El método (The game) (53 page)

Read El método (The game) Online

Authors: Neil Strauss

Tags: #Ensayo, Biografía

BOOK: El método (The game)
3.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

Así que pasamos otra noche platónica juntos. Todo ese asunto me estaba volviendo loco. Sabía que le gustaba a Lisa, pero ella no quería ningún tipo de intimidad conmigo. Yo estaba tambaleándome, a un paso de ser
PQSA
do.

Puede que, aunque le cayese bien, no fuera su tipo. Me la imaginaba con tipos tatuados, grandes y musculosos, con cazadoras de cuero, no con metrosexuales delgaduchos que tenían que ir a talleres para conseguir ligar con una chica. Lisa me estaba matando.

Por primera vez desde que había aprendido el término
monoítis
, la estaba padeciendo. Y sabía que estaba condenado al fracaso. Nadie consigue nunca a su
monoítis
, pues se vuelve demasiado pegajoso y la fastidia. Y, en efecto, la fastidié. Al día siguiente, Lisa se fue a un festival a Atlanta, donde Courtney iba a dar un concierto. Llamó tres veces mientras estuvo fuera.

—¿Quieres que cenemos juntos cuando vuelva? —me preguntó.

—No lo sé —respondí yo—. Depende de cómo te portes.

—Si te vas a poner en ese plan, prefiero no verte.

Yo sólo quería hacerme de rogar un poco, ponerle las cosas un poco difíciles, tal y como me había enseñado David DeAngelo. Pero, al hacerlo, la había fastidiado. Había destruido la magia del momento. Había quedado como un gilipollas.

—No quiero que nos peleemos —le dije. Y, en esa ocasión, decía exactamente lo que pensaba—. Quiero verte. Estaré fuera dos semanas y me gustaría que nos viéramos antes de irme.

Podía oír la voz de Sam de fondo.

—Le hablas como si fuera tu novio.

—Puede que quiera que lo sea —le respondió Lisa.

Así que, después de todo, no me había
PQSA
do. No podía esperar a verla. Yo también quería que fuese mi novia.

El día que Lisa volvía me pasé toda la mañana planeando la seducción perfecta. La recogería en el aeropuerto con la limusina. Conduciría Herbal. Yo la esperaría dentro. Después la llevaría al Whiskey Bar, en el hotel Sunset Marquis, desde donde podríamos volver andando a Proyecto Hollywood.

Como las mujeres no respetan a los hombres que las invitan a todo, pero tampoco les gustan los hombres agarrados, fui al Whiskey Bar antes de tiempo y le di al encargado cien dólares para que lo que pidiéramos fuera a cuenta de la casa. Escribí en el ordenador todas las
técnicas
a las que recurriría para combatir la
RUH
de Lisa. Ahora que sabía que le gustaba, tenía la confianza necesaria como para empujarla hasta el final.

Y si, aun así, seguía resistiéndose, eso significaría que tenía problemas con las relaciones íntimas y entonces tendría que ser yo quien la
PQSA
ra.

Estaba previsto que su vuelo llegara a las seis y media de la tarde. Mientras Herbal conducía hacia la terminal de Delta, yo preparé unos cosmopolitans en el bar de la limusina.

Pero, cuando llegó el vuelo, Lisa no venía en él.

Me sentía confuso, pero no decepcionado; todavía no. Un MDLS debe estar dispuesto a cambiar o abandonar cualquier plan si así lo exige la realidad. Así que Herbal me llevó a casa y yo le dejé un mensaje a Lisa.

Al no devolverme ella el primero, le dejé un segundo mensaje.

Pasé la noche en vela esperando a que llamase.

A las cinco de la mañana sonó el móvil.

—Siento despertarte, pero necesitaba hablar con alguien. —Era la voz de un hombre. El acento era australiano. Era Sweater.

