El Maquiavelo de León (6 page)

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Authors: José García Abad

Tags: #Política

BOOK: El Maquiavelo de León
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—Oye, Jordi, me han hablado muy bien de un diputado de León, un tal Zapatero; es muy calladito, pero tiene algo… ¿Te parece que le llamemos?

Zapatero no dice una palabra. Quien más habla es Caldera que plantea que hay que hacer un
think tank
. Sevilla discrepa:

—Eso no es lo prioritario, Jesús, las ideas vendrán luego, ya lo verás, que hay gente en la universidad muy lista. Lo que hay es un vacío de poder de la hostia en el partido. Lo que hay que decidir es si intentamos cogerlo o no cogerlo.

Zapatero no dice nada, pero empieza a actuar. La segunda reunión, a la que acude más gente, tiene lugar en el Prado, el hotel donde se alojaba el leonés cuando venía a Madrid para ejercer su labor parlamentaria, un establecimiento moderno próximo a las Cortes, tres estrellas, cada planta dedicada a una denominación de origen vinícola. Zapatero habla con el director y éste les deja reunirse en un salón sin pagar un duro, una generosidad muy rentable, pues una vez conseguido el triunfo, llueven las reservas de los diputados.

A esta asamblea se incorporan Pepe Blanco y un nutrido grupo de diputados y aquello empieza a tener visos de algo organizado. La referencia es Jesús Caldera, que es el que había ocupado un puesto más alto como portavoz adjunto del grupo parlamentario que dirigía Carlos Solchaga; y el aporte técnico lo pone Jordi Sevilla, un prestigioso economista que había sido jefe del gabinete de Pedro Solbes. Pepe Blanco era diputado por primera vez, pero ya apuntaba condiciones, especialmente en el ámbito de la captación de complicidades. Al parecer, Blanco había sido presentado a Zapatero por Javier de Paz, que conoció al segundo en las Juventudes Socialistas.

Pero los reunidos no se percataban de las habilidades del Maquiavelo leonés, que las había probado durante quince años en su tierra, tal como he descrito, entre las que destaca la utilización de la prensa. El leonés filtra a sus amigos periodistas, conocidos gracias a Rubalcaba, que ha nacido un nuevo grupo que va a lanzar un manifiesto que, asegura, «redactaré yo». Los periodistas insisten sobre lo que más morbo tiene, quién dirigirá el grupo, y José Luís les responde con su enigmática sonrisa, lo que despeja las dudas de los compañeros de la pluma.

Y en efecto, en la siguiente reunión se propone la redacción de un manifiesto. Zapatero y Sevilla expresan su voluntad de redactarlo y al final quedan en hacerlo entre los dos. Falta bautizar el nuevo grupo y Caldera y Sevilla proponen Nueva Vía. Hay que recordar que Tony Blair había lanzado lo de «Tercera Vía», y parecía idóneo situarse en línea con la renovación encarnada por el dirigente laborista. La única objeción es que un grupo terrorista japonés, que se presentó como «Nueva Vía», acababa de cometer un atentado terrible en el metro de Tokio, pero ello no fue óbice para que, finalmente, se acuñara el nombre propuesto. Los periodistas de
El País
jalean el manifiesto y lo ligan al nombre de José Luís, pero ninguno de los integrantes del grupo con los que he hablado recuerda que se hiciera una elección formal. El leonés no se inspira en este episodio en Maquiavelo, sino en Lenin, quien, en un congreso decisivo del partido bolchevique, dejó que las conclusiones las hiciera otro camarada y él se reservó la redacción de la nota de prensa. La iniciativa ya es pública y empiezan a llegar los apoyos. Carlos Solchaga, que había sido jefe de Zapatero como portavoz parlamentario, monta una cena en la que aparecen Julián Santamaría y Rosa Conde y a la que acuden por parte de Nueva Vía José Luís Rodríguez Zapatero, Jesús Caldera, José Blanco, Jordi Sevilla y Trinidad Jiménez. Solchaga les promete que si la cosa va en serio ellos ayudarán en lo que puedan. A Zapatero le interesa Solchaga por su proximidad a Felipe González; no quería que la única vía de relación con éste fuera Trinidad Jiménez, para no deberle demasiado. En esto muestra otra de las habilidades que había practicado en León y que seguirá ejerciendo desde el poder. Y llega el esperado congreso sobre el que no me voy a extender, porque lo que ocurrió allí ha sido contado con pelos y señales. No me interesa contar sus peripecias, sino resumir en pocas palabras las razones del éxito de la joven promesa leonesa frente al aparato y el viejo zorro socialista José Bono.

El viejo zorro reconoce que el Bambi lo hizo mejor que él. Bono contaba en su estado mayor con un estratega de primera, Alfredo Pérez Rubalcaba, pero Zapatero contaba con otro muñidor, entonces poco conocido, pero que en aquel congreso mostró sus habilidades para colectar votos y una actividad infatigable para ir de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, ensartando complicidades.

