El fin del Mundo y un despiadado País de las Maravillas (23 page)

BOOK: El fin del Mundo y un despiadado País de las Maravillas
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—Supongo que él también querrá una —dije señalando al gigantón, que estaba a mis espaldas.

En cuanto el canijo lo llamó, doblando un dedo, el otro se acercó silenciosamente y cogió la lata de Coca-Cola de encima de la mesa. Para lo corpulento que era, se movía con una agilidad sorprendente.

—Cuando te la acabes, haz «aquello» —le dijo el canijo. Luego se dirigió hacia mí—: Una pequeña demostración —añadió concisamente.

Me volví y observé cómo el gigantón se bebía la Coca-Cola de un trago. Al terminar, tras darle la vuelta a la lata para comprobar que no quedaba ni una gota, se la puso entre las palmas de las manos y, sin alterar un ápice su expresión, la aplastó por completo. Con un ruido similar al que produce el papel de periódico barrido por el viento, la lata roja de Coca-Cola quedó convertida en una fina lámina de metal.

—Bueno, esto puede hacerlo cualquiera —dijo el canijo. Tal vez pudiera hacerlo cualquiera, pero yo no.

Entonces el gigantón cogió la lámina de metal con los dedos y, esbozando una levísima mueca, la rasgó limpiamente de arriba abajo. En cierta ocasión yo había visto cómo partían una guía de teléfonos, pero era la primera vez que rasgaban, ante mis ojos, una lata de Coca-Cola aplastada. Mientras no lo probara, no podría asegurarlo, pero debía de ser muy difícil.

—También puede doblar una moneda de cien yenes. Y eso no lo hace cualquiera —dijo el hombrecillo.

Asentí con un movimiento de cabeza.

—También puede arrancar un par de orejas de cuajo.

Asentí con otro movimiento de cabeza.

—Hasta hace tres años, era luchador profesional de lucha libre —dijo el canijo—. Era bastante bueno. Si no se hubiera lesionado la rodilla, posiblemente hubiera llegado a ser campeón. Es joven, fuerte y más ágil de lo que parece. Pero con una rodilla lesionada no se puede competir. En la lucha libre tienes que ser rápido.

Como el hombrecillo, en este punto, me clavó la mirada, volví a asentir con la cabeza.

—Desde entonces yo cuido de él. Es mi primo, ¿sabes?

—¡Vaya! Veo que en vuestra familia no hay nadie de tamaño mediano —dije.

—Repite eso —dijo el canijo clavándome la mirada.

—Nada, nada —dije.

El canijo permaneció unos instantes dudando qué hacer, pero, al final, lo dejó correr, tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó de un pisotón. Decidí no protestar.

—Tendrías que relajarte un poco. Sincérate conmigo y verás qué tranquilo te sientes después. Si uno no está relajado, no puede hablar con el corazón en la mano, ¿verdad? —dijo el canijo—. Todavía estás demasiado tenso.

—¿Puedo sacar otra cerveza de la nevera?

—¡Faltaría más! Es tu casa, tu nevera y tu cerveza, ¿no es cierto?

—Y mi puerta —añadí.

—Olvídate de la puerta. Si no, volverás a ponerte tenso. Total, esa puerta barata era una porquería. Con el sueldo que ganas, podrías mudarte a un sitio con una puerta de verdad.

Dejé correr el tema de la puerta, saqué otra cerveza del frigorífico y bebí unos sorbos. El canijo se sirvió la Coca-Cola en el vaso y, tras esperar a que el gas dejara de chisporrotear, se tomó la mitad.

—Sentimos mucho haberte puesto nervioso. Mira, voy a explicarte de qué va todo esto: hemos venido a ayudarte.

—¿Tirándome la puerta abajo?

Al oírlo, la cara del hombrecillo enrojeció violentamente y sus fosas nasales se dilataron.

—Ya te he dicho que te olvidaras de la puerta, ¿de acuerdo? —dijo muy despacio.