Lo último que sabía de Sweater era que había dejado la Comunidad y se había casado. Me acordaba de él a menudo. Cada vez que alguien me preguntaba si los MDLS sólo queríamos acostarnos con el mayor número posible de chicas, yo ponía a Sweater como ejemplo de alguien que había acudido a la Comunidad por razones más elevadas.

—He intentado suicidarme —me dijo.

—¿Qué ha pasado?

—Mi primer hijo nacerá dentro de diez días y soy el hombre más infeliz del mundo. Le doy a mi mujer todo lo que me pide, pero nunca tiene suficiente. Me ha apartado de mis amigos. Mi socio me va a dejar. Mi mujer se gasta todo el dinero que tengo y se pasa todo el día quejándose. —Guardó silencio, intentando contener las lágrimas—. Y ahora que va a tener el bebé, estoy atrapado.

—Pero si estabais enamorados. ¿Qué ha pasado? ¿Es que ella…?

—No, el problema no es ella. El problema es que yo he cambiado. Ser día tras día esa persona que nos enseñan a ser Mystery y David DeAngelo es demasiado difícil. Además, esa persona no era una buena persona, no es el tipo de persona que quiero ser. Me gusta cuidar a la gente. Así que empecé a mimarla y a darle todo lo que me pedía. Le mandaba flores tres veces a la semana. Pero eso era lo peor que podría haber hecho.

Nunca había visto llorar a tantos hombres adultos como en los dos últimos años.

—Esta mañana me he encerrado en el garaje con el coche en marcha y las ventanillas cerradas —continuó diciendo Sweater—. No había pensado en suicidarme desde 1986. Pero es que he llegado a un punto en el que ya no le veo sentido a nada. Sweater no necesitaba que yo lo salvara. Lo que necesitaba era un amigo con quien hablar. Había intentado convertirse en alguien que realmente no era para tener éxito con las mujeres y ahora estaba pagando el precio.

—Cuando entré en la Comunidad hice una lista de las cosas que deseaba conseguir —me dijo—. Ahora tengo la vida que quería. Tengo el dinero, la mansión y la chica diez. Pero se me olvidó escribir que la chica diez tenía que quererme y tratarme con cariño y respeto.

Courtney llegó a la mansión a la mañana siguiente. La oí hablando con Gabby en el salón.

Al bajar, vi a Courtney llevando las maletas de Gabby hacia la puerta de la mansión.

—¿Qué pasa?

—Gabby se ha peleado con Mystery y se va de la casa —me dijo Courtney—.

La estoy ayudando.

Courtney no podía ocultar su felicidad.

—¿Han vuelto contigo las chicas del grupo? —pregunté, fingiendo desinterés.

—No —respondió ella—. Cogieron un vuelo anterior al mío.

Yo no dije nada. Sabía que si lo hacía mi voz me traicionaría.

Cuando Gabby por fin se fue, Courtney dejó un manojo de salvia sobre una mesilla.

—Vamos a purificar el ambiente —dijo. Después se dirigió a la cocina—. También necesitamos un poco de arroz para atraer la buena suerte.

Al no encontrar arroz, volvió con un sobre de arroz con verduras y un cuenco de agua. Echó la mezcla en el agua, puso la salvia en el centro y corrió a su habitación. Unos segundos después, volvió a aparecer con una camisa de franela de cuadros blancos y azules.

—Con esta camisa funcionará —dijo—. Es de Kurtis. Sólo me quedan tres.

Dobló cuidadosamente la camisa debajo de la mesa, para que trajera energía positiva a la casa. Después prendió la salvia y Mystery, Herbal y yo nos sentamos alrededor de su improvisado altar y nos cogimos las manos. Courtney me apretó tanto la mía que me hizo daño.

—Gracias, Dios santo, por este día y por todo lo que nos has dado —rezó—. Te pedimos que limpies esta casa de energía negativa. Por favor, llena esta casa de paz, de armonía y de amistad. ¡No más lágrimas! Y ayúdame a ganar el juicio que tengo en Nueva York y a solucionar mis demás problemas. Yo te ayudaré, Dios mío. De verdad que lo haré. Dame fuerzas. Amén.

