—Yo soy Raquel.
—Así que eres de Cádiz —dijo Loreto dirigiéndose a Samuel—. Yo comencé a estudiar en la Facultad de Medicina. Mi padre se había empeñado, pero pronto comprendió que no era lo mío; sólo duré un año.
—Con la medicina que yo le doy ya tiene bastante... —bromeó Muki.
—¡Pero bueno...; yo también estudié allí! —exclamó Noelia, olfateando una oportunidad de oro para ganar su confianza—. ¿Qué edad tienes? Igual hasta hemos coincidido...
Conversaron un buen rato sobre la vida en la Facultad: las clases, el personal docente... y acabaron en los lugares frecuentados por los estudiantes en las noches gaditanas.
Samuel se maravillaba de la desenvoltura con que hablaba Noelia: parecía como si realmente hubiese cursado estudios allí y él no lo supiera. ¡No podía imaginar que lo único que hacía era rememorar, con minuciosa precisión, las vivencias narradas por Marta de su época estudiantil!
—¿Y qué tal por Noruega? —Aprovechando una leve pausa en la entusiasmada plática de Loreto, Noelia pudo al fin desviar el tema de conversación a sus intereses—. A nosotros nos ha encantado el viaje. ¡Lástima que se nos acaba!
—¿Cuándo regresáis? —Se interesó Loreto.
—Nuestro vuelo sale mañana desde Oslo —respondió Noelia dirigiendo a Samuel una mirada de complicidad—, pero no nos podemos quejar: llevamos tres semanitas en Noruega; hemos recorrido el país de punta a punta. ¿Y vosotros?
—A nosotros nos queda todavía una semana de crucero, tía. Hemos estado visitando los fiordos. Mañana paramos en Oslo y luego continuamos hacia Copenhague, capital de Dinamarca, para seguir con Tallin, capital de Estonia, San Petersburgo, más bella aún que la propia Moscú, Helsinki, capital de Finlandia, Estocolmo, capital de Suecia, y de nuevo Copenhague, donde acaba nuestra travesía.
—A ver si le puedo tocar las tetas a la sirenita —agregó Muki, que parecía querer hacer una gracia, con más o menos acierto, cada vez que intervenía.
Noelia se había percatado enseguida de que la petulante rimbombancia con que Loreto había ido nombrando las distintas escalas, dejando en evidencia su cursilería, no obedecía tanto a la intención de mostrar sus conocimientos geográficos como al incontrolable deseo de jactarse del maravilloso recorrido que estaban realizando a lo largo de las ciudades más importantes de seis países.
—¡Un viaje alucinante! ¿Qué impresión te causaron los fiordos?
Samuel había cedido las riendas de la conversación a Noelia. Seguía sin comprender su estrategia y prefería callar antes que meter la pata. De momento se limitaba a asentir con la cabeza cuanto ella decía.
—¡Sencillamente espectaculares! La primera parada fue en Flam, después de un día de navegación.
—Un flan con nata me tomaba yo ahora mismo —dijo Muki jugando con las palabras. Nadie le prestó atención.
—Supongo que tomaríais el Flamsbana...
—¿El tren?
—Sí, el recorrido de veinte kilómetros entre Flam y...
—Myrdal —se apresuró a decir Loreto—. El paisaje es fantástico...
—Dicen que es uno de los trayectos ferroviarios más bellos del mundo. ¿Y qué me dices de la parada en la cascada de Kjosfossen? ¿Visteis la escenificación de la ninfa?
—Una huldra, según el folclore escandinavo —Loreto se empeñaba en rivalizar en conocimientos—. ¡Tiene su gracia!
—¿Y el fiordo de Geiranger?
—Bueno, bueno... ¡Eso es una auténtica pasada, tía! Estábamos en la piscina de cubierta y veíamos desfilar una cascada detrás de otra... Parecían hebras de plata en una inmensa esmeralda. ¡Un verdadero prodigio de la naturaleza!