Luego se volvió hacia el gigantón y le repitió la frase. Éste hizo un gesto de asentimiento, dándole la razón. El canijo parecía un tipo muy irascible. Y a mí no me gusta tener tratos con gente irascible.

—Hemos venido en plan amistoso —siguió el canijo—. Tú estás confuso y nosotros hemos venido a explicarte unas cuantas cosas. En fin, quizá hablar de confusión sea un poco exagerado. Digamos, si lo prefieres, que estás un poco desorientado, ¿de acuerdo?

—Estoy confuso y desorientado. No tengo ninguna información, ninguna pista. Ni siquiera tengo puerta.

El canijo agarró el encendedor de oro y lo arrojó contra la puerta de la nevera. El impacto produjo un siniestro sonido sordo, y en la puerta de la nevera apareció una abolladura bien visible. El gigantón recogió el encendedor del suelo y lo puso sobre la mesa. Todo volvió al estado inicial, sólo quedó la marca en la puerta del frigorífico. Para calmarse, el canijo se bebió el resto de la Coca-Cola. Y es que a mí, cuando me topo con una persona irascible, me entran ganas de poner a prueba su irascibilidad.

—Ya me dirás qué importancia tiene una estúpida puerta como ésta. ¡O dos puertas! Piensa en la gravedad de la situación. Porque la situación es muy grave. Tanto que ni siquiera importaría que te hubiésemos destrozado todo el piso. Así que no vuelvas a mencionar la puerta.

«¡Mi puerta!», pensé en mi fuero interno. No se trataba de que la puerta fuese barata o no. Una puerta es un símbolo.

—De acuerdo, dejemos correr lo de la puerta. Pero después de lo que ha pasado es posible que me echen del apartamento. Este edificio es muy tranquilo y aquí vive gente decente, ¿sabes? —dije.

—Si alguien pretende echarte, llámame. Ya me encargaré yo de que entre en razón. Tú no te preocupes, nadie te molestará.

Me dio la impresión de que eso complicaba aún más las cosas, así que opté por no provocarlo más; asentí en silencio y bebí más cerveza.

—Quizá me esté metiendo donde no me llaman, pero voy a darte un consejo. Pasados los treinta y cinco, es mejor dejar la cerveza —dijo el canijo—. La cerveza es para los estudiantes o para los obreros. Echas barriga, y es una bebida sin clase. Cuando llegas a cierta edad, sientan mejor el vino o el brandy. Orinar demasiado daña el metabolismo. Es mejor dejarla, créeme. Bebe un alcohol más caro. Si bebes cada día un vino de esos que vale veinte mil yenes la botella, tienes la sensación de que te lava el cuerpo.

Asentí y seguí bebiendo cerveza. ¡Menudo entrometido! Para poder beber tanta cerveza como yo quería sin echar barriga, iba a nadar a la piscina, salía a correr.

—Pero, ¡en fin!, no soy quién para dar consejos —dijo el canijo—. Todo el mundo tiene sus debilidades. Las mías son el tabaco y los dulces. Los dulces me vuelven loco. Aunque son malísimos para los dientes y provocan diabetes.

Asentí con un movimiento de cabeza.

El hombre cogió otro pitillo y lo prendió con el encendedor.

—Crecí al lado de una fábrica de chocolate, ¿sabes? Quizá eso me marcó. No creas que era una de esas fábricas importantes, como la Morinaga o la Meiji, no. Era una fábrica de pueblo, poco conocida. Una de esas marcas que se venden en las tiendas de chucherías o en las ofertas del supermercado. En fin, una de esas fábricas de chocolate barato. Total que, todos los días, siempre, en mi casa olía a chocolate. Todo olía a chocolate: las cortinas, la almohada, el gato. Todo. Por eso ahora me gusta tanto el chocolate. Porque cuando lo huelo, me acuerdo de mi infancia.

El hombre echó una ojeada a la esfera de su Rolex. Estuve tentado de volver a sacar a colación la puerta, pero me dije que la historia se alargaría demasiado y cambié de idea.

