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Authors: Greg Egan

El Instante Aleph (30 page)

BOOK: El Instante Aleph
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Y casi lo había conseguido. Eso era lo que su conocimiento de las especies le había dado: una definición de la palabra «S» precisa y molecular que podía trascender personalmente, antes de volverla en contra de cualquiera que quedara en su abrazo.

Vive la technolibération!
¿Por qué no tener un millón de Ned Landers? ¿Por qué no permitir que todos los grupos étnicos, que se consideraban los salvadores, y los lunáticos solipsistas y paranoicos del planeta ejercieran el mismo poder? El paraíso para ti y tu clan y el Apocalipsis para el resto.

Ése era el fruto del conocimiento perfecto.

«¿Qué pasa? ¿No te gusta el sabor?»

Me apreté el estómago y llevé las rodillas a la altura de la barbilla. El tipo de náusea se hizo diferente, pero no desapareció. La habitación dio vueltas y se me durmieron las extremidades mientras me esforzaba por alcanzar un estado de vacío absoluto.

Si hubiera excavado a mayor profundidad, si hubiera hecho mi trabajo como debía, podría haber sido el que lo descubriera, el que lo detuviera...

Gina me tocó la mejilla y me besó con ternura. Estábamos en Manchester, en el laboratorio de visualización. Yo desnudo y ella vestida.

—Sube al escáner —dijo—. Puedes hacerlo por mí, ¿verdad? Quiero que estemos mucho más unidos, Andrew, así que necesito ver qué hay dentro de tu cerebro. —Empecé a seguir sus instrucciones, pero, de repente dudé. Me asustaba lo que pudiera descubrir—. No más peleas —añadió mientras volvía a besarme—. Si me quieres, cierra la boca y haz lo que te digo.

Me obligó a tumbarme y cerró la máquina. Vi mi cuerpo desde arriba. El aparato era algo más que un escáner normal y me barrió con rayos ultravioleta. No sentía dolor, pero los haces arrancaban capa tras capa de tejido vivo con una precisión inmisericorde. Toda la piel y toda la carne que ocultaban mis secretos se disolvieron en una bruma rojiza a mi alrededor y luego la bruma empezó a desaparecer.

Soñé que me despertaba gritando.

A las siete y media entrevisté a Henry Buzzo en una sala del hotel. Era encantador y se expresaba muy bien, un actor nato, pero no quería hablar de Mosala; sólo quería contar anécdotas sobre famosos muertos.

—Desde luego, Steve Weinberg intentó demostrar que yo estaba equivocado sobre el gravitino, pero enseguida lo puse en su sitio.

SeeNet ya había dedicado tres documentales largos a Buzzo, pero parecía que todavía le quedaban más nombres que necesitaba desesperadamente citar ante la cámara antes de morir.

No estaba de humor para seguirle el juego; las tres horas que había dormido después de la llamada de Lydia habían sido tan reparadoras como un martillazo en la cabeza. Seguí sus explicaciones, mientras fingía que me fascinaban e intentaba a medias llevar la entrevista en una dirección que me proporcionara algún material útil.

—¿Qué lugar en la historia cree que ocupará el descubrimiento de una TOE? ¿No sería el grado sumo de inmortalidad científica?

—No existe la inmortalidad para los científicos —dijo Buzzo con humildad—. Ni siquiera para los mejores. Newton y Einstein todavía son famosos, pero ¿durante cuánto tiempo? Seguro que Shakespeare los sobrevivirá, y quizá incluso Hitler.

Me supo mal comunicarle la noticia de que ninguno de los dos era ya demasiado conocido.

—Las teorías de Newton y Einstein se han asimilado por completo —dije—, y han sido absorbidas en estructuras más generales. Sé que puso su nombre en una TOE que resultó ser provisional, pero todos los artífices de la TECU dicen que, en su momento, fue un paso definitivo hacia las actuales. ¿No cree que la próxima TOE será la auténtica, la teoría definitiva que durará para siempre?

—Es posible —dijo Buzzo, que había reflexionado sobre el tema mucho más que yo—, muy posible. Puedo imaginarme un universo en el que no podamos demostrar nada más, en el que las explicaciones más profundas sean literal y físicamente imposibles, pero...

—Su TOE describe un universo como ése, ¿verdad?

—Sí, pero podría tener razón en todo lo demás y estar equivocado en ese punto. Lo mismo que Mosala o Nishide.

—Entonces, ¿cuándo sabremos algo? —dije con acritud—. ¿Cuándo estaremos seguros de que hemos tocado fondo?

—Bueno, si tuviera razón, nunca se sabría con certeza que la tengo. Mi TOE no permite demostrar que es definitiva y completa aunque lo sea. —Buzzo sonreía encantado ante la idea de ese legado perverso—. El único tipo de TOE que dejaría menos lugar a dudas sería uno que requiriera su propia finalidad, que hiciera de ese hecho algo absolutamente primordial.

