El enigma del cuatro (21 page)

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Authors: Dustin Thomason Ian Caldwell

Tags: #Intriga, Historia

BOOK: El enigma del cuatro
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Recuerdo que mientras Paul hablaba yo miraba por encima de su hombro, a través de la ventana, y sentía que el paisaje estaba transformándose. Estábamos en nuestra habitación, en Dod, solos, un viernes por la noche; Charlie y Gil estaban debajo de nosotros, bajo tierra, jugando a
paintball
en los túneles de vapor con un grupo de amigos del Ivy y del equipo de emergencias médicas. Al día siguiente, yo tenía que escribir un ensayo y estudiar para un examen. Una semana más tarde, conocería a Katie. Pero en ese momento Paul acaparaba por completo mi atención.

—El concepto más complicado que me enseñó —continuó Paul—era cómo decodificar un libro con la ayuda de algoritmos o claves sacadas del texto mismo. En esos casos, la clave está escondida en la narración. Buscas la clave, que es como una ecuación o un librito de instrucciones, y luego la utilizas para descifrar el texto. El libro se interpreta a sí mismo.

Sonreí.

—Esa idea es capaz de provocar la bancarrota del departamento de Literatura.

—Sí, yo también era escéptico —dijo Paul—. Pero resulta que tiene una larga tradición. Los intelectuales de la Ilustración escribían tratados enteros con este método para divertirse. Los textos parecían relatos normales, novelas epistolares, ese tipo de cosas. Pero si conocías la técnica adecuada (tal vez reconocer erratas que resultaban ser intencionadas, o resolver puzzles incluidos en las ilustraciones), podías encontrar la clave. Algo así: «Usa sólo números primos y cuadrados perfectos, y las letras que tengan en común cada décima palabra; excluye las palabras de lord Kinkaid y cualquier pregunta hecha por la criada». Si seguías las instrucciones, al final te encontrabas con un mensaje. La mayoría de las veces era un poema humorístico o un chiste de mal gusto. Pero uno de esos tíos llegó a escribir su testamento así. Quien pudiera descifrarlo, heredaría todas sus propiedades.

De entre las páginas de un libro, Paul sacó una hoja de papel. En ella, en dos párrafos distintos, había reproducido el texto de un pasaje escrito en clave y debajo, el mensaje decodificado, mucho más breve. Pero no logré entender cómo el primero se había convertido en el segundo.

—Al cabo del tiempo empecé a pensar que tal vez funcionara. Quizás el acróstico con las letras capitulares de la
Hypnerotomachia
fuera una pista. Tal vez su función fuera indicar cuál era la interpretación adecuada del resto del libro. A muchos humanistas les interesaba la cábala, y la idea de hacer juegos con el lenguaje y símbolos fue muy popular durante el Renacimiento. Tal vez Francesco había utilizado algún tipo de cifrado en la
Hypnerotomachia
.

»El problema fue que ignoraba por completo dónde buscar el algoritmo. Empecé a inventarme mis propias claves, sólo para ver si alguna funcionaba. Me enfrentaba al problema un día tras otro. Encontraba algo, luego me pasaba una semana escarbando en la sala de Libros Raros y Antiguos, buscando una respuesta… y al final descubría que ese algo no tenía sentido, o que era una trampa, o un callejón sin salida.

»Luego, a finales de agosto, me dediqué a un solo pasaje durante tres semanas. Aparece en el momento del relato en el que Polifilo está examinando las ruinas de un templo y encuentra un mensaje en un jeroglífico tallado en un obelisco. «Al divino y siempre augusto Julio César, gobernador del mundo» es la primera frase. Nunca la olvidaré, porque estuvo a punto de volverme loco. Las mismas páginas, un día tras otro. Pero lo había encontrado.

Abrió una carpeta que había en el escritorio. En el interior había reproducciones de todas las páginas de la
Hypnerotomachia
. Buscó el apéndice que había creado y me mostró una página en la que había pegado la primera letra de cada capítulo, formando lo que parecía una nota de secuestro. Las letras formaban el famoso mensaje sobre Fra Francesco Colonna.
Poliam Frater Franciscus Columna Peramavit
.

—Partí de una premisa muy simple: el acróstico no podía ser tan sólo un truco, una forma barata de identificar al autor. Tenía que tener una función más amplia: las primeras letras no solo decodificaban ese mensaje inicial, sino todo el libro.

»Así que lo intenté. El pasaje que había estado estudiando comienza, en uno de los dibujos, con un jeroglífico: un ojo.

Pasó varias páginas hasta que al fin lo encontró.

