Lo tuvieron en el hospital hasta principios de febrero, prosiguió Alma. Frieda iba a verlo todos los días, y cuando los médicos finalmente dictaminaron que se encontraba lo bastante fuerte para marcharse, convenció a su madre para que le permitiera restablecerse en su casa. Aún no estaba bien del todo. Tardó otros seis meses en valerse normalmente por sí mismo.
¿Y la madre de Frieda no puso inconvenientes? Seis meses es muchísimo tiempo.
Estaba encantada. Frieda era una rebelde por entonces, una de esas chicas liberadas que se habían criado en la bohemia de los últimos años veinte, y sólo sentía desprecio por
Sandusky, Ohio
. Los Spelling habían sobrevivido a la Gran Depresión con el ochenta por ciento de su fortuna intacta, lo que significaba que seguían formando parte de lo que Frieda denominaba
el núcleo de la alta «buyuasí» del Medio Oeste
. Era un mundo estrecho de miras, de republicanos carcamales y mujeres chapadas a la antigua, donde los entretenimientos principales consistían en aburridos bailes en el club de campo y cenas prolongadas y embrutecedoras. Una vez al año, Frieda apretaba los dientes y volvía a casa a pasar las vacaciones de Navidad, soportando aquel ambiente horripilante para complacer a su madre y a su hermano casado, Frederick, que seguía viviendo en la ciudad con su mujer y sus dos hijos. El día dos o tres de enero regresaba a Nueva York, jurando no volver nunca más. Aquel año, por supuesto, no asistió a ninguna fiesta; pero tampoco volvió a Nueva York. En cambio, se enamoró de Hector. Por lo que a su madre tocaba, todo lo que retuviera a Frieda en Sandusky era algo positivo.
¿Quieres decir que tampoco ponía objeciones al matrimonio?
Frieda había declarado su rebelión mucho tiempo atrás. Justo la víspera del tiroteo, había anunciado a su madre que pensaba irse a vivir a París y que probablemente no volvería a poner los pies en Estados Unidos. Por eso estaba en el banco aquella mañana, para sacar dinero de su cuenta y comprar el billete. Lo último que la señora Spelling pensaba oír de labios de su hija era la palabra matrimonio. En vista de aquel milagroso cambio de actitud, ¿cómo no aceptar a Hector y acogerle en la familia con los brazos abiertos? La madre de Frieda no sólo no se opuso, sino que se encargó personalmente de organizar la boda.
Así que la vida de Hector empieza en Sandusky, al fin y al cabo. Elige por las buenas el nombre de una ciudad, se inventa un montón de mentiras y luego hace que esas mentiras se conviertan en realidad. Es muy extraño, ¿no te parece? Chaim Mandelbaum pasa a ser Hector Mann, Hector Mann se transforma en Herman Loesser, ¿y luego qué? ¿En quién se convierte Herman Loesser? ¿Aún sabía quién era?
Volvió a ser Hector. Así es como lo llamaba Frieda, Así es como lo llamamos todos. Cuando se casaron, Hector volvió a ser Hector.
Pero no Hector Mann. No habría cometido semejante imprudencia, ¿verdad?
Hector Spelling. Tomó el apellido de Frieda.
¡Fantástico!
Fantástico, no. Práctico, simplemente. Ya no quería ser Loesser. Ese nombre representaba todo lo que le había salido mal en la vida, y si iba a empezar a llamarse de otra manera, ¿por qué no utilizar el nombre de la mujer que amaba? No es que haya seguido cambiando. Se llama Hector Spelling desde hace más de cincuenta años.
¿Cómo acabaron en Nuevo México?
Fueron al Oeste en viaje de novios y decidieron quedarse. Hector tenía bastantes problemas respiratorios, y resultó que el aire seco le sentaba bien.
En aquella época había montones de artistas por allí.
El grupo de Mabel Dodge en Taos, D. H. Lawrence, Georgia O'Keeffe. ¿Tuvieron algo que ver con ellos?
