El hotel de los líos (19 page)

Read El hotel de los líos Online

Authors: Daphne Uviller

Tags: #Chick lit, Intriga

BOOK: El hotel de los líos
2.04Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pero todo se vuelve más complicado con los niños. Tienes que acordarte de cuando empezabais a salir, tratar de recuperar aquello. —Era un consejo vergonzosamente simplón, pero no por eso menos valioso.

—¿Sabéis cuándo supe que estaba enamorada de Leonard? Fuimos a Rocco’s para pasar una noche de galletas blancas y negras…

—Vaya, ¿las de mermelada de mora por debajo del glaseado? —preguntó Macy.

—Estábamos en Rocco’s y a mí me gustaba la mitad de vainilla y a él sólo la de chocolate, así que decidí que era él. Qué patético, ¿no? —Enterró la cabeza entre los brazos.

—Estoy segura de que no fue la única razón por la que te casaste con él.

—Sí que lo fue —gimió ella desde debajo de una cortina de cabello rubio—. Elegí a mi marido pensando en argumentos de repostería.

Macy me miró y puso los ojos en blanco. A pesar de la paciencia que habían tenido con ella cuando lo necesitaba, no siempre era el tipo de persona que responde en la misma medida.

—Lucy —dije mientras la apretaba por los huesudos hombros—. Hasta que os mudasteis a Wisteria Lane con Cruella de Vil, estabais bien. Y puede que también lo estuvierais aquí, si pudieras resolver el asunto de ese monstruo.

Lucy levantó una mirada esperanzada.

—¿Conoces a algún asesino a sueldo?

La imagen de Samantha Kimiko Hodges apareció fugazmente en mi cabeza. ¿Me atrevería a contratar sus servicios?

—Lo siento, cielo, pero me refería más bien a que ¿no podrías ayudar a Leonard a establecer algunos límites? —pregunté como una tonta.

Lucy me dirigió una mirada impaciente.

—Lo dice la misma chica que no podía llamar
Tambor
[4]
a su estúpido conejo.

—Vale, bien, mira, ¿qué te parecería volver a Nueva York? ¿Es una idea tan absurda? Estoy segura de que Leonard quiere que seas feliz.

—Seguiría teniendo a los niños.

—Vaya, joder, Lucy —replicó Macy—. ¡Si son unos niños monísimos! Son cálidos, blandos y te echarán de menos cuando estés muerta. ¿A ti qué te pasa?

—También la cera de los oídos es cálida y blanda. Si tan estupendos son, ¿por qué Zeph y tú encabezáis una cruzada por el control de natalidad? —Se levantó de un salto y arrastró el banquito hasta la nevera. Estaba segura de que iba a sacar una botella de Stoli y levantar el telón sobre otro de los demonios de su vida. Pero lo que hizo fue abrir un armarito y sacar un Tupperware lleno de juguetitos de colores.

—Mirad esto. Mirad esto.

Macy observó con ojos entornados aquel montón de plástico, lentejuelas y brillantina.

—Todo esto —nos explicó Lucy— sale de bolsas de cotillón. No sé ni lo que hay aquí. No sé por qué la gente cree que niños de un año pueden necesitar tonterías de cotillón. Se podrían ahogar con estas cosas, o sacarse los ojos o atascar el váter. ¿Qué son? —nos interrogó con voz suplicante.

—¿Esto? —pregunté mientras recogía uno de aquellos objetos misteriosos—. Esto es basura. Tonterías fabricadas en China precisamente para que acaben allí. —Abrí el cubo y tiré el montón entero a la basura, sobre montones de restos de pollo al ajillo—. Esto no es una razón para odiar a tus hijos.

Lucy dio una patada al cubo.

—No los odio ni odio a Leonard. A la que sí odio es a Lenore y echo mucho de menos mi trabajo. Y me encanta que hayáis venido, chicas, pero, joder, estoy tan celosa que casi me cuesta teneros aquí.

—¿Perdona? —dijo Macy mientras enderezaba la espalda sobre el banquillo. Me di cuenta de que estaba calculando lo que habíamos gastado en billetes de tren durante los últimos meses.