—Pensé que, al ser el primer símbolo del grabado, debía ser importante. El problema es que no me sirvió de nada. La definición del símbolo que da Polifilo (el ojo hace referencia a Dios, o la divinidad) no me conducía a ninguna parte.

»En ese momento tuve un golpe de suerte. Una mañana estaba trabajando en el centro de estudios, y no había dormido demasiado, así que decidí comprarme un refresco. El problema era que la máquina me devolvía el dinero una y otra vez. Estaba tan cansado que no lograba entender por qué, hasta que me di cuenta de que estaba metiendo mal el billete. Lo estaba metiendo con el reverso hacia arriba. Estaba a punto de darle la vuelta e intentarlo de nuevo cuando lo vi. Justo frente a mí, en el reverso del billete.

—El ojo —le dije—. Encima de la pirámide.

—Exactamente. Es parte del gran sello. Y entonces me di cuenta. En el Renacimiento había un famoso humanista que utilizaba el ojo como símbolo personal. Incluso lo hacía imprimir en monedas y medallas.

Esperó como si yo supiera la respuesta.

—Alberti. —Paul señaló un pequeño volumen que había al otro lado de la estantería. En el lomo se leía: De re aedificatoria—. Eso es lo que Colonna quería decir. Estaba a punto de tomar prestada una idea del libro de Alberti, y quería que el lector lo supiera. Sólo tenías que descubrir de qué se trataba, y el resto encajaría perfectamente.

»En su tratado, Alberti crea equivalentes en latín para vocablos arquitectónicos derivados del griego. Francesco hace la misma sustitución a lo largo de toda la
Hypnerotomachia
, excepto en un lugar. Yo lo había notado la primera vez que traduje esa sección, porque empecé a encontrarme con términos vitruvianos que no había visto en mucho tiempo. Pero nunca pensé que fueran significativos.

»El truco, descubrí, consistía en que debías encontrar todos los términos arquitectónicos griegos y sustituirlos por sus equivalentes en latín, tal y como aparecen en el resto del texto. Si lo hacías, y utilizabas la regla del acróstico —leer la primera letra de cada palabra, del mismo modo que lees la primera letra de cada capítulo—el puzzle se resolvía y dabas con un mensaje en latín. El problema es que si cometes un solo error traduciendo del griego al latín, el mensaje se hace pedazos. Si sustituyes
entasi
por
ventris diametrum
en lugar de simplemente
venter
, la D que te queda al principio de
diametrum
lo cambia todo.

Buscó otra página, hablando más rápido.

—Por supuesto que cometí errores. Por suerte, no fueron tan graves como para impedirme hacer encajar la frase en latín. Me tomó tres semanas; terminé justo el día antes de que vosotros regresarais al campus. Finalmente lo descubrí. ¿Sabes qué dice? —Se rascó algo que tenía en la cara nerviosamente—. Dice: « ¿Quién le puso los cuernos a Moisés?».

Soltó una risa hueca.

—Te lo juro por Dios, casi puedo oír a Francesco riéndose de mí. Tengo la sensación de que todo el libro se reduce a una gran broma que alguien me ha gastado. En serio, lo digo de verdad. « ¿Quién le puso los cuernos a Moisés?»

—No lo entiendo.

—En otras palabras, ¿quién traicionó a Moisés?

—Ya, ya sé qué es poner los cuernos.

—La verdad es que literalmente dice: « ¿Quién le dio cuernos a Moisés?». Los cuernos, desde Artemidorus, se emplean para sugerir la infidelidad. Vienen de…

—Pero ¿qué tiene que ver esto con la
Hypnerotomachia
?

Esperé a que me lo explicara, o que dijera que había leído mal el acertijo. Pero cuando Paul se levantó y empezó a caminar de un lado al otro, supe que el asunto era más complicado.

—No lo sé. No logro descubrir cómo encaja con el resto del libro. Pero lo extraño es esto: creo que he resuelto el acertijo.

—¿Alguien le puso los cuernos a Moisés?

—Bueno, más o menos. Al principio pensé que podía tratarse de un error. Moisés es una figura demasiado importante en el Antiguo Testamento como para que alguien la asocie a la infidelidad. Por lo que sé, tenía esposa, una midianita llamada Zipora,pero ella apenas aparece en el Éxodo, y no pude encontrar ninguna referencia al hecho de que le fuera infiel.

