El nombre del Único (24 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El nombre del Único
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La mano plantada en el hombro de Tasslehoff tiró de él más hacia atrás en las sombras y advirtiéndole con una nueva presión que guardara silencio. El gnomo, con el instinto de conservación afinado a la perfección, y no como los proyectados pistones impulsados por vapor, ya se había pegado contra la pared hasta el punto de que habría pasado por un enlucido artístico de alguna tribu primitiva.

Un hombre tan grande como sus pisadas habían pronosticado llenó el corredor de sonido, movimiento y vida. Era alto y musculoso y llevaba una armadura ricamente ornamentada que parecía formar parte de su anatomía ya que no le ocasionaba estorbo alguno. Bajo el brazo portaba el yelmo de un Señor del Dragón. Una espada enorme tintineaba a su costado. Obviamente se dirigía hacia algún sitio con un propósito en mente, ya que caminaba deprisa y con decisión, sin mirar a izquierda ni a derecha. Por ello estuvo a punto de arrollar a Raistlin, que tuvo que recular contra la pared para que no lo aplastara.

El Señor del Dragón vio al mago, pero se dio por enterado de su presencia sólo con una mirada penetrante. Raistlin inclinó la cabeza. El Señor del Dragón siguió su camino, y el mago iba hacer otro tanto cuando de repente el hombre corpulento se paró y giró sobre sus talones.

—Majere —llamó con voz retumbante.

Raistlin se detuvo y se volvió.

—Sí, milord Ariakas.

—¿Qué te parece Neraka? ¿Tu alojamiento es cómodo?

—Sí, milord. Muy adecuado para mis sencillas necesidades —repuso Raistlin. La luz de la bola de cristal del bastón brilló levemente—. Gracias por preguntar.

Ariakas frunció el entrecejo. La respuesta de Raistlin era educada, servicial, con el respeto debido a un Señor del Dragón. Ariakas no era de los que reparaban en sutilezas, pero al parecer hasta él había percibido el tono sarcástico en la voz rasposa del hechicero. No obstante, tampoco podía reprenderle por su tono de voz, de modo que siguió hablando.

—Tu hermana Kitiara dice que tengo que tratarte bien —manifestó ásperamente—. Es a ella a quien debes tu puesto aquí.

—Es mucho lo que le debo a mi hermana —contestó Raistlin.

—A mí me debes más —dijo, severo, Ariakas.

—Por supuesto —convino el hechicero, que inclinó de nuevo la cabeza.

Era evidente que Ariakas no se sentía complacido.

—Eres un tipo frío. La mayoría de los hombres se encogen y se acobardan cuando les hablo. ¿No hay nada que te impresione?

—¿Acaso hay algo que debería impresionarme, milord?

—¡Por nuestra Reina! —gritó Ariakas mientras llevaba la mano a la empuñadura de la espada—. ¡Debería decapitarte de un tajo por ese comentario!

—Podrías intentarlo, milord —dijo Raistlin, que volvió a inclinar la cabeza, en esta ocasión de un modo más marcado—. Perdonadme, señor, pues mis palabras no tenían la intención que parecían tener. Por supuesto que resultáis impresionante. Como es impresionante la magnificencia de esta ciudad. Pero que me sienta impresionado no significa que tenga miedo. No admiráis a los hombres pusilánimes, ¿verdad, milord?

—No. —Ariakas miró fijamente al hechicero—. Tienes razón, no los admiro.

—Conseguiré que me admiréis, milord —afirmó Raistlin.

Ariakas siguió mirando intensamente al mago. Luego, de repente, estalló en carcajadas. Era un sonido resonante que se extendió por el corredor levantando ecos y que aplastó al gnomo contra la pared. El sonido aturdió a Tasslehoff como si le hubiesen dado con una piedra en la cabeza. Raistlin se encogió levemente, pero aguantó firme.