—Intentáis hacerme sentir mejor, pero vosotras podéis iros a casa y recuperar una vida en la que se puede distinguir el fin de semana de los días laborables, en la que la cosa más agotadora que hacéis un domingo es elegir entre Danal y Grey Dog para el aperitivo. Lo echo de menos. Ojalá no hubiera… hecho esto. —Abarcó con un gesto vago la totalidad de su cocina de catálogo.

—Mira, la gente en Nueva York también tiene hijos —le recordé.

—Quizá debería tener una aventura —planteó Lucy mientras cogía un estropajo del fregadero y comenzaba a recoger unas migas imaginarias.

—Un plan excelente —ironizó Macy, bajándose del banquillo—. Y muy original, además. Avísame cuando tengas que elegir entre el carnicero y el chico que te corta el césped. Me voy a la cama. —Nos lanzó un beso a cada una y salió de la cocina.

Lucy la vio marchar y luego me dirigió una mirada suplicante.

—Me siento totalmente atrapada, Zeph. A veces, en mitad de la noche, me imagino que salto del coche y acabo con todo para siempre. No es que vaya a hacerlo, pero la idea me sosiega. Es mejor que la respiración yoga. ¿No te parece algo enfermizo?

Una idea se me pasó por la cabeza, pero me autocensuré.

—¿Qué? —preguntó Lucy.

—Bueno, es sólo una pregunta, y no quiero que te enfades…

—Dime.

—¿Alguna vez… piensas que no conectas con los niños porque… ya sabes, por el asunto genético…? —No terminé la frase, segura de que iba a desencadenar una tempestad.

—¿Porque los óvulos no eran míos? —preguntó Lucy con genuina sorpresa. Se echó a reír con alivio—. Dios, no. Veo a la donante como uno más de los miles de técnicos que me ayudaron a tenerlos. Son míos y estoy totalmente apegada a ellos y el hecho de que a veces lamente haberme convertido en madre no tiene nada que ver.

Cubrí el pastel con el filme y volví a meterlo en la nevera.

—¿Quieres que te diga la verdad, Lucy? No sé qué decirte para que te sientas mejor.

—Ya. Nadie lo sabe. —Rodeó su diminuto cuerpo con sus brazos, un cuerpo que estaba volviéndose cada vez más delgado, cosa preocupante—. Sólo tengo que ir a la ciudad con más frecuencia. Meterme en una de las glamurosas fiestas de Dover y olvidarme de mis problemas durante unas cuantas horas.

—¡Eh, oye! —Recordé mientras fregaba el tenedor que todas habíamos usado—. Ven este lunes. Van a celebrar una fiesta de no Oscar, donde la gente lee los discursos que no pudieron leer en la ceremonia de entrega.

Lucy se quedó boquiabierta.

—¿Gente? ¿Quieres decir gente a la que nominaron y no ganó?

Asentí.

—En teoría iba a ser en febrero, pero han tardado mucho en coordinar las agendas de todo el mundo.

Lucy se echó a reír por primera vez desde que Lenore se entrometiera con su marinada aquella tarde.

—¿De verdad? ¡No entiendo la razón! —Colocó las manos sobre la encimera y empujó hasta que sus pies abandonaron el suelo—. ¿Por qué esa perspectiva es tan emocionante, joder? Sé que lo único que haré será mantener una conversación normal con Dover, pero la idea de sentarme a cotillear con más gente mientras comemos galletitas saladas es lo bastante emocionante como para mantenerme con vida hasta la semana que viene.

—Puede que porque tienes la certeza de que Mercedes nunca dejaría cruzar la puerta a tu suegra. —Dejé el tenedor entre sus relucientes iguales del cajón de la cubertería, que no sé cómo se mantenía libre de la arenilla que, de manera misteriosa, se acumulaba sobre la mía—. ¿No podríais mandar a Lenore a un crucero, o algo así? ¿No es lo que hace la gente que está forrada?

