El gran espectáculo secreto (58 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

BOOK: El gran espectáculo secreto
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—Tú querías volver —dijo Kissoon—, no lo niegues. Yo lo sentía dentro de ti. Pudiste resistir mientras estabas en el Cosmos, pero la verdad es que no quisiste. Dime que esto que te estoy diciendo es mentira, anda, dímelo si te atreves.

—No —confesó ella—. Lo admito. Yo tenía curiosidad.

—Muy bien.

—Pero eso no te da el derecho a tirar de mí hasta traerme aquí.

—¿Y de qué otra manera iba a enseñarte el camino? —preguntó él, con un tono de alegría en la voz.


¿Enseñarme el camino?
—repitió ella. Sabía que estaba irritándole, pero no conseguía liberarse de la sensación de impotencia que la invadía. Lo que más odiaba en este mundo era perder el dominio de sí misma, y el hecho de que él fuera el dominante la sacaba de sus casillas—. No soy una tonta —añadió—, ni tampoco un muñeco al que puedes traer y llevar cuando te conviene.

—No te he tratado de ninguna de las dos maneras —dijo Kissoon—. Por favor, ¿por qué no podemos tener la fiesta en paz? Acaso no estamos ambos en el mismo lado, después de todo?

—¿Lo estamos?

—No sé cómo puedes dudarlo.

—¿No puedo?

—Después de todo lo que te conté —dijo Kissoon—; después de todos los secretos que compartí contigo.

—Pues tengo la impresión de que todavía quedan unos cuantos que no te apetece contarme.

—¿Sí? —dijo Kissoon, mientras su mirada iba de Tesla a las llamas.

—La ciudad, por ejemplo.

—¿Qué ocurre con ella?

—Pues que yo quería ver también lo que hay en la casa; pero, ni hablar, me sacaste de allí.

Kissoon suspiró.

—No lo niego, aunque he de decirte que si no lo hubiese hecho así, no estarías aquí en este momento.

—No te entiendo.

—¿No sentiste la atmósfera que había allí? No puedo creerte, simplemente
terrorífica.

Entonces fue Tesla la que suspiró, bajo, por entre los dientes cerrados.

—Sí —reconoció al fin—, algo sentí.

—Los Uroboros del Iad disponen de agentes en todas partes —dijo Kissoon—. Tengo entendido que hay uno escondido en esa ciudad. No sé qué forma adopta, y tampoco quiero saberlo, pero supongo que sería fatal ir a verlo. En fin, no tengo la menor intención de arriesgarme a ello; tampoco tú debieras hacerlo, por muy
curiosa
que seas.

Era difícil argumentar contra ese punto de vista; sobre todo teniendo en cuenta que casi coincidía con sus propios sentimientos. Pocos minutos antes, en su apartamento, Tesla había comentado con Raúl que tenía la intuición de que algo estaba a punto de ocurrir en aquella calle Mayor desierta. Kissoon acababa de confirmar sus sospechas.

—Pues me figuro que debo de darte las gracias —dijo a regañadientes.

—No te molestes —replicó Kissoon—. No te he salvado por ti, sino por causa de deberes mucho más importantes que tú. —Durante un momento atizó en el centro de la lumbre con un palo ennegrecido; el fuego se animó, y las llamas iluminaron la cabaña más que nunca—. Lo siento si te asusté la última vez que estuviste aquí —prosiguió—. Digo, si te asusté. Pero sé que te asusté, y me faltan palabras para expresarte lo mucho que lo siento. —Mientras hablaba no la miraba, lo que daba un tono de discurso aprendido y ensayado a sus palabras; pero, viniendo de un hombre del que Tesla sospechaba era un completo egocéntrico, resultaba doblemente agradable—. Me sentí…
emocionado,
llamémoslo así, por tu presencia física aquí, y de una forma que no había previsto del todo. Te confieso que tenías razón recelar de mis motivos. —Se llevó la mano a la entrepierna y se cogió el pene entre el pulgar y índice—. Ahora me he corregido —dijo—, como tú misma puedes ver.