—Nosotros hicimos una excursión en ferry. Realmente es impresionante: la cascada de las Siete Hermanas...
—La del Pretendiente, en forma de botella, la del Velo Nupcial...
Continuaron repasando los más típicos y pintorescos lugares frecuentados por los turistas: la pequeña villa de Hellesylt, el monte Dalsnibba, la carretera del Águila, el mirador Flydalsjuvet, el glaciar de Briksdal... Samuel se preguntaba cómo Noelia podía saber tanto sobre los fiordos si apenas había hojeado unos minutos los folletos que tomó en la recepción del hotel.
Loreto parecía querer demostrar que sabía tanto o más que Noelia sobre Noruega y que no existía un detalle de las maravillas de aquel país que se le hubiera escapado. Noelia la dejaba hacer, para que se sintiera cada vez más orgullosa de su viaje y de cuánto había visto.
En ese instante cruzó frente a ellos una pareja de agentes de la policía. Ambos sintieron cómo los radiografiaban. Con un nudo en la garganta, hicieron como si les resultara indiferente su presencia. Con todo, Noelia instintivamente palpó sus piernas desnudas: ¿habrían descubierto los retales de su vaquero escondidos entre las mantas del armario? Era muy fácil observar que su pantalón carecía de dobladillos, consecuencia de la impericia con que había sido manualmente cortado... Afortunadamente pasaron de largo.
Hasta ese momento Noelia había departido con Loreto con esmerada prudencia, sacando únicamente a debate los lugares que sabía que habitualmente visitaban los cruceros, para que ella pudiera con orgullo presumir de haber visto todo lo que había que ver... Ahora debía poner en marcha la siguiente parte del plan; el momento decisivo de su estrategia había llegado.
—La variedad paisajística de Noruega lo convierten en un país verdaderamente precioso, pero es curioso que lo que más nos ha gustado a ambos sea precisamente obra del hombre, ¿verdad Raúl? ¡Alguna ventaja debíamos tener los mochileros!
Samuel continuaba asintiendo con la cabeza sin abrir su boca.
—¿Qué es? ¿Estará en Oslo, verdad? —preguntó Loreto sin mucha convicción—. Mañana lo veremos... aunque no creo que pueda superar en hermosura a los fiordos, tía.
—Me temo que no podréis verlo. Se encuentra situado en plena montaña, a mitad de camino entre Bergen y Oslo, y es sin duda la obra de ingeniería más extraordinaria que jamás haya construido el hombre. Es el túnel de Laerdal.
Su comentario cayó como una bomba sobre la cebada vanidad de Loreto, cuyo rostro mudó al momento. Samuel casi se atraganta de sólo oír nombrar el túnel. Muki apenas se inmutó: hacía rato que había dejado la guía y su único interés se centraba en poder articular algún chiste a juego con el diálogo.
—¿El túnel de... Laerdal? —repitió con manifiesta perplejidad Loreto.
—Para túnel el de mi nariz —añadió un ignorado Muki.
—¿No has oído hablar del túnel de Laerdal?
Noelia lanzó la pregunta con exagerada incredulidad, subrayando la sorpresa que le producía descubrir el desconocimiento de Loreto.
—Sí..., claro...; creo recordar... haber leído algo en la guía...
—Es una construcción excepcional. Se trata del túnel por carretera más largo del mundo. ¡No te puedes ni imaginar la sensación de circular por su interior!
—Pero... ¿qué tiene de especial, aparte de su longitud?
—Bueno..., apenas tengo palabras... Hay unas zonas de descanso de un colorismo inusitado. La impresión al pasar por allí es única...
Samuel había logrado entender por fin el verdadero propósito del audaz plan urdido por Noelia. Con el convencimiento de que acaudillaba un anhelado batallón de refuerzo en una importante batalla, irrumpió ferozmente en la conversación con la intención de pasar por la bayoneta a cuantas dudas pudieran comprometer el magistral ataque iniciado por su amante y compañera de combate. Su explosiva intervención pretendía inclinar de su lado, de forma inapelable, el balance de la contienda.
