Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
Completada la maniobra, Anakin aceleró hacia Tythe.
—¡Está acabada!
El Escuadrón Rojo lo siguió en fila india.
En ese momento, el crucero explotó, proyectando una oleada de fuego hacia los cazas fugitivos. Rojo Nueve desapareció, tragado por las llamas de la detonación, y Rojo Siete empezó a girar sobre sí mismo en el vacío, con ambas alas destrozadas.
Obi-Wan recuperó el control de su caza y volvió a colocarse junto a Anakin.
—Punto de inserción en quince segundos —informó Anakin—. Compensadores de inercia al máximo. Toda la energía a los escudos ablativos. Desaceleración a mi señal...
Obi-Wan sujetó con ambas manos el timón, que temblaba violentamente, mientras el Escuadrón Rojo se sumergía en la atmósfera de Tythe. Creyó que los dientes saltarían de sus mandíbulas y caerían en su regazo, que los ojos y las orejas implotarían a causa de la presión, que las costillas le aplastarían el corazón...
Una luz parpadeó detrás de él y un láser casi rozó la cabina del piloto. Media docena de cazas droide estaban persiguiéndolos.
Al no tener que preocuparse por el peligro que correría un ocupante vivo, los cazas buitre podían descender más rápidamente y con más precisión que los cazas estelares. El calor generado por la entrada en la atmósfera hizo aumentar rápidamente la temperatura del interior de las naves, y los mecanismos de supervivencia lanzaron pitidos de protesta, obligando a los pilotos de los cazas a ajustar el ángulo de sus descensos. Pero para alguno de los droides ya era demasiado tarde. Los rastros de vapor que dejaban a su paso se convirtieron en duchas de partículas a medida que la gravedad hacía presa en los destrozados cazas, arrastrándolos hacia su perdición.
El caza de Obi-Wan entró en barrena, atravesando el manto de nubes a una velocidad suicida. Rodando como una noria ante sus ojos. Tythe era un caleidoscopio blanco y marrón con ocasionales manchas azul verdosas.
La voz de Anakin resonó en sus oídos.
—¡Levanta el morro! ¡Levanta el morro!
Con mucho esfuerzo, Obi-Wan logró salir de su picado con el estómago en la garganta. Poco después conectó los sensores topográficos del caza. La nave caía hacia unos témpanos de hielo. Muy abajo pudo ver varias penínsulas formadas por islas rocosas, las enormes olas de un muerto océano gris y la llanura desnuda de un continente, una tierra yerma surcada por sinuosos y secos cauces de lo que antes fueron ríos y por colinas amarronadas cubiertas de tocones de árboles talados.
Un mundo devastado.
—Recuento —dijo una voz por el auricular de su casco.
Respondieron cinco voces. Habían perdido a Rojo Ocho y a Rojo Once.
—Programando coordenadas del objetivo —dijo Anakin.
El Escuadrón Rojo voló sobre los contornos de una tierra cuya vegetación había sido tan frondosa como la que rodeaba a Theed, en Naboo. Ahora sólo era un desierto, exceptuando algún punto en el que especies exóticas de vegetación crecían en lagos de agua castaño-rojiza, con sus dentadas costas teñidas de amarillo y negro.
Al igual que había ocurrido en Naboo, en Tythe se extrajo plasma en cantidad suficiente como para proceder a su exportación. Pero la codicia había impulsado a LiMerge Power a experimentar con métodos peligrosos en el almacenamiento de gas ionizado a temperatura adecuada. Una reacción en cadena provocada por combustibles nucleares destruyó instalaciones por todo el hemisferio Norte de Tythe y dejó al planeta inhabitable durante una generación.
—El objetivo se encuentra a diez kilómetros al Oeste —informó Anakin—. No tardaremos en tener noticias de la artillería.
Los seis cazas surgieron del borde de una meseta y se dejaron caer hacia un ancho valle, incómodamente parecido a los de Geonosis, lleno de anclajes para naves estelares y cubierto de máquinas de guerra.
Las defensas droides los saludaron con descargas de misiles tierra-aire. Turboláseres de las naves de desembarco de la Federación de Comercio surcaron el aire grisáceo-amarillento. Varios STAPs se elevaron hacia el cielo, y escuadrones de droides de infantería corrieron hacia las plataformas volantes.
Sin el equipamiento necesario para defenderse contra todo lo que se le venía encima, el Escuadrón Rojo viró hacia el Norte, evadiendo los rayos de plasma y las explosiones de los misiles detectores de calor. Anakin y Obi-Wan lanzaron sus últimos torpedos de protones en un fútil intento de salvar a los Rojos Tres, Cuatro y Cinco. Sus cañones láser derribaron dos deslizadores enemigos c incontables droides de combate, haciéndoles rodar sobre el contaminado terreno. R4-P17 aulló mientras Obi-Wan dirigía el caza entre explosiones y nubes de ondulante humo sobrecalentado.