—Amén —repetimos nosotros.

Al día siguiente, un chófer vino a recoger a Courtney para llevarla al aeropuerto. Debía coger un vuelo a Nueva York, donde sus plegarias acabarían por ser atendidas. En la mansión, sin embargo, el ambiente no haría sino empeorar. Pronto quedó claro que Courtney y Gabby no eran la causa de nuestros problemas; tan sólo eran un síntoma de algo mucho mayor que estaba devorando nuestras vidas.

CAPÍTULO 7

Esa tarde, Lisa me dejó un breve mensaje en el contestador: «Hola, soy Lisa. Ya estoy de vuelta. Cogimos un vuelo más temprano». Eso era todo. Sin disculpa, sin ternura, sin mención a los planes que habíamos hecho.

La llamé, pero no contestó.

—Dentro de unas horas salgo para Miami con Vision —le dije a su contestador—. Me encantaría hablar contigo antes de irme.

Era el mensaje de un
TTF
y ella nunca me devolvió la llamada. Comprobé mis mensajes diariamente mientras estuve fuera. Nada.

Yo no presionaba a las mujeres, como Tyler Durden. Si hubiera estado interesada, Lisa me habría llamado. Pero no me llamó. Me habían dejado plantado. Y lo había hecho precisamente la primera mujer por la que sentía algo en mucho tiempo. Supuse que habría empezado a salir con otro, con alguien que hubiera sido capaz de romper su
RUH
.

Al principio la odié, después me odié a mí mismo y, al final, sólo me quedó una profunda tristeza.

Los MDLS dicen que lo mejor que se puede hacer para superar un caso de
monoítis
es acostarte con una decena de chicas. Así que me puse manos a la obra.

Además, no quería acabar como Sweater.

Había estado a punto de dejarme atrapar.

Decidí salir a
sargear
todas las noches, con más fuego, más energía y más éxito del que había tenido nunca. Nunca he sido un fan de las relaciones de una sola noche. Una vez que te has acercado tanto a una chica, ¿qué sentido tiene desperdiciar todo lo conseguido? Siempre fui más partidario de las relaciones de diez noches: diez noches de fantástico sexo, cada una más caliente que la anterior, más atrevida, más experimental, mejor a medida que las dos personas van sintiéndose más cómodas, a medida que aprenden qué es lo que más le excita a la otra. Así que, después de acostarme con cada mujer, seguí citándome con ellas al menos durante diez días, pero combinándolas entre sí, como si fueran gominolas de colores.

Ésa era mi realidad en aquel momento.

Las dos chicas a las que más me apetecía juntar eran Jessica, una chica de veintiún años con el cuerpo cubierto de tatuajes con la que me había acostado un par de veces, y otra Jessica, a la que había conocido en Crobar. Aunque también tenía veintiún años, era completamente distinta de Jessica I. Parecía tan inocente; incluso tenía la cara regordeta de un bebé. Dado que las dos eran aficionadas al porno, pensé que juntarlas podría resultar interesante.

Tras una copa en el bar del hotel de Miami, subimos a mi habitación a hacer una lectura de runas vikingas. Después las dejé a solas un rato, para que pudieran conocerse mejor. Al volver les enseñé algunos vídeos caseros en mi ordenador portátil y puse en marcha un masaje de inducción dual. Con el tiempo, ese masaje se había convertido en una
técnica
más, como la
frase de entrada
de la novia celosa o el test de las mejores amigas. Y funcionaba igual de bien.

Una vez que las chicas se daban el primer beso, pasaban de ser unas desconocidas a ser unas amantes apasionadas. Siempre me sorprendía ver lo rápido que se producía el cambio.