Nada en absoluto. Hector y Frieda vivían en otra parte del estado. Ni siquiera llegaron a conocerlos.
Vinieron aquí en 1932. Ayer me dijiste que Hector empezó a hacer cine otra vez en 1940. Es decir, ocho años después. ¿Qué pasó entretanto?
Compraron un terreno de ciento sesenta hectáreas.
Los precios eran increíblemente bajos en aquella época, y no creo que pagaran más de unos miles de dólares por toda la propiedad. Aunque era de familia rica, Frieda no poseía una gran fortuna personal. Una pequeña herencia de su abuela; diez o quince mil dólares, algo así. Su madre siempre quería pagarle las facturas, pero Frieda no aceptaba su ayuda. Demasiado orgullosa, demasiado testaruda, demasiado independiente. No quería considerarse un parásito. De manera que Hector y ella no estaban en condiciones de contratar a grandes cuadrillas de obreros para que les construyeran la casa. Ni arquitecto, ni contratista; no podían permitirse esas cosas. Afortunadamente, Hector sabía lo que hacía. Su padre le había enseñado el oficio de carpintero, y había trabajado en el cine haciendo decorados, de modo que aprovecharon esa experiencia para reducir los gastos al mínimo. Hector se encargó personalmente de los planos, y luego Frieda y él construyeron la casa prácticamente con sus propias manos. Era muy sencilla. Una vivienda de adobe de seis habitaciones.
Una sola planta, y la única ayuda que tuvieron fue la de una cuadrilla de tres hermanos mexicanos, jornaleros sin empleo que vivían en los alrededores del pueblo. Durante los primeros años, ni siquiera tuvieron electricidad. Tenían agua, por supuesto, el agua era imprescindible, pero tardaron dos meses en encontrarla y en empezar a excavar el pozo. Ése fue el primer paso. Luego eligieron el emplazamiento de la casa. Después trazaron los planos y empezaron la construcción. Todo eso llevó tiempo. Sencillamente, no se instalaron nada más llegar. Era un espacio salvaje y desierto, y tuvieron que construirlo todo desde el principio.
¿Y luego, qué? Una vez que tuvieron la casa lista, ¿a qué se dedicaron?
Frieda era pintora. Hector leía libros y mantenía el diario actualizado, pero sobre todo plantaba árboles. Ésa constituyó su principal ocupación, su trabajo de los siguientes años. Desbrozó un par de hectáreas de terreno en torno a la casa, y luego, poco a poco, instaló un complejo sistema de irrigación hecho con tuberías subterráneas.
Gracias a eso pudo cultivar el terreno para hacer un jardín, y entonces se dedicó a los árboles. Nunca he llegado a contarlos todos, pero debe de haber doscientos o trescientos. Alamos y enebros, sauces y chopos, pinos y robles. Antes, allí no crecía nada más que yuca y artemisa.
Hector lo ha convertido en un bosque. Dentro de unas horas lo apreciarás por ti mismo, pero para mí es uno de los sitios más hermosos de la tierra.
Eso es lo último que habría esperado de él. Hector Mann, horticultor.
Era feliz. Probablemente más que en cualquier otra época de su vida, pero esa felicidad llevaba aparejada una total falta de ambición. Lo único que le interesaba era cuidar de Frieda y ocuparse de su parcela. Después de todo lo que había pasado en los últimos años, aquello le parecía suficiente, más que suficiente. Seguía haciendo penitencia, ¿comprendes? Pero ya no intentaba destruirse.
Incluso ahora, habla de esos árboles como si fueran su obra más importante. Más que sus películas, dice, más que cualquier cosa que haya hecho en la vida.
¿Qué hacían para conseguir dinero? Si la situación era tan difícil, ¿cómo se las arreglaban para salir adelante?