Tesla miró. Estaba muy lacio.

—Acepto tus excusas —dijo.

—Pues, entonces, podemos hablar de negocios, supongo.

—No voy a entregarte mi cuerpo, Kissoon —dijo Tesla, contundente—. Si es a eso a lo que te refieres con lo del negocio, no hay nada de qué hablar.

Kissoon asintió.

—No te oculto que te comprendo perfectamente. Pero tú también
debes
saber la gravedad del asunto. En este momento, el Jaff está en Palomo Grove preparándose para usar el Arte, y yo puedo detenerlo, pero no desde aquí.

—Entonces enséñame a hacerlo.

—No hay tiempo.

—Yo aprendo rápido.

Kissoon levantó la mirada. Su expresión era severa.

—Tus palabras indican una arrogancia monstruosa —dijo—. Te metes en el centro mismo de una tragedia que lleva siglos avanzando hacia su desenlace, y piensas que puedes cambiar el curso de su historia con unas pocas palabras. Esto no es Hollywood. Nos encontramos en el mundo real.

Su furia fría calmó a Tesla, aunque no por completo.

—Bien, de acuerdo, me pongo arrogante de vez en cuando. Que me fusilen por ello. Ya te he dicho que estoy dispuesta a ayudarte, pero no quiero aceptar esa mierda de cambiar mi cuerpo…

—Pues, entonces…

—Pues entonces, ¿qué?

—… encuéntrame alguien que
éste
dispuesto a darme su cuerpo.

—¡No pides nada! ¿Y qué quieres que les diga?

—Tú sabes ser persuasiva —dijo él.

Tesla volvió con el pensamiento al mundo del que acababa de salir. La casa de apartamentos donde ella vivía tenía cuarenta y cinco inquilinos. ¿Podría, quizá, convencer a Ron, o a Edgar, o a alguno de sus amigos, a Mickey de Falcó, por ejemplo, de que entrara en la Curva en ella? Lo dudaba. Y sólo cuando su búsqueda se centró en Raúl, vislumbró una pequeña esperanza. ¿Se atrevería
él
a hacer lo que ella era incapaz de llevar a cabo?

—A lo mejor te puedo echar una mano —dijo.

—¿Rápido?

—Sí, rápido. Si me devuelves a mi apartamento.

—Eso es lo más fácil del mundo.

—Pero ten en cuenta que no te prometo nada.

—Lo entiendo.

—Y que quiero algo a cambio.

—¿Qué es ello?

—La mujer con la que he tratado de hablar; la que me dijiste que te servía de ayuda sexual.

—Me preguntaba cuándo sacarías el tema a relucir.

—Está herida.

—No lo creo.

—Lo he visto.

—¡Es una treta del Iad! —exclamó Kissoon—. Ella lleva tiempo vagando por ahí con la intención de que le abra mi puerta. A veces finge estar herida, en otras ocasiones ronronea como una gata en celo. Se frota contra la puerta. —Kissoon se estremeció—. Y yo oigo cómo se restriega, mientras me ruega que la deje entrar. Lo de ahora es otra treta.

Como casi siempre que Kissoon afirmaba algo, Tesla se quedó sin saber a ciencia cierta si debía de creerle o no. En su visita anterior, él le había dicho que aquella mujer no era más que una amante onírica; sin embargo, ahora le decía que era una agente del Iad. Podía ser una de ambas cosas, pero no las dos al mismo tiempo.

—Quiero hablar con ella —dijo Tesla—, y así juzgar por mí misma. No parece tan peligrosa.

—No tienes la menor idea —la advirtió Kissoon—. Las apariencias engañan. Yo la mantengo a raya gracias a los
Lix,
por miedo a lo que pueda hacerme.

Tesla estuvo a punto de preguntarle qué podría temer Kissoon de una mujer tan dolorida, pero dejó la pregunta para un momento menos desesperado.

—Entonces, volveré —dijo.

—Te haces cargo de lo urgente que es.

