El juego del cero (44 page)

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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

BOOK: El juego del cero
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—O sea, que mide la reacción cuando esas dos cosas chocan —dice Viv.

—Exactamente. La dificultad es que, cuando un neutrino choca contra usted, también lo cambia. Algunos dicen que eso se debe a que el neutrino está cambiando continuamente de identidad. Otros plantean la hipótesis de que es el átomo el que cambia cuando se produce un choque de esa naturaleza. Nadie conoce la respuesta; al menos, todavía no.

—¿Qué tiene eso que ver con el hecho de hacer dinero?

Ante nuestra sorpresa, Minsky sonríe. Su barba entrecana se sacude con el movimiento.

—¿Alguna vez han oído hablar de la transmutación?

Viv y yo apenas si nos movemos.

—¿Como lo que hacía el rey Midas? —pregunto.

—Midas… La gente siempre responde lo mismo. —Minsky se echa a reír—. ¿No es fantástico que la ficción sea siempre el primer paso de la ciencia?

—¿O sea, que se pueden utilizar neutrinos para practicar la alquimia? —pregunto.

—¿Alquimia? —contesta Minsky—. La alquimia es una filosofía medieval. La transmutación es una ciencia… transformar un elemento en otro a través de una reacción subatómica.

—No lo entiendo. ¿Cómo hacen los neutrinos para…?

—Piense un poco. Jekyll y Hyde. Los neutrinos comienzan como un sabor, luego se convierten en otro. Esa es la forma que tienen de revelarnos la naturaleza de la materia. Aquí… —añade, abriendo el cajón superior izquierdo de su escritorio. Revuelve su contenido durante un momento, luego lo cierra con fuerza y abre el siguiente—. Muy bien, aquí…

Saca una hoja de papel plastificado y la coloca sobre el escritorio, revelando una cuadrícula de casillas cuadradas que me resulta muy familiar. La tabla periódica.

—Supongo que ya han visto esto antes —dice, señalando los elementos numerados—. Uno: hidrógeno; dos: helio; tres: litio…

—La tabla periódica. Sé cómo funciona —insisto.

—¿Oh, de veras? —Minsky vuelve a bajar la vista, ocultando su sonrisa.

—Encuentre el cloro —añade finalmente.

Viv y yo nos inclinamos hacia adelante en nuestros asientos, buscando en el cuadro. Viv está más próxima que yo a la asignatura de ciencias que se imparte en décimo curso. Apoya el dedo en las letras «Cl». Cloro.

—Numero atómico diecisiete —dice Minsky—. Peso atomico 35,453(2)… clasificación no metálica… color verde-amarillento… grupo halógeno. Han oído hablar de él, ¿verdad?

—Por supuesto.

—Bien, hace muchos años, en uno de los detectores de neutrinos originales, llenaron con cloro un tanque de casi quinientos mil litros. El olor era espantoso.

—Como el de un limpiador en seco —dice Viv.

—Exacto —dice Minsky, gratamente sorprendido—. Ahora recuerden algo, sólo se pueden ver los neutrinos cuando chocan contra otros átomos… ése es el momento mágico. De modo que, cuando los neutrinos impactaron en un átomo de cloro, los físicos empezaron a encontrar de pronto… —Minsky señala la tabla periódica, presionando el clip contra la casilla que hay junto a la correspondiente al cloro. Número atómico dieciocho.

—Argón —dice Viv.

—Argón —repite Minsky—. Símbolo atómico «Ar». De diecisiete a dieciocho. Un protón adicional. Una casilla a la derecha en la tabla periódica.

—Un momento, ¿está diciendo que cuando el neutrino chocó contra los átomos de cloro, todos ellos se convirtieron en argón? —pregunto.

—¿Todos? Seríamos demasiado afortunados… No, no, no, fue sólo un átomo de argón. Uno. Cada cuatro días. Es un momento asombroso… y completamente azaroso… Dios bendiga el caos. El neutrino choca y, en ese momento, diecisiete se convierte en dieciocho… Jekyll se convierte en Hyde.

—¿Y eso está sucediendo ahora mismo en el aire que nos rodea? —pregunta Viv—. Quiero decir, ¿no ha dicho que los neutrinos están en todas partes?

—Sería imposible ver las reacciones que se producen con todas las interferencias actuales. Pero cuando se lo aísla dentro de un acelerador de partículas… y el acelerador se encuentra perfectamente protegido bajo la superficie de la Tierra… y se apunta un haz de neutrinos hacia el lugar adecuado… bueno, nadie se ha acercado aún a ese punto, pero piensen en lo que sucedería si se pudiera controlar eso. Uno escoge el elemento con el que desea trabajar y lo desplaza una casilla hacia la derecha de la tabla periódica. Si pudiera hacerse semejante cosa…

Siento que se me revuelve el estómago.

—… podría convertirse el plomo en oro.

Minsky sacude la cabeza y luego se echa a reír otra vez.

—¿Oro? —pregunta—. ¿Por qué habría que hacer oro?

—Pensaba que Midas…

—Midas es un cuento para niños. Piense en la realidad. ¿Cuánto cuesta el oro? ¿Trescientos… cuatrocientos dólares la onza? Vaya a comprar un collar y un bonito brazalete, estoy seguro de que será muy agradable… agradable y poco previsor.

—No estoy seguro de…

—Olvide la mitología. Si usted realmente tuviese el poder de la transmutación, sería un tonto si decidiera hacer oro. En el mundo actual, hay elementos mucho más valiosos. Por ejemplo… —Minsky vuelve a señalar la tabla periódica de los elementos con su clip. Símbolo atómico «Np».