Frieda tenía amigos en Nueva York, y muchos de ellos tenían contactos. Le encontraban trabajos. Ilustraciones de libros para niños, dibujos para revistas, encargos de cualquier clase. No es que ganara mucho, pero eso los ayudaba a mantenerse a flote.
Debía de tener bastantes cualidades, entonces.
Estamos hablando de Frieda, David, no de una niña de clase alta que se las da de interesante. Poseía grandes dotes, verdadera pasión por la creación artística. Una vez me dijo que no creía tener madera de gran pintora, pero luego añadió que si no hubiera conocido a Hector en aquel preciso momento, probablemente se habría pasado la vida tratando de serlo. Hacía años que no pintaba, pero seguía dibujando como una posesa. Líneas fluidas, sinuosas, con un tremendo sentido de la composición. Cuando Hector empezó a hacer cine de nuevo, ella se encargaba de dibujar la secuencia de las tomas, diseñaba los decorados y el vestuario y ayudaba a dar el tono a las películas.
Formaba parte integrante de todo el proceso.
Sigo sin entender. Llevaban una vida de lo más ascética en pleno desierto. ¿De dónde sacaron el dinero para ponerse a hacer películas?
La madre de Frieda murió. Su fortuna ascendía a más de tres millones de dólares. Frieda heredó la mitad; la otra mitad fue a su hermano, Frederick.
Eso explicaría la financiación, ¿no?
En aquella época, era un montón de dinero.
Hoy también es un montón de dinero, pero en esa historia hay algo más que dinero. Hector se había jurado que nunca volvería a hacer cine. Sólo hace unas horas que me lo has dicho, y de pronto ahora vuelve a dirigir películas. ¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Frieda y Hector tenían un hijo, y le pusieron el nombre del padre de ella, Thaddeus Spelling II. Taddy para la familia, o Tad, o Tadpole; le llamaban por muchos nombres. Nació en 1935 y murió en 1938. Le picó una abeja una mañana, en el jardín de su padre. Lo encontraron tirado en el suelo, todo hinchado y lleno de ganglios, y cuando llegaron a la consulta del médico, a cuarenta kilómetros de allí, ya había muerto. Figúrate cómo se quedaron después de eso.
Me lo puedo imaginar. Si hay algo que sea capaz de imaginarme, es eso.
Lo siento. Ha sido una idiotez decir eso.
No lo sientas. Pero sé lo que quieres decir. No es preciso hacer gimnasia mental para entender la situación.
Tad y Todd. No puede haber mayor parecido, ¿verdad?
De todas formas...
Nada de eso. Sigue hablando...
Hector se desmoronó. Pasaron los meses, y no hacía nada. No salía de la casa, miraba al cielo por la ventana del dormitorio, se examinaba el dorso de las manos. No es que Frieda no lo estuviera pasando mal, también, pero él era más frágil que ella, estaba sin defensas. Ella era lo bastante dura para comprender que la muerte del niño había sido un accidente, que había muerto porque era alérgico a las abejas, pero Hector lo vio como una especie de castigo divino. Últimamente era demasiado feliz. La vida se estaba portando demasiado bien con él, y ahora el destino le daba una lección.
Lo de las películas fue idea de Frieda, ¿verdad? Cuando recibió la herencia, convenció a Hector de que volviera a trabajar.
Más o menos. Le faltaba poco para caer en una depresión nerviosa, y Frieda era consciente de que tenía que intervenir y hacer algo. No sólo para salvarlo a él, sino para salvar su matrimonio, para salvar su propia vida.
Y a Hector le pareció bien.
Al principio, no. Pero luego le amenazó con dejarle, y terminó cediendo. Sin muchas reticencias, debería añadir.
Estaba loco por empezar de nuevo. Durante diez años había soñado con ángulos de cámara, iluminaciones, ideas para guiones. Era lo único que le apetecía hacer, lo único en el mundo que tenía sentido para él.
Pero ¿y su promesa qué? ¿Cómo justificó que rompía su palabra? Por todo lo que me has contado de él, no entiendo cómo pudo hacer una cosa así.
