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Authors: Johan Theorin

Tags: #Intriga

El guardián de los niños (38 page)

BOOK: El guardián de los niños
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Ella lo mira.

—¿No sabes lo que Legén hizo en Gotemburgo?

—¿Qué hizo?

—Asesinó a mucha gente. Se volvió loco. Salió a la calle y los fue acuchillando uno a uno.

Jan escucha, no puede hacer otra cosa. No puede moverse.

—¿Legén? —pregunta al cabo de un rato—. ¿Ha matado a gente?

La señora asiente.

—Lo sabe todo el edificio. —Suspira, y añade—: Nadie quiere tenerlo como vecino. Deberían haberlo dejado en Santa Psico… Allí fue donde lo encerraron.

Jan clava la vista en ella.

—Pero ¿no trabajaba allí, en la lavandería?

Ella asiente.

—Los últimos años, sí. Pero, por lo que sé, en ella siempre trabajan algunos pacientes. En ese sitio hay una extraña mezcla de locos y personal médico.

La vecina vuelve a suspirar y sigue bajando las escaleras con la cesta de la ropa.

Jan va tras ella y recoge a toda prisa su colada. A continuación regresa a su apartamento y se encuentra la puerta entreabierta. Ha olvidado cerrarla.

¿Habrá oído Legén la conversación?

Se detiene en el umbral y piensa en qué decir. Al fin entra en el apartamento.

Legén continúa sentado a la mesa, se ha servido otra taza de café. Mira a Jan.

—En fin… —dice.

El vecino ha encendido su pipa, pero no se le ve muy contento.

—He oído a la vieja —señala—. Se la ha escuchado en todo el bloque.

Jan se acerca en silencio a la mesa. No sabe qué decir, y no puede apartar la vista de las manos de Legén, que ahora sostienen la taza de café. Las que hace tiempo sujetaron el cuchillo, cuando salió enloquecido por las calles.

Jan abre la boca para decir algo:

—¿Te encontrabas a gusto en el hospital?

Legén apenas chupa su pipa, así que Jan prosigue:

—Quiero decir… Pasaste allí mucho tiempo.

—Toda la vida —responde Legén. Le da una chupada a la pipa y añade—: Pero no maté a nadie.
No, nein, njet…
Acabé allí por culpa de mi madre.

Jan se lo queda mirando.

—Mi madre era lo que entonces se llamaba una libertina. En los años treinta tuvo hijos con varios hombres y salía mucho. Y además, no se avergonzaba de ello. Así que fue a ella a quien encerraron. En aquel tiempo Patricia era un hospital psiquiátrico y un centro público de reclusión. Yo solo era un niño, y tuve que ir con ella. Y allí me quedé.

—Entonces… ¿no has asesinado a nadie?

—Son solo habladurías —señala Legén—. Una vez que corre la voz es imposible pararla.

Jan asiente en silencio. «¡Fíate tú de la gente!», piensa.

Vuelve a sentarse a la mesa.

—¿Puedo hacerte una pregunta? Si salta la alarma de incendio… ¿qué pasa en la lavandería?

—Hemos hecho simulacros —responde Legén, como si aún trabajara allí—. Tenemos nuestras órdenes… Si no hemos muerto por la inhalación de humo, tenemos que apagar las máquinas y dirigirnos a la entrada.

—¿Así que no cogéis el ascensor?

—Nadie coge el ascensor cuando hay un incendio —contesta Legén.

Se hace un silencio. Legén se saca la pipa de la boca y se agacha hacia su bolsa de plástico. A continuación saca una botella de litro llena de vino amarillento y la coloca frente a Jan sobre la mesa.

—Toma, una botella. No es el mejor que he hecho, pero no está mal… Y al final, todo acaba siendo orina.

—Gracias.

Se quedan callados.

—¿Quieres liberar a alguien? —pregunta Legén.

—No, en absoluto —niega Jan de forma automática—. No, solo quiero…

—Si lo haces —le interrumpe Legén—, elige a alguien que se lo merezca… Algunos de los que están allí arriba deberían intercambiar su puesto con algunos de los locos de por aquí abajo.

Bangen

Al oír gritos, alaridos y cristales rotos en el pasillo, Jan comprendió que la fuga de Rami había fracasado.

Escuchó, pero no hizo nada; permaneció sentado en su habitación y continuó dibujando la historieta de
El Tímido
. A los gritos y alaridos les siguió un lejano golpe metálico, y a continuación el sonido de pasos apresurados.

Jan se acercó a la puerta. Oyó que se cerraba otra puerta y más voces. Todo un coro.

Luego reinó el silencio.

Esperó un rato, y disimuladamente echó un vistazo al pasillo. Se encontraba desierto y en calma, pero al acercarse y llamar a la puerta de Rami no obtuvo respuesta alguna.

Esta vez sabía adónde la habían llevado, así que bajó al sótano. A la puerta cerrada del Agujero.

—¿Rami? —gritó.

Su voz apagada le llegó desde el otro lado.

—Sí.

—¿Qué ha pasado?

—Una de las fantasmas me vio y se chivó. Y entonces le aticé.