La noche fue tan sucia como la había imaginado. Probamos todas las posiciones que nos permitió la flexibilidad de nuestros cuerpos; alguna con más éxito que otras. Cuando Jessica I me pidió que me corriera en su boca yo cumplí sus deseos. Sin tragarse el semen, ella empezó a besarse apasionadamente con Jessica II. Fue el momento más erótico de toda mi vida.

Pero, al acabar, me sentí solo y vacío. Las Jessicas no me importaban. Todo lo que me habían dejado era un recuerdo y una historia que contar. Todas las chicas de mi vida podrían haber desaparecido, y a mí me hubiera dado igual. Lo cierto era que todas las aventuras de diez noches y todos los tríos del mundo no bastarían para superar mi
monoítis
.

Los MDLS estaban equivocados.

CAPÍTULO 8

A primera vista puede parecer que la sexualidad masculina asola el mundo; hay clubes de
striptease
, páginas web pornográficas, revistas como
Maxim
y anuncios provocativos por todas partes. Pero, a pesar de todo ello, el verdadero deseo masculino a menudo permanece reprimido.

Los hombres piensan mucho más en el sexo de lo que están dispuestos a admitir delante de las mujeres. Los profesores piensan en tirarse a sus alumnas, los padres piensan en tirarse a las amigas de sus hijas, los médicos piensan en tirarse a sus pacientes. Y, ahora mismo, por cada mujer a la que le quede una pizca de atractivo, probablemente habrá un hombre en algún lugar que se esté masturbando pensando en ella. Y puede que ella ni siquiera lo conozca. Puede que sea un hombre de negocios que pasó a su lado por la calle o el estudiante universitario que se sentó delante de ella en el metro. Y, si un hombre le dice lo contrario a una mujer, es porque quiere acostarse con ella, o con alguna otra mujer que puede oír sus palabras. La gran mentira de las citas modernas es que, para acostarse con una mujer, un hombre debe actuar como si no deseara hacerlo.

Lo que más les cuesta entender a las mujeres es la obsesión de los hombres por las
strippers
, las estrellas porno y las chicas adolescentes. Les resulta reprobable porque eso amenaza su realidad. Si eso es lo que desean los hombres, ¿dónde quedan entonces sus fantasías sobre una vida feliz en pareja? Las mujeres estarían condenadas a convivir con un hombre que, en vez de con ellas, preferiría estar con la modelo de Victoria’s Secret o con la hija del vecino o con la
dominatrix
de los vídeos que esconde en el armario. Además, mientras una mujer envejece, siempre habrá otra que tenga dieciocho años. El amor se estrella contra la posibilidad de que lo que realmente quiera un hombre no sea una persona, sino un cuerpo.

Afortunadamente, eso no es todo. Hay algo más. Los hombres pensamos mediante imágenes; de ahí que a menudo nos dejemos engañar por las imágenes. Pero lo cierto es que la fantasía a menudo supera a la realidad. Yo acababa de aprender esa lección. La mayoría de los hombres la aprenden antes o después. Mystery creía que sería feliz viviendo con dos mujeres que se quisieran tanto entre sí como lo querían a él, pero, con el tiempo, lo más probable era que las chicas se aliaran contra él y que Mystery acabara siendo tan desgraciado como lo había sido con Katya.

Los hombres no somos perros. Lo que pasa es que creemos que lo somos y, en ocasiones, actuamos como si lo fuésemos. Pero, gracias a su fe en nuestra naturaleza más noble, las mujeres tienen el increíble poder de sacar a relucir lo mejor de nosotros mismos. Ésa es una de las razones por las que los hombres tienden a huir de cualquier compromiso, y, en algunos casos, como el de Mystery, incluso se rebelan contra éste esforzándose por sacar a relucir lo peor que hay en cada mujer.

Other books

Biker Faith by Hunter, Ellie R
Ice Rift by Ben Hammott
Happily Never After by Bess George
Stunner by Niki Danforth
Baby Geisha by Trinie Dalton
Steel Scars by Victoria Aveyard