—No necesitas repetírmelo tantas veces —replicó Tesla—. Sí, por supuesto que me hago cargo. Pero, como ya te he dicho, lo que me pides no es nada fácil. La gente acostumbra a tener apego a su cuerpo.

—Si todo va bien, y puedo impedir que el Arte sea utilizando, podría devolverle el cuerpo intacto a su dueño. Si fracaso, será el fin del Mundo, de modo que todo daría igual.

—Bonito me lo pones —dijo Tesla.

—Al menos lo intentaré.

Tesla se volvió hacia la puerta.

—Date prisa —dijo él—, y no te distraigas…

—Eres un jodido condescendiente, Kissoon —fue la despedida de Tesla.

Y, sin más, salió a la misma luz matinal de minutos antes.

A la izquierda de la cabaña, una sombra de nubes parecía moverse por encima del desierto. Tesla la estudió un momento y vio que el suelo, agostado por el sol, aparecía cubierto de
Lix.
Al sentir su mirada, los
Lix
dejaron de moverse y levantaron las cabezas para mirarla. ¿No le había dicho Kissoon que él era el creador de esos seres?

—Venga, fuera de aquí. —Tesla oyó su propia voz diciendo estas palabras—. No tengo tiempo que perder.

Si Tesla hubiese obedecido de inmediato las instrucciones de Kissoon, no hubiera visto a la mujer, que apareció de pronto, más allá de los lixes. Pero como no las obedeció, pudo verla. Y su aspecto, a pesar de las advertencias de Kissoon, dejó a Tesla clavada en el suelo. Si aquella mujer era un agente de los Uroboros del Iad, como Kissoon aseguraba, la idea de presentarse con tan vulnerable disfraz, había resultado, desde luego, muy brillante. Por mucho que lo intentaba, Tesla no acababa de creer que un contingente de villanos tan vasto y, sin duda, tan ambicioso como era el Iad, se presentase bajo un disfraz tan lamentable. ¿No era el mal ya bastante arrogante de por sí, incluso en sus maquinaciones, para presentarse tan desnudo? Ella no podía hacer caso de su instinto, el cual le decía que, en este caso concreto, Kissoon se equivocaba. Aquella mujer no era agente de nadie. Era un ser humano dolorido. Tesla podía volver la espalda a muchas súplicas, pero nunca a súplicas como ésa.

Ignorando el último ruego del hombre de la cabaña que se encontraba a su espalda, Tesla avanzó unos pasos más hacia la mujer. Los lixes se dieron cuenta de ello, y, al acercárseles Tesla, comenzaron a agitarse, erizándose y levantando sus cabezas como las cobras. Tesla, sin embargo, lejos de aminorar el paso ante esta actitud, lo apresuró. Si eso lo hacían por orden de Kissoon, como sin duda ocurriría, el simple hecho de querer mantenerla apartada de la mujer servía sólo para reforzar su sospecha de que él la estaba engañando. Kissoon intentaba impedir que se comunicaran entre ellas.
¿Por qué?
¿Porque aquella mujer, lamentable y angustiada, era tan peligrosa como él decía? ¡No! Todas las fibras del cuerpo de Tesla rechazaron esa interpretación. Lo que Kissoon quería era mantenerlas separadas porque algo ocurriría entre ambas, algo que se dirían o que harían podría ponerle en entredicho.

Los lixes, al parecer, tenían nuevas instrucciones. Perjudicar a Tesla de la forma que fuese sería apartar a la mensajera de su misión; así que concentraron su atención en la mujer. Ella adivinó sus intenciones y una expresión de miedo cubrió su rostro. Tesla pensó que, sin duda, aquella mujer estaba acostumbrada a la maldad de aquellos seres; que quizá los había desafiado en otras ocasiones para poder acercarse a Kissoon o a alguno de sus visitantes. Desde luego, parecía ducha en el arte de confundirlos, dando vueltas ante ellos a tal velocidad que los llenaba de perplejidad cuando trataban de decidir en qué dirección atacarla.

