Read El Día Del Juicio Mortal Online
Authors: Charlaine Harris
—Me alegro de verte —expresé desde el corazón. Bubba tenía algunas malas costumbres porque era un mal vampiro; estaba demasiado drogado cuando lo convirtieron, y la chispa de su vida casi se había extinguido. Dos segundos más y habría sido demasiado tarde. Pero uno de los trabajadores del depósito de cadáveres de Memphis, un vampiro, se había emocionado tanto al verlo que decidió traer al Rey de vuelta. Por aquel entonces, los vampiros eran una casta secreta de la noche, muy alejada de las portadas de las revistas que ahora ocupaban con tanta asiduidad. Con el nombre de «Bubba», había sido transferido de reino en reino, asignándosele pequeñas tareas para ganarse la estancia y, de vez en cuando, en noches memorables, le entraban ganas de cantar. Bill le caía muy bien, era menos afín a Eric, pero comprendía el protocolo hasta el punto de mantener las formas.
—La señorita Pam está fuera —dijo Bubba, mirando de soslayo a Eric—. ¿Usted y el señor Eric están bien aquí dentro?
Bendito sea. Creía que Eric me estaba haciendo daño y había venido a comprobarlo. Tenía razón; Eric me estaba haciendo daño, pero no físicamente. Me sentía como si estuviese al borde de un acantilado, a punto de perder pie y caerme. Estaba aturdida, pero aquello no duraría demasiado.
En ese interesante momento, una llamada en la puerta delantera anunció (eso esperaba yo) la llegada de Audrina y Colton, nuestros cómplices en la conspiración. Fui hacia la puerta, seguida por los dos vampiros. Sintiéndome absolutamente a salvo, abrí la puerta. Efectivamente, la pareja de humanos estaba esperando en el umbral, ambos aferrados por una empapada y sombría Pam. Su pelo se había oscurecido bajo la lluvia y pendía en desgarbados mechones. Parecía capaz de escupir clavos en cualquier momento.
—Pasad, por favor —invité educadamente—. Tú también, Pam. —A fin de cuentas, era mi casa y ella era mi amiga. «Tenemos que unir nuestras cabezas, aunque no literalmente», pensé en decir cuando reproduje mentalmente las cabezas de Hod y Kelvin. Audrina y Colton ya estaban bastante asustados. Una cosa era exponer grandes intenciones en tu caravana, a solas, y otra reunirte con unas personas tan desesperadas como aterradoras en una solitaria casa en medio del bosque. Al volverme para guiarles hasta la cocina, decidí servir algunas bebidas, un cubo de hielo y quizá un cuenco de patatas con salsa para mojar.
Había llegado el momento de ponernos manos a la obra con ese asesinato.
Ya tendría tiempo de pensar en otras muertes.
Estaba claro que Audrina y Colton eran incapaces de decidir qué era más desconcertante: la amenaza de una empapada y atractiva (si bien amenazadora) Pam, o la gloria en decadencia que era Bubba. Se habían esperado a Eric, pero Bubba era toda una sorpresa.
Estaban extasiados. A pesar de que, durante el camino a la cocina, les susurré que no debían llamarlo por su nombre real, no estaba seguro de que tuvieran autocontrol suficiente. Afortunadamente para todos nosotros, fue el caso. A Bubba no le gustaba nada, pero nada, que le recordasen su anterior vida. Tenía que estar de un humor inmejorable para arrancarse a cantar.
Esperad. ¡Ja! Al fin se me ocurría una idea de verdad.
Todos se sentaron alrededor de la mesa. Absortos en intentar averiguar cuál era mi plan, saqué los refrescos y coloqué una silla junto a Bubba. Tenía una sensación esquiva, surrealista. Era incapaz de pensar en el batacazo que me había dado. Tenía que centrarme en el momento y en su propósito.
