El jardín de los perfumes (49 page)

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Authors: Kate Lord Brown

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: El jardín de los perfumes
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Se había congregado gente a su alrededor. Un par de hombres se acercaron a ayudar, subiéndose a la verja para que Emma pudiera pasar al otro lado. Cosa que hizo, con un grito de dolor.

—¡Emma! ¿Estás bien? —le preguntó Luca.

—Estoy bien —repuso ella, levantándose—. El tobillo… —Miró hacia arriba, hacia la torre y vio un destello de pelo rubio en la terraza superior cuando Delilah se asomó a mirarlos.

Luca quiso cogerla entre los barrotes.

—Espéranos.

—No. Es mi hijo. Tengo que recuperarlo ahora mismo.

—Ten cuidado. Estaré justo detrás de ti.

Emma subió corriendo los escalones de piedra de la parte de fuera e intentó abrir la primera puerta. Estaba cerrada con llave. La golpeó con el hombro pero la pesada puerta no se movió. Entonces bajó los escalones a la carrera, con la espalda sudorosa.

«Tiene que haber un modo de entrar», pensó, buscando frenética en la oscuridad un puerta, una ventana un poco abierta.

—¡Emma! —oyó que la llamaba Luca.

Volvió corriendo hacia él y vio a un viejo que buscaba una llave de un llavero.

—Ha sido una suerte que estuviera en la ciudad para la
cremà
—dijo.

—¡Démela! —Pasó la mano entre los barrotes para cogerla.

El hombre sacó del llavero una antigua llave de hierro y se la pasó. Emma subió corriendo los escalones, a trompicones. Le temblaba la mano y falló al primer intento de meterla en la cerradura. Al final giró, la puerta se abrió y ella entró en la oscuridad del primer pasillo. Sus pasos resonaban en los muros. Le parecía estar en una pesadilla, corriendo por la escalera de piedra, girando y girando, subiendo los escalones voladizos, con los sollozos de su hijo empujándola a seguir. Tropezó cuando oyó a Joseph gritar de miedo. El tobillo le cedió, cayó por la escalera y quedó colgada sobre la caída vertical hasta el pasillo abovedado. El vértigo se apoderó de ella y clavó los dedos en la piedra. Se aupó y se puso de pie, agarrada al delgado metal de la barandilla. Corrió más deprisa, con el corazón en la boca. Los pulmones le ardían. El cielo nocturno se desplegó ante ella cuando salió a la terraza. Una capa gris de humo se elevaba hacia las estrellas desde la ciudad. A sus pies vio las Fallas en llamas. Luces azules parpadeantes se abrían paso entre la gente que abarrotaba las calles.

Emma se agachó cuando una barra de metal le pasó junto a la cabeza.

—¡No te acerques más! —chilló Delilah.

—Te has llevado a mi hijo. —Emma la fulminó con la mirada.

—No me lo he llevado —dijo Delilah—. Me he quedado encerrada aquí.

—Y un cuerno. Sabías exactamente lo que hacías. Has creído que sería un buen lugar para ocultarte durante la noche, que nunca te buscaría aquí.

—Sí, tú y tu famoso vértigo. —Delilah soltó un bufido—. ¿No te asusta, Em, estar aquí arriba? —Se asomó al borde—. Estamos a mucha, mucha altura.

Emma se le acercó un poco.

—¿Qué es esto? ¿Otro grito pidiendo ayuda? ¿Qué quieres, Delilah? ¿Atención?

—¿Un grito pidiendo ayuda? —dijo Delilah en voz baja.

—No le hagas daño a mi hijo.

—¿Tu hijo? Tendría que haber sido nuestro hijo, mío y de Joe. —Delilah le acarició la cabecita con los labios—. Solo quería… Quería…

Emma se le acercó decidida. Delilah estaba al borde del edificio, con el pelo al viento y las chispas elevándose por detrás de ella, iluminada por las hogueras.

—Joseph es hijo mío.

—¡No! Tendría que haber sido mío. —Retrocedió un paso y lo abrazó más fuerte—. Se lo he contado todo de Joe. Se lo he contado todo acerca de su padre.

La voz de Emma era más aguda.

—Por favor, baja de ahí.

—¿Por qué? ¿Qué me queda para seguir viviendo?

Emma pensó rápido.

—El dinero, Delilah. Serás una mujer rica. Es lo que siempre has querido. Quédatelo todo, me da igual. —Los gemidos de su hijo le desgarraban el corazón—. Solo quiero a mi niño.

