* * *
Cuando Palin despertó, estaba oscuro. Se encontraba mucho mejor y procuró convencerse a sí mismo de que estaba casi como nuevo. Pero en realidad se sentía débil y viejo para sus cincuenta y cuatro años. Se vistió lentamente y dio unos pasos hacia la portilla. La única luna de Krynn estaba baja en el cielo e irradiaba un centelleante resplandor de luz blanca que danzaba sobre las aguas turbulentas. Palin cayó en la cuenta de que había dormido durante todo el día.
El
Yunque
chirriaba suavemente. Palin oyó el delicado chasquido de las velas. El barco se dirigía al oeste. Una vez que dejara atrás el puerto de Palanthas, cosa que haría en unos cuantos días, bordearía el cabo de Tanith y tomaría rumbo a Ergoth del Sur, donde estaba la Tumba de Huma.
—Pero ¿funcionará el plan del anciano? —dijo el hechicero para sí—. Me gustaría estar seguro de que no se trata de una empresa imposible en la que derrocharemos un tiempo precioso. Es probable que mis colegas lo sepan. —Miró a la luna e imaginó una torre sobre el agua—. La Torre de Wayreth —murmuró.
Palin era un experto en transportarse de un sitio a otro. Aunque ya no era fácil hacer magia, este encantamiento —el que le permitía viajar a la torre y desde ella— resultaba más sencillo que cualquier otro. Quizá fuera la magia residual del edificio lo que le infundía poder. La antigua estructura se movía a voluntad de sus ocupantes, de modo que no estaba en ningún sitio concreto.
«En un edificio que no está en ninguna parte —recordó que había dicho Sageth—. ¿Es posible que uno de mis colegas magos me haya estado ocultando algo?»
Palin concentró sus pensamientos. La luna pareció temblar y convertirse en algo tan insustancial como la niebla. En un instante, la imagen de la Torre de Wayreth apareció en el horizonte. En realidad, la luna no había desaparecido ni la torre estaba allí, pero visualizar el edificio en el límite de su campo de visión lo ayudaba a producir el encantamiento. La torre lo llamaba, oscura, misteriosa y apenas iluminada por la tenue luz de las estrellas.
El hechicero se concentró, cerró los ojos y sintió que el ondulante suelo del barco se convertía en piedra sólida bajo sus pies.
—¡Palin!
—¿Usha?
En un instante estuvo entre sus brazos, abrazándolo con fuerza y haciendo recrudecer el dolor de sus heridas. Pero al hechicero no le importó. Le devolvió el abrazo y, hundiendo la cabeza en su cabello, aspiró su perfume a lilas. Después de unos momentos, ella se apartó y arrugó ligeramente la piel perfecta de su frente.
—¿Dónde has estado? ¡Mírate la cara! —Le acarició la corta barba. Palin no se había afeitado desde que había salido del
Yunque
en dirección al desierto.
—Creo que me da un aire más distinguido.
—Embustero —riñó ella—. Ya no eres joven, Palin Majere, pero has estado correteando por Ansalon como si lo fueras. Y el sol te ha quemado la piel.
El hechicero sonrió y la miró con afecto, contento de que la ropa le cubriera los vendajes. Así no tendría motivos para preocuparse. Usha Majere tenía pocos años menos que él, pero fácilmente podía pasar por una mujer veinte años más joven. Su cabello plateado caía en suaves rizos sobre los hombros, enmarcando su rostro y sus dorados ojos.
Palin pensó que todavía se parecía mucho a la joven que había conocido hacía más de treinta años. Y su amor por ella crecía día a día.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el hechicero, cogiéndole la barbilla con una mano. Su piel era suave y tersa, sin señales del paso del tiempo—. No es que no me alegre de verte. Me alegro mucho. Pero ¿por qué no estás en Solace?
