El eterno olvido (14 page)

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Authors: Enrique Osuna

Tags: #Intriga / Suspense / Romántica

BOOK: El eterno olvido
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—¿La teoría de la gacela? ¿Pero qué es eso? —preguntó desconcertado Samuel.

—Amigo Samuel: si uno quiere ligar, no se puede andar con melindres y otras cursiladas. Fíjate bien en las chicas que acaban de pararse en la puerta del bar. Observa aquella morenaza... ¿Superior, eh? ¿Cuántos tíos le entrarán esta noche? Bastantes. Si apostamos por ella tendremos pocas posibilidades de triunfar. Lo podríamos conseguir, pero no sería una tarea fácil. Sin embargo, pon tu atención en la del vestido verde; sin duda es la menos agraciada, la última de las cuatro en la que cualquiera repararía. Pues bien, ésa es la pieza más asequible, el animal más fácil de cazar... ¿Acaso no ves los documentales de animales? ¿A qué gacela ataca el guepardo?

—A la más débil —respondió Samuel.

—Exacto. Así que una vez elegido el objetivo, no hay más que entrarle siguiendo las recomendaciones que te he comentado. Ella no estará acostumbrada a que la adulen hallándose la amiga guapa justo a su lado, de ahí que su autoestima crecerá como la espuma y estará dispuesta a demostrarle a sus amigas que ella también puede gustarle a los chicos. Se dejará atrapar tan pronto como quieras.

Esteban tomó su vaso y acabó de un trago la cerveza. Luego paseó lentamente la mirada por el bar, disfrutando del éxito obtenido con su disertación, mayor cuanto más se prolongaba el reflexivo silencio de su amigo. Después llamó al camarero para pedir una nueva pinta con otro montadito.

Así era su amigo: un verdadero triunfador con las mujeres. Usaba su exquisita labia para congeniar con todas. Luego caían como moscas, guapas y feas, porque la que no le llenaba de cara lo hacía de pompis. Y en ese viva la vida y todo lo que tuviera falda, jugueteaba, al filo de la navaja, con el erial de Bécquer, deshojando en su camino fatal alguna que otra encandilada flor...

Recorrer todos y cada uno de los garitos de la zona centro buscando la compañía apetecida o el ambiente donde cada cual se sintiera más cómodo se había consolidado como una costumbre en la ciudad. Sin embargo, Esteban no necesitó realizar ninguna escala para localizar a Marta. Pensó que con toda probabilidad acabaría encontrándola en el lugar de moda, el
90 por ciento
, por lo que decidió acudir allí de primeras y esperar departiendo con Samuel.

El local era espacioso, con dos salas claramente diferenciadas: la interior, habilitada como zona principal de baile —aunque luego le gente acababa moviéndose al compás de la música en ambos habitáculos—, escasamente iluminada y decorada con gigantescas fotografías en blanco y negro de estrellas de cine colgadas sobre paredes pintadas en verde pistacho, y el lugar donde se encontraba la barra, que abarcaba desde la entrada al local hasta la pequeña escalinata que separaba la tierra de la luz del reino de las penumbras. La decoración de la sala de abajo seguía las mismas pautas que la de arriba, con algunas variaciones: en lugar del verde pistacho se había optado por el amarillo limón, y las fotografías eran pequeñas, en blanco y negro también, sólo que en vez de estrellas de cine se exhibían estrellas de la calle: portales, farolas, perros, gaviotas, bomberos, barrenderos, vagabundos..., cualquier cosa que se puso delante del objetivo del dueño del local el día que salió a tomar las instantáneas. La música ambientada en los años ochenta y noventa.

La espera duró lo mismo que la primera consumición.

—Ahí está —indicó Esteban arrebatándole al vaso la última gota de whisky—, y trae compañía... que tampoco parece estar mal.

—¿Qué tal Marta? Tan guapa como siempre..., mejorando lo presente... —profirió Esteban con su habitual galantería, desviando la atención a la chica que acompañaba a Marta—; te llamas...

—Lucía.

—Yo soy Esteban y éste es mi colega Samuel. Samuel: Marta y Lucía...

Las chicas sólo tenían en común la estatura, y esto en apariencia, pues los tacones de Marta evidenciaban una altura inferior a la de su amiga. No guardaban ningún otro parecido. Marta vestía una minifalda dorada y un sugerente top negro; Lucía un discreto blusón estampado con predominio de tonos fucsias y unos tejanos. La primera estrenaba media melena a la altura de la barbilla, abundante flequillo y corte asimétrico, el tono rojo cobrizo; Lucía portaba sobre su espalda un áureo tesoro de brillantes láminas, lisas como el mar en calma. Marta mostraba una amplia sonrisa, amplificada con el intenso carmín de sus labios; dos piercings en la nariz y otro sobre la mejilla, de un fulgente color aguamarina, daban un brillo especial a su cara. Su amiga mostraba una ingrávida sonrisa, agigantada con lo único que engalanaba su cara: la luminosidad de sus ojos, suficiente para ensombrecer la hermosura de Marta y de todas las que se encontraban en el pub.