—¿Dinero? Yo solo lo quiero a él. Quiero a Joe. —Delilah se secó los ojos desorbitados con la mano y se le corrió el rímel. El niño se balanceó peligrosamente, colgado de un brazo. Emma contuvo la respiración, lista para saltar hacia él.

Fue acercándose.

—Amé a Joe desde el instante en que lo conocí, pero tuviste que venir tú a estropearlo todo.

—Yo no lo sabía.

—No es justo.

—No sabemos si Joe ha muerto.

—¡Sí que lo sabemos! —Delilah se echó a llorar, con la boca abierta de rabia—. ¡Está muerto!

—No lo sabemos con seguridad. A lo mejor va a buscarte. —Estaba a punto de tocar al niño.

—¿A mí? —Delilah sollozaba.

Emma se protegió los ojos del humo y las chispas. Detrás de Delilah vio una silueta que se movía a lo largo del parapeto.

—Podrías haber tenido a cualquiera —lloriqueó Delilah—, pero te quedaste con él. Igual que ahora yo voy a quedarme con tu hijo.

—¡No!

Cuando Delilah saltaba hacia el borde, Luca la agarró.

—Dale el bebé a Emma —le dijo.

—¡Suéltame! —Delilah se revolvió, intentando librarse de él.

Emma cogió a Joseph por la cintura.

—Suéltalo —le rogo—. Es un bebé, un niño inocente.

Delilah la miró a los ojos, con la cara retorcida de dolor.

—Estoy aquí —dijo Luca en voz baja.

—Suéltalo —le susurró Emma, con la voz ronca a causa de la desesperación—. Por favor, mi hijo…

Notó que Delilah soltaba al niño y lo cogió en brazos. Delilah miró a Emma y al niño, con las mejillas arrasadas de lágrimas.

—Lo tienes todo. Tienes todo lo que yo siempre he querido.

Luca saltó a la terraza.

—Lo cogeré —dijo, llevándose a Joseph a lugar seguro—. Mira a ver si puedes hacerla entrar en razón.

—¡Es tan guapo! —dijo Delilah entre dientes—. ¡Tan hermoso!

—Gracias —le dijo Emma a Luca, y se volvió hacia Delilah en el preciso instante en que esta pasaba las piernas por encima del borde.

Se miraron. Emma nunca olvidaría la absoluta calma en el rostro de Delilah mientras caía.

—¡No! ¡Lila! —se asomó y la agarró por la muñeca cuando saltaba. La piedra se le clavó en los brazos y le arañó la piel mientras intentaba no soltarla.

—¡Suéltame! —gritó Delilah, con las piernas colgando y dando manotazos con el brazo libre. Un zapato se le cayó y desapareció en la oscuridad hacia los escalones de la calle.

—¡No puedo sujetarte! —le gritó Emma—. ¡Lila, agárrate a mí! —Se le escurría la muñeca. Delilah abrió mucho los ojos y sus últimas palabras le llegaron a Emma cuando ya caía.

—Casi lo conseguimos, Joe. Casi lo conseguimos —gritó, precipitándose hacia la calle llena de fuego.

—¡Lila! —chilló Emma.

Un rugido de horror surgió de la multitud. En Valencia, setecientas Fallas ardían. Emma se tapó los ojos con las manos y se volvió hacia Luca, que sostenía al bebé contra el pecho y le tendió la mano libre.

—Gracias a Dios que estás bien. Siento no haber llegado a tiempo. —Le besó la sien. El sonido de sirenas cortó la noche.

—Has llegado a tiempo. Has salvado a mi hijo.

Se abrazaron fuerte y Emma miró la ciudad. Por encima de las llamas, el cielo nocturno brillaba con miles de estrellas. Pensó en su madre. Pensó en Rosa, bailando para Jordi con su vestido rojo a la luz de una hoguera, en Freya y Tom, paseando del brazo por las colinas de España. Pensó en todas las vidas segadas por la guerra, en todos los años que podrían haber vivido. Pensó en Joe, leyendo su mensaje entrando en las Torres Gemelas, con la sombra de un avión pasando por encima de su cabeza. Pensó en el hombre cayendo en Nueva York y en el soldado cayendo de la foto de Capa. Vio todas sus vidas escritas en el cielo nocturno. Vio el pasado, el presente y el futuro.

—Ha muerto —dijo, y Luca los abrazó a ella y al niño.

—Ahora estás a salvo.

—Lo hemos salvado —dijo, besando a Joseph y mirando luego a Luca. Caminaron en la oscuridad y Emma apretó el guardapelo de oro en la mano—. Quizá sea hora de que los dos nos salvemos el uno al otro.

