El ladrón de días (21 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico

BOOK: El ladrón de días
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El golpe no quedó sin efecto. Hizo que Hood perdiera el equilibrio y se tambaleara, agitándose de forma salvaje. La furia de la vorágine sacudía la roca sobre la cual estaban él y Harvey, con la amenaza de ser ambos lanzados al torbellino. Incluso ahora, Hood estaba determinado a arrebatar los trapos a Harvey y cubrir el vacío que tenía dentro.

—¡Dame mi capa, ladrón! —gritó.

—¡Es toda tuya! —respondió Harvey. Y lanzó a las aguas la ropa robada.

Hood se abalanzó hacia ellas y, mientras lo hacía, Harvey se echó para atrás, situándose en un terreno más sólido. Oyó a Hood chillar detrás de él y se volvió para ver al rey vampiro —con la ropa en su mano— ir de cabeza a las enfurecidas aguas.

La melenuda testa subió un momento a la superficie y Hood hizo un esfuerzo para alcanzar el banco, pero por muy fuerte que él fuera, las aguas lo eran más. Lo barrieron de las rocas, arrastrándole luego hasta el centro, donde las aguas bajaban en espiral hacia el fondo de la tierra.

Presa de terror, empezó a implorar ayuda. Sus lamentos eran sólo audibles cuando el remolino le llevaba al banco donde se hallaban Harvey y Lulu.

—¡Ladrón! —gritó—. ¡Ayúdame y te daré... el mundo! Para... siempre...

Luego, la ferocidad de las aguas empezó a destrozar su cuerpo provisional, arrancando sus clavos y triturando sus dientes; desparramando las astillas de su melena y
arrancándole
las extremidades de sus junturas. Reducido a un montón de restos y echazones, se lo tragaron las aguas por el corazón del remolino, y todavía chillando de cólera, se fue donde todo mal debe terminar: a la nada.

En la orilla, Harvey puso sus brazos alrededor de Lulu, riendo y sollozando al mismo tiempo.

—Lo hicimos —dijo.

—¿Hicisteis qué? —dijo una voz, detrás de ellos.

Ambos se volvieron para ver a Wendell que se acercaba paseando, alegre como siempre. Cada prenda de vestir que había encontrado en el montón era, o demasiado grande o demasiado pequeña.

—¿Qué ha pasado? —insistió—. ¿De qué os estáis riendo? ¿Por qué estáis llorando? —Miró más allá de Harvey y Lulu a tiempo de ver todavía desaparecer los últimos fragmentos del cuerpo de Hood con un aullido agonizante—. ¿Y qué era aquello? —preguntó.

Harvey se quitó las lágrimas de sus mejillas y se puso firme. Al final, tenía una razón para utilizar la respuesta perpetua de Wendell:

—¿A quién le importa?

XXVI

El muro de niebla todavía se alzaba marcando el límite de los dominios de Hood, y allí fue donde los supervivientes se reunieron para despedirse. Naturalmente, ninguno de ellos sabía qué les esperaba al otro lado de la niebla. Cada uno de los niños y niñas había llegado a la casa en un año distinto. ¿Se encontrarían en aquella misma edad —con uno o dos meses de margen— cuando traspasaran el muro?

—Aunque no recuperemos los años que nos han robado —dijo Lulu mientras se preparaban para dar el primer paso niebla adentro—, estamos libres gracias a ti, Harvey.

Había murmullos de agradecimiento y aclamaciones por parte de la pequeña multitud, así como algunas lágrimas.

—Di algo —susurró Wendell a Harvey.

—¿Por qué?

—Porque eres un héroe.

—No me siento como tal.

—Pues diles eso.

Harvey levantó los brazos para corresponder a las voces de aclamación.

—Sólo quiero decir... que probablemente, dentro de muy poco, olvidaremos que hemos estado aquí... —Unos cuantos chicos dijeron: «No, no lo olvidaremos. Siempre te recordaremos». Pero Harvey insistió—: Sí, lo haremos. Vamos a crecer y a olvidarlo. A menos que...

—¿A menos que qué? —preguntó Lulu.

—A menos que lo recordemos cada mañana. O hagamos de ello una historia para contársela a todo el mundo, a toda persona que encontremos.

—Nadie nos va a creer —dijo uno de los muchachos.

—No importa —respondió Harvey—. Nosotros sabremos que es verdad. Y esto es lo que cuenta.

Esto tuvo la aprobación de todos.

—Ahora, vámonos a casa —dijo Wendell—. Ya hemos perdido aquí mucho tiempo.