—Aún no te admiro, mago —dijo Ariakas cuando recobró el control de sí mismo—. Pero algún día, Majere, cuando hayas demostrado tu valía, tal vez te admiraré.

Giró sobre sus talones y, todavía riendo entre dientes, siguió caminando corredor adelante.

Cuando sus pisadas se perdieron en la distancia y todo volvió a quedar en silencio, Raistlin musitó:

—Algún día, cuando haya demostrado lo que valgo, milord, harás algo más que admirarme. Me temerás.

Raistlin dio media vuelta y se alejó, y Tasslehoff miró hacia atrás para ver quién era el que ya no le tenía agarrado por el hombro, y giró y giró y siguió girando...

SEGUNDA PARTE
17

Reunión de los dioses

Los dioses de Krynn se reunieron en consejo, como habían hecho muchas veces desde que el mundo les había sido escamoteado. Los dioses de la luz se encontraban enfrente de los dioses de la oscuridad, con los dioses de la neutralidad repartidos equilibradamente entre unos y otros. Los hijos de los dioses estaban juntos, como ocurría siempre.

Estas sesiones de consejo habían tenido escasos resultados en el pasado, salvo aplacar los ánimos encrespados y animar los abatidos. Uno por uno, los dioses se adelantaron para hablar de la búsqueda hecha en vano. Eran muchos los periplos realizados por cada deidad intentando hallar lo que se había perdido. Algunos de esos viajes a través de planos de existencia habían sido largos y peligrosos, pero todos ellos, del primero al último, habían terminado en fracaso. Ni siquiera Zivilyn, el que todo lo ve, que existía en todos los tiempos y todas las tierras, había sido capaz de encontrar el mundo. Veía el camino que Krynn y sus habitantes habrían tomado hacia el futuro, pero ahora ese camino estaba poblado por los fantasmas de los «podrían haber sido». Los dioses estaban a punto de llegar a la triste conclusión de que el mundo se había perdido para siempre.

Todos habían hablado ya cuando Paladine apareció en todo su esplendor ante ellos.

—Traigo buenas nuevas —anunció—. He oído una voz llamándome, la voz de una de las criaturas del mundo. Su plegaria resonó a través del cosmos y fue como una dulce música escucharla. Nuestras gentes nos necesitan, pues, como habíamos sospechado, ahora Takhisis domina el mundo sin oposición.

—¿Dónde está el mundo? —demandó Sargonnas. De todos los dioses de la oscuridad, era el que estaba más furioso, más lleno de amargura, pues Takhisis había sido su consorte y se sentía doblemente traicionado—. Dínoslo e iremos allí inmediatamente y le daremos su bien merecido castigo.

—No lo sé —contestó Paladine—. La voz de Goldmoon se cortó. La muerte se la llevó y Takhisis tiene su alma esclavizada. Sin embargo, ahora sabemos que el mundo existe. Tenemos que seguir buscándolo.

Nuitari se adelantó un paso. El dios de la magia de la oscuridad iba vestido de negro. Su rostro, cual una luna convexa, tenía el matiz blanco de la cera.

—Tengo un alma que pide audiencia —anunció.

—¿Auspicias esa petición? —preguntó Paladine.

—Sí —respondió Nuitari.

—Yo también —dijo Lunitari, que se adelantó, vestida de rojo.

—Y yo. —Solinari, con sus ropajes blancos, hizo otro tanto.

—De acuerdo, oiremos lo que tenga que decirnos —accedió Paladine—. Que se presente esa alma.

El espíritu entró y ocupó su lugar entre ellos. Paladine frunció el entrecejo al verlo, como hicieron la mayoría de los dioses, tanto de la luz como de la oscuridad, ya que nadie confiaba en quien antaño intentó convertirse en un dios.

—No me interesa nada de lo que Raistlin Majere tenga que decir —manifestó Sargonnas con un gruñido al tiempo que se daba media vuelta para marcharse.

Los otros mascullaron estar de acuerdo con él... salvo uno.