Cuando había chicas de por medio, Esteban no se andaba con rodeos. Directamente tomaba el mando. Se presentaba él mismo y luego hacía lo propio con los demás, para seguidamente sacar a la palestra, con exquisita habilidad, cualquier tema de conversación ameno y divertido para todos.

—Yo te conozco de algo... —aseguró Lucía clavando sus pupilas en las de Samuel, que quedó por un instante atrapado en la vidriosa urna azul de su mirada.

—No sé..., yo no recuerdo haberte visto con anterioridad —respondió Samuel ligeramente sonrojado.

—¿Viajas mucho? Igual habéis coincidido en Kenia —intervino Marta.

—Marta, por favor... —protestó Lucía.

—¿Has estado allí de safari? —preguntó Esteban.

—Sí, suele ir de vez en cuando a cazar leones —bromeó Marta, advirtiendo que Lucía no quería hablar de ese tema—. ¿No vais a pedirnos nada de beber?

Poco después Samuel pudo comprobar cómo el rey de la selva había elegido a la joven y misteriosa gacela dorada, porque la otra, aun con más carne, la tenía siempre más o menos a tiro, y si se le escapaba la nueva igual no podría volver a alcanzarla.

Esteban y Lucía no pararon de charlar durante toda la noche, mientras que Samuel y Marta alternaban el palique con la danza. En lugar de cuatro parecían dos y dos, pues, fruto de la estrategia de su amigo, Samuel apenas pudo intercambiar impresiones con Lucía, y Marta estaba más interesada en beber y divertirse que en parlotear con los otros dos, a los que veía con relativa frecuencia.

Marta se movía como pez en el agua por el pub. Saludaba constantemente a conocidos y amigos y les presentaba a Samuel, que se veía arrastrado una y otra vez para bailar en grupo.

En una ocasión Samuel miró por curiosidad hacia el lugar donde se encontraban Esteban y Lucía y tropezó directamente con los ojos de ella. Experimentó cierto embarazo y desvió de inmediato la atención, pero unos minutos más tarde volvió a suceder lo mismo. Sintió un desconcierto similar al del jovencito que descubre en el colegio que una chica no cesa de mirarlo, lo que le hace suponer que siente interés por él, sin sospechar que ella podría estar pensando justo lo contrario. Esa misma pueril escena suele repetirse una y otra vez, lo que provoca que cada cual mire con más insistencia para reafirmar su presuntuosa apreciación al comprobar que su inopinado admirador está haciendo justo lo mismo, entrando en una interminable espiral donde cada uno cree que le gusta al otro cuando nadie sabe a ciencia cierta quién miró primero a quién. La diferencia es que Lucía no desviaba su atención cuando se cruzaban las miradas... Cada encuentro duraba sólo unos instantes, porque Samuel sentía que esos ojos le penetraban, como si escrutaran su alma, y aunque no le molestaba, por infantil pudor apartaba su mirada, incapaz de sostener la tensión del momento.

Poco después de las tres de la madrugada Marta anunció su retirada; dijo necesitar descansar varias horas porque debía conducir el sábado doscientos kilómetros. A Samuel la excusa le vino de perlas: por sólo unos minutos se había ahorrado la incómoda faena de inventarse un pretexto. Ahora tendría tiempo de sobra para esperar la cuarta prueba saboreando una humeante taza de café.

Esteban se ofreció para acompañar a Lucía y Samuel hizo lo propio con Marta. Justo antes de que las parejas se separaran, los ojos de Lucía se volvieron a cruzar con los de Samuel y éste de nuevo tuvo que apartar la vista, incómodo, en una extraña sensación de atracción, incapaz de sostener la intensa fuerza que proyectaban sus refulgentes iris.

La noche había transcurrido muy deprisa, aunque hubo tiempo para que germinaran las primeras semillas de una interesante relación. Y esto se corroboró en el camino de vuelta, donde ambos se hablaron, si cabe, con una mayor sinceridad. Luego se despidieron sin más:
Kamduki
volvía a interferir en la vida de Samuel, en esta ocasión haciendo que la noche no tuviera un final más apasionado. Regresaba a casa sin ninguna captura... y algo le decía que el infalible depredador también volvía de vacío: Lucía no tenía pinta de ser una gacela fácil de atrapar; de hecho, pensaba Samuel que los papeles se habían invertido, y que Esteban era sólo un corderito con el que la majestuosa leona podría juguetear a su antojo.

Lo primero que comprobó Samuel cuando encendió su ordenador era que tenía un mensaje para agregar un nuevo contacto a su
Messenger
. Era Marta, ¡y hacía sólo unos minutos que se habían intercambiado las cuentas de correo!

Samuel
>
Pensaba que te ibas a acostar pronto.

Martitanocturna
>
Así es, pero necesito antes coger el sueño, y el ordenador es mi mejor somnífero.

Samuel
>
Lo pasamos bien esta noche... Fue un placer conocerte.

Martitanocturna
>
Lo mismo digo, pero no te encontré tan animado. Bueno, quizá yo sea demasiado marchosa... Parecías que me dabas de lado.