—Raquel tiene razón; una vez dentro del túnel alucinas con lo que te vas encontrando: un centro comercial, una sala de ocios, pistas deportivas... y no te pierdas lo mejor: la fastuosa recreación de un lago con palmeras y todo, con posibilidad de alquilar un traje de baño y darte un chapuzón rodeado de... —Samuel sintió en ese instante un puntapié en la espinilla—, de...; en fin, aquello es para verlo.
—No me lo puedo creer —balbució Loreto.
—Raúl es muy exagerado, como en cierto modo somos todos los andaluces, pero la verdad es que vale mucho la pena hacer en coche el trayecto entre Bergen y Oslo: los paisajes son únicos y el túnel una maravilla... ¡Qué pena que no podáis vivir esa experiencia!
Noelia aguardaba con la respiración contenida. Por un momento llegó a pensar que la desatinada trola de Samuel podría haber espantado la liebre, pero por fortuna eso no había ocurrido.
—¿Has oído Muki? ¡No podemos abandonar Noruega sin haber visto lo mejor...!
—Sin problemas: ahora le pongo unas ruedas al barco y vamos a Oslo por carretera, mejor que por mar.
Súbitamente el desazonado semblante de Loreto tornó en alborozo.
—¡Qué idea me has dado, Muki: nos vamos a Oslo en coche! —dictaminó Loreto con determinación, dejando explícitamente claro que su decisión no daba lugar a recurso alguno.
—Pero,
quilla
, con lo bien que vamos en el barquito... ¿En coche? ¿Para qué vamos ahora a complicarnos la vida?
De los ojos de Loreto saltaron chispas de cólera. Desafiando la bobalicona cara de Muki, lo miró con tal exasperación que a éste sólo le faltó esconderse bajo la mesa con el rabo entre las piernas.
—No te enfades, mi vida, por ti lo que sea: como si hay que ir en patinete...
Cualquier sombra de duda sobre quién ocupaba el rol de huésped y quién el de parásito había quedado más que disipada. Muki chupaba y vivía a cuerpo de rey; lo que no quedaba claro era el beneficio que Loreto obtenía de aquella particular simbiosis. A Samuel sólo se le ocurría una explicación; pensó que se lo contaría a Noelia más tarde, a ver si ella coincidía con su erótica sospecha...
—Veamos... a qué hora está previsto que el barco abandone Oslo... A las ocho de la tarde. Bien; Raquel, ¿qué ruta debemos tomar?
—La carretera E16.
—¿Y cuánto se tarda en llegar?
—No hay tanta distancia, pero debes prever unas ocho horas de viaje. Ya sabes: se trata de una carretera de montaña.
—¡Hum...! Es preciso que partamos ahora para que mañana podamos dedicar el día a visitar Oslo. Vuestro vuelo sale mañana, ¿no es cierto? ¿Qué tal si nos vamos juntos hoy mismo para allá?
—Ya estuvimos tres días en Oslo. Teníamos previsto tomar un tren mañana; nuestro avión no sale hasta las nueve de la noche.
—Lo entiendo... Muki: vete espabilando que esta noche tenemos que cenar en Oslo. Hay que buscar una oficina de alquiler de coches y... ¡Un momento: deberíamos advertir a la tripulación, para que sepan que embarcaremos de nuevo en Oslo!
Samuel había decidido no volver a intervenir y Noelia se resistía a dejar entrever ni siquiera de refilón sus verdaderas intenciones. Sin saber si su táctica iba a funcionar, pretendió disuadir a Loreto de su idea con el propósito de avivar su envidia.
—Igual ponen trabas...; puede que Muki tenga razón: tampoco pasa nada porque os vayáis sin ver el túnel de Laerdal. Si quieres nos invitáis a unas tapas en Sanlúcar y os enseñamos las fotos.
