El ladrón de días (22 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico

BOOK: El ladrón de días
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Harvey lamentaba la presencia de aquella gente. «¿Cómo se atrevían a irrumpir aquí para reírse y hacer volar cometas —pensó— como si se tratara de una colina cualquiera?» Hubiera querido decirles que pisaban las ruinas de la casa de un vampiro y ver lo rápidamente que esto borraría las sonrisas de sus caras.

Pero luego, pensó que tal vez fuera mejor así; mejor que la colina no fuera infestada de rumores e historias. El nombre de Hood probablemente no
cruzaría,
nunca los labios de aquellos amantes y de aquellos aficionados a las cometas. Y ¿por qué debería hacerlo? Su mal no tenía sitio en los corazones felices.

—Bueno —dijo el padre de Harvey cuando los tres habían llegado a la cima de la colina—. Esa casa tuya está bien enterrada.

Harvey se puso a cuatro patas y empezó a escarbar con ambas manos. La tierra estaba blanda y desprendía un dulce olor a fertilidad.

—Es extraño, ¿no? —dijo una voz.

Harvey levantó la cabeza dejando sus labores. Tenía ambos puños llenos de tierra. Un hombre, un poco mayor que su padre, estaba a pocos metros de él, sonriendo.

—¿De qué habla usted? —preguntó Harvey.

—Las flores, el terreno —dijo—. Puede que la tierra tenga su propia magia. Magia buena, quiero decir. Y ha enterrado a Hood para siempre.

—¿Conoce usted la historia de Hood? —le preguntó Harvey.

—Sí, desde luego —respondió el hombre.

—¿Qué es exactamente lo que sabe? —preguntó la madre de Harvey—. Nuestro hijo nos ha contado una serie de historias tan extrañas...

—Son verdad —aseguró el hombre.

—Ni siquiera las hemos escuchado —dijo el padre.

—Deben confiar en su hijo —dijo el hombre—. Sé, de la mejor fuente, que es un héroe.

El padre de Harvey miró a su hijo con un arranque de sonrisa en su cara.

—¿De verdad? —preguntó—. ¿Fue usted uno de los prisioneros de Hood?

—Yo no —respondió.

—Entonces, ¿cómo lo sabe?

El hombre miró por encima de su hombro, y allí, en el fondo de la colina, había una mujer con traje blanco.

Harvey estudió a aquel extraño, tratando de recordar su cara, pero el ala de su sombrero, muy ancha, daba sombra a sus facciones. Empezó a levantarse, intentando verle de más cerca, pero el hombre dijo:

—No, por favor. Ella me ha enviado en su lugar, sólo para decirte hola. Ella te recuerda tal como eres —joven, esto es— y a ella le gustaría que la recordaras de la misma forma.

—Lulu... —murmuró Harvey.

—Te estoy muy agradecido, jovencito. Espero ser tan buen marido como buen amigo fuiste tú para ella.

—¿Marido?

—Cómo vuela el tiempo —dijo el hombre, consultando su reloj—. Vamos a llegar tarde para comer. ¿Puedo estrechar tu mano, pequeño señor?

—Está sucia —dijo Harvey, dejando escapar la tierra entre los dedos de la mano derecha.

—¿Qué podría haber mejor entre nosotros —respondió el hombre con una sonrisa— que esta... tierra curativa?

Cogió la mano de Harvey, se la estrechó, y tras un saludo a sus padres, bajó rápidamente la pendiente.

Harvey le observó mientras hablaba a la mujer vestida de blanco; vio su movimiento de cabeza y vio la sonrisa que le dirigía. Luego enfilaron la calle y desaparecieron.

—Bueno —dijo el padre de Harvey—, parece ser que ese tal señor Hood existió, después de todo.

—Entonces, ¿me creéis?

—Algo debió pasar aquí —respondió—, y tú fuiste un héroe. Lo creo.

—Entonces, es suficiente —dijo la madre de Harvey—. Ya no es necesario que sigas escarbando, cariño. Cualquier cosa que haya aquí debajo debe ser enterrada.

Harvey estaba a punto de soltar la tierra que tenía en su mano izquierda cuando su padre le dijo:

—Dame esto —y abrió su mano.

—¿De verdad la quieres?

—He oído decir que un poco de buena magia siempre va bien —fue la respuesta del padre—. ¿No es verdad?

Harvey sonrió y vertió un puñado de tierra en la palma de su padre.

—Siempre —respondió.

Los días que siguieron fueron distintos a cualquier otro que Harvey hubiera conocido. Aunque no se habló más de Hood ni de la casa, ni de la verde colina donde una vez estuvo, el tema fue parte de cada mirada y de cada risa que se produjera en la relación entre él y sus padres.

Él sabía que ellos tenían solamente una muy vaga interpretación de lo que le había ocurrido, pero todos estaban de acuerdo en una cosa: que era fantástico volver a estar los tres juntos.

De ahora en adelante, el tiempo sería precioso. Desde luego, haría tic-tac, como siempre, pero Harvey estaba convencido de que no lo malgastaría en suspiros y quejas. Llenaría cada momento con las estaciones que encontrara en su corazón. Esperanzas como pájaros en una rama de primavera; felicidad como el sol de un verano caliente; magia como las nieblas de otoño; y, sobre todo, amor. Amor suficiente para mil Navidades.

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