—Estaba preocupada por ti —respondió ella—. Hacía tiempo que no tenía noticias tuyas. Y ellos tampoco. —Señaló a los hombres vestidos con túnicas que estaban a su espalda—. El Custodio me trajo aquí; dijo que sabía que vendrías pronto. Me alegro de que no se equivocara.
El Custodio de la Torre saludó a Majere.
—¿Tienes noticias para nosotros? —Su voz era apenas un susurro ahogado por los pliegues de la capucha de su túnica negra. Era el encargado de la Torre de la Alta Hechicería, de ahí su título. A pesar del tiempo que habían pasado juntos, Palin apenas lo conocía. El Custodio mantenía su pasado en secreto, vestía unos ropajes que ocultaban sus facciones y rara vez hablaba de algo que no guardara relación con la magia y los dragones.
A su lado estaba el Hechicero Oscuro, un enigma aun mayor. Vestido con holgados ropajes grises, que disimulaban eficazmente cualquier seña de identidad, el hechicero podía ser un hombre o una mujer. Su voz neutra no arrojaba ninguna pista, y, aunque el hechicero llevaba años junto a Palin y el Custodio, nunca había revelado nada de su pasado.
Palin había renunciado a la esperanza de conocer a cualquiera de los dos. También su tío Raistlin había sido algo excéntrico, y eran muchos los hechiceros que se rodeaban de secretos y enigmas. Sólo sabía que sus colegas estaban interesados en luchar contra la amenaza de los dragones. Confiaba en ellos y agradecía sus consejos.
—Te hemos estado buscando —comenzó el Custodio señalando una bola de cristal situada sobre un estante—. Te vimos en el cubil del Azul. Fue una suerte que no estuviera allí.
Palin sonrió y asintió con la cabeza.
—No era la guarida que buscábamos, pero de todos modos fue un viaje fructífero. Descubrimos cómo crean a los dracs.
Mientras los cuatro subían por la escalera a la última planta de la torre, continuó contando a los hechiceros y a Usha la historia de sus aventuras en los Eriales del Septentrión.
* * *
Una mesa rectangular de madera de ébano ocupaba prácticamente todo el largo de la habitación. De las cuatro paredes colgaban mapas del territorio ocupado por los dragones. Palin se sentó a la cabecera de la mesa y juntó los dedos de ambas manos, formando un triángulo. La subida le había costado más esfuerzo del que esperaba y no quería que su esposa advirtiera que estaba herido. Usha, que rara vez asistía a las reuniones de los hechiceros, se sentó a su lado y lo miró fijamente a los ojos.
—Khellendros es cada vez más peligroso —dijo Palin por fin.
El Hechicero Oscuro pasó junto a los Majere y se acercó a las ventanas.
—Todos los dragones son cada vez más peligrosos, Majere. ¿Un ejército de dracs azules? Si Khellendros ha descubierto el secreto para crear dracs, los demás dragones lo sabrán pronto... si es que no lo saben ya. Tendremos que enfrentarnos a ejércitos de dracs. Pero eso es lo de menos. Algunos dragones están esclavizando a humanos. Ahora dices que Khellendros quiere apoderarse de los objetos antiguos, de la magia de la Era de los Sueños. Si él los busca, también lo harán los demás.
—La magia antigua es más poderosa de lo imaginable —terció el Custodio—. Palin, creo que Sageth podría estar en lo cierto. Destruir esos objetos liberaría suficiente energía para aumentar la magia de Krynn.
—Pero hay algo que te preocupa —afirmó Palin—. Lo noto en tu tono de voz.
—Lo que me preocupa es que ni el Hechicero Oscuro ni yo hayamos pensado en esa posibilidad. Ha sido preciso que apareciera un viejo erudito medio loco para abrirnos los ojos. Si es posible acrecentar la magia, los hechiceros podríamos practicar encantamientos más poderosos y desafiar con ellos a los dragones.