»Newton fue digerido y asimilado, Einstein fue digerido y asimilado... y la vieja TECU desaparecerá de la misma forma en cuestión de días. Todos eran sistemas cerrados y, por tanto, vulnerables. La única TOE que podría ser inmune a este proceso sería una que se defendiera activamente, que volviera la mirada hacia fuera para describir no sólo el universo, sino también cualquier teoría alternativa concebible que pudiera desbancarla y demostrara que es falsa, todo a la vez.

»Pero aquí no hay ninguna oferta de esas características —negó alegremente con un gesto—. Si quiere certezas absolutas, ha venido al lado equivocado de la ciudad.

El «otro lado de la ciudad» estaba justo a la salida del hotel: el carnaval de Renacimiento Místico no se había terminado. Salí a la calle. Necesitaba, urgentemente, una dosis de aire fresco si quería estar algo más que semiconsciente en la conferencia sobre las técnicas de los programas informáticos de los MTT a la que Mosala acudiría a las nueve. El cielo estaba resplandeciente y el aire era cálido; Anarkia parecía incapaz de decidir si se rendía a las temperaturas del otoño o se quedaba en el veranillo de San Martín. El sol me levantó el ánimo ligeramente, pero todavía me sentía lisiado, molido y abrumado.

Me abrí paso entre los puestos y las pequeñas carpas, esquivando a los artistas callejeros que hacían malabarismos con peceras y a los que andaban haciendo el pino sobre zancos, casi todos impresionantes. La sensación de agobio se debía sólo al sonsonete de las canciones de los músicos callejeros. Mientras que los miembros de ¡Ciencia Humilde! habían acudido a todas las ruedas de prensa y se habían esforzado por mantener el tono del encuentro entre Walsh y Mosala, Renacimiento Místico, en comparación, parecía inofensivo y hasta simpático. Sospechaba que era una estrategia deliberada: jugaban a la secta buena y la secta mala para aumentar su atractivo combinado. ¡Ciencia Humilde! no tenía nada que perder con el extremismo: los pocos miembros que la abandonaron cuando se disgustaron por las tácticas de Walsh (casi todos para unirse a RM) se sentirían más que compensados por la llegada de grupos como Sabiduría Celta y Luz Sajona, los equivalentes del norte de Europa del FDCPA, aunque más influyentes.

Me acordé de un pasaje de una de las biografías de Muteba Kazadi que había leído por encima. Cuando un periodista de la BBC le preguntó en tono recriminatorio por qué había rechazado la invitación a tomar parte en una ceremonia de fertilidad de la tradición de Lunda, le sugirió con educación que se fuera a casa y reprendiera a unos cuantos ministros por no ir a celebrar el solsticio en Stonehenge. Diez años después, unos cuantos parlamentarios se habían tomado la sugerencia al pie de la letra. Aunque ningún ministro había participado... todavía.

Me paré a ver el grupo de teatro de RM, que se disponía a representar descubre-el-clásico-mutilado. Después de unos fragmentos desconcertantes de jerga imposible de situar, pero extrañamente familiar, se me pusieron los pelos de punta. Habían visto las noticias sobre Landers y sus virus y estaban representando una versión improvisada de la historia. Casi toda la descripción de la bioquímica modificada de Landers salía directamente del texto de
ADN
basura
; los redactores de SeeNet debían de haber incluido el segmento descartado del documental como material de apoyo técnico cuando montaron la versión final de la noticia.

No debería haberme sorprendido, pero era inquietante la velocidad a la que sucesos acaecidos a miles de kilómetros de distancia se habían reciclado en una parábola instantánea, y oír mis palabras como un eco que formaba parte del bucle de retroalimentación rayaba en el surrealismo.

—¡Este conocimiento podría destruirnos a todos! —proclamó un actor que representaba a un agente del FBI al que habían enviado a investigar los archivos del ordenador de Landers, mientras miraba al público (a los tres que estábamos allí)—. ¡Debemos estar atentos!

—Sí —contestó su compañero, abrumado por el dolor—, pero esto es sólo la locura de un hombre. ¡La explicación detallada de los mismos misterios sagrados se encuentra en otros diez millones de máquinas! ¡Nadie estará a salvo hasta que se borren todos esos archivos!

Sentí una punzada de dolor en la cabeza y se me secó la garganta. No podía negar que, durante la noche, confuso y dolido, había compartido por completo esos sentimientos.

¿Y entonces?

Seguí andando. No tenía tiempo que perder con Landers o RM; mantenerme al día con Violet Mosala ya me resultaba casi imposible. El documental no paraba de transformarse cada vez en algo nuevo ante mis ojos, y aunque su física arcana perteneciera, gloriosamente, a otro mundo, Mosala estaba enredada en tantas complicaciones políticas que empezaba a perder la cuenta.

¿Conocía Sarah Knight los planes de Mosala de emigrar a Anarkia? Si era así, la idea le habría resultado mil veces más atractiva que cualquier trato con los Cosmólogos Antropológicos. ¿Habría ocultado esa baza de negociación a SeeNet? Quizá quisiera utilizarla para otro trabajo, pero en ese caso, ¿por qué no estaba aquí conmigo haciendo
Violet Mosala: Technolibérateur
? Quizá Mosala le había hecho prometer que guardaría el secreto y mantuvo su palabra aun a costa de perder el trabajo.