—Nada de eso. Si Loreto quiere ver el túnel lo va a ver como me llamo Muki. Veréis cómo pongo firme al capitán.
—¿Y si se niega, Muki? —suspiró Loreto con voz infantil, extremadamente melindrosa, como la cría consentida que lloriquea para conseguir lo que pide.
Muki sabía —porque no era la primera vez que le hablaba así— que la ñoñería de Loreto no demandaba mimos sino que exigía bravura e iniciativa. Tenía que aprovechar la oportunidad que la niña de papá le brindaba para enmendar su anterior error y ganarse de nuevo su admiración.
—Si se niega..., si se niega...; ¿por qué se va a negar? Si se niega... Oye, ¿vosotros no vais a Oslo? ¿Por qué no hacéis el viaje en barquito, que os va a gustar? Coméis como señores y echáis un
kiki
en alta mar... De lujo,
quillo
—dijo dándole un golpecito con el codo a Samuel.
—¿Nosotros en el barco? ¿Pero eso... cómo va a ser? No creo que podamos... —respondió Noelia simulando asombro.
—¡Este Muki es un diamante por pulir...! ¡De vez en cuando se le ocurren cada genialidades...! No podéis dejar pasar esta oportunidad; no tienen por qué darse cuenta: sólo necesitaréis nuestras tarjetas para subir a bordo. ¿Tú has visto el barco? Verás cuánto mola, tía; os va a encantar. Tiene 320 metros de eslora, más de mil quinientos camarotes, gimnasio, piscina de talasoterapia, salas de tratamientos, sauna, baño turco, cuatro jacuzzis, dos piscinas, un recorrido para practicar jogging, una pista de patinaje al aire libre, un simulador de golf, una pantalla de cine 3D...; ¡podría estar horas contándote las maravillas del
Espíritu de la Libertad
! Te aseguro que no has visto un barco igual en tu vida, tía. Y no te digo nada de la suite de lujo donde nos alojamos...
Loreto estaba entusiasmada: en un momento su brillante pareja acababa de encontrar la solución ideal para ver el túnel —y así no ser menos que ellos— sin tener que dar explicaciones en el barco y, de camino, con su invitación —imposible de rechazar— conseguiría poner la miel en los labios de sus nuevos amigos, que acabarían embobados al comprobar in situ la suntuosidad que rodeaba su viaje, algo que ellos jamás podrían permitirse. Un verdadero triunfo para su vanidad, una inteligente maniobra... que en realidad había sido sutilmente tramada por Noelia.
—No sé..., así de pronto..., ¿tú que dices, Raúl?
—Creo que podría ser una bonita forma de acabar nuestro viaje.
—Pues no se hable más —resolvió Loreto.
—Pero... ¿tenemos tiempo?; ¿a qué hora sale el barco? —inquirió Noelia intentando con disimulo acelerar el ritmo de los acontecimientos, una vez que su plan milagrosamente había dado resultado.
—A las doce y media todos los pasajeros deben estar a bordo. ¡Hay que darse prisa! Pero... ¿y vuestro equipaje? Nosotros nos lo llevamos; sería demasiado sospechoso intentar volver de Bergen con una maleta... Muki, ¿qué hacemos? No queda tiempo para tantas gestiones...; ¡son las once y cuarto!
—No preocuparos por nosotros: estamos alojados en el mismo Bryggen y... nuestro equipaje se reduce a un par de mochilas.
Loreto y Muki les dieron sus
cruise cards
y convinieron en verse el día siguiente a las seis de la tarde en la plaza del Ayuntamiento de Oslo. Noelia apuntó con celeridad el teléfono de Loreto, simulando mucha prisa con el pretexto de que debían pasar aún por el hotel. Por nada del mundo quería dar la más mínima oportunidad de que pudieran entrever alguna contrariedad que les impidiera proseguir con el salvador trueque de personalidades.