—Eso zanja la cuestión —dijo Palin—. Mis compañeros y yo buscaremos los objetos mágicos. Mientras tanto, me gustaría que investigarais al respecto. Una vez que los encontremos, hemos de estar absolutamente seguros de que destruirlos es lo más indicado.
El Custodio asintió.
—Las investigaciones llevan mucho tiempo y no siempre conducen a las conclusiones que uno espera.
—No estamos precisamente holgados de tiempo —repuso Palin—. Pero, tanto si decidimos destruir los objetos mágicos como si no, debemos encontrarlos antes que Khellendros. —Respiró hondo, miró entre los pliegues de la capucha del Custodio y luego echó un vistazo al Hechicero Oscuro—. Me han dicho que un objeto de la magia antigua se encuentra en esta torre. Es un anillo.
—El anillo de Dalamar —respondió el Custodio con voz aun más baja que de costumbre.
—¿Lo tienes tú?
El Custodio de la Torre recogió los pliegues de la larga manga que le cubría la mano derecha. Un grueso anillo de oro trenzado le rodeaba el dedo corazón. La joya resplandeció con una luz misteriosa, y Palin sintió las oleadas de su oscura energía desde varios palmos de distancia.
El Hechicero Oscuro se apartó de la mesa.
—¿Y cuántos secretos más guardas?
—Puede que tantos como tú.
El Custodio volvió a cubrir la mano con la manga.
—¿Cómo obtuviste ese anillo? —preguntó el Hechicero Oscuro.
—Dalamar estudiaba en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas. Fue uno de los objetos que dejó y yo lo rescaté después de que destruyeran la torre, hace muchos años.
—Y Dalamar era un mago de los Túnicas Negras, igual que Raistlin. Sin duda éste sabía dónde guardaba el precioso anillo.
—Hechicero Oscuro, no tengo inconveniente alguno en entregar el anillo a Palin —aseguró el Custodio—. Es un objeto muy poderoso. Pero primero preferiría llevar a cabo las investigaciones que nos ha pedido. Quiero asegurarme de que mi sacrificio no será en vano. Repasaré las notas de Raistlin, que hablan precisamente de la magia antigua. Él sabía mucho al respecto.
—Raistlin —repitió el Hechicero Oscuro—. Ni siquiera él habría podido vencer a los dragones.
—Eso no lo sabes —protestó el Custodio—. Era poderoso. Sus libros están plagados de...
—Palabras y suposiciones sobre la magia arcana —concluyó el Hechicero Oscuro—. Pero haz lo que quieras. Siempre es posible que encuentres algo útil en medio de sus obsoletas divagaciones.
El Custodio miró a Palin.
—Sageth te dijo que necesitarías cuatro objetos. Cuando hayas encontrado tres, vuelve a verme. Entonces te entregaré el anillo de Dalamar.
—Un sacrificio muy noble —susurró el Hechicero Oscuro—. Claro que nadie es capaz de un sacrificio mayor que el de un amante tío.
Palin carraspeó.
—Regresaré al
Yunque.
Tenemos que buscar un hogar para las personas que llevamos a bordo. De camino a Ergoth del Sur, nos detendremos en varias ciudades de la costa.
—Bien —dijo el Hechicero Oscuro—. Tú vete a navegar. El Custodio se enfrascará en la lectura de los libros de Raistlin. Es suficiente con que uno de nosotros estudie la magia antigua. Yo me ocuparé de una tarea más importante: observar al gran Dragón Rojo del oeste. Creo que es una amenaza mayor que Tormenta sobre Krynn y que desempeñará un papel más relevante en tu búsqueda.
El Hechicero Oscuro regresó junto a la ventana y contempló las estrellas y el huerto que los rodeaba.
—Mañana rastrearé el Pico de Malys.
—Yo me marcharé por la mañana —dijo Palin.
—¿Tan pronto? —preguntó el Custodio.
—No he avisado a mis amigos que venía hacia aquí, y si descubren que no estoy en el barco, creerán que me he caído por la borda.