»Pero luego, en Números 12:1, sucede algo inusual. El hermano y la hermana de Moisés se pronuncian en su contra por haberse casado con una mujer cushita. Los detalles no se explican nunca, pero algunos expertos sugieren que al ser Midian y Cush áreas geográficas completamente distintas, Moisés debió tener dos mujeres. El nombre de la mujer cushita nunca aparece en la Biblia, pero un historiador del siglo primero, Flavio Josefo, escribe su propia versión de la vida de Moisés, y sostiene que el nombre de la mujer cushita, o etíope, era Tarbis.

Los detalles estaban empezando a abrumarme.

—¿Así que ella le puso los cuernos?

—No. Al tomar una segunda mujer, Moisés le puso los cuernos a ella, o a Zipora, dependiendo de con cuál se casara primero. La cronología es difícil de establecer, pero en algunos casos, los cuernos aparecen en la cabeza del infiel, no sólo de su pareja. A eso debe de referirse el acertijo. La respuesta es Zipora o Tarbis.

—¿Y qué hacemos con eso?

Su excitación pareció disiparse.

—Ahí es donde me he topado con un muro. He intentado utilizar Zipora y Tarbiscomo soluciones de todas las formas posibles, aplicándolas como claves para descifrar el resto del libro. Pero nada funciona.

Esperó, como si creyera que yo iba a darle alguna idea.

—Vincent no lo sabe. Cree que estoy perdiendo el tiempo. En cuanto decidió que las técnicas de Gelbman no me estaban permitiendo hacer grandes avances, me dijo que debía volver a seguir su pista. Concentrarme más en las fuentes primarias venecianas.

—¿No vas a hablarle de esto?

Paul me miró como si no lo entendiera.

—Te estoy hablando de esto a ti —me dijo.

—Pero yo no tengo ni la menor idea.

—Tom, algo tan grande no puede ser una coincidencia. Esto es lo que tu padre estaba buscando. Debemos descubrir de qué se trata. Quiero que me ayudes.

—¿Por qué?

En aquel momento, me habló con una certidumbre curiosa, como si hubiera entendido algo de la
Hypnerotomachia
que antes había pasado por alto.

—El libro recompensa distintas formas de pensar. Algunas veces funciona la paciencia, la atención al detalle. Pero en otras ocasiones, lo que se requiere es instinto e inventiva. He leído algunas de tus conclusiones sobre
Frankenstein
. Son buenas. Son originales. Y no has tenido que hacer el menor esfuerzo para llegar a ellas. Sólo piénsatelo. Piensa en el acertijo. Tal vez se te ocurra algo. Eso es todo lo que te pido.

Aquella noche rechacé la oferta de Paul por una razón muy simple. En el paisaje de mi niñez, el libro de Colonna fue una mansión desierta sobre una colina, una sombra que cubría de presagios cada pensamiento situado en sus aledaños. Todos los desagradables misterios de mi juventud parecían tener su origen en aquellas páginas ilegibles: la inexplicable ausencia de mi padre en la mesa del comedor, todas las noches que se pasaba trabajando en su escritorio; las viejas peleas en que se enzarzaban él y mi madre, como santos caídos en pecado; incluso la inhóspita excentricidad de Richard Curry, que fue seducido por el libro de Colonna como ningún otro hombre y nunca llegó a recuperarse. Yo no lograba entender el poder que la
Hypnerotomachia
ejercía sobre quienes la leían, pero me parecía que ese poder siempre acababa obrando de la peor manera. Ver a Paul trabajar en él durante tres años, aunque su trabajo se viera culminado por estos descubrimientos, me había ayudado a mantener la distancia.

Si bien puede resultar sorprendente que cambiara de opinión a la mañana siguiente y me uniera a Paul en su trabajo, puedo excusarme atribuyendo el cambio a un sueño que tuve la noche en que me habló del acertijo. Hay en la
Hypnerotomachia
un grabado que permanecerá para siempre entre mis recuerdos de mi más temprana niñez y con el cual me topé muchas veces tras entrar a hurtadillas en el despacho de mi padre para investigar qué estaba estudiando. No todos los días un niño ve a una mujer desnuda y reclinada bajo un árbol; una mujer que lo mira mientras él la está mirando. Y supongo que nadie, fuera del círculo de estudiosos de la
Hypnerotomachia
, puede decir que ha visto a un sátiro desnudo a los pies de dicha mujer, con el pene en forma de cuerno enhiesto apuntándola como la aguja de una brújula. Yo tenía doce años cuando vi esa ilustración por primera vez; estaba solo en el despacho de mi padre, y de repente imaginé por qué a veces llegaba tarde a cenar. Fuera lo que fuese aquello, era extraño y maravilloso, y el estofado familiar no podía hacerle competencia.

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