal del cual es signo (y siendo ese signo aquello que cae en el bosque durante la muda) hasta el punto de convertirse en el sonido que lo señala?
Entonces la conjetura puede articularse así: el texto de Hornero repite, en modo inverso, una fábula prototípica acerca del origen de la música, según la cual la primera música fue la de los silbatos-señuelo de caza. Los secretos de la cacería (las voces de los animales, es decir los gritos que emiten y los atraen) se enseñaban durante la iniciación. Kirke es el Gavilán. Así como buitres y halcones, águilas y búhos se "deificaron" poco a poco debido a su estatus de celestes (a los que los cazadores abandonaban una parte de las presas abatidas en el instante ritual del sacrificio -del despojo de la piel, del troceo de los miembros, del reparto de los órganos y las carnes), los señuelos que los atraían se "teologizaron" poco a poco. Así, en un segundo tiempo, la música se transformó en un canto que atrae a los dioses hacia los hombres, luego de atraer a los pájaros hacia los cazadores. Se trata de un segundo tiempo, pero es la misma función.
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Los oídos los llevan al mucílago donde sus patas se traban: la cera en los oídos les impide oír el apelante.
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En Roma se consideraba que los ciervos eran animales timoratos, indignos de los senadores (que preferían los jabalíes), porque huían al ser atacados y supuestamente adoraban la música. Se daba caza al ciervo con el señuelo o con el apelante: ya fuera una suerte de siringa
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con timbre de muda, ya un ciervo vivo amarrado, cuyo bramido servía de señuelo. La caza del ciervo, juzgada servil, no se hacía con venablos sino con redes: las cornamentas se enredaban inextricablemente en las mallas.
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Todas las narraciones relatan historias de jóvenes que adquieren, en el transcurso de la iniciación, el lenguaje de los animales. El señuelo y el apelante halan al emisor hacia su canto. La música no atrae hacia una ronda humana: induce a penetrar en una reproducida ronda zoológica. Las imitaciones se atraen entre sí. Los pájaros son los únicos, junto con los humanos, que saben imitar los cantos de las especies vecinas. Los sones simulados (las máscaras sonoras de las presas) introducen al animal de los cielos, al animal terrestre, al animal acuático, a todos los animales -comprendidos los hombres, el trueno, el fuego, el mar y el viento- en la ronda predadora. La música hace girar la ronda con los sonidos de los animales en la danza, con las imágenes de los animales y los astros en las paredes de las grutas más antiguas. Intensifica su rotación. Porque el mundo y el sol y las estrellas giran, y las estaciones y las mudas, y las floraciones y las frutas, y el celo y la reproducción de los animales.
Después de la predación, asegura la domesticación. Un señuelo ya es un domador. Un apelante ya es un domesticado.
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Ulises tiene algo de ateniense En Atenas el ritual de las Anthesterias
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se basaba en la cuerda y el pez. Una vez al año, las almas de los muertos retornaban a la ciudad y los atenienses uncían los templos con cuerdas y embadurnaban las puertas de las casas con pez. Si los alientos errantes de los ancestros intentaban penetrar en la morada donde habían vivido, quedaban encolados fuera del umbral, igual que moscas.
Durante todo el día, los potes de arcilla, repletos con alimentos que se les había preparado, eran expuestos en medio de las calles.
Después estos alientos (psyché) fueron apodados fantasmas (daimôn), o también brujas-vampiro (kères).
Sir J ames George Frazer señala que a principios del siglo veinte los búlgaros conservaban la costumbre siguiente: para apartar de su casa a los malos espíritus, pintaban en la puerta una cruz de brea y colgaban en el umbral un ovillo enmarañado de incontables hilos. Antes que el fantasma contara todos los hilos, se apostaba fuerte a que el gallo cantara y a que la sombra debería retomar de prisa a su tumba antes que la luz se expandiera y arriesgara borrarlo.
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Ulises ceñido al mástil es también una infatigable escena egipcia.
Al salir de los infiernos, Ulises conoce la muerte y la resurrección por el canto mágico, rodeado de momias con orejas tapiadas con carbonato de sodio y resina. Faraón en su barca solar cruza el océano celeste.
Osiris itifalico fecunda sobre los muros de las tumbas enterradas de las pirámides a la pájara Isis, que cabalga su vientre mientras concibe al hombre con cabeza de pájaro, el halcón Horus.
El muerto (sombra negra) figura en la puerta de los infiernos precedido por su
ba
(la sirena coloreada que despliega o recoge sus alas).
El canto de los embalsamadores acompañaba la momificación de los cadáveres. En las cuentas de los funerales, el primer artículo presupuestado es el lino, el segundo la máscara, el tercero la música. El
Canto del Arpista,
anotado en cada tumba, repite en forma de estribillo:
"La llamada del canto no ha salvado a nadie de la tumba. Vive por ello un día dichoso y no escuches el clamor fúnebre. Mira que nadie ha llevado sus bienes consigo.
Mira que no ha vuelto ninguno de los que se han marchado."
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El
ba
es el pájaro interior de cabeza humana y manos humanas, buscador de aliento. Deja el cuerpo e ingresa en la momia. El
ba
de los antiguos egipcios está muy cerca de la psyché de los antiguos griegos. En realidad, los alfareros griegos copiaron meticulosamente el
ba
pájaro de cabeza humana y manos humanas para bosquejar en sus vasijas a las Sirenas tentando a Ulises. Lo que denominamos
Cantos del desesperado
del antiguo Egipto se titulaba verdaderamente
Diálogo entre el hombre
y
su bao
El amparo nocturno de la tumba, su frescor, el agua y los alimentos son el señuelo que atrapa los alientos que deambulan en el aire agobiados de calor, de hambre, de sed.
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Ulises está atado igual que una gavilla de cereales. Igual que el oso del carnaval, ceñido antes de ser empujado al río al son de zamponas y carracas.
Parece un chamán yakut: en lo alto del árbol, con sogas, se casa con el águila y en la ribera del río Grosella se hunde hasta las rodillas en los huesos de los muertos
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Es Sargón ante el pájaro Ishtar.
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Todo cuento, incluso antes de trocar en la intriga particular que escenifica, es en sí mismo una historia-señuelo (una ficción, una trampa) para apaciguar el espíritu de los animales victimados. Toda cacería con señuelo se expía con una ofrenda que solo es un contraseñuelo. Del mismo modo deben ser purificadas con cantos y sacrificios las armas inficionadas por los espíritus de los cuerpos que derribaron a tierra en la sangre y en la muerte.