—Esta vez iré contigo.
La voz de Usha era firme y no admitía objeciones.
—Yo también —dijo alguien desde el umbral. Sus ojos eran dorados, como los de su madre, y su cabello rojizo, como el de su padre muchos años antes—. Es hora de que yo también participe en este asunto.
Palin sonrió y saludó a su hijo con una inclinación de cabeza. Sin embargo, le sorprendió ver a Ulin. Suponía que estaba en Solace, junto a su esposa y sus hijos.
—Muy bien, agradeceré vuestra ayuda. Os llevaré al
Yunque de Flint
poco después del amanecer. Después de que hayamos reunido provisiones.
Las semillas de la expiación
—No hemos encontrado sobrevivientes, mi señor Khellendros.
El Caballero de Takhisis se quitó el yelmo y se arrodilló respetuosamente ante el gran Dragón Azul. Sus cuatro acompañantes permanecieron detrás, en posición de firmes y con la cabeza inclinada.
Sentado junto a la entrada de su cubil del norte, Khellendros estudió en silencio a sus nerviosos subordinados.
—El fuerte estaba en ruinas y todos los cafres y caballeros han muerto. Algunos fueron atropellados por los elefantes, otros murieron asesinados o envenenados por los escorpiones. —Alzó la vista al dragón—. A juzgar por el estado de los cadáveres, debió de ocurrir hace pocos días. Tratamos de rastrear a los responsables, pero el viento había borrado sus huellas.
—¿Y los sivaks? —preguntó Khellendros.
—También han muerto, señor.
El dragón emitió un rugido que hizo temblar el suelo del desierto bajo su gigantesco cuerpo. El caballero notó la sacudida, pero no se acobardó. No tenía sentido. Khellendros los mataría a todos o no lo haría. Asustarse no cambiaría nada.
—Los sivaks nos han proporcionado la única pista —añadió el caballero—. En su despacho encontramos a dos hombres encadenados... idénticos. Tenían el aspecto de Palin Majere, hijo de Caramon y...
—Sé muy bien quién es Palin Majere —gruñó el gran Dragón Azul.
Su segundo rugido fue más grave y retumbó en su vientre. En lo alto comenzaron a acumularse nubes, como si el cielo fuera un espejo del tenebroso humor del dragón. El viento arreció.
—Podemos formar una brigada de búsqueda —prosiguió el caballero—. Nos pondremos en contacto con nuestros hermanos y nuestros espías de la costa. Dicen que es el hechicero más temible de Krynn, así que todo el mundo lo conoce. Tarde o temprano alguien lo verá y dará la voz de alerta.
—Seré yo quien encuentre a Palin Majere y lo mate. —Khellendros levantó la cabeza y cerró sus enormes ojos amarillos. Las nubes se cargaron de lluvia y relámpagos—. Me ocuparé personalmente del hijo de Caramon y Tika Majere, los enemigos de Kitiara. ¿Entendido?
El viento comenzó a silbar y agitar la arena alrededor de las rodillas del caballero, filtrándose por las rendijas de su armadura negra.
—Entendido, mi señor Khellendros.
—Tengo una misión para ti —comenzó Khellendros—. Embarca en una de las naves dragón y zarpa hacia Ergoth del Sur.
El caballero lo miró con expresión perpleja.
—El Blanco está allí. Ergoth del Sur es su territorio.
—Y, si tú quieres sobrevivir y servirme, harás bien en no cruzarte en su camino —prosiguió Khellendros—. Hay un lugar llamado valle de Foghaven. En algún lugar entre una escultura ridículamente grande de un Dragón Plateado y una fortaleza en ruinas hay un sencillo edificio hecho de obsidiana. Tendrás que encontrarlo en medio de la niebla, la nieve y el hielo que ha creado Gellidus. En el interior de esa estructura negra hay algo que necesito. Debes traérmelo.