—Eso no es nitrógeno, ¿verdad?

—Neptunio.

—¿Neptunio?

—Llamado así por el planeta Neptuno —explica Minsky, maestro hasta el final.

—¿Qué es? —pregunto, interrumpiéndolo.

—Ah, el punto no es ése —dice Minsky—. La cuestión no es qué es. La cuestión es qué podría ser…

Con un gesto final, Minsky mueve su clip hacia el elemento más cercano a la derecha.

—¿Pu?

—Plutonio —dice Minsky, y su sonrisa ya hace rato que se ha borrado de sus labios—. En el mundo actual es el elemento más valioso de esta tabla. —Alza la vista hacia nosotros para asegurarse de que lo hemos entendido—. Saluden al nuevo truco de Midas.

Capítulo 67

Mientras se lavaba las manos en el lavabo de hombres de la cuarta planta, Lowell miraba en diagonal hacia la primera página de la sección «Estilo» del
Washington Post
que se encontraba en el suelo de baldosas y asomaba por un costado del retrete más próximo. No era nada extraño. Todas las mañanas, un compañero de trabajo aún no identificado comenzaba el día con la sección «Estilo» del periódico y luego la dejaba allí para que todos los demás la compartiesen.

Para Lowell, que habitualmente no solía leer nada más quilos recortes de periódico que sus ayudantes le preparaban todos los días, era un ritual que se tambaleaba a través de la del gada línea que separaba la comodidad de la mala higiene. Poi esa razón, aunque el periódico siempre estaba allí, al alcance de su mano, jamás lo había recogido. Ni una sola vez. Sabía muy bien lo que otros hacían cuando lo leían. Y dónde habían estado sus manos. «Repugnante», había decidido hacía ya mucho tiempo.

Naturalmente, había cosas que tenían prioridad. Como, por ejemplo, leer detenidamente la tristemente famosa columna de chismorreos del
Post
, «La fuente fidedigna», para asegurarse de que su nombre no aparecía en ella. Había tenido la intención de leerla esa mañana, pero el tiempo se le había escurrido de las manos. Apenas si habían pasado tres días desde la última vez que había visto a Harris. Aquella noche había contado al menos cuatro periodistas en el restaurante. Hasta ahora todo estaba tranquilo, pero cualquiera de ellos podría haber escrito acerca de la reunión que mantuvo con Harris. Sólo por eso merecía la pena echar un vistazo.

Usando la puntera del zapato para doblar la esquina superior del periódico, Lowell deslizó la sección de debajo del retrete. La última página estaba mojada. Trató de no pensaren ello, concentrándose en cambio en emplear el costado del pie para abrir la primera página. Pero justo cuando había conseguido introducir la puntera del zapato, la puerta del lavabo se abrió de golpe y chocó contra la pared. Lowell se giró rápidamente, fingiendo estar ocupado con el secador de manos. Detrás de él, su asistente personal irrumpió en el lavabo casi sin aliento.

—¿William, qué es…?

—Tiene que leer esto —insistió William, tendiéndole la carpeta roja.

Lowell observó atentamente a su asistente, se secó las manos en los pantalones, cogió la carpeta y la abrió. Sólo le llevó un momento examinar la portada oficial. Los ojos se le abrieron como platos y, en treinta segundos, la columna de chismorreos ya no tuvo absolutamente ninguna importancia.

Capítulo 68

—Espere un momento —digo—. ¿Me está diciendo que alguien podría hacer chocar algunos neutrinos contra algunos átomos de…

—Neptunio… —dice Minsky.

—… neptunio y generar un lote de plutonio de la nada?

—No estoy diciendo que lo hayan hecho, al menos no todavía, pero no me sorprendería en absoluto que alguien estuviese trabajando en ello… al menos sobre el papel.

Minsky está hablando con la tranquilidad propia de alguien que aún piensa que se trata de una cuestión teórica. Viv y yo sabemos que no es así. Nosotros lo vimos con nuestros propios ojos. La esfera… el acelerador de partículas… incluso el tetracloroetileno… Eso es lo que los de Wendell están construyendo allí abajo; por eso querían mantenerlo en secreto. Si se supiese que lo que realmente están haciendo es tratar de crear plutonio… sería imposible que pudiesen completar el proceso.

—Pero nadie puede hacer eso todavía, ¿verdad? —pregunta Viv, tratando de convencerse a sí misma—. No es posible…

—No diga eso en este edificio —bromea Minsky—. Teóricamente, todo es posible.

—Olvídese de si es posible —digo—. Suponiendo que se pudiera hacer, ¿cuán factible es conseguirlo? ¿El neptunio es accesible o resulta igualmente difícil de encontrar?

—Esa es la pregunta esencial —dice Minsky, señalándome con el clip como si fuese una espada—. En su mayor parte se trata de un metal terrestre muy raro, pero el neptunio-237 es un subproducto de los reactores nucleares. Aquí, en Estados Unidos, puesto que no volvemos a procesar nuestro combustible nuclear consumido, es muy difícil de conseguir. Pero en Europa y Asia vuelven a procesar cani idades masivas.

—¿Y eso es malo? pregunta Viv.

—No, lo que es malo es que el control global del neptunio sólo comenzó a ejercerse en 1999. Eso deja décadas de neptunio sin registrar. ¿Quién puede saber lo que sucedió durante todos esos años? Cualquiera podría tenerlo en este momento.

—¿O sea, que ahora está ahí fuera?

—Por supuesto que sí —dice Minsky—. Si uno sabe dónde buscar, hay montones de neptunio sin registrar repartido por ahí para quien quiera cogerlo.

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