El mundo y sus demonios (58 page)

Read El mundo y sus demonios Online

Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

BOOK: El mundo y sus demonios
12.97Mb size Format: txt, pdf, ePub

10.
Sin embargo, para evitar la apariencia de que se la acusa únicamente sobre la base de un rumor, sin otras pruebas, se obtiene una cierta presunción de culpabilidad al plantear el siguiente dilema: o bien ha llevado una vida mala e impropia, o bien ha llevado una vida buena y propia. Si es mala, debe de ser culpable. Por otro lado, si su vida ha sido buena, es igual de condenable; porque las brujas siempre simulan con el fin de aparecer especialmente virtuosas.

11.
En consecuencia, se encarcela a la vieja. Se encuentra una nueva prueba mediante un segundo dilema: tiene miedo o no lo tiene. Si lo tiene (cuando escucha las horribles torturas que se utilizan contra las brujas), es una prueba segura; porque su conciencia la acusa. Si no muestra temor (confiando en su inocencia), también es una prueba; porque es característico de las brujas simular inocencia y llevar la frente alta.

12.
En caso de que éstas fueran las únicas pruebas, el investigador hace que sus detectives, a menudo depravados e infames, hurguen en su vida anterior. Esto, desde luego, no puede hacerse sin que aparezca alguna frase o acto de la mujer que hombres tan bien dispuestos puedan torcer o distorsionar para convertirlo en prueba de brujería.

13.
Todo aquel que le desee mal tiene ahora grandes oportunidades de hacer contra ella las acusaciones que desee; y todo el mundo dice que las pruebas contra ella son consistentes.

14.
Y así se la conduce a tortura, a no ser, como sucede a menudo, que sea torturada el mismo día de su arresto.

15.
En esos juicios no se permite a nadie tener abogado ni cualquier medio de defensa justa porque la brujería se considera un delito excepcional [de tal enormidad que se pueden suspender todas las normas legales de procedimiento], y quien se atreve a defender a la prisionera cae bajo sospecha de brujería personalmente... así como los que osan expresar una protesta en estos casos y apremian a los jueces a ejercitar la prudencia, porque a partir de entonces reciben el calificativo de defensores de la brujería. Así que todo el mundo guarda silencio por miedo.

16.
A fin de que pueda parecer que la mujer tiene una oportunidad de defenderse a sí misma, la llevan ante el tribunal y se procede a leer y examinar —si se puede llamar así— los indicios de su culpabilidad.

17.
Aun en el caso que niegue esas acusaciones y responda adecuadamente a cada una de ellas, no se le presta atención y ni siquiera se recogen sus respuestas; todas las acusaciones retienen su fuerza y validez, por muy perfectas que sean las respuestas. Se le ordena regresar a la prisión para pensar más detenidamente si persistirá en su obstinación... porque, como ha negado su culpabilidad, es obstinada.

18.
Al día siguiente la vuelven a llevar fuera y escucha el decreto de tortura, como si nunca hubiera rechazado las acusaciones.

19.
Antes de la tortura, sin embargo, la registran en busca de amuletos; le afeitan todo el cuerpo y le examinan sin moderación hasta esas partes íntimas que indican el sexo femenino.

20.
¿Qué tiene eso de asombroso? A los sacerdotes se los trata del mismo modo.

21.
Cuando la mujer ha sido afeitada y examinada, la torturan para hacerle confesar la verdad, es decir, para que declare lo que ellos quieren, porque naturalmente no hay otra cosa que sea ni pueda ser la verdad.

22.
Empiezan con el primer grado, es decir, la tortura menos grave. Aunque dura en exceso, es suave comparada con las que seguirán. Así, si confiesa, ¡dicen que la mujer ha confesado sin tortura!

23.
Ahora bien, ¿qué príncipe puede dudar de su culpabilidad cuando le dicen que ha confesado voluntariamente sin tortura?

24.
La condenan pues a muerte sin escrúpulos. Pero la habrían ejecutado aunque no hubiese confesado; porque, en cuanto la tortura ha empezado, la suerte ya está echada; no puede escapar, tiene que morir a la fuerza.

25.
El resultado es el mismo tanto si confiesa como si no. Si confiesa, su culpa es clara: es ejecutada. Cualquier retractación es en vano. Si no confiesa, la tortura se repite: dos, tres, cuatro veces. En delitos excepcionales, la tortura no tiene límite de duración, severidad o frecuencia.

26.
Si, durante la tortura, la vieja contorsiona sus facciones con dolor, dicen que se ríe; si pierde el sentido, que se ha dormido o está bajo un hechizo aletargador. Y, si está aletargada, merece ser quemada viva, como se ha hecho con alguna que, aunque torturada varias veces, no decía lo que los investigadores querían.

27.
E incluso confesores y curas afirman que murió obstinada e impenitente; que no se convirtió ni abandonó su íncubo, sino que mantuvo su fe en él.