—Creo que deberíamos escucharle —dijo Mishakal.

Los demás dioses se volvieron para mirarla sorprendidos, ya que era la consorte de Paladine, una diosa de amor, curación y compasión. Sabía mejor que la mayoría el daño, el sufrimiento y el pesar que aquel hombre había ocasionado a quienes le amaron y confiaron en él.

—Resarció sus crímenes y fue perdonado —continuó Mishakal.

—Entonces ¿por qué su alma no partió con las demás? —demandó Sargonnas—. ¿Por qué continúa aquí, si no es para aprovecharse de nuestra debilidad?

—¿Por qué permanece aquí tu alma, Raistlin Majere, cuando eras libre de seguir adelante? —preguntó severamente Paladine.

—Porque falta una mitad mía —contestó Raistlin sosteniendo la mirada del dios—. Mi hermano y yo vinimos juntos a este mundo. Y juntos nos marcharemos. Recorrimos sendas separadas durante gran parte de nuestra vida. Fue culpa mía. Si puedo evitarlo, no estaremos separados en la muerte.

—Tu lealtad es encomiable —comentó Paladine en tono seco—, aunque algo tardía. Sin embargo, no entiendo qué quieres de nosotros.

—He encontrado el mundo —dijo Raistlin.

Sargonnas resopló con desprecio. Los otros dioses miraron a Raistlin guardando un silencio preocupado.

—¿Oíste también la plegaria de Goldmoon? —preguntó Paladine.

—No. Difícilmente habría podido oírla, ¿no es cierto? Sin embargo, sí escuché otra cosa... Una voz entonando palabras mágicas. Palabras que reconocí mejor quizá de lo que podría cualquier otra persona. También reconocí la voz que las pronunció. Pertenecía a un kender, Tasslehoff Burrfoot.

—Eso es imposible —argumentó Paladine—. Tasslehoff Burrfoot está muerto.

—Lo está y no lo está, pero ya llegaré a eso más adelante —adujo Raistlin—. Su alma sigue sin aparecer. —Se volvió hacia Zivilyn—. En el futuro que fue, ¿adonde se dirigió el alma del kender tras su muerte?

—Se reunió con su amigo Flint Fireforge —respondió al punto Zivilyn.

—¿Y está allí su alma ahora o el gruñón enano sigue esperando su llegada?

Zivilyn vaciló un momento antes de contestar.

—Flint está solo —respondió al fin.

—Lástima que no repararas en eso antes —gruñó Sargonnas a Zivilyn. El dios minotauro volvió su mirada iracunda hacia Raistlin—. Supongamos que el maldito kender sí está vivo. ¿Qué hacía pronunciando palabras mágicas? Vosotros, los magos, nunca me habéis caído bien, pero al menos tuvisteis el sentido común de evitar que los kenders usaran la magia. Esta historia tuya apesta a pescado podrido.

—En lo referente a las palabras mágicas que pronunció —contestó Raistlin, impertérrito ante la pulla del dios minotauro—, se las enseñó un viejo amigo suyo, Fizban, cuando puso en sus manos el ingenio de viajar en el tiempo.

Entre los dioses de la oscuridad se alzó un clamor mientras que los de la magia adoptaban una expresión grave.

—Se decretó hace mucho tiempo que a ninguna de las razas surgidas a raíz de la Gema Gris se les daría la oportunidad de viajar en el tiempo —argumentó Lunitari en tono acusador—. Se nos debió consultar en este asunto.

—En realidad fui yo quien le dio el ingenio —dijo Paladine con una afectuosa sonrisa—. Quería asistir al funeral de su amigo Caramon Majere para honrarle. Lo lógico, considerando que moriría mucho antes que Caramon, era que Tasslehoff pidiera el ingenio para así poder desplazarse al futuro y hablar en el funeral. Me pareció un gesto noble y generoso, de modo que lo permití.

