Según el Persa, Erik era originario de una pequeña ciudad de los alrededores de Ruán. Era el hijo de un maestro de obras. Había huido muy pronto del domicilio paterno, donde su fealdad era motivo de horror y de espanto para sus padres. Por algún tiempo, se había exhibido en las ferias, donde su empresario le presentaba como el «muerto viviente». Debe haber atravesado Europa entera, de feria en feria, y completado su extraña educación de artista y de mago en la misma fuente del arte de la magia, entre los zíngaros. Toda una época de la existencia de Erik permanecía bastante oscura. Volvemos a encontrarlo en la feria de Nizhny Novgorod, donde actuaba en toda su espantosa gloria. Cantaba ya como nadie en el mundo ha cantado jamás. Hacía el ventrílocuo y se entregaba a números extraordinarios, de los que las caravanas, a su regreso a Asia, hablaban aún durante todo el camino. De este modo su reputación atravesó los muros del palacio de Mazenderan, donde la pequeña sultana, favorita del sha-in-sha
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, se aburría. Un mercader de pieles, que iba a Samarkanda y que volvía de Nizhny Novgorod, explicó los milagros que había visto bajo la tienda de Erik. El mercader fue llamado al palacio y el daroga de Mazenderan tuvo que interrogarlo. Después, el daroga fue encargado de buscar a Erik. Lo condujo a Persia, donde durante unos meses, como se dice en Europa, hizo y deshizo. Cometió pues una cantidad de horrores, ya que parecía no conocer el bien ni el mal, y cooperó en algunos hermosos asesinatos políticos con la misma tranquilidad con la que combatió mediante invenciones diabólicas, con el emir de Afganistán, que estaba en guerra con el Imperio. El sha-in-sha le cobró afecto. Fue cuando aparecieron las horas rosas de Mazenderan, de las que el relato del daroga nos ha dado una idea. Como Erik tenía de arquitectura ideas absolutamente personales y concebía un palacio al igual que un prestidigitador concibe una caja de sorpresas, el sha-in-sha le encargó un edificio de este tipo, que él proyectó y realizó y que era, al parecer, tan ingenioso que su majestad podía pasearse por todas partes sin que le vieran y desaparecer sin que nadie pudiera decir por qué artificio. Cuando el sha-in-sha se vio dueño de semejante joya, ordenó, como ya lo había hecho cierto zar con el genial arquitecto de una iglesia de la plaza Roja, en Moscú, que le sacaran los ojos a Erik. Pero luego pensó que, incluso ciego, Erik podía construir para otro soberano una mansión tan bella y misteriosa como la suya, y que, a fin de cuentas, mientras viviera Erik alguien conocería siempre el secreto del maravilloso palacio. Decidió, pues, dar muerte a Erik, así como a todos los obreros que habían trabajado a sus órdenes. El daroga de Mazenderan fue encargado de la ejecución de esa orden abominable. Erik le había prestado algunos servicios y lo había hecho reír mucho en varias ocasiones. Así que el daroga lo salvó, facilitándole la huida. Pero estuvo a punto de pagar con su cabeza aquella debilidad generosa. Afortunadamente para el daroga, fue encontrado en la orilla del mar Caspio un cadáver medio comido por las aves marinas que se hizo pasar por el de Erik, ayudado por unos amigos suyos que vistieron el cadáver con ropa que había pertenecido al propio Erik. El daroga se vio castigado tan sólo con la pérdida de su cargo, de sus bienes y con la condena al exilio. Sin embargo, como el daroga era de sangre real el Tesoro persa siguió pasándole una pequeña renta de algunos centenares de francos al mes. Fue cuando vino a refugiarse a París.
En cuanto a Erik, había pasado a Asia Menor hacia Constantinopla, donde había entrado al servicio del sultán. Comprenderéis qué tipo de servicios prestó a un soberano que vivía acosado por constantes terrores, sabiendo que Erik fue quien construyó todas las famosas trampillas y cámaras secretas y cajas fuertes misteriosas que se encontraron en Yildiz-Kiosk, tras la última revolución turca. También fue él
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quien tuvo la idea de fabricar unos autómatas idénticos al príncipe y tan parecidos que lo hacían dudar hasta al propio príncipe, autómatas que hacían creer a los creyentes que su jefe se encontraba en un sitio, despierto, cuando en realidad descansaba en otro sitio.