—Sigo pensando que un asesino a sueldo sería la mejor solución. —Lucy estiró el cuello e inclinó la cabeza de lado a lado—. Pero un crucero… Qué idea tan interesante…

10

Un encuentro ambulatorio con Pippa Flatland no es que estuviera entre los primeros puestos de mi lista de actividades predilectas, ya que requería la capacidad pulmonar suficiente para seguir sus zancadas tamaño secuoya mientras mantenías una conversación coherente, además de haber tenido la previsión de coger una muda que no estuviera sudada. Cuando Pippa estaba enfadada o nerviosa, caminaba más de prisa y aquella mañana de jueves su ánimo se correspondía con uno de los dos estados, aunque de momento yo ignoraba cuál. Olvidando mi dignidad, comencé a trotar a su lado.

—Así que después de que el primo te amenazara…

—Bueno, no sé si en realidad fue una amenaza —resoplé. El trote no estaba contribuyendo demasiado a aliviar el dolor de estómago que tenía después de atracarme de manzanas en un soto de las afueras.

—Déjate de nimiedades, Zephyr. ¿Qué hizo cuando mencionaste el ingreso?

Había comenzado mi informe en la oficina de Pippa, pero en cuanto llegamos a la parte sobre Samantha Kimiko Hodges y el filtro de amor, mi jefa fue incapaz de seguir sentada. Yo había asumido que iríamos al ferry, pero lo que hicimos fue subir a la carga por la calle Perry. A la altura de Wall Street, me faltaba el aire. Y Pippa ni siquiera había empezado a sudar.

—Se hizo el sorprendido, como si no supiera nada de todo eso. Como si no supiera que Summa había pagado el dinero a Samantha.

—¿Y qué te hace suponer que estaba actuando?

—Bueno —tragué saliva—, el hecho de que al instante quisiera echar tierra sobre el asunto, que se olvidara. O sea, si alguien contratara a Samantha para asesinarlo, ¿no querría que los arrestaran a ambos? Aparte de que sería un billete de salida de Bellevue, al tratarse con claridad de un intento de asesinato y no de un suicidio. —Al pasar junto a la avenida Maiden, me acordé con nostalgia de la MetroCard, guardada dentro de mi mochila.

—¿Alguna posibilidad de que haya fingido su propio asesinato por alguna razón?

Me encogí de hombros. No podía hacer otra cosa.

—Si no, es una víctima que no quiere revelar que lo es… Algo igualmente misterioso.

Pocos metros por delante de nosotras, había un hombre de aspecto fervoroso con un sujetapapeles. Por lo general me fastidiaba tener que reunir la energía necesaria para espantar a los que intentaban conseguir mi ayuda para alguna causa —me llevaba el móvil al oído y fingía estar manteniendo una conversación—, pero en ese momento pensé que aquel idealista era la oportunidad perfecta de recobrar el aliento.

—¿Tienen unos minutos para el Partido Demócrata? —preguntó.

Pippa estuvo a punto de arrollarlo. Yo le dirigí una mirada de disculpa.

—¿Y qué es ese Summa que dirige?

—No estoy segura. Algo de genética. Voy a hacerle una visita —resoplé de nuevo.

—¿Y no tienes alguna idea sobre la razón por la que la inquilina del hotel lo ha visitado?

—Ninguna —admití.

En la manzana siguiente había otra persona pidiendo algo. Hice ademán de frenar el paso, pero Pippa continuó al mismo ritmo.

—¿Disponen de un minuto para el medio ambiente? —pidió un rollizo voluntario gótico.

—¡Oh, por el amor de Dios! —replicó Pippa—. ¡En cuanto deja de llover salís como los caracoles! —Cruzamos la calle John.

—Vale, mira. —A Dios gracias, Pippa se detuvo de repente al llegar a la esquina—. ¿Dónde está ahora mismo la señora Hodges?

Me encogí de hombros, avergonzada.

—Le hiciste demasiadas preguntas —me reprochó—. ¿Sospecha algo sobre ti?

—Creo que piensa que no soy más que un molesto grano en su trasero.

—Aun así. —Pippa reanudó la caminata. Gemí en voz alta, pero ni siquiera se dio cuenta—. Estoy preocupada por tu seguridad, Zephyr.

A mí me preocupaba mantener las Jonagold en las tripas.

—Vale —dijo al ver que no me molestaba en responder—. Te daré permiso para visitar Summa, pero creo que lo mejor es que meta más gente en el asunto…

—¿Tienen unos minutos para salvar a los niños?