—Bueno —dijo el canijo—, tenemos poco tiempo, es mejor que dejemos de charlar. ¿Estás un poco más tranquilo?

—Un poco.

—Vayamos entonces al grano —prosiguió—. Tal como te he dicho antes, hemos venido con el propósito de aclarar tus dudas. Así que pregunta lo que quieras. Si puedo, te responderé. —Con la mano me hizo un gesto que indicaba: «¡Vamos! ¡Adelante!»—. Pregunta lo que quieras.

—Primero me gustaría saber quiénes sois y hasta qué punto estáis informados.

—¡Buena pregunta! —dijo y miró a su compañero como en busca de su aprobación. Cuando el gigantón asintió con un gesto, se volvió hacia mí—. La verdad, eres listo. No te andas con rodeos. —Sacudió la ceniza en el cenicero—. Enfócalo de la siguiente manera: nosotros hemos venido a ayudarte. La organización a la que pertenecemos es un asunto, por el momento, irrelevante. Y, respecto a lo que sabemos, pues lo sabemos casi todo. Lo del profesor, lo del cráneo, lo de los datos del
shuffling,
casi todo. También sabemos cosas que tú desconoces. ¡Siguiente pregunta!

—¿Ayer por la tarde pagasteis a un empleado del gas para que me robara el cráneo?

—Eso ya te lo he dicho antes. Nosotros no queremos el cráneo. Nosotros no queremos nada.

—Entonces, ¿quién fue? ¿Quién sobornó al empleado? Porque no me diréis que era un fantasma, ¿verdad?

—Nosotros no sabemos nada de eso —dijo el pequeñajo—. Y hay otra cosa que tampoco sabemos. Tiene que ver con los experimentos del profesor. Conocemos al detalle todo lo que está haciendo en estos momentos. Lo que no tenemos claro es hacia dónde se encaminan sus investigaciones. Y queremos saberlo.

—Tampoco yo lo sé —dije—. Yo no sé nada y, a pesar de eso, todo el mundo me crea problemas sin parar.

—Ya sabemos que tú no estás enterado de nada. A ti sólo te están utilizando.

—¿O sea que no habéis venido a buscar nada?

—Sólo a saludarte —dijo y dio unos golpecitos en el canto de la mesa con el encendedor—. Hemos pensado que era mejor que nos conocieras. Así, en el futuro, nos será más fácil intercambiar información y puntos de vista.

—¿Puedo jugar a imaginar un poco?

—Adelante, adelante. La imaginación es libre como los pájaros, inabarcable como el mar. Nadie puede detenerla.

—Pues yo creo que vosotros no sois hombres ni del Sistema ni de la Factoría. Actuáis de manera distinta. Seguro que pertenecéis a una pequeña organización independiente. Y estáis intentando ampliar vuestra esfera de influencia. Posiblemente, a costa de la Factoría.

—¡Anda! ¡Fíjate tú! —dijo el canijo mirando a su primo—. Ya te he dicho antes que era listo, ¿eh?

El gigantón asintió.

—Tan listo que parece mentira que viva en una porquería de casa como ésta. Tan listo que parece mentira que lo haya dejado su mujer —dijo el canijo.

Hacía tiempo que no me alababan tanto. Me sonrojé.

—Has acertado en casi todo —dijo el canijo—.Vamos detrás de la investigación que está desarrollando el profesor para colocarnos en una buena posición en esta guerra de datos. Estamos preparados y contamos con capital. Ahora te queremos a ti y las investigaciones del profesor. Con vosotros podremos derrocar desde los fundamentos el sistema bipolar Sistema-Factoría. Este es el aspecto positivo de la guerra de la información. Que es muy equitativo. Quien posee un sistema nuevo y bueno se lleva el gato al agua. Y la victoria está asegurada. Además, la situación es en la actualidad claramente antinatural. Un monopolio clarísimo, ¿no te parece? La parte legal de la información la monopoliza el Sistema, y la parte ilegal, la Factoría. No hay competencia posible. Y esto, lo mires como lo mires, contraviene las leyes del liberalismo económico. ¿Qué? ¿No te parece antinatural?