28.
Sin embargo, si muere bajo tanta tortura, dicen que el diablo le rompió el cuello.

29.
Después de lo cual el cadáver es enterrado debajo del patíbulo.

30.
Por otro lado, si no muere bajo tortura y si algún juez excepcionalmente escrupuloso no osa torturarla más sin mayores pruebas o quemarla sin confesión, la mantienen en la cárcel y la encadenan con la máxima dureza para que se pudra hasta que ceda, aunque pueda pasar un año entero.

31.
La acusada no puede liberarse nunca. El comité investigador caería en desgracia si absolviera a una mujer; una vez arrestada y con cadenas, tiene que ser culpable, por medios justos o ilícitos.

32.
Mientras tanto, sacerdotes ignorantes y testarudos acosan a la desgraciada criatura a fin de que, sea cierto o no, se confíese culpable; de no hacerlo así, dicen, no puede ser salvada ni participar en los sacramentos.

33.
Sacerdotes más comprensivos o cultos no la pueden visitar en la cárcel para evitar que le den consejo o informen a los príncipes de lo que ocurre. Lo más temible es que salga a la luz algo que demuestre la inocencia de la acusada. Las personas que intentan hacerlo reciben el nombre de perturbadores.

34.
Mientras la mantienen en prisión y bajo tortura, los jueces inventan astutos mecanismos para reunir nuevas pruebas de culpabilidad con el fin de declararla culpable de modo que, al revisarse el juicio, algún facultativo universitario pueda confirmar que debía ser quemada viva.

35.
Hay jueces que, para aparentar una escrupulosidad suprema, hacen exorcizar a la mujer, la transfieren a otra parte y la vuelven a torturar para romper su aletargamiento; sí mantiene silencio, entonces al menos pueden quemarla. Ahora bien, en nombre del Cielo, me gustaría saber: si tanto la que confiesa como la que no perecen del mismo modo, ¿cómo puede escapar alguien por inocente que sea? Oh mujer infeliz, ¿por qué has concebido esperanzas a la ligera? ¿Por qué, al entrar en la cárcel, no admitiste en seguida lo que ellos querían? ¿Por qué, mujer insensata y loca, deseaste morir tantas veces cuando podrías haber muerto sólo una? Sigue mi consejo y, antes de soportar todos estos males, di que eres culpable y muere. No escaparás, porque sería una desgracia catastrófica para el celo de Alemania.

36.
Cuando, bajo la tensión del dolor, la bruja ha confesado, su situación es indescriptible. No sólo no puede escapar, sino que también se ve obligada a acusar a otras que no conoce, cuyos nombres con frecuencia ponen en su boca los investigadores o sugiere el ejecutor, o son los que ha oído como sospechosas o acusadas. Éstas a su vez se ven forzadas a acusar a otras, y ésas, a otras, y así sucesivamente: ¿quién puede dejar de ver esto?

37.
Los jueces deben suspender esos juicios (e impugnar así su validez) o quemar a su familia, a ellos mismos y a todos los demás; porque todos, antes o después, son acusados falsamente; y, tras la tortura, siempre se demuestra que son culpables.

 38. Así, finalmente, los que al principio clamaban con mayor fuerza para alimentar las llamas se ven ellos mismos implicados, porque no atinaron a ver que también les llegaría el turno. Así el Cielo castiga justamente a los que con sus lenguas pestilentes; se crearon tantas brujas y enviaron a la hoguera a tantas inocentes...

Von Spee no explícita los horribles métodos de tortura que se empleaban. Transcribo aquí un resumen de una valiosa recopilación de
La enciclopedia de brujería y demonología,
de Rossell HopeRobbins (1959):

Se puede echar una ojeada a algunos de los tormentos especiales de Bamberg, por ejemplo, como alimentar por la fuerza a la acusada con arenques cocinados con sal y luego negarle el agua... un método sofisticado que iba unido a la inmersión de la acusada en un baño de agua hirviendo a la que se había añadido cal. Otras formas de tortura para las brujas eran el caballo de madera, varios tipos de potros, la silla de hierro caliente, tornos de piernas [botas españolas] y grandes botas de metal o piel en las que (con los pies dentro, desde luego) se vertía agua hirviendo o plomo fundido. En el tormento de la toca, la question de I 'eau, se hacía tragar agua a la acusada a través de una gasa para provocarle asfixia. A continuación se retiraba rápidamente la gasa para desgarrarle las entrañas. Las empulgueras [grésillons] tenían el objetivo de comprimir el pulgar de la mano o el dedo gordo del pie en la raíz de las uñas de modo que el dolor al apretar fuera insoportable.

Además, se aplicaban rutinariamente la estrapada, el trampazo y tormentos todavía más desagradables que me abstendré de describir. Después de la tortura, y con los instrumentos de la misma a plena vista, se pide a la víctima que firme una declaración, que a continuación se califica de «libre confesión» admitida voluntariamente.