—No soy quién para juzgar si hacer tal cosa fue sensato o no, Excelso —dijo Raistlin—. Bien que sí puedo afirmar que Tasslehoff viajó al futuro una vez, pero se equivocó y llegó tarde al funeral. Regresó, pensando en repetir el viaje con éxito. En cuanto a lo que ocurrió después, lo que expongo a continuación son suposiciones, pero puesto que conocemos a los kenders, creo que estaremos todos de acuerdo en que mi premisa es lógica.

»
Surgió una cosa, después otra, y Tasslehoff olvidó por completo el viaje al funeral de Caramon hasta el momento en el que Caos estaba a punto de aplastarlo. En aquel instante, quedándole sólo unos segundos de vida, resultó que Tas se acordó de ese asunto pendiente. Activó el ingenio, que lo trasladó adelante en el tiempo. Llegó al futuro, como quería, sólo que era un futuro distinto. Por pura casualidad el kender encontró el mundo. Y yo he encontrado al kender.

Durante largos instantes nadie habló. Los dioses de la magia intercambiaron miradas, sus pensamientos en perfecta consonancia.

—Condúcenos allí —dijo Gilean, el guardián del libro del conocimiento.

—Yo aconsejaría no hacerlo —contestó Raistlin—. Takhisis es extraordinariamente poderosa ahora. Está alerta. Advertiría vuestra llegada con bastante antelación, y ha hecho preparativos para recibiros. Si os enfrentáis a ella ahora, débiles y sin estar preparados para la confrontación, podría destruiros.

Sargonnas dejó escapar un hondo gruñido. El trueno de su ira retumbó en el cosmos. Los otros dioses se mostraban desdeñosos, desconfiados o solemnes, dependiendo de la naturaleza de cada cual.

—Tenéis otro problema —continuó Raistlin—. Las gentes de Krynn creen que los abandonasteis cuando más os necesitaban. Si entráis en el mundo ahora, no encontraréis a muchos que os reciban con los brazos abiertos.

—¡Los míos saben que no los abandoné! —bramó Sargonnas mientras apretaba los puños.

Raistlin inclinó la cabeza y no contestó. Mantuvo la mirada prendida en Paladine, que parecía preocupado.

—Hay lógica en lo que dices —manifestó finalmente Paladine—. Sabemos cómo se volvió contra nosotros la gente después del Cataclismo. Transcurrieron doscientos años antes de que estuvieran dispuestos a aceptar nuestro regreso. Takhisis lo sabe, y utilizará de buena gana la desconfianza y la ira de la gente contra nosotros. Debemos actuar despacio y con cautela, como hicimos entonces.

—Si se me permite sugerir un plan —ofreció Raistlin.

Expuso su idea y los dioses, la mayoría, le escucharon con atención. Cuando acabó, Paladine recorrió con la mirada el círculo de dioses.

—¿Qué decís?

—Nosotros lo aprobamos —manifestaron los dioses de la magia hablando al unísono.

—Yo no —se opuso Sargonnas lleno de ira.

Los otros dioses guardaron silencio, algunos dudosos, otros desaprobadores.

Raistlin los miró por turno antes de decir en voz baja:

—No disponéis de una eternidad para reflexionar sobre ello y debatirlo entre vosotros. Quizá no dispongáis ni de un segundo. ¿Es posible que no veáis el peligro?

—¿De un kender? —rió Sargonnas.

—De un kender —afirmó Nuitari—. Puesto que Burrfoot no murió cuando se suponía que debía haber muerto, el instante de su muerte cuelga suspendido en el tiempo.

Solinari continuó la última frase de su primo de manera que las palabras parecieron salir de la misma boca.

—Si el kender muere en un tiempo y un lugar que no le corresponden, Tasslehoff no derrotará a Caos. El Padre de Todo y de Nada saldrá victorioso, y llevará a cabo su amenaza de destruirnos a nosotros y al mundo.

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