Read El miedo a la libertad Online
Authors: Erich Fromm
Si entendemos por anarquía el no reconocimiento por parte del individuo de cualquier clase de autoridad, la respuesta a nuestra pregunta puede hallarse en lo que se ha dicho acerca de la diferencia entre autoridad racional e irracional. La primera —al modo de un ideal verdadero— entraña el propósito de desarrollar y expandir el yo individual. Por lo tanto, en principio, nunca entra en conflicto con el individuo, ni con sus fines reales (no patológicos).
La tesis de este libro es que la libertad posee un doble significado para el hombre moderno: éste se ha liberado de las autoridades tradicionales y ha llegado a ser un individuo; pero, al mismo tiempo, se ha vuelto aislado e impotente, tornándose el instrumento de propósitos que no le pertenecen, extrañándose de sí mismo y de los demás. Se ha afirmado además que tal estado socava su yo, lo debilita y asusta, al tiempo que lo dispone a aceptar la sumisión a. nuevas especies de vínculos. La libertad positiva, por otra parte, se identifica con la realización plena de las potencialidades del individuo, así como con su capacidad para vivir activa y espontáneamente. La libertad ha alcanzado un punto critico en el que, impulsada por la lógica de su dinamismo, amenaza transmutarse en su opuesto. El futuro de la democracia depende de la realización del individualismo, y éste ha sido el fin ideológico del pensamiento moderno desde el Renacimiento. La crisis política y cultural de nuestros días no se debe, por otra parte, al exceso de individualismo, sino al hecho de que lo que creemos ser tal se ha reducido a una mera cáscara vacía. La victoria de la libertad es solamente posible si la democracia llega a constituir una sociedad en la que el individuo, su desarrollo y felicidad constituyan el fin y el propósito de la cultura; en la que la vida no necesite justificarse por el éxito o por cualquier otra cosa, y en la que el individuo no se vea subordinado ni sea objeto de manipulaciones por parte de ningún otro poder exterior a él mismo, ya sea el Estado o la organización económica; una sociedad, por fin, en la que la conciencia y los ideales del hombre no resulten de la absorción, en el yo de demandas exteriores y ajenas, sino que sean realmente suyos y expresen propósitos resultantes de la peculiaridad de su yo. Tales propósitos no pudieron realizarse plenamente en ninguno de los períodos anteriores de la historia moderna; debieron permanecer en gran parte como fines ideológicos, pues faltaba la base material para el desarrollo de un genuino individualismo. Correspondió al capitalismo crear esa base. El problema de la producción ha sido resuelto —por lo menos en principio— y podemos profetizar un futuro de abundancia, en el que la lucha por los privilegios económicos ya no será necesaria consecuencia de la escasez. El problema que enfrentamos hoy es el de crear una organización de las fuerzas económicas y sociales capaz de hacer del hombre —como miembro de la sociedad estructurada— el dueño de tales fuerzas y no su esclavo.
He subrayado el aspecto psicológico de la libertad, pero también he tratado de mostrar que el mismo no puede ser separado de la base material de la existencia humana, de la estructura económica, política y social de la colectividad. La consecuencia de esta premisa es que la realización de la libertad positiva y del individualismo se halla también conexa con los cambios económicos y sociales que permitirán al hombre llegar a ser libre, realizando su yo. No es propósito de este libro el tratar de los problemas económicos derivados de aquella premisa o el formular un esquema de los planes económicos para el futuro. Pero me gustaría no dejar ninguna duda acerca de la vía en la que creo ha de hallarse la solución.
En primer lugar, debe afirmarse lo siguiente: no podemos, sin sufrir grave perjuicio, enfrentar la pérdida de ninguna de las conquistas fundamentales de la democracia moderna, ya se trate del gobierno representativo —esto es, el gobierno elegido por el pueblo y responsable frente a él—, o de cualquiera de los derechos garantizados a todo ciudadano por la Declaración de los derechos del hombre. Ni podemos hacer concesiones con respecto al nuevo principio democrático, según el cual nadie debe ser abandonado al hambre —pues la sociedad es responsable de todos sus miembros—, ni al miedo y la sumisión, o bien condenado a perder el respeto de sí mismo a causa del temor a la desocupación y a la indigencia. Estas conquistas fundamentales no solamente han de ser conservadas, sino que también deben ser desarrolladas y fortificadas.
A pesar de haber alcanzado este grado de democracia (que, sin embargo, estamos aún muy lejos de haber puesto en práctica de manera completa), debe reconocerse que el mismo no es todavía suficiente. El progreso de la democracia consiste en acrecentar realmente la libertad, iniciativa y espontaneidad del individuo, no sólo en determinadas cuestiones privadas y espirituales, sino esencialmente en la actividad fundamental de la existencia humana: su trabajo.