Jan supuso que se trataba de una de las chicas pálidas de la misma planta.

—Así que los celadores atraparon a la ardilla —dijo él.

—Me pillaron enseguida —contestó—. Ni siquiera he podido llegar al patio… Les mordí, pero eran cuatro. Igual que tu banda.

Jan no sabía qué decir. «No se puede ganar a la gente, Rami.» Eso era lo que él creía, al menos antes de conocerla a ella.

Abrió la boca y le hizo una pregunta:

—¿Cuánto tiempo estarás aquí dentro?

—No me lo han dicho —dijo ella—. Quizá años… Pero no importa, porque sé lo que haré cuando me suelten.

Jan no preguntó más, sabía que Rami nunca se rendiría. Se quedó sentado al otro lado de la puerta, esperando, dándole apoyo. Al fin volvió a hablar.

—Si lo haces… me iré contigo.

—¿Lo harás?

—Sí.

Y era cierto. No deseaba abandonar la seguridad de Bangen, pero podría seguir a Rami a cualquier parte.

—¿Sabes adónde iré?

—¿Adónde?

—A Estocolmo. Tengo que ir… mi hermana mayor vive allí.

—De acuerdo —respondió Jan.

—Allí podremos formar un grupo —propuso Rami—. Daremos conciertos en Sergelstorg y grabaremos canciones con el dinero que saquemos… y nunca más regresaremos aquí.

—¿Y el trato? —preguntó él.

—Podrás cumplir con tu parte más adelante… y yo me encargaré de la mía, si me das la dirección.

—De acuerdo. Ahora debo irme, Rami… Tengo terapia.

—Con tu Psicocharlatán.

—Sí… Pero no está mal, me escucha.

—Yo también te escucho —replicó Rami.

—Lo sé.

—¿Pasarás a verme esta noche? ¿Si me sueltan?

Se puso colorado, y se alegró de que ella no pudiera verlo.

—Sí…

Pero no pudo continuar. Las tres últimas palabras las pensó en silencio: «Te quiero, Rami».

—¿Por qué nos encerráis? —preguntó Jan.

—¿Encerrar? —se interesó Tony.

—En el sótano. En esa habitación cerrada con llave.

—Eso solo ocurre cuando alguien se pone violento —explicó Tony—. Es por su propio bien… para que no se haga daño a sí mismo. La mayoría están internados de forma provisional hasta que mejoran… al igual que el resto, viven aquí temporalmente.

Se hizo un silencio, el psicólogo se inclinó hacia delante.

—¿Cómo te sientes, Jan?

—Bien.

—¿Has hecho amigos aquí?

—Puede.

—Bien. ¿Y cómo van esos pensamientos autodestructivos? ¿Han desaparecido?

—Creo que sí —contestó.

—Entonces, quizá sea hora de regresar a casa…

Jan comprendió que deseaban librarse de él. Todo era temporal. Seguro que necesitaban su cama para otra persona.

—No lo sé —respondió.

—No lo sabes. Pero no puedes quedarte aquí, ¿verdad?

Jan no dijo nada.

Quedarse era una solución muy atrayente si no funcionaba el plan de fuga de Rami; quedarse tras la verja el resto de su vida y no tener que regresar jamás al mundo. No tener que encontrarse nunca más frente a la Banda de los Cuatro.

—Te vendrá bien volver a casa —señaló el psicólogo—. Volver a casa y al colegio… tener amigos y empezar a vivir de nuevo. Y pensar en lo que quieres ser.

—¿Qué quiero ser?

—Sí… ¿en qué quieres trabajar?

Jan reflexionó. No había pensado en ello, pero respondió:

—Quizá como profesor.

—¿Por qué?

—Porque… quiero cuidar de los niños. Y protegerlos.

Después de la terapia Jan deambuló por los pasillos. Era casi mediodía, y oyó voces en la sala de la televisión. Bajó al sótano, pero vio que la puerta del Agujero estaba abierta de par en par. Habían soltado a Rami.

Un cuarto de hora más tarde ella entró en el comedor, la última de todos, cuando Jan ya se encontraba sentado a una mesa junto a la ventana. Rami se sentó sola, en otra mesa junto al rincón. Eso es lo que habían hecho durante los últimos días: cuanto más se relacionaban, menos veces comían juntos. Era como si su relación tuviera que mantenerse en secreto para el resto de la gente de Bangen.

Aun así, ella lo miraba de vez en cuando por encima de la mesa. Ambos sabían lo que querían.

Jan regresó a su habitación después de comer, y se quedó mirando la pared blanca.

«Pronto volverás a casa.»

Pero no deseaba volver a casa. Allí no lo esperaban sus amigos, solo la Banda de los Cuatro.

Oyó que la puerta contigua se abría, y que al cabo de media hora volvía a cerrarse.

Esperó.

A las nueve se atenuó la luz del pasillo, y a las nueve y cuarto salió de su habitación y se acercó a la puerta de Rami.

Escuchó un murmullo al otro lado. Rami hablaba por el teléfono robado. Jan esperó a que dejara de hacerlo, luego llamó a la puerta.

Ella la entreabrió, y al ver de quién se trataba lo dejó pasar.