Harvey le dio un codazo en las costillas mientras el grupo se dispersaba.

—¿Y qué hay de aquello de decirles a todos que no eres un héroe? —dijo.

—Ah, sí —respondió Harvey con una maliciosa sonrisa—. Se me olvidó.

Los primeros estaban ya provocando al muro, ávidos de dejar atrás los horrores de la prisión de Hood lo antes posible. Harvey observó cómo se fundían en la niebla a cada paso que daban, y hubiera deseado disponer de un momento para hablar con ellos; para saber cómo eran antes y cómo vinieron a parar a las garras de Hood. ¿Podría tratarse de huérfanos, sin otro lugar al que llamarle hogar? ¿O fugitivos, como él y Lulu? ¿O simplemente niños aburridos de sus vidas y seducidos por ilusiones, como lo había sido él?

Nunca lo sabría. Iban desapareciendo, uno a uno, hasta que sólo quedaron Lulu, Wendell y él mismo, en la parte interior del muro.

—Bueno —dijo Wendell a Harvey—. Si el tiempo se sitúa en su lugar allí fuera, yo llegaré con unos pocos años más que tú.

—Es verdad.

—Si volvemos a encontrarnos, yo seré algo mayor. Puede que ni siquiera me reconozcas.

—Te reconoceré —dijo Harvey.

—¿Prometido?

—Prometido.

Con esto, se estrecharon las manos y Wendell hizo su salida, introduciéndose en la niebla. En tres pasos desapareció.

Lulu suspiró fuertemente.

—¿No has deseado nunca dos cosas al mismo tiempo... —preguntó a Harvey— pero sabiendo que no puedes tenerlas a ambas?

—Una vez o dos —respondió—. ¿Por qué?

—Porque a mí me gustaría crecer contigo y ser tu amiga —dijo—, pero también quiero irme a casa. Y me temo que en el año que me espera al otro lado del muro, tú aún no habrás nacido.

Harvey asintió con tristeza. Luego volvió la vista a las ruinas.

—Creo que hay una cosa que debemos agradecer a Hood.

—¿Cuál?

—Que hemos sido niños, juntos —dijo, cogiendo su mano para apretarla fuertemente—. Al menos, durante un poco de tiempo.

Lulu trató de sonreír, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Vamos a ir juntos tan lejos como podamos —propuso Harvey.

—Sí, me gustaría —respondió Lulu.

Y, dándose las manos, avanzaron en dirección al muro. En el último momento, antes de que la niebla les eclipsara, se miraron uno a otro y Harvey dijo:

—A casa...

Luego entraron en el muro. Durante el primer paso sintió el contacto de la mano de Lulu; en el segundo se volvió tenue, y al tercer paso —cuando salió a la calle— ella y la pared habían desaparecido completamente, siendo ella devuelta al tiempo a partir del cual había atravesado todas aquellas estaciones.

Harvey alzó la mirada al cielo. El sol se había puesto, pero su luz rosácea todavía iluminaba las costillas de nubes tendidas encima de él. El viento era frío y helaba el sudor de miedo y de esfuerzo que tenía en su cara y en su espalda.

Temblando de dientes, emprendió el camino hacia su casa por las sombrías calles ante la incertidumbre de lo que le esperaba.

Era extraño que después de tantas victorias, el simple trabajo de irse a casa le resultara tan agotador, pero era verdad.

Después de andar una hora, sus sentidos y su fuerza —que tanto le habían asistido frente a todo el terror que Hood pudiera conjurar— ahora le fallaban. Su cabeza empezó a dar vueltas, sus piernas flaquearon y cayó exhausto en la acera.

Afortunadamente, dos transeúntes tuvieron compasión de él y amablemente le atendieron, preguntándole dónde vivía. Recordó que era peligroso confiar su vida a extraños, pero no tenía otra opción. Todo lo que podía hacer era abandonarse a su cuidado y esperar que en el mundo al cual había vuelto hubiera todavía un poco de amabilidad.

Despertó en la oscuridad y, por un instante, todavía pensó que aquel oscuro lago pudo habérselo tragado al final, hallándose ahora prisionero en sus profundidades.

Con un grito de terror se incorporó, y con infinito consuelo, vio al final de su cama la ventana con las cortinas ligeramente abiertas y oyó el ruido acompasado de la lluvia al chocar con el antepecho. Estaba en casa.