Pam se sentó detrás de Eric para no cruzar con él la mirada. Ambos parecían infelices, un aspecto que rara vez había visto en ellos. De alguna manera, me sentía culpable de la brecha que se había abierto entre los dos, aunque no era culpa mía. ¿O sí? Le di un par de vueltas en la mente. No, no lo era.
Eric propuso infiltrar disfrazados a sus vampiros en el Beso del Vampiro una noche, a la espera de que el club estuviese a punto de cerrar y la clientela fuera mínima. Entonces atacarían. El plan era, por supuesto, matarlos a todos.
Si Victor no hubiese sido un empleado de Felipe, rey de tres Estados, el plan de Eric habría sido practicable, si bien adolecía de varios puntos débiles evidentes. Pero lo cierto es que matar a un buen puñado de sus vampiros cabrearía a Felipe más allá de lo imaginable, y nadie podría culparle por ello.
Audrina también tenía un plan, que pasaba por descubrir dónde dormía Victor y matarlo durante el día. Vaya, una ovación por la originalidad. Pero no dejaba de ser todo un clásico; Victor estaría indefenso.
—Pero no sabemos dónde duerme —dije, tratando de colar la objeción sin sonar demasiado resabida.
—Yo sí — corrigió Audrina, orgullosa—. Duerme en una gran mansión de piedra. Está junto a una carretera del distrito, entre Musgrave y Toniton. Sólo hay un camino que conduce hasta allí. Y ya está. No hay árboles alrededor de la casa, sólo hierba.
—Caramba. — Estaba impresionada—. ¿Cómo lo has averiguado?
—Conozco a un tipo que lo sabe —dijo, sonriéndome—. Dusty Kolinchek, ¿te acuerdas de él?
—Claro —exclamé, notando un aumento de mi interés. Dusty había sido propietario de una flota (bueno, flotilla) de cortacéspedes y matamalezas, y todos los veranos un grupo de chicos del instituto de Bon Temps se ganaban un dinero trabajando con el material del señor Kolinchek. Por lo visto, Dusty había heredado el imperio de los cortacéspedes.
—Dice que la casa está prácticamente vacía durante el día porque Víctor es un paranoico y no quiere nadie dentro mientras duerme. Sólo cuenta con dos guardaespaldas: Dixie y Dixon Mayhew, y son algún tipo de cambiantes.
—Los conozco —indiqué—. Son hombres pantera. Y son buenos. —Los gemelos Mayhew eran duros y profesionales—. Deben de estar desesperados por el dinero si trabajan para un vampiro.
Ahora que mi cuñada había muerto y Calvin Norris se había casado con Tanya Grissom, ya no se veían tantos hombres pantera con la misma frecuencia que antaño. Calvin ya no se dejaba caer por el bar y Jason sólo se encontraba a su antigua familia política durante las lunas llenas, cuando se transformaba en uno de ellos de forma limitada, ya que a él lo habían mordido, no había nacido cambiante.
—En ese caso, quizá pudiera sobornar a los Mayhew, si tan mal lo están pasando económicamente —propuso Eric—. No habría necesidad de matarlos. Menos engorro. Pero vosotros, los humanos, tendríais que encargaros del trabajo, ya que Pam y yo estaríamos dormidos.
—Tendríamos que registrar la casa, porque apuesto a que los Mayhew no saben dónde duerme exactamente —dije — . Aunque alguna idea deben de tener. —Sólo el olor del vampiro debería ayudarles a rastrearlo, pero me parecía un poco de mal gusto decirlo en voz alta.
Pam agitó su mano. Eric se volvió, captando el movimiento por el rabillo del ojo.
—¿Qué? —preguntó—. Oh, puedes hablar.
Pam parecía aliviada.
—Creo que el mejor momento sería cuando abandonase el club, por la mañana —propuso —. Su atención estará centrada en su alimento, y entonces podríamos atacarlo.
Dicho así, parecían planes sencillos, y puede que ésa fuese tanto su fuerza como su debilidad. Eran sencillos.