Un factor decisivo fue la actitud que tomaron por distintas razones Felipe González y Alfonso Guerra. Guerra prefería al diablo antes que a Bono, porque sabía que Bono le jubilaría con seguridad. Felipe no apoyó oficialmente a nadie, aunque posteriormente explicó que su candidato era Bono. En la charla que mantuve con el manchego para mi libro
Las mil caras de Felipe González
, me comentó:

—Un dirigente muy importante del partido que me ha dicho «Felipe González cambió de caballo a mitad de la carrera» […]. Ahora, que Felipe lo impulsó, sin duda ninguna, lo que pasa es que ahí estaba demasiado distraído ya entre las piedras, los bonsáis y México. Yo creo que él apoyó a Zapatero… Incluso a lo mejor se asustó cuando vio que Guerra apoyaba a Zapatero.

Lo cierto es que Trinidad Jiménez logró convencer a Felipe para que hiciera algunas llamadas en las que, sin apoyar claramente al leonés, mostrara cierta inclinación por él; también abogó en su favor Carlos Solchaga. Zapatero le pide a Jesús Quijano que sondee a Felipe González para ver si quiere ser presidente del PSOE. Chuchi se encuentra con González en la finca del constructor Cereceda, pero Felipe le da largas. «Estos dos se recelan mucho —concluye—, pero es posible que lleguen a un acuerdo». Y Rubalcaba intenta lo mismo desde las filas de Bono. Su idea es que se repartan el «pastel» que éste sea el secretario general y el leonés, el portavoz parlamentario. Bono y Zapatero se reúnen varias veces en el hotel Palace y parece que la cosa está hecha, pero el leonés da marcha atrás.

Por su parte, Bono cometió el error de manifestar sus reticencias respecto al sevillano, lo que molestó mucho a éste. Fue en una rueda de prensa celebrada en Toledo, en la que el castellano-manchego quiere mostrar su autonomía. Felipe llama a Rubalcaba y le expresa su malestar.

De la actitud de Alfonso Guerra no caben dudas. Su objetivo fundamental era que no triunfara Bono, su enemigo mejor cortado, y encomienda a parte de sus huestes que abandonen a Matilde Fernández, la candidata guerrista, y que voten al leonés. Por su parte, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, el más significado guerrista, arenga a sus tropas extremeñas: «Si gana Bono nos va a cortar la cabeza».

Lo que son las paradojas de la vida. Cuando Zapatero estuvo más cerca de caer en su peripecia leonesa fue por un ataque dirigido por Alfonso Guerra, en el caso que he comentado de «las acreditaciones falsas». Sin embargo, fue el factor decisivo de su triunfo en el XXXV Congreso. Lo que demuestra una vez más que es más poderosa la sed de venganza que la amistad y Guerra, que había atentado contra el joven leonés, odiaba más a José Bono.

Todo ello contribuyó, pero no hay que regatearle a Zapatero su mérito, que fue considerable. Con la ayuda de Pepe Blanco recorrió España de norte a sur y de este a oeste, no dejando nada a la improvisación, al contrario de lo que se le acusa desde que está en el poder. Zapatero reconoce que le debe el congreso al gallego y se lo ha recompensado cumplidamente.

En opinión de muchos, lo que le dio la victoria fue su discurso.

—La mayoría de los que estábamos en Nueva Vía —recuerda Jordi Sevilla— no sabíamos lo que iba a decir. Quizás Blanco, su primo y poco más. Él siempre compartimenta: tú para desayunar; tú para comer; tú para cenar. Nunca mezcla.

Cuando dijo aquello de «Compañeros, no estamos tan mal», el entusiasmo fue indescriptible. Es lo que esperaban oír los compromisarios después de tantas desgracias. Bono asumió rápidamente su derrota. Supo perder bien:

—Es evidente que me había equivocado. Yo tenía más avales que todos los demás juntos, o casi. Todo influyó: Felipe quería seguir mandando y creía que con ZP era más fácil que conmigo, Guerra no me quería ni en pintura… pero la verdad es que Zapatero lo hizo muy bien y Blanco demostró ser un especialista. Debo reconocer que a partir de entonces me trató con deferencia y simpatía. Yo tampoco quise usar mis votos y pedí que todos hiciésemos piña con Zapatero. No me costó trabajo, porque siempre pensé que era un buen candidato a presidente de Gobierno… así se lo dije un día en León delante de su padre, años antes. Me dijo Zapatero: «Quiero compartir contigo todos mis éxitos». Lo hicimos muy bien en beneficio del partido. El voto era secreto y en la votación de la ejecutiva obtuvo el 98 por ciento. Recuerdo que alguno de los míos, de los importantes, se sublevó, y quiso organizar una votación de castigo y me puse muy serio y dije que no lo aceptaba, que quien no votara a José Luís me traicionaba a mí. Y añadí: ¿no os dais cuenta de que si pedís el voto en blanco o en contra y sale un porcentaje importante perjudicamos al partido?