¿Cuáles son las condiciones generales que permiten alcanzar tal objetivo? El carácter irracional y caótico de la sociedad debe ser reemplazado por una economía planificada que represente el esfuerzo dirigido y armónico de la sociedad como tal. La sociedad debe llegar a dominar el problema social de una manera tan racional como lo ha logrado con respecto a la naturaleza. La primera condición consiste en la eliminación del dominio oculto de aquellos que, aunque pocos en número, ejercen, sin responsabilidades de ninguna especie, un gran poder económico sobre los muchos cuyo destino depende de las decisiones de aquellos. Podríamos llamar a este nuevo orden socialismo democrático, pero, en verdad, el nombre no interesa; todo lo que cuenta es el establecimiento de un sistema económico racional que sirva los fines de la comunidad. Hoy la gran mayoría del pueblo no solamente no ejerce ninguna fiscalización sobre la organización económica en su conjunto, sino que tampoco disfruta de la oportunidad de desarrollar alguna iniciativa y espontaneidad en el trabajo especial que le toca hacer. Son «empleados», y de ellos no se espera más que el cumplimiento de lo que se les ordene. Solamente en una economía planificada, en la que toda la nación domine racionalmente las fuerzas sociales y económicas, el individuo logrará participar de la responsabilidad de la dirección y aplicar en su trabajo la inteligencia creadora de que está dotado. Todo lo que interesa es que se restituya al individuo la posibilidad de ejercer una actividad genuina; que los fines de la sociedad y los suyos propios lleguen a ser idénticos, no ya tan sólo ideológicamente, sino en la realidad; y que pueda aplicar activamente sus esfuerzos y su razón en su trabajo, realizándolo como algo por lo cual pueda sentirse responsable en tanto representa una actividad que posee sentido y propósitos en función de sus propios fines humanos. Debemos reemplazar la manipulación de los hombres por la cooperación activa e inteligente, y extender el principio del gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, desde la esfera política formal a la económica.
No es posible establecer únicamente en función de factores económicos y políticos si un determinado sistema contribuye o no a la causa de la libertad humana. El único criterio acerca de la realización de la libertad es el de la participación activa del individuo en la determinación de su propia vida y en la de la sociedad, entendiéndose que tal participación no se reduce al acto formal de votar, sino que incluye su actividad diaria, su trabajo y sus relaciones con los demás. Si la democracia moderna se limita a la mera esfera política, no podrá contrarrestar adecuadamente los efectos de la insignificancia económica del individuo común. Pero tampoco son suficientes los remedios meramente económicos, como el de la socialización de los medios de producción. No me estoy refiriendo ahora al empleo engañoso de la palabra socialismo, tal como ha sido aplicada —por razones de conveniencia táctica— en el nazismo. Me refiero a Rusia, donde el socialismo se ha vuelto un término ilusorio, pues aunque se ha realizado la socialización de los medios de producción, de hecho una poderosa burocracia maneja la vasta masa de la población. Esto necesariamente impide el desarrollo de la libertad y del individualismo, aun cuando la fiscalización gubernamental pueda salvaguardar efectivamente los intereses económicos de la mayoría del pueblo.
Nunca se ha abusado más que ahora de las palabras para ocultar la verdad. A la traición de los aliados se la llama apaciguamiento, a la agresión militar, defensa contra los ataques; la conquista de naciones pequeñas es tildada de pacto de amistad, y la supresión brutal de poblaciones enteras se efectúa en nombre del nacionalsocialismo. También las palabras democracia, libertad e individualismo llegan a ser objeto de tal abuso. Hay una sola manera de definir el verdadero significado de la diferencia entre fascismo y democracia. Esta constituye un sistema que crea condiciones políticas, económicas y culturales dirigidas al desarrollo pleno del individuo. El fascismo, por el contrario, es un sistema que, no importa cuál sea el nombre que adopte, subordina el individuo a propósitos que le son extraños y debilita el desarrollo de la genuina individualidad.
Evidentemente, una de las dificultades mayores para el establecimiento de las condiciones necesarias a la realización de la democracia reside en la contradicción que existe entre la economía planificada y la cooperación activa de cada individuo. Una economía de ese tipo que tenga los alcances de un vasto sistema industrial requiere un alto grado de centralización y, como consecuencia, una burocracia destinada a administrar ese organismo centralizado. Por otra parte, el control activo y la cooperación de cada individuo y de las unidades más pequeñas de todo el sistema requieren un alto grado de descentralización. A menos que se logre fusionar la planificación desde arriba con la cooperación activa desde abajo, a menos que la corriente de la vida social consiga fluir continuamente desde la base hasta la cumbre, la economía planificada llevará al pueblo a ser víctima de renovadas manipulaciones. Una de las tareas principales de la sociedad es justamente la de resolver este problema: la forma de combinar la centralización con la descentralización. Pero, ciertamente, se trata de una cuestión no menos soluble que los problemas técnicos que ya fueron superados y que nos han conducido a un dominio casi absoluto de la naturaleza. Podrá ser resuelto, sin embargo, tan sólo si reconocemos la necesidad de una solución y si tenemos fe en los hombres y en su capacidad de cuidar sus propios reales intereses en tantos seres humanos.