—¿Con quién hablabas?

—Con mi hermana mayor. Me ha dicho que me está esperando. Me necesita.

—¿Así que te vas a Estocolmo?

—Ya lo sabes.

—¿Cuándo?

—Por la mañana temprano… ¿Te vienes?

Jan asintió y le alargó un papel.

—Esta es mi dirección —dijo—. Dicen que tengo que volver a casa, así que lo mejor será que me vaya contigo… No puedo quedarme en Bangen.

Rami se guardó el papel en el pantalón.

—¿Te gustaría quedarte aquí? —preguntó ella.

—A veces… Es tan tranquilo… Y tú estás aquí.

—Ven.

Ella abrió los brazos y él se refugió en ellos.

—Nos ocuparemos de la Psicocharlatana y de la Banda de los Cuatro —le susurró al oído—. Te lo prometo.

49

«LOCURA EN EL LAGO.»

Jan está sentado en su apartamento y lee el titular de un antiguo recorte de periódico. Lo lee una y otra vez.

«Locura.» Piensa en la palabra. Es la acción de un loco. Se trata de otros. No de «tú», que lees esto; ni de «yo», que lo escribo.

De algún otro. Pero ¿quién?

Viernes por la tarde. Jan ha regresado a casa desde la escuela. Queda exactamente una semana para el simulacro de incendio, y el plan de Lilian de reunirse con Ivan Rössel en la sala de visitas sigue en pie. Ahora Hanna y ella incluyen a Jan en sus cuchicheos. Este sabe lo que han tramado, y aquellas quieren asegurarse de que está de su parte.

Jan solo ha prometido que no las delatará, nada más.

Cuando pasaba en bicicleta frente al hospital de vuelta a casa, vio al médico jefe caminando con paso apresurado junto al muro de piedra. Högsmed lo reconoció y levantó la mano. Jan le devolvió el saludo sonriendo, y vio desaparecer al doctor a través de la puerta de acero. Quizá se dirigiera a su oficina para hacerle la prueba de los sombreros a alguien.

Högsmed será sin duda un buen psiquiatra, piensa Jan, pero no tiene ni idea de lo que sucede en el hospital por la noche. No conoce el camino de acceso desde el sótano de la escuela infantil, ni las cartas secretas, ni las reuniones en la sala de visitas. Högsmed está convencido de que en Santa Patricia todo transcurre según los planes de la dirección.

Jan cree que quebrantar las reglas forma parte de la naturaleza humana: tanto los niños como los adultos desean saltarse las normas.

Queda una semana. El tiempo no puede detenerse.

A Jan le angustia el tictac del reloj, tal como le sucedió en Lince.

Se acerca a las cajas y vuelve a sacar el viejo diario que Rami le regaló en el almacén de Bangen.

Observa la fotografía de la portada: la polaroid que Rami le sacó el día que se conocieron. Se sorprende de lo joven y sano que se le ve, teniendo en cuenta lo cerca de la muerte que había estado solo un día antes. Primero acabó casi deshidratado en la sauna, luego se tragó todas aquellas pastillas para dormir, sangró a causa de los cortes con la cuchilla de afeitar y estuvo a punto de morir ahogado en el pantano. Sin embargo, mira fijamente a la cámara, con la cabeza levantada.

En el interior del diario no solo están sus recuerdos y pensamientos. También hay algunos recortes de periódico doblados, y quizá sean estos los causantes de que haya guardado el diario. Esta noche los ha sacado, y los lee.

El primero consiste en una doble página de periódico, con una gran fotografía en blanco y negro de una roca que sobresale unos cuantos metros sobre una reluciente superficie de agua. El titular de «Locura en el lago» precede al título de la columna:
«Dos jóvenes campistas asesinados
».

Jan ha leído el artículo una y otra vez durante los últimos quince años, y a estas alturas casi lo puede recitar de memoria:

Ayer por la noche dos jóvenes, de quince y dieciséis años, fueron asaltados y asesinados por un desconocido. Los jóvenes estaban acampados en una roca situada sobre un lago, a unos doce kilómetros de Nordbro, cuando fueron atacados. Al parecer, según fuentes policiales, el asesino los acuchilló a través de la tela de la tienda de campaña. Después de herir a ambos a cuchilladas, enrolló la tienda y la empujó por el borde de la roca hasta que cayó al lago. Los muchachos heridos no pudieron salir de la tienda y murieron ahogados.

El artículo continuaba dos columnas más, con las declaraciones de un inspector de policía y diferentes especulaciones.

En el diario había otro viejo recorte doblado, correspondiente al periódico del día siguiente:

HALLADA UNA TERCERA VÍCTIMA

Joven hallado junto a una carretera comarcal con graves heridas en la cabeza

Un joven de dieciséis años, que muy probablemente fue atropellado por un coche que se dio a la fuga, fue encontrado en una cuneta el miércoles por la mañana a las afueras de Nordbro. El joven se encuentra en coma, con graves heridas en la cabeza y varios huesos rotos. Fue trasladado con urgencia al hospital Oeste, sin que hasta el momento haya recuperado el conocimiento.

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