Y eso significaba que eran predecibles. El de Eric era el más sangriento, por supuesto. Alguien perdería la vida, eso por descontado. El de Audrina y Colton era el más humano, ya que dependía de un ataque diurno. El de Pam era posiblemente el mejor, ya que era un ataque nocturno, pero en una zona escasamente frecuentada, si bien la salida del club era un punto débil tan obvio que no me cabía duda de que cualesquiera que fueran los vampiros que protegiesen a Victor en ese momento (quizá los sabrosos Antonio y Luis) se mostrarían extraordinariamente vigilantes en ese momento.
—Tengo un plan —dije.
Era como si me hubiese levantado de improviso y me hubiese quitado el sujetador. Todos me miraron simultáneamente con una combinación de sorpresa y escepticismo. Diría que de total escepticismo en el caso de Audrina y Colton, que apenas me conocían. Bubba estaba sentado en el taburete alto, junto a la encimera, tomando sorbos de su TrueBlood con aire insatisfecho. Se puso contento cuando lo señalé e indiqué:
—El es la clave.
Expuse mi idea intentando parecer confiada. Cuando terminé, todos intentaron encontrarle los fallos. Y Bubba se mostró reacio, al menos al principio.
Al final, Bubba dijo que lo haría si al señor Bill le parecía una buena idea. Llamé a Bill. Se presentó en un abrir y cerrar de ojos. La mirada que me echó cuando lo dejé pasar me reveló que disfrutaba recordándome con la mantilla puesta. O incluso antes de que la encontrase. No sin esfuerzo, tragué saliva y le conté el plan. Tras añadir algunos adornos, convino con la idea.
Repasamos el orden de los acontecimientos una y otra vez, intentando prever cualquier contingencia. Alrededor de las tres y media de la mañana, todos estuvimos de acuerdo. Estaba tan cansada, que cerca estuve de quedarme dormida de pie, y Audrina y Colton ya no eran capaces de disimular sus bostezos. Pam, que se había pasado la noche saliendo para llamar a Immanuel, precedió a Eric hasta la puerta. Estaba ansiosa por llegar al hospital. Bill y Bubba se habían ido a casa del primero, donde el segundo pasaría el día. Me quedé a solas con Eric.
Nos miramos mutuamente, perdidos. Intenté ponerme en su lugar, sentirme como debía de sentirse él, pero fui incapaz. Era incapaz de imaginar, digamos, que mi abuela decidiera con quién iba a casarme justo antes de morir, deseosa de que cumpliese postreramente con sus deseos. No podía imaginarme siguiendo unas directrices más allá de la tumba, abandonando mi casa y marchándome con personas que no conocía, acostarme con un extraño sólo porque otra persona así lo había dispuesto.
«¿Aunque —dijo una vocecilla en mi interior— el extraño fuese atractivo y adinerado y políticamente astuto?».
«No —me negué—. Ni siquiera entonces».
—¿Puedes ponerte en mi lugar? —preguntó Eric, sintonizando con mis pensamientos. Nos conocíamos muy bien, aun sin el vínculo. Me cogió la mano y la atesoró entre las suyas.
—No, la verdad es que no —dije con toda la serenidad que pude aunar—. Lo he intentado, pero no estoy acostumbrada a ese tipo de manipulación a larga distancia. Incluso muerto, Apio Livio te controla, y me es sencillamente imposible verme en esa situación.
—Americanos —soltó Eric, y no sabía si lo hizo con admiración o exasperación.
—No es sólo cosa de los americanos, Eric.
—Me siento muy viejo.
—Eres muy… anticuado. —Trasnochado.
—No puedo saltarme un documento firmado —afirmó, casi enfadado—. Selló el acuerdo en mi nombre y yo sólo puedo seguir su mandato. Él me creó.
¿Qué podía decir ante tamaña convicción?