Samuel
>
No, por favor, no pienses eso; es que a mí me cuesta congeniar con una chica, bueno, más que congeniar... encontrar lo que busco, lo que me gusta, no sé... Pero, créeme, me sentí muy bien contigo, me transmitías tranquilidad, madurez, dulzura..., mucha simpatía. Se te ve con las ideas muy claras.

Martitanocturna
>
Tan claras que por eso estoy chateando contigo a estas horas.

Samuel
>
Aparte de por coger el sueño...

Martitanocturna
>
También... Me encantó tu compañía, y tú notarías que me gustaste, ¿no?

Samuel
>
No sé..., noté que te caía bien.

Martitanocturna
>
¿No sabes? ¡Por favor...!; si en el trayecto final se me notaba un montón.

Samuel
>
Sí, me di cuenta de que fluía algo especial entre nosotros. Y eso que apenas hace nada que nos conocemos...

Martitanocturna
>
Samuel, ¿puedo preguntarte algo?

Samuel
>
Claro.

Martitanocturna
>
Pero respóndeme con sinceridad.

Samuel
>
Te doy mi palabra.

Martitanocturna
>
¿En algún momento se te pasó por la cabeza darme un beso?

Samuel
>
No; la respuesta es no.

Martitanocturna
>
De acuerdo, agradezco tu franqueza; veo que... no te gusto lo suficiente.

Samuel
>
No, espera..., me hubiera gustado besarte, ¡cómo no!, pero...

Martitanocturna
>
¿Entonces? Explícate.

Samuel
>
Advertí que habíamos congeniado demasiado bien, y no quería arriesgarme a estropearlo. Aunque no nos viéramos más, quería que guardaras un buen recuerdo de mí como persona, no como un buitre. Además, yo no soy mucho de rollos de una noche, excepto cuando me gusta alguien de la forma en que tú lo hiciste. Ni me lo planteé..., o al menos no encontré el momento; no quería que pensaras que sólo quería eso de ti.

Martitanocturna
>
Eso dice mucho a tu favor, pero... ¡me quedé con las ganas de un beso!

Samuel
>
Sin problemas: la próxima vez que nos veamos, que será en dos semanas según dijiste, te doy ese beso.

Martitanocturna
>
¡Eh!, no te embales, que cada cosa tiene su momento. Al menos tendrás que currártelo un poco, aunque... no voy a ponerte trabas en el camino, no vaya a ser que vuelva a quedarme con las ganas.

Samuel
>
Seguro que no volverá a ocurrir.

Martitanocturna
>
Oye, te dejo; son más de las cuatro.

Samuel
>
De acuerdo, estamos en contacto.

Martitanocturna
>
Un beso... virtual, claro.

Marta volvía a hacerle un favor a Samuel: la cuarta prueba de
Kamduki
estaba a punto de aparecer y necesitaba estar concentrado al cien por cien. A esas alturas, cualquier cosa se podía esperar. Samuel se reprochaba no haber obrado con honestidad. Había mentido a Marta, y a buen seguro el culpable había sido Esteban con su decálogo sobre cómo triunfar con las mujeres. Ni Marta le transmitió tranquilidad, ni congenió realmente con ella ni notó nada especial más que la atracción física. Estaba tan sexy que no sólo la hubiera besado sino que con sumo gusto la habría acompañado hasta el dormitorio. Sólo la maldita prueba y ese inevitable pudor que siempre le acompañaba, impidiéndole dar el primer paso, le habían privado del éxito amoroso aquella noche. «Lo que es la vida —pensó Samuel—, de no interesarle absolutamente a nadie, de la noche a la mañana me encuentro que tanto la explosiva y peligrosísima Macarena como la atrevida y despampanante Martita se beben los vientos por mí. ¡Cuánto repentino frenesí!».

Justo a las cuatro horas y doce minutos apareció la cuarta prueba. Samuel leyó antes el plazo de resolución que el propio enunciado. Respiró tranquilo al descubrir que dispondría de tiempo más que suficiente y que resolverla debía ser una simple cuestión de paciencia para averiguar la combinación matemática entre la secuencia de letras... ¡y a él las matemáticas nunca se le dieron mal!

Prueba nº 4:

¿Qué letra sobra en la siguiente relación: C, E, O, S, U?

Tiempo de resolución: 6 días

Capítulo 12

El plazo de seis días parecía más que suficiente para poder encarar con garantías la resolución de la cuarta prueba. Aun así, Samuel se levantó el sábado con la intención de zanjar el asunto ese mismo fin de semana, para evitar agobios durante los subsiguientes días, pues estaba visto y comprobado que la oficina no era el lugar idóneo para reflexionar. Temía encajarse en el miércoles sin haber encontrado la solución, porque entonces no tendría más remedio que birlar horas de trabajo a hurtadillas de don Francisco y del resto de sus compañeros, y no estaba dispuesto a someter a su corazón a otra sesión de estrés. Sin embargo, la cuarta prueba de
Kamduki
pronto dejó patente que no iba a resultar una perita en dulce.

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