Naturalmente, tuvo que dejar el servicio del sultán por los mismos motivos que había tenido que huir de Persia. Sabía demasiadas cosas. Entonces, muy cansado de su aventurera, extraordinaria y monstruosa vida, deseó ser como los demás. Y se hizo maestro de obras como otro cualquiera que construye casas para todo el mundo, con ladrillos normales y corrientes. Realizó ciertos trabajos de cimentación en la ópera. Cuando se vio en los sótanos de un teatro tan grande, su naturaleza artística, fantasiosa y mágica se impuso. Además, ¿no seguía siendo igual de feo? Soñó con hacerse una mansión desconocida para el resto del mundo y que le ocultaría para siempre de las miradas de los hombres.
Ya se sabe y se adivina lo demás. Transcurre a lo largo de esta increíble y, sin embargo, verídica aventura. ¡Pobre desventurado de Erik! ¿Hay que compadecerlo? ¿Hay que maldecirlo? No pedía ser más que alguien como los demás. ¡Pero era demasiado feo! Tuvo que ocultar su genio, o jugar con él, cuando, de tener un rostro normal, hubiera sido uno de los hombres más nobles de la raza humana. Tenía un corazón en el que habría cabido un imperio; pero tuvo que contenerse con una cueva. ¡En realidad, hay que compadecer al fantasma de la ópera!
He rezado, pese a sus crímenes, sobre sus restos, ¡y que Dios se haya apiadado de él! ¿Por qué hizo Dios un hombre tan feo?
Estoy seguro, muy seguro, de haber rezado sobre su cadáver cuando el otro día lo sacaron de la tierra, en el lugar exacto donde enterraban a las voces vivas; era su esqueleto. No fue por la fealdad de su cabeza por la que lo reconocí, ya que, cuando ha pasado tanto tiempo todos los muertos son feos, sino por el anillo de oro que llevaba y que Christine Daaé había venido sin duda a colocarle en el dedo antes de sepultarle, como le había prometido.
El esqueleto se encontraba muy cerca de la fuentecita, en el lugar en que por primera vez, cuando la arrastró a los sótanos del teatro, el Ángel de la Música había sostenido en sus brazos temblorosos a Christine Daaé desmayada.
¿Y ahora qué harán de ese esqueleto? ¿Lo arrojarán a la fosa común?… Yo afirmo: que el lugar del esqueleto del fantasma de la Ópera está en los archivos de la Academia Nacional de Música; no es un esqueleto vulgar y corriente.
GASTÓN LEROUX. Gastón Louis Alfred Leroux (París, 6 de mayo de 1868 – Niza, 15 de abril de 1927), escritor francés de principios del siglo XX, que ganó gran fama en su tiempo gracias a sus novelas de aventuras y policiacas tales como
El fantasma de la ópera
(
Le Fantôme de l'opéra
, 1910),
El misterio del cuarto amarillo
(
Mystère de la chambre jaune
, 1907) y su secuela
El perfume de la dama de negro
(
Le parfum de la Dame en noir
, 1908). Trabajó en los periódicos
L'Écho de Paris
y
Le Matin
. Viajó como reportero por Suecia, Finlandia, Inglaterra, Egipto, Corea, Marruecos. En Rusia cubrió las primeras etapas de la revolución bolchevique. Aparte de su trabajo como periodista, tuvo tiempo para escribir más de cuarenta novelas que fueron publicadas como cuentos por entregas en periódicos de París.
Gastón Leroux fue a la escuela en Normandía, estudió derecho en París y se graduó en 1889. En 1890 él comenzó a trabajar en el diario
L'Écho, de París
, como crítico de teatro y reportero. Se volvió famoso por un reportaje que hizo, en el cual se hizo pasar por un antropólogo que estudiaba las cárceles de París para poder entrar a la celda de un convicto que, según Gastón, había sido condenado injustamente. Luego, pasó a trabajar para
Le Matin
, como reportero.
Su hija fue la actriz Madeleine Aile. Leroux murió a sus 57 años, a causa de una complicación después de una cirugía, la cual hizo que se infectara su tracto urinario,2 y sus restos descansan en el Château du cimetière, en Niza, Francia.
[1]
Salón o vestíbulo de la opera donde se reúnen los espectadores durante un entreacto.
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[2]
Se denomina Comuna al gobierno revolucionario que ejerció el poder en París, en 1781, instaurando un régimen de terror.