Rojo Seis desapareció.
Cuando dejaron atrás lo peor del ataque, Anakin acercó su nave a la de Obi-Wan.
Sólo quedaban ellos dos.
—Punto Tres —dijo Anakin—. En la plataforma de desembarco.
Obi-Wan desvió la mirada hacia el costado derecho de su cabina, y más allá vio lo que en tiempos fuera una enorme instalación generadora de plasma. Los agrietados domos de contención y las estructuras adyacentes sin techo dejaban al descubierto conductos de ventilación, activadores destrozados y pasarelas caídas. En el centro del complejo se erguía un cuadrado de ferrocemento corroído, sobre el que podía verse una nave enemiga de diseño inconfundible, con una cola geonosiana en forma de abanico.
—El balandro de Dooku.
Apenas había pronunciado Obi-Wan aquellas palabras, cuando un batallón de cazas droide surgió de la instalación y se situó sobre la plataforma de desembarco. Los láseres de sus rifles asaetearon a la pareja de cazas estelares.
—Creo que no podremos entrar por la puerta principal —bromeó Obi-Wan.
—Hay otra manera —aseguró Anakin mientras tomaban altura—. Lo haremos por el Domo Norte.
Obi-Wan miró por encima de su hombro izquierdo hacia el hemisferio parcialmente derruido. Hacía mucho tiempo que había desaparecido la cubierta que tapaba la estructura de contención, y el agujero resultante era lo bastante grande como para permitir el paso de un caza estelar.
No obstante, Obi-Wan tenía una duda.
—¿Qué me dices de la radiación residual del interior del domo?
—¿La radiación? ¿Te preocupas por la radiación? —rió Anakin—. ¡Seguramente la maniobra nos matará!
C
on cincuenta y tres hangares para naves espaciales, centenares de turboascensores privados, completos sistemas de seguridad y atrios elevados, el edificio República Quinientos era un mundo en sí mismo. Con más tecnología que muchos planetas del Borde Exterior y más residentes que algunos de ellos, la estructura, que casi llegaba al mismísimo cielo, era la joya de la corona del Distrito del Senado, y el blanco de todas las miradas del prestigioso Sector Diplomático del distrito.
Lo que empezó como un majestuoso edificio de estilo clásico se había convertido con el devenir de los siglos en una verdadera montaña de pisos Y edificaciones adyacentes; algunas con tejados planos, otras tan suavemente redondeadas como hombros, y otras más tan compactas como cualquier otro edificio del distrito. Ascendían más y más, unas sobre otras, de forma profusa, orgánica, como si compitieran entre sí por la luz del sol de Coruscant, y culminaban en una elegante corona rodeada de áticos y cubierta por una espiral elástica. Dorado por el sol, con la cabeza oculta entre las nubes y apuntalado por torres que también aceptaban inquilinos, el República Quinientos era una ventana desde la cual unos cuantos privilegiados podían mirar hacia abajo y contemplar todo Coruscant.
Por todo eso, cuando se hablaba del elitismo y de la desproporcionada riqueza de Coruscant, el edificio era el punto de referencia de una galaxia que sufría muchas privaciones. Porque, para muchos, el República Quinientos era el emblema del pomposo y autoindulgente Senado, mucho más que el propio edificio oficial del Senado, con su forma de champiñón.
Cuando el equipo entró en el primer nivel del subsótano del República Quinientos, Mace pudo sentir el opresivo peso de la estructura sobre su cabeza: kilómetros y kilómetros cuadrados de ferrocemento y duracero, atestados de máquinas quejumbrosas y chirriantes que mantenían la torre estable, segura, climatizada y con toda el agua y la energía que necesitaba. Por profundo que estuviera el subsótano, que lo estaba, se encontraba a cien metros por encima del verdadero subsuelo de Coruscant, y al doble de la superficie original del planeta.
El equipo tuvo que esperar horas hasta que Seguridad les concedió permiso para entrar y continuar con su investigación. Durante cierto tiempo. Mace hasta pensó en pedir permiso directamente a Palpatine, dado que el Canciller Supremo tenía una
suite
en el nivel más alto del edificio.
Las sondas robot encontraron centenares de droides de mantenimiento, pero el rastro de Sidious se había enfriado, perdido entre las innumerables huellas que cubrían el suelo.
—A menos que encontremos algo que nos diga lo contrario, no tenemos ninguna garantía de que nuestra presa llegase hasta este subsótano desde la entrada del República Quinientos —dijo Dyne, dejando su procesador manual en espera—. Puede que llegase por los túneles que conectan los hangares del Este y del Oeste.
—En otras palabras, que llegó hasta aquí como podría haber llegado a cualquier otro edificio de Coruscant —añadió Shaak Ti.
—Probablemente.
Mace contempló el túnel por el que habían llegado.
—¿Es posible que se nos haya pasado algo por alto en el camino?