—A mí eso ni me va ni me viene —dije—. Yo estoy en la base, trabajando como una hormiguita. Y nada más. No opino nada. Así que si habéis venido aquí con la intención de que me una a vosotros...

—Me parece que no lo entiendes —dijo el canijo haciendo chasquear la lengua—. No queremos que te unas a nosotros. Sólo he dicho que te queremos a ti. ¡Siguiente pregunta!

—Quiero saber qué son los tinieblos —dije yo.

—¿Los tinieblos? Pues son unas criaturas que viven en el subsuelo. Están en los túneles del metro, en el alcantarillado, en lugares por el estilo. Se alimentan de los desechos de la ciudad y beben el agua de las cloacas. Apenas se mezclan con los seres humanos. Por eso se sabe tan poco de ellos. En principio, no son peligrosos, aunque de vez en cuando atrapan a alguien que se ha extraviado, solo, bajo tierra, y se lo comen. En ocasiones desaparece algún trabajador cuando hay obras en el metro.

—¿Y el gobierno no sabe nada?

—Claro que sí. El Estado no es tan tonto. Esos lo saben muy bien. Bueno, sólo los de arriba del todo.

—Entonces, ¿por qué no previenen a la gente? ¿O por qué no los echan?

—En primer lugar —dijo el hombre—, si se informara al país, cundiría el pánico. Es fácil de imaginar, ¿no? A nadie le gustaría tener unos bichos que no se sabe qué son pululando bajo los pies. En segundo lugar, no existe manera de acabar con ellos. Ni siquiera las Fuerzas de Defensa podrían ocupar la totalidad del subsuelo de Tokio y liquidar a los tinieblos. La oscuridad es su hábitat. Acabaría convirtiéndose en una auténtica guerra.

»Y hay otra cosa. Los tinieblos tienen una gran guarida bajo el palacio imperial, ¿sabes? Y si les sucediera algo, podrían abrir un agujero en plena noche, trepar hasta la superficie y arrastrar hacia el subsuelo a quien encontraran arriba. Si hicieran eso, Japón se sumiría en el caos más absoluto, ¿entiendes? Por eso el gobierno hace la vista gorda y no se mete con ellos. Además, piensa en la posibilidad opuesta. Aliándose con ellos, tendrían una fuerza colosal. En caso de un golpe de Estado, o de una guerra, quien tuviera a los tinieblos de su lado obtendría la victoria. Porque, incluso en caso de una guerra nuclear, ellos sobrevivirían. Sin embargo, nadie hasta hoy ha unido sus fuerzas con los tinieblos. Son unas criaturas terriblemente desconfiadas que jamás se relacionan con los humanos.

—Pues he oído decir que se han aliado con los semióticos —dije.

—Sí, corre ese rumor. Pero, aun suponiendo que fuese cierto, seguro que no es más que un pacto temporal que han establecido, por una razón u otra, una pequeña facción de los tinieblos con los semióticos. Una coalición permanente entre ellos es impensable.

—Sin embargo, los tinieblos han secuestrado al profesor.

—También he oído eso. Pero no lo sé a ciencia cierta. También cabe la posibilidad de que todo sea una farsa. De que el profesor haya fingido que lo han capturado para esfumarse. ¡Vete a saber! La situación es tan compleja que puede haber sucedido cualquier cosa.

—¿Y qué investigaba el profesor?

—El profesor llevaba a cabo una investigación especial —dijo y contempló su encendedor desde diversos ángulos—. Una investigación independiente, desde una posición enfrentada tanto a la organización de los calculadores como a la de los semióticos. Los semióticos intentan adelantarse a los calculadores y los calculadores intentan eliminar a los semióticos. El profesor se ha abierto paso a través de este intersticio y lo que estudia trastocará por completo el funcionamiento del mundo. Para eso te necesita a ti. Y no me refiero a tu capacidad como calculador, sino a ti como persona.

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