—¡No! —tronó Pippa—. Dios, deberíamos haber cogido el ferry. Zephyr, durante las próximas veinticuatro horas, quiero informes tuyos cada hora. Llámame cuando te vayas a la cama y cuando despiertes. Entretanto, veré si puedo averiguar algo sobre la señora Hodges. —Volvió a parar y levantó la mirada hacia el cartel de la calle. Pareció sorprenderse—. Estupendo, hemos hecho la mitad del camino hasta el hotel.

Levanté las cejas, como si también a mí me complaciera aquel descubrimiento.

—Hablando de eso —dijo con tono despreocupado mientras se apartaba el pelo de la cara—. ¿Tienes alguna idea de si esto está relacionado con los cien mil que ha perdido Ballard McKenzie?

Me ruboricé. Era como si Pippa hubiese dicho: «Creo que las dos estamos contentas de que un mes de trabajo haya dado sus frutos, aunque sean del todo accidentales, pero, por cierto, ¿te has olvidado por completo del caso que te había asignado?».

—No lo sé —admití—. De momento no se me ocurre nada, pero seguiré investigando.

—Sí, hazlo, Zephyr. Estaría bien empezar a progresar en el caso, ¿no te parece?

Traté de no estrangular a Asa mientras miraba el techo con los ojos entrecerrados.

—Déjame que piense. —Se dio unos golpecitos con un lápiz en la flácida barbilla—. Era una furgoneta de mudanzas, de la misma empresa que emplea a artistas y actores. La furgoneta era roja… mmm, o más bien marrón, con tonos rojizos. Y había dos chicos. Uno de ellos tenía uno de esos cuerpos de gimnasio. —Arrugó la nariz en un gesto de condena—. El otro era más mi tipo. Con algo más donde agarrarse, ya sabes.

—¿Asa?

—¿Mmm?

—¿Te dijo adónde iba? ¿O los de la mudanza? ¿Te enteraste de algo? —pregunté con los dientes apretados. Traté de expulsar de mi cabeza el eco de la amenaza de Jeremy mientras recorría el vestíbulo con la mirada.

—Oye, no deberías estar aquí en tus días libres. ¿Lo sabías? A ver si va a ser que te gusta Hutchinson…

Cerré los ojos un momento y lamenté no conocer otras técnicas de respiración más allá de una serie de resoplidos de exasperación.

—¿Perdona?

—Te detesta y eso te intriga. Te pone. Revela un sentimiento de aversión hacia ti misma sub, post, antifeminista.

—Asa…

Frunció el cejo. Al parecer había conseguido confundirse a sí mismo.

—Asa, por favor. ¿Sabes adónde se fue la señora Hodges esta mañana? La mudanza le habrá llevado una o dos horas. ¿No le has preguntado? ¿No has estado charlando un rato con algún encantador actor en paro? —Ni siquiera me molesté en ocultar la desesperación de mi voz.

—¿Y a ti qué más te da? ¿Es que has desarrollado una especie de síndrome de
Martes con mi viejo profesor
con ella?

—Sí, es mi mentora. Mi abuela. Mi condenada guía espiritual. ¡Asa, piensa!

Al fin, puso cara de verdadera preocupación y casi me sentí mal por él, que no se daba cuenta de la ironía.

—Ay, Dios, Zeph, vamos a ver… —Apoyó la barbilla sobre el puño. Con cualquier otro, habría creído que me estaba tomando el pelo, pero con Asa no. Si en aquel momento le hubiera empezado a salir humo por las orejas y una ardilla de dibujos animados se hubiese posado en su hombro, no me habría sorprendido demasiado. De repente levantó la mirada con los ojos muy abiertos.

Other books

As You Wish by Robin Jones Gunn
Big Decisions by Linda Byler
Road Ends by Mary Lawson
The Wild One by Terri Farley
The Windsingers by Megan Lindholm
Cleat Catcher (The Cleat Chaser Duet Book 2) by Celia Aaron, Sloane Howell
An Outrageous Proposal by Maureen Child
Sleeping Murder by Agatha Christie
Racing the Moon by Ba Tortuga