Nota de la autora

En julio de 1936, generales conservadores dirigidos por Francisco Franco iniciaron una rebelión militar contra el gobierno elegido democráticamente de la Segunda República. Se estima que la Guerra Civil subsiguiente costó la vida a medio millón de personas. Otro medio millón huyeron como refugiados.

Aquello fue el preludio de la Segunda Guerra Mundial. Los rebeldes franquistas obtuvieron el apoyo de las tropas nazis de Hitler y de los fascistas italianos de Mussolini. Cerca de 60.000 voluntarios de cincuenta países se unieron como soldados o civiles para combatir a los nacionales y a quienes apoyaban a estos a las Brigadas Internacionales del Ejército republicano. Muchos de los voluntarios eran mujeres, que trabajaban en su mayoría con las unidades sanitarias. Unas 200.000 bajas se produjeron en combate; 4.900 fueron de las Brigadas. Los otros 300.000 que perdieron la vida durante la guerra y las represalias posteriores a la victoria de los nacionales fueron asesinados, ejecutados o murieron en los bombardeos. Muchas de esas víctimas eran mujeres y niños.

Valencia resistió contra las tropas nacionales hasta el final. Fue la última gran ciudad de España en caer. Veteranos de las Brigadas Internacionales y exiliados republicanos combatieron el fascismo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

La Guerra Civil dividió el país y a las familias. Hasta 2007 hubo un pacto de olvido nacional. El escritor español Jorge Santayana dijo: «Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.» Ahora, gracias a la Ley de Memoria Histórica, la historia de la guerra se está reescribiendo.

Este relato de mujeres durante la guerra y de sus familias mezcla la ficción con sucesos reales de la época. Los recuerdos verdaderos de quienes estuvieron envueltos en ella dan fe de los extraordinarios sacrificios que la gente común hizo por la libertad.

Agradecimientos

Muchos han compartido sus conocimientos y su experiencia durante el trabajo de investigación para esta obra. Gracias principalmente al profesor Paul Preston; a Jim Jump, del Comité en Recuerdo de las Brigadas Internacionales; a Emilio Silva, de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, y a Cynthia Jackson, del Archivo Robert Capa en el Centro Internacional de Fotografía, por su gran ayuda y sus sugerencias de búsqueda. También quiero dar las gracias a Stuart Christie, Angela Jackson, Natalia Benjamin, de la Asociación para los Niños Vascos del 37; James Cronan, del Archivo Nacional; Mónica Moreira, Harriet Batchelor Patrizi, Alison Craven, de la iglesia de St Luke’s and Christ; Tim Birch, Susana Gil, Pilar Ballesteros, Ivan Llanza Ortiz, David Barros, Jorge Garzón, John Muddeman, Julian Donohue, de la Sociedad de Lepidopteristas; Mark Ritchie, de la Royal Borough of Kensington and Chelsea, y a Lisa Wood, del Archivo Universitario John Rylands.

Gracias asimismo a los doctores Rookmaaker, Foster, Friday y Asher, de la Universidad de Cambridge; Elaine Oliver y Jonathan Smith, de la biblioteca del Trinity College Library, y a Tracy Wilkinson, del Archivo del King’s College. Isabelle Gellé y Luca Turin fueron generosos con sus consejos acerca de los perfumes.

Quiero dar las gracias a Peter Stanford y a David Whiting, del Cecil Day-Lewis Estate, por permitirme citar un hermoso resumen de
Walking Away
.

Gracias a Leila Aboulela, Sherry Ashworth, Nicholas Royle, a mi grupo de la MMU y a los maníacos de Moniack Mhor por su ayuda con la historia.

Gracias a mi maravillosa agente, Sheila Crowley, y a todos los de Curtis Brown. El equipo de Corvus es notable: gracias especialmente a Laura Palmer, mi excepcional editora, a Lucy Ridout, Nicole Muir, Rina Gill y Becci Sharpe.

Parafraseando a Marcel Proust: los «encantadores jardineros» que hicieron florecer mi alma me han apoyado con mucha paciencia durante la redacción de este libro. Para mi marido y mis hijos, y para mi familia, con amor, siempre. No olvidéis oler las flores.

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Notas

[1]
Perfume con una sola dominante floral.
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[2]
Le Scaphandre et le Papillon
(1997). Novela autobiográfica de Jean-Dominique Bauby. En ella describe sus experiencias después de una embolia cerebral. Tras permanecer tres semanas en coma sufría el síndrome de enclaustramiento: el cerebro es consciente pero el cuerpo no responde a los estímulos que este le envía. (
N. de la T.
)
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