Me estaba desquiciando. Sarah, incluso ausente, parecía ir siempre un paso por delante de mí. Como mínimo debería haberle ofrecido que colaborara. Habría valido la pena repartirme la paga con ella y nombrarla codirectora sólo para averiguar lo que sabía.

Un gráfico rojo brillante apareció en mi campo visual, un pequeño círculo con una cruz, en el centro de uno mayor. Me quedé quieto, confuso. Mientras levantaba la mirada, el objetivo se fijó en una cara de la multitud. Era una persona vestida de payaso que repartía panfletos de RM.

¿Akili Kuwale?

Eso creía
Testigo
.

El payaso llevaba una careta de maquillaje activo que, en aquel momento, lucía un arlequinado verde y blanco. Desde la distancia a la que estaba, podría pertenecer a cualquier género, ásex incluido. Tenía la complexión y la altura adecuada y sus rasgos no eran tan diferentes, al menos por lo que podía apreciar entre los cuadrados que llevaba pintados en la cara. No era imposible, pero no estaba seguro de que fuera éil.

—¡Coja
El Diario del Arquetipo
! —gritó el payaso cuando me acerqué—. ¡Entérese de la verdad sobre los peligros de la frankenciencia! —El acento, aunque no pudiera situarlo geográficamente, era inconfundible, y su grito de vendedor ambulante sonaba aún más irónico que los comentarios que hizo Kuwale sobre Jane Walsh.

—¿Cuánto? —dije al acercarme al payaso, que me miró impasible.

—La verdad no cuesta nada, pero un dólar contribuiría a la causa.

—¿Qué causa? ¿La de RM o la de CA?

—Todos representamos un papel —dijo con calma—. Yo hago de RM, tú de periodista.

—Bastante justo. —El comentario me había dolido—. Admito que no sé ni la mitad que Sarah Knight, pero voy acercándome y llegaría antes con tu ayuda. —Kuwale me miraba sin ocultar su desconfianza. De repente, el damero de su cara se deshizo en rombos azules y rojos. Desorientaba, pero su mirada fija durante la transición hacía que el desprecio resultara más patente.

—¿Por qué no coges un panfleto y te vas a tomar por culo? —dijo mientras me daba uno—. Léelo y cómetelo.

—Ya me he tragado bastantes malas noticias por hoy. Y la Piedra Angular...

—Ah, Amanda Conroy te llama a su lado y crees que lo sabes todo —dijo con una sonrisa irónica.

—Si pensara que lo sé todo, ¿estaría aquí rogándote que me cuentes lo que me he perdido? El domingo por la noche me pediste que mantuviera los ojos abiertos —añadí al ver que dudaba—. Dime el motivo y qué debo buscar y lo haré. Al igual que tú, no quiero que hagan daño a Mosala, pero necesito saber qué está pasando con exactitud. —Kuwale lo meditó, todavía con desconfianza, pero sintiéndose tentada. Sin la colaboración de los colegas de Mosala ni de Karin De Groot, yo era, probablemente, lo más cercano a su ídolo a lo que podía aspirar.

—Si trabajaras para el otro lado, ¿para qué intentarías parecer tan incompetente?

—Ni siquiera estoy seguro de saber quiénes son los del otro lado. —Me tomé el insulto con calma.

—Nos veremos en este edificio dentro de media hora —dijo Kuwale por fin, cediendo.

Tomó mi mano y escribió una dirección en la palma; no era la casa donde me entrevisté con Conroy. Al cabo de media hora tenía que grabar a Mosala en otra conferencia, pero el documental podría sobrevivir con menos tomas de sus reacciones entre las que elegir, y seguro que Mosala se alegraría de que, para variar, la dejara en paz.

Kuwale me metió un panfleto enrollado en la mano antes de que me fuera. Estuve a punto de devolvérselo, pero cambié de opinión. Salía Ned Landers en la portada. Llevaba dos tornillos en el cuello y un efecto óptico de tipo Escher hacía que saliera del retrato y se pintara a sí mismo. El titular era: EL MITO DE UN HOMBRE QUE SE HIZO A SÍ MISMO. Al menos era más ingenioso que cualquiera de las cosas que se le ocurrirían a la prensa amarilla. Sin embargo, cuando pasé al artículo, vi que no hablaba de controlar ni restringir el acceso a los datos del genoma humano, no comentaba la resistencia china y estadounidense a las inspecciones internacionales de los lugares con equipo de síntesis de ADN ni planteaba soluciones prácticas para evitar otro Chapel Hill. Aparte de la petición de que se borraran y eliminaran todos los mapas del ADN humano, tan práctica como pedir a las personas del mundo que se olvidaran de la verdadera forma del planeta, no había nada más que jerga de la secta: los peligros de inmiscuirse en los misterios de la quintaesencia, la «necesidad humana» de que existiera el misterio inefable de la vida y la violación tecnológica del alma colectiva.

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