Con gran riesgo personal, Von Spee protestó contra la persecución de las brujas. También lo hicieron otros, principalmente clérigos católicos que habían sido testigos de excepción de esos crímenes: Gianfrancesco Ponzinibio en Italia, Cornelius Loos en Alemania y Reginaid Scot en Gran Bretaña en el siglo XVI; así como Johann Mayfurth [«Escuchad, jueces hambrientos de dinero y perseguidores sedientos de sangre, las apariciones del Diablo son pura mentira»] en Alemania y Alonso Salazar de Frías en España en el siglo XVII. Junto con Von Spee y los cuáqueros en general, son héroes de nuestra especie. ¿Por qué no son más conocidos?

En
Una vela en la oscuridad
(1656), Thomas Ady planteó una cuestión clave:

Algunos objetarán que, si las brujas no pueden matar ni hacer muchas cosas extrañas por brujería, ¿por qué tantas de ellas han confesado haber cometido los crímenes y las cosas extrañas de las que se las acusaba?

A eso respondo: si Adán y Eva en su inocencia fueron vencidos con tanta facilidad y cayeron en la tentación, ¿cómo pueden ahora esas pobres criaturas después de la Caída, mediante persuasiones, promesas y amenazas, sin que las dejen dormir y sometidas a un tormento continuo, resistirse a confesar aquello que es falso e imposible y contrario a la fe de un cristiano?

Hasta el siglo XVIII no se contempló seriamente la posibilidad de la alucinación como componente de la persecución de las brujas; el obispo Francis Hutchinson, en su
Ensayo histórico sobre brujería
(1718), escribió:

Muchos hombres habían creído ver de verdad un espíritu externo ante ellos, cuando era sólo una imagen interna que bailaba en su propio cerebro.

Gracias a la valentía de los que se opusieron a la persecución de las brujas, a su extensión hasta las clases privilegiadas, al peligro que entrañaba para la creciente institución del capitalismo y, especialmente, a la dispersión de las ideas de la Ilustración europea, las quemas de brujas prácticamente desaparecieron. La última ejecución por brujería en Holanda, cuna de la Ilustración, fue en 1610; en Inglaterra, en 1684; en América, en 1692; en Francia, en 1745; en Alemania, en 1775, y en Polonia, en 1793. En Italia, la Inquisición condenó a muerte a gente hasta finales del siglo XVIII y la tortura inquisitorial no se abolió en la Iglesia católica hasta 1816. El último bastión defensor de la realidad de la brujería y la necesidad de castigo han sido las Iglesias cristianas.

La persecución de brujas fue vergonzosa. ¿Cómo pudimos hacerlo? ¿Cómo podíamos tener tanta ignorancia de nosotros mismos y nuestras debilidades? ¿Cómo pudo ocurrir en las naciones más «avanzadas», más «civilizadas» de la Tierra? ¿Por qué la apoyaban resueltamente conservadores, monárquicos y fundamentalistas religiosos? ¿Por qué se oponían a ello liberales, cuáqueros y seguidores de la Ilustración? Si estamos absolutamente seguros de que nuestras creencias son correctas y las de los demás erróneas, que a nosotros nos motiva el bien y a los otros el mal, que el rey del universo nos habla a nosotros y no a los fieles de fes muy diferentes, que es malo desafiar las doctrinas convencionales o hacer preguntas inquisitivas, que nuestro trabajo principal es creer y obedecer... la persecución de brujas se repetirá en sus infinitas variaciones hasta la época del último hombre. Recuérdese el primer punto de Friedrich von Spee y lo que implica: si el público hubiera comprendido mejor la superstición y el escepticismo, habría contribuido a provocar un cortocircuito en la serie de causas y efectos. Si no conseguimos entender cómo funcionó la última vez, no seremos capaces de reconocerlo la próxima vez que surja.

E
L ESTADO TIENE EL DERECHO ABSOLUTO
de supervisar la formación de la opinión pública», dijo Josef Goebbels, el ministro de Propaganda nazi. En la novela de George Orwell
1984,
el estado «Gran Hermano» emplea a un ejército de burócratas cuyo trabajo es alterar los registros del pasado de acuerdo con los intereses de los que detentan el poder.
1984
no era una mera fantasía de compromiso político; se basaba en la Unión Soviética estalinista, donde se institucionalizó la reescritura de la historia. Poco después de que Stalin llegara al poder, empezaron a desaparecer las fotografías de su rival Liev Trotski, figura monumental en las revoluciones de 1905 y 1917. Ocuparon su lugar cuadros heroicos y totalmente antihistóricos de Stalin y Lenin dirigiendo juntos la Revolución bolchevique, mientras Trotski, el fundador del Ejército Rojo, no aparecía por ninguna parte. Esas imágenes se convirtieron en iconos del Estado. Se podían ver en todos los edificios de oficinas, en vallas publicitarias a veces de diez pisos de altura, en museos, en sellos de correos.

Other books

His Wedding-Night Heir by Sara Craven
Amulet of Doom by Bruce Coville
The Presence by Eve Bunting
Asenath by Anna Patricio
Bad Behavior: Stories by Mary Gaitskill