La oposición no fue un camino de rosas. Ni Zapatero ni Blanco conocían a nadie en Madrid. Cuando el leonés llega por primera vez a su despacho, reconoce que es la primera vez que entra allí. Su aparato estaba en León. Rubalcaba pronto se hace perdonar su pasado bonista; Alfredo es un político que, como Zapatero, sólo vive para la política y dispone de una de las mejores agendas de España; se alía con Pepe Blanco y le pone en contacto con la prensa y con Javier Santamaría, un genio de las encuestas y de las estrategias electorales. No le faltó crítica interna. El congreso se había celebrado en julio de 2000 y en enero de 2001 se reúne un Comité Federal en el cual Ibarra le da dos meses para enderezar el rumbo del partido. Zapatero había optado por una oposición de guante blanco, con exhibición de «talante» y una propensión a los pactos que irrita a la vieja guardia. Pero José Luís resiste apoyándose en un círculo muy fiel, integrado por José Blanco, Jesús Caldera, José Andrés Torres Mora, Alfredo Pérez Rubalcaba, Miguel Barroso y José Luís de Zárraga, su gurú demoscópico. Poco a poco, Zapatero va afianzando su poder con habilidad, y en la organización se convencen de que el futuro es el leonés y acuden entusiastas en socorro del vencedor. En el otro bando, en el del PP, Aznar, con mayoría absoluta, se entrega a la arrogancia. Comete muchos errores: anuncia que no se presentará a las elecciones de 2004, con lo que genera una fuerte inseguridad en sus filas respecto a la sucesión; trata de mantener su poder y elige a quien espera que podrá manejar mejor, pero que no es el mejor candidato; toma la postura equivocada en la guerra de Irak y demuestra que ha perdido la cabeza organizando la majestuosa boda de su hija en el Monasterio de El Escorial. Finalmente ocurre la masacre de Atocha, de la que no tiene la culpa, pero se empeña en responsabilizar a ETA contra todas las evidencias.

No obstante, son pocos o ninguno los que esperan que Zapatero gane las elecciones, salvo el mismo Zapatero y su esposa Sonsoles Espinosa, pero el leonés las gana a la primera intentona, lo que no habían conseguido ni González ni Aznar, y repite la victoria en 2008. Queda la incógnita de si se volverá a presentar en 2012, aunque él, si decidiera no presentarse, no cometerá el error de Aznar de anunciarlo antes de tiempo.

Todo empezó en León cuando dejó atado y bien atado el pacto de la mantecada. El único leonés al que hizo ministro fue a José Antonio Alonso, «Toño», que no es miembro del partido ni le acompañó en aquella singladura, pues vivía y trabajaba en Madrid como juez y miembro del CGPJ, lo cual no es óbice para que sea, aunque a disgusto, el portavoz del grupo parlamentario, un puesto destinado tradicionalmente a un socialista pata negra.

Ningún otro paisano ha sido ministro, pero sí ha contado con varios secretarios de Estado y directores generales de su tierra. Amparo Valcarce, nacida en Babero, fue secretaria de Estado de Servicios Sociales, Familias y Discapacidad y de Política Social, y actualmente es delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid. El juez Luís López Guerra, nacido en León, fue secretario de Estado de Justicia y en la actualidad es magistrado del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Angélica Rubio, nacida en Babero, ocupa un puesto privilegiado en el palacio de La Moncloa a la vera del presidente, con quien despacha a diario como asesora de comunicación. Angélica ha sido corresponsal de la agencia Efe y jefa de Informativos de la SER en León. Desde el año 2003 es asistente personal y de prensa de Zapatero. En realidad, Angélica es el departamento de La Moncloa para resolver asuntos leoneses.

Segundo Martínez era comisario de policía en León y ahora es jefe de seguridad de La Moncloa.

Y también es leonesa la que fue durante un tiempo la primera jefa del gabinete de Sonsoles Espinosa, y su esposo Manolo Rodríguez, un veterinario a quien Zapatero colocó en la Oficina Económica del Presidente, a la vera de Miguel Sebastián. Ambos son viejos amigos de Zapatero (véase el capítulo «La fabulosa transformación de Sonsoles Espinosa»).

También fueron nombrados para distintos puestos dentro del complejo de La Moncloa los leoneses Ángel Estrada, asesor de la Oficina Económica del Presidente; Mari Fe Santiago, directora de la Oficina de Educación y Cultura del Presidente, nacida en Madrid con ascendencia maragata y berciana. Otros diecisiete leoneses ocupan puestos menores en palacio.

Ha colocado a otros paisanos en distintos cargos, entre los que destaco a Rogelio Blanco, que fue designado director general del Libro del Ministerio de Cultura. Los compañeros más fieles de los viejos tiempos leoneses han recibido compensaciones en Madrid o en León ocupando menesteres no siempre necesarios.

Quizás la persona de más confianza que se trajo de su tierra sea Miguel Martínez, cuya primera misión fue confiarle la dirección del partido en León, que él había tenido que abandonar tras triunfar en Madrid. Un día el presidente le preguntó:

—¿Qué quieres ser, Miguel?

Y Miguel le contestó sin dudarlo:

—Lo que he soñado siempre es ser presidente de los paradores.

—Hecho.

Martín no tenía ni idea de hostelería ni de turismo, pero ¿quién le niega un favor a uno de sus mejores amigos con quien ha compartido tantos aconteceres?

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