—Celebro que haya muerto —le dije, despreocupándome de que la amargura se reflejara en mi rostro. Eric parecía triste, o al menos apesadumbrado, pero no había más que decir. No habló de pasar lo que quedaba de noche conmigo, lo cual fue bastante inteligente por su parte.
Cuando se fue, comprobé todas las puertas y las ventanas de la casa. Había sido tal el trasiego de personas a lo largo del día que no me pareció mala idea. No me sorprendió demasiado encontrarme a Bill en el jardín cuando comprobé la ventana de la cocina.
Si bien no me llamó por señas, decidí salir.
—¿Qué te ha hecho Eric? —me preguntó.
Resumí la situación en pocas frases.
—Es todo un dilema —expresó Bill, no del todo insatisfecho.
—¿Tú sentirías lo mismo que Eric?
En un escalofriante
déjà vu
, Bill tomó mi mano como lo había hecho Eric un momento antes.
—No es sólo que Apio cerrara un trato, por lo que seguramente haya documentos legales firmados, sino que todos tenemos que tener en consideración los deseos de nuestro creador, por mucho que odie la idea. No te imaginas lo fuerte que es el vínculo. Los años que pasa un vampiro con su creador son los más importantes de su existencia. Por detestable que encontrase a Lorena, he de admitir que supo enseñarme cómo ser un vampiro eficaz. Si echo la mirada atrás a su vida (Judith y yo lo hemos hablado, por supuesto), Lorena traicionó a su propio creador y luego lo lamentó durante incontables años. Creemos que la culpabilidad la volvió loca.
Bueno, me alegraba de que Judith y Bill hubiesen tenido tiempo de recordar los viejos tiempos con mamá Lorena, asesina, prostituta y torturadora. Lo cierto es que no podía culparla por la parte de prostituta, ya que en los viejos tiempos a una mujer sola no le quedaban muchos más medios para ganarse la vida, por muy vampira que fuese. Pero por lo demás, independientemente de sus circunstancias, de lo dura que hubiese sido su vida después de su primera muerte, Lorena había sido una zorra malvada. Retiré mi mano.
—Buenas noches —me despedí—. Debería irme a dormir.
—¿Estás enfadada conmigo?
—No exactamente —contesté—. Simplemente estoy cansada y triste.
—Te quiero —dijo Bill a la desesperada, como si desease que esas palabras mágicas tuvieran el poder de curarme. Pero sabía que no podía ser.
—Eso es lo que siempre decís todos —me lamenté—, pero no parece que haga mejorar mi situación. —No sabía si llevaba razón o simplemente me estaba auto-compadeciendo, pero era demasiado tarde (aunque no podía considerarse aún temprano) como para gozar de la claridad de mente suficiente para resolver la duda. Pocos minutos después, me derrumbé en mi cama, en una casa vacía, y la soledad me supo a bálsamo.
Desperté el viernes al mediodía con dos pensamientos apremiantes. El primero: ¿había renovado Dermot mis protecciones mágicas? Y el segundo: «¡Oh, Dios mío, la fiesta de los bebés es mañana!».
Tras tomarme un café y vestirme, llamé al Hooligans. Lo cogió Bellenos.
—Hola —dije—. ¿Puedo hablar con Dermot? ¿Está mejor?
—Está bien — respondió Bellenos—. Pero va de camino a tu casa.
—¡Oh, bien! Escucha, quizá sepas esto. ¿Sabes si renovó las protecciones de mi casa, o estoy indefensa?
—Dios no permita que vivas con un hada sin protecciones —dijo Bellenos, intentando sonar serio.
—¡Son dobleces!
—Vale, vale —rectificó, y pude visualizar su afilada sonrisa—. Yo mismo he establecido las protecciones alrededor de tu casa, y te aseguro que aguantarán.
—Gracias, Bellenos —dije, pero no acababa de satisfacerme que alguien en quien no confiaba demasiado, como Bellenos, se hubiese ocupado de mi protección.