Pues hilando muy fino, y luego haciendo un pacto con el diablo. Si un árbol cae en el bosque y nadie lo oye, ¿ha hecho ruido o no? Hector había leído mucho para entonces, y conocía todas las tretas y argumentos de los filósofos.
Si alguien hace una película y nadie la ve, ¿existe esa película o no? Así es como justificó lo que hizo. Haría películas que nunca se proyectarían al público, haría cine por el puro placer de hacer cine. Fue un acto de increíble nihilismo, y sin embargo ha cumplido el trato desde entonces. Imagínate que algo se te da bien, lo haces tan bien que el mundo se quedaría boquiabierto si pudiera verlo, pero prefieres mantener tu obra oculta y guardar el secreto. Hacía falta una gran capacidad de abstracción y mucho rigor para hacer lo que hizo Hector, y también un toque de locura. Hector y Frieda están un poco locos los dos, supongo, pero han logrado algo excepcional. Emily Dickinson trabajó en la oscuridad, pero al menos intentaba publicar sus poemas. Van Gogh procuraba vender sus cuadros. Por lo que yo sé, Hector es el primer artista que produce su obra con la intención consciente y premeditada de destruirla. Está Kafka, claro, que dijo a Max Brod que quemara sus manuscritos, pero cuando llegó la hora de la verdad, Brod fue incapaz de hacerlo. Pero Frieda lo hará. De eso no cabe duda. Al día siguiente de la muerte de Hector, llevará sus películas al jardín y las quemará todas: cada prueba, cada negativo, hasta el último fotograma que haya tomado. Eso, garantizado. Y tú y yo seremos los únicos testigos.
¿Y cuántas películas son?
Catorce. Once largometrajes de noventa minutos o más, y otras tres de menos de una hora, No puedo imaginarme que siguiera haciendo comedias, ¿eh?
Informe del antimundo, La balada de Mary White, Viajes en el scriptorium, Emboscada en Standing Rock.
Ésos son algunos de los títulos. No parecen muy divertidos, ¿verdad?
No, no es lo que llamaríamos el clásico tubo de la risa.
Pero tampoco son demasiado sombrías, espero.
Depende de cómo definas esa palabra. Yo no las encuentro sombrías. Serias, sí, y a menudo bastante extrañas, pero no sombrías.
¿Cómo defines tú la palabra extrañas?
Las películas de Hector son sumamente intimistas, están muy a ras del suelo, tienen un tono nada pretencioso.
Pero siempre transcurre por ellas un elemento fantástico, una rara especie de poesía. Ha roto montones de normas.
Ha hecho cosas que los directores de cine no deben hacer.
¿Como cuáles?
Voces en off, para empezar. La narración se considera un defecto en el cine, una señal de que las imágenes no funcionan, pero Hector la utilizó mucho en una serie de películas suyas. Una de ellas, Historia de la luz, no tiene una palabra de diálogo. Es una narración total, de principio a fin.
¿Qué otra cosa hizo mal? Mal a propósito, quiero decir.
Estaba fuera del circuito comercial, y eso significaba que podía trabajar sin coacciones. Hector utilizó su libertad para explorar aspectos que a otros realizadores no se les permitía tocar, sobre todo en los años cuarenta y cincuenta. El desnudo. El acto sexual sin tapujos. El parto.
Micción, defecación. Son escenas un poco chocantes al principio, pero la impresión desaparece enseguida. Son facetas naturales de la vida, al fin y al cabo, pero no estamos habituados a contemplarlas directamente en imágenes, de manera que nos llaman la atención durante unos segundos. Hector no insistía mucho en ello. Desde el momento en que entendemos lo que es posible en su obra, los presuntos tabúes y las escenas de carácter explícito se funden en la textura general de la historia. En cierto modo, esas secuencias eran una especie de protección para él por si alguien trataba de largarse con una de las copias.