Puso las piernas fuera de la cama y se levantó. Todo su cuerpo le dolía como si hubiera hecho diez asaltos con un boxeador de peso pesado. Pero estaba lo suficiente fuerte para coger la manecilla de la puerta y abrirla.

Del fondo de la escalera llegaba el sonido de dos voces familiares.

—Soy muy feliz de verlo en casa —oyó que decía la madre.

—Yo también —respondió el padre—. Pero necesitamos alguna explicación.

—La tendremos —le dijo la madre—. Pero no deberíamos agobiarle ahora.

Cogido a la barandilla, Harvey empezó a bajar la escalera mientras sus padres seguían hablando.

—Necesitamos saber la verdad rápidamente —insistió su padre—. Supón que haya estado implicado en algún asunto criminal.

—No. Harvey no.

—Sí. Harvey sí. Ya viste en qué estado llegó. Lleno de barro y sangre. No ha estado recogiendo flores. Esto es seguro.

Al final de la escalera, Harvey se detuvo, algo temeroso de hacer frente a la verdad. ¿Había cambiado algo, o aquellas personas que aún estaban fuera de su visión eran viejas y caducas?

Se dirigió a la puerta y la abrió. Su padre y su madre estaban de pie y de espaldas a él, mirando la lluvia por la ventana.

—Hola —dijo.

Ambos se volvieron al mismo tiempo, y Harvey soltó un grito de alegría al ver que todas las pesadumbres y horrores de la casa no habían sido vanas. Aquí estaba el premio, mirándole: su madre y su padre. Los años robados ya estaban donde pertenecían. En su posesión.

—Soy un buen ladrón —dijo, a medias para sí mismo.

—¡Oh, querido hijo mío! —dijo su mamá, acercándosele con los brazos abiertos.

Él abrazó a su madre y luego a su padre.

—¿Qué te ha pasado, hijo? —preguntó su padre.

Harvey recordó lo difícil que había sido, la primera vez, explicarlo todo. Por ello, en lugar de intentarlo, dijo:

—Fui a pasear por ahí y me perdí. No quería preocuparos.

—Has dicho algo acerca de ser un ladrón.

—¿He dicho eso?

—Sabes que lo has dicho —dijo su padre.

—Bien... ¿eres un ladrón si tomas algo que antes te ha pertenecido? —dijo Harvey.

Su padre y su madre intercambiaron miradas interrogantes.

—No, querido —dijo la madre—. Naturalmente que no.

—Entonces, no soy un ladrón —respondió Harvey.

—Creo que nos debes a los dos la explicación de la verdad, Harvey —dijo la madre—. Queremos saberlo todo.

—¿Todo?

—Todo —dijo el padre.

En vista de esto, les contó toda la historia, desde el comienzo, tal como se lo habían pedido, y si sus expresiones habían sido de duda la última vez, eran ahora de incredulidad.

—¿Esperas realmente que nos creamos esto? —dijo su padre, interrumpiéndole cuando estaba contando lo del encuentro de Hood en el ático.

—Puedo acompañaros a la casa —dijo Harvey—. O a lo que queda de ella. No pude encontrarla la última vez porque se escondía de las personas mayores. Pero Hood ya no existe. Por eso ya no hay magia para esconderla.

Nuevamente su madre y su padre se cruzaron miradas de desconcierto.

—Si puedes encontrar esa casa —dijo su padre—, iremos los dos a verla.

Al día siguiente, salieron temprano, y esta vez, tal como lo esperaba Harvey, el camino de regreso a la casa no estaba escondido por la magia. Encontró las calles por las que la primera vez le había conducido Rictus con la máxima facilidad, y muy pronto tuvieron a la vista el pequeño montículo sobre el cual había estado la casa.

—Es aquí —dijo a sus padres—. La casa estaba allí.

—Sólo es una colina, Harvey —dijo su padre—. Una colina cubierta de hierba.

Efectivamente, también Harvey estaba sorprendido de que, después de los hechos ocurridos allí, el terreno hubiera enverdecido tan rápidamente.

—Esto más bien parece un lugar muy bonito —dijo su madre mientras se acercaban al lugar donde había estado el muro de niebla.

—Las ruinas están debajo, lo juro —dijo Harvey, empezando a subir la pendiente—. Os lo mostraré. Venid conmigo.

No eran los únicos visitantes. Había varios aficionados que hacían volar cometas en la cima del montículo; una docena o más de perros brincando por allí; niños que reían mientras bajaban haciendo rodar sus cuerpos por la pendiente; incluso una pareja de enamorados susurrándose cosas al oído.

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