—A nosotros sí; a las sondas no.
Mace señaló el manchado suelo de ferrocemento.
—¿Por qué las huellas terminan aquí de repente?
Dyne se mordió el labio sin dejar de mover la cabeza.
—Quizás alguien lo esperaba aquí con un vehículo. A menos que esté sugiriendo que es capaz de levitar —quedó pensativo unos instantes—.
—Está bien, no despreciemos ninguna posibilidad: digamos que aquí "levitó".
—Habrá huellas en su punto de partida —sugirió Mace.
Dyne escaneó el subsótano, se pellizcó el labio y soltó un bufido.
—Vamos a necesitar muchas más sondas robot.
—¿Cuántas más? —se interesó Mace.
—Muchas más.
—¿Cuánto tardaríamos en traerlas hasta aquí e investigar todo este nivel?
—Con toda esta maquinaria, los túneles de acceso a los hangares, los turboascensores de suministros y desperdicios... ni siquiera puedo calcularlo. Es más, necesitaremos otra autorización de Seguridad para investigar esos túneles.
—Tendrá la autorización que necesita —prometió Shaak Ti.
Mace miró a su alrededor.
—Tendrá que escanear los muros exteriores y los de separación.
—Eso puede llevarnos varias semanas —dijo Dyne con cautela.
—Cuanto antes empecemos, mejor.
Dyne sacó un comunicador del cinturón, y estaba a punto de activarlo, cuando el suelo tembló.
—¿Un terremoto? —preguntó Mace a Shaak Ti.
Ella negó con la cabeza.
—No estoy segura...
Un segundo traqueteo agitó el subsótano. Fue lo bastante fuerte como para que una lluvia de polvo procedente del ferrocemento suelto del techo cayera sobre el equipo.
—Parece que algo ha chocado contra el edificio —comentó Dyne.
No será la primera vez que un conductor borracho o exhausto se desvíe de una de las rutas aéreas de tránsito libre y caiga sobre un edificio
, se dijo Mace a sí mismo.
Aun así..
El siguiente temblor vino acompañado del distante sonido de una potente explosión. Las luces del subsótano se apagaron un instante para volver a encenderse de inmediato, haciendo que los droides de mantenimiento se movieran frenéticamente.
También oyeron el lejano aullido de sirenas y bocinas.
—Mi comunicador no funciona —comentó Dyne, pulsando el control de búsqueda de frecuencias con su dedo índice.
—Tenemos demasiados pisos encima de nosotros —explicó Shaak Ti.
—Eso no debería importar. No aquí.
Explorando con la Fuerza, Mace sintió peligro, frenesí, dolor y muerte.
—¿Dónde está la salida más cercana?
Dyne señaló a su izquierda.
—El túnel al hangar estelar del Este.
La mente de Mace era un torbellino. Se volvió hacia Valiant.
—Comandante, Shaak Ti y yo necesitaremos la mitad de su pelotón. Los demás que se queden ayudando al capitán Dyne en la investigación. Manténganme informado de sus progresos.
—¿Y yo, señor?
Mace contempló a TC-16. y después a Dyne.
—El droide se queda con usted.
Flanqueados por los comandos, Mace y Shaak Ti se alejaron corriendo. El túnel que conducía al hangar oriental vibró mientras intentaban abrirse paso a través de una muchedumbre de aterrorizados peatones de diversas especies que intentaba alejarse del República Quinientos. Ante ellos vieron un cuadrado de tenue luz solar, de una cualidad casi acuática, típica de los niveles inferiores de los cañones urbanos de Coruscant.
En el enorme hangar cuadrangular, humanos, humanoides y alienígenas se escondían bajo limusinas, taxis y vehículos privados, o corrían hacia la entrada de una plataforma que los transportase hasta los niveles superiores. Los gritos puntuaban el zumbido del tráfico más arriba. Aerotaxis y transportes de todo tipo se desviaban en todas direcciones, chocando unos contra otros y contra las paredes del edificio, mientras intentaban aterrizar en los tejados y en la plaza.
Más arriba, otro vehículo, una nave de carga envuelta en llamas que llevaba una trayectoria horizontal automática colisionó violentamente con una vaina de transporte público y terminó por zambullirse hacia el fondo del cañón artificial.
Mace siguió el vuelo de la nave unos segundos, antes de alzar la mirada y pasarse la mano por la frente. Los edificios lejanos titilaban débilmente, como si los estuviera viendo a través de una capa de aire recalentado.
¡Han levantado el escudo defensivo del distrito!
Algo estaba ocurriendo en el cielo. Tras las nubes se veían luces y una especie de trueno reverberó en las cumbres de los edificios más altos.
Lejos, al sur, el azul pálido de Coruscant estaba sembrado de triángulos y líneas de láseres blancos.
Los ojos de Shaak Ti parecían desorbitados cuando miró a Mace.
—Un ataque —susurró llena de aturdido escepticismo.