En cierto modo, estamos enfrentando una vez más el problema de la iniciativa individual. Esta constituyó uno de los grandes estímulos del capitalismo liberal, tanto para el sistema económico como para el desarrollo personal. Pero con dos limitaciones: solamente desarrolló en el hombre dos cualidades especiales, la voluntad y la racionalidad, dejándolo, por otra parte, subordinado a los fines económicos. Era éste un principio que funcionaba muy bien durante una fase del capitalismo en la que predominaban en alto grado el individualismo y la competencia, y en la que había espacio para un sinnúmero de unidades económicas. Pero éste se ha ido restringiendo. Sólo un número reducido está en condiciones de ejercer la iniciativa individual. Si queremos realizar ahora ese principio y extenderlo hasta liberar completamente la personalidad, ello sólo nos será posible por medio del esfuerzo racional y consciente de toda la sociedad, y merced a un grado de descentralización capaz de garantizar la cooperación activa, real y genuina, así como la fiscalización por parte de las más pequeñas unidades del sistema.
Tan sólo si el hombre logra dominar la sociedad y subordinar el mecanismo económico a los propósitos de la felicidad humana, si llega a participar activamente en el proceso social, podrá superar aquello que hoy lo arrastra hacia la desesperación: su soledad y su sentimiento de impotencia. Actualmente el hombre no sufre tanto por la pobreza como por el hecho de haberse vuelto un engranaje dentro de una máquina inmensa, de haberse transformado en un autómata, de haber vaciado su vida y haberle hecho perder todo su sentido. La victoria sobre todas las formas de sistemas autoritarios será únicamente posible si la democracia no retrocede, asume la ofensiva y avanza para realizar su propio fin, tal como lo concibieron aquellos que lucharon por la libertad durante los últimos siglos. Triunfará sobre las fuerzas del nihilismo tan sólo si logra infundir en los hombres aquella fe que es la más fuerte de las que sea capaz el espíritu humano, la fe en la vida y en la verdad, la fe en la libertad, como realización activa y espontánea del yo individual.
En toda la obra nos hemos referido a la interrelación existente entre los factores socioeconómicos, psicológicos e ideológicos, analizando determinados períodos históricos, como el de la Reforma y la Edad Contemporánea. Para aquellos lectores que se interesan en los problemas teóricos relacionados con ese análisis, trataré de exponer brevemente, en este apéndice, la base teórica general sobre la que se ha fundado el estudio concreto.
Al estudiar las reacciones psicológicas de los grupos sociales, debemos ocuparnos de la estructura del carácter de los miembros que los integran, es decir, de los caracteres de personas individuales. Sin embargo, lo que nos interesa no son las peculiaridades que contribuyen a las diferencias interpersonales entre los miembros de un mismo grupo, sino aquella parte de la estructura del carácter que es común a la mayoría de ellos. Podemos denominar a esta parte carácter social. Este es necesariamente menos específico que el carácter individual. Al describir el segundo debemos referirnos a la totalidad de los rasgos que, en su peculiar configuración, constituyen la estructura de la personalidad de este o aquel individuo. El carácter social, por el contrario, comprende tan sólo una selección de tales rasgos, a saber: el núcleo esencial de la estructura del carácter de la mayoría de los miembros de un grupo; núcleo que se ha desarrollado como resultado de las experiencias básicas y los modos de vida comunes del grupo mismo. Si bien nunca dejarán de observarse «extraviados», dotados de una estructura de carácter totalmente distinta, la de la mayoría de los miembros del grupo se hallará constituida por diferentes variaciones alrededor del mencionado núcleo, variaciones que se explican por la intervención de los factores accidentales del nacimiento y de las experiencias vitales, en la medida que éstas difieren entre un individuo y otro. Cuando nos proponemos comprender cabalmente al individuo como tal, estos elementos diferenciales adquieren la mayor importancia; pero en tanto nuestro propósito se dirige a la comprensión del modo según el cual la energía humana es encauzada y opera como fuerza propulsiva dentro de un orden social determinado, entonces debemos dirigir nuestra atención al carácter social.