Tesla añadió su grano de arena a esa táctica defensiva gritándoles al aumentar la velocidad de sus pasos, segura de repente de que no osarían hacerle daño mientras Kissoon tuviese tan desesperada necesidad de salir de su cárcel y ella fuese su única esperanza de conseguirlo.


¡Fuera de aquí!
—les gritaba—.
¡Dejadla sola, cabrones!

Pero ellos tenían su objetivo perfectamente claro, y no estaban dispuestos, en absoluto, a dejarse confundir con sus gritos. Cuando Tesla se hallaba a pocos metros de distancia, ellos estaban a punto de caer sobre su presa.


¡Corre!
—aulló Tesla.

La mujer siguió su consejo, pero era demasiado tarde. El más rápido de los lixes la pisaba ya los talones; se encaramó por su cuerpo, y se le enroscó. Había una cierta siniestra y horrible elegancia en sus movimientos, al contorsionarse en torno al cuerpo de la mujer y conseguir arrojarla al suelo. Los lixes que se le unieron la cubrieron en seguida, y cuando Tesla llegó junto ellos ya no distinguía a la mujer bajo los cuerpos de sus atacantes. Era como si la hubieran momificado, aunque ella seguía con los forcejeos, agarrándose a sus cuerpos, mientras ellos se cerraban, más y más numerosos, hasta hacerla desaparecer bajo su masa.

Tesla no perdió el tiempo con más gritos. Sin más se puso a estirar de los lixes con sus propias manos, tratando, primero, de descubrir a la mujer antes de que la asfixiaran, y, una vez conseguido eso, tirando de sus brazos para liberarlos de ataduras vivas. Aunque los lixes eran numerosos, no tenían mucha fuerza. Varios se rompieron cuando Tesla tiró de ellos, manando una sangre blancoamarillenta que cubrió las manos de Tesla y salpicó su rostro. A Tesla le enfureció aún más el asco que eso le produjo por lo que intensificó sus esfuerzos, tirando y retorciendo, y tirando más, hasta que estuvo toda pegajosa de aquel líquido. La mujer, a la que habían estado a punto de matar, se animó con el ejemplo de su salvadora, y ahora forcejeaba más, liberándose de las trabas de sus asesinos.

Sintiendo que la victoria era posible, aunque fuese a duras penas, Tesla se preparó para escapar. No podía hacerlo sola, esto lo sabía: la mujer tendría que escapar con ella al apartamento de North Huntley Drive, porque, si no, sería víctima de nuevos ataques, y después de uno como aquél le quedarían pocas energías para resistirlos. Kissoon la había enseñado a entrar en la Curva usando su imaginación, ¿podría hacer lo mismo, pero en dirección opuesta, y no sólo en beneficio propio, sino acompañada de la mujer? Si fallaba, caerían las dos sobre los lixes, que aparecían por todas partes, innumerables como en respuesta a una llamada de su creador. Tratando de no hacer caso de esta invasión, de olvidarla en la medida de sus posibilidades, Tesla se imaginó a sí misma y a la mujer huyendo juntas de aquel lugar y llegando a otro. Pero no a otro cualquiera, sino a Hollywood, a North Huntley Drive, a su apartamento. «Hay esto —se dijo—; si Kissoon puede conseguirlo, también tú puedes.»

Oyó un grito, el primer sonido que salía de la boca de la mujer. Se produjo una agitación entre los lixes que la rodeaban, pero lo que no se produjo fue el traslado instantáneo de las dos desde la Curva de Kissoon hasta Hollywood, como Tesla había esperado, y los lixes se concentraron en torno a ellas en número cada vez mayor.

«A ver, otra vez —se dijo Tesla—. Prueba de nuevo.»

Concentró su atención en la mujer, que seguía desgarrando a los lixes que se aferraban a su cuerpo y arrancándoselos del cabello. En esa escena Tesla tenía que concentrar toda su imaginación, porque el otro pasajero, o sea, ella misma, era fácil de imaginar.

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