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[3]
Sería un ingrato si no agradeciera igualmente, en el umbral de esta espantosa y verídica historia, a la dirección actual de la Opera, que tan amablemente se ha prestado a todas mis investigaciones, y en particular al señor Messager; también al simpatiquísimo administrador, señor Gabion, y al amabilísimo arquitecto encargado de la conservación del monumento, que no dudó en prestarme los planos de Charles Garnier, pese a estar casi seguro de que no se los devolvería. Finalmente, me queda el reconocimiento público a la generosidad de mi amigo y antiguo colaborador, señor J. L. Croze, que me permitió consultar su admirable biblioteca teatral, y tomar prestadas ediciones únicas a las que él tenía en mucha estima.
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[4]
Espejo grande de pie, dispuesto sobre un bastidor, con bisagras en el marco, de modo que pueda variarse a voluntad la inclinación.
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[5]
Sé la anécdota, también absolutamente cierta, por medio del mismo señor Pedro Gailhard, antiguo director de la Opera.
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[6]
Se denominan «corifeos» a los miembros de la segunda de las cinco jerarquías del cuerpo de baile de la ópera de París, en tanto que «ratas» o «ratitas» son los alumnos/as de dicho cuerpo, que cumplen la función de figurantes/as.
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[7]
Región histórica situada a orillas del mar Báltico, dividida actualmente entre Polonia y Alemania.
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[8]
Decorado montado entre bastidores.
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[9]
Como veremos más adelante, Siebel es el novio de Margarita en la ópera Fausto, de Gounod, personaje que solía ser interpretado por una soprano o mezzosoprano trasvestida.
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[10]
Accesorio teatral que no es un simple decorado, sino que puede usarse, como una puerta o una ventana.
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[11]
De korrig, gnomo, y korr, enano: pequeños seres femeninos del folclore bretón, generalmente velludos y malévolos.
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[12]
Gigante que, en Os Lusiadas, del poeta portugués Luís Vaz de Camoens (1524-1580), guarda el cabo de las Tormentas o de Buena Esperanza.
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[13]
El Bois de Boulogne, extenso parque de los suburbios parisinos.
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[14]
Hipódromo situado en el Bois de Boulogne.
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[15]
El «descenso de la Courtille», que en un conjunto de merenderos y jardines campestres, consistía en el desfile, en coches de máscaras, con que se festejaba el martes de carnaval.
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[16]
Familiarmente, la Muerte.
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[17]
En la mitología griega, el Éstige es el río de los Infiernos, por el cual el barquero Caronte conduce las almas de los muertos.
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[18]
Se denomina «registro» al cuarto desde donde —en la opera de París— se controlan las luces. Más adelante se explica el porqué de este nombre.
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[19]
No confundir con el famoso mago norteamericano Harry Houdini. Jean Eugéne Robert-Houdin (1805-1871) fue un notable prestidigitador francés, cuya obra escrita es un verdadero manual de iniciación a la prestidigitación.
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[20]
Los primeros aerostatos, globos de aire caliente cuyo nombre deriva de sus inventores, los hermanos Montgolfier.
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[21]
Las «glorias» son, en el lenguaje teatral, los elementos que se suelen colocar en el «cielo» de los decorados, como lunas, soles, cometas, rayos, etc.
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[22]
Bernard Garnier (1825-1895), arquitecto francés, autor —entre otras obras— del teatro de la ópera de París y del Casino de Montecarlo.
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[23]
Persona que padece tristeza y disgusto, a consecuencia de lo cual está pálida y melancólica.
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[24]
El mismo Pedro Gailhard me contó que había creado el puesto de cerradores de puertas para viejos tramoyistas a los que no quería despedir.
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[25]
Por aquella época los bomberos tenían aún la misión de cuidar de la seguridad de la Opera durante las representaciones. Más tarde ese servicio fue suprimido. Cuando pregunté el motivo al señor Pedro Gailhard, me contestó que temían que, dado su absoluto desconocimiento de los sótanos del teatro, les prendieran fuego.
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[26]
El autor no dará más explicaciones, lo mismo que el Persa, acerca de la aparición de esta sombra. Todo en esta narración histórica queda explicado a medida que los hechos aparentemente anormales vayan sucediendo. El autor no explican expresamente al lector lo que el Persa quiso decir con estas palabras: «Alguien mucho peor» (que la policía del teatro). El lector deben adivinarlo, ya que el autor prometió al ex director de la Opera, señor Pedro Gailhard, guardar el secreto acerca de la personalidad, a la vez interesante y útil de la sombra errante de la capa que, condenándose a vivir en los bajos del teatro, ha prestado prodigiosos servicios a aquellos que, en las veladas de gala, por ejemplo, se atreven a bajar a los sótanos. Me refiero a servicios de Estado, y no puedo decir más.
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