El Desfiladero de la Absolucion (60 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—He tenido problemas para recoger mis órdenes de mi centro de referencia —dijo Vasko—. La multitud se está haciendo bastante densa. Cuando vieron mi uniforme no me querían dejar marchar hasta que les prometiera asientos en una de las lanzaderas.

El cerdo jugueteaba con su cuchillo.

—Espero que no lo hicieras.

—Claro que no, pero yo espero que todos entendáis la gravedad del problema.

—Nos hacemos una ligera idea, gracias —dijo Antoinette. Luego se levantó, alisándose el bajo de su blusa de etiqueta.

—¿A dónde vas? —preguntó Vasko.

—A tener una charla con el Capitán —respondió ella.

En otro lugar de la Gran Concha, varios pisos más abajo, una serie de salas con forma de vieira parcialmente conectadas se habían ido construyendo en la concha con laboriosa lentitud y gran gasto de energía. Las salas formaban las estancias de la enfermería principal de Primer Campamento, donde la ciudadanía recibía los limitados cuidados médicos que la administración podía ofrecer.

Los dos servidores verdes del Doctor cedieron el paso a Escorpio y se apartaron con sus flacuchos miembros articulados chocando unos con otros. Escorpio pasó entre ellos. La cama estaba situada en el centro, con una incubadora colocada en un carrito junto a ella a un lado y con una silla en el otro. Valensin se levantó de la silla y apartó un compad que había estado consultando.

—¿Cómo está? —preguntó Escorpio.

—¿La madre o la hija?

—No se haga el listillo, Doctor. No estoy de humor.

—La madre está bien, salvo, claro está, por los efectos secundarios obvios y predecibles de tanto estrés y agotamiento. —La luz gris lechosa del día se filtraba en la habitación desde una hendidura en la parte alta que en realidad era parte del material de conchas que no había sido pintado. La luz se reflejaba en las gafas romboidales de Valensin—. No creo que necesite ningún tratamiento en particular, aparte de tiempo y reposo.

—¿Y Aura?

—La niña está tan bien como cabría esperar.

Escorpio miró a la cosita en la incubadora. Era sorprendentemente roja y arrugada. Se retorcía nerviosamente como un pececito varado luchando por respirar.

—Eso no me dice gran cosa.

—Entonces te lo explicaré en detalle —dijo Valensin. El engominado pelo del médico brillaba con reflejos azul cobalto—. La niña ha sufrido cuatro procedimientos traumáticos. El primero cuando Remontoire le insertó los implantes combinados para permitir la comunicación con la madre. Luego la niña fue quirúrgicamente extraída, secuestrada del útero de su madre. Luego implantada en Skade, quizás tras un período en una incubadora. Y finalmente la extrajeron de Skade en condiciones precarias de cirugía de campo.

Escorpio asumió que Valensin había oído la historia completa de lo que había sucedido en el iceberg.

—Créeme, no había otra opción.

Valensin entrelazó sus dedos.

—Bueno, ahora está descansando. Eso es bueno. Y no parece haber ninguna complicación obvia o inmediata. Pero a largo plazo… ¿quién sabe? Si lo que Khouri nos ha contado es cierto, esta niña nunca estuvo destinada a tener un desarrollo normal. —Valensin volvió a sentarse con las piernas dobladas como dos zancos articulados y la raya de su pantalón afilada como una cuchilla—. A propósito, Khouri tiene una petición. Pensé que sería mejor consultártelo primero.

—Adelante.

—Quiere que le reimplantemos a la niña en el útero. Escorpio volvió a mirar a la incubadora y a la niña que contenía. Era una versión más grande y sofisticada que la unidad portátil que habían llevado hasta el iceberg. Las incubadoras eran uno de los artefactos tecnológicos más valorados en Ararat, y se hacían grandes esfuerzos por mantenerlas en funcionamiento.

—¿Se puede hacer? —preguntó.

—En circunstancias normales, ni siquiera lo contemplaría.

—Estas no son circunstancias normales.

—Reimplantar un bebé en su madre no es como volver a meter una barra de pan en el horno —dijo Valensin—. Requeriría microcirugía complicada, reajustes hormonales… gran cantidad de procedimientos complicados.

Escorpio dejó que el Doctor se regodease en su condescendencia.

—Pero ¿se puede hacer?

—Sí, si lo desea realmente.

—Pero ¿no sería arriesgado?

Valensin asintió tras un momento, como si hasta entonces únicamente hubiese tenido en cuenta los pormenores técnicos, en lugar de los riesgos.

—Sí, tanto para la madre como para la niña.

—Entonces no se hará —dijo Escorpio.

—Pareces muy convencido.

—Esa niña le ha costado la vida a mi amigo. Ahora que la hemos recuperado, no pienso ponerla en peligro.

—Espero en ese caso que seas tú el que le dé la noticia a la madre.

—Déjamelo a mí —dijo Escorpio.

—Muy bien. —Escorpio tuvo la sensación de que el médico estaba decepcionado—. Una cosa más: ha vuelto a mencionar esa palabra en sueños.

—¿Qué palabra?

—Helia —dijo Valensin—. O algo así.

Hela, 2727

Los cálculos de Rashmika resultaron ser demasiado optimistas. Había supuesto que les quedaban unas dos o tres horas de viaje antes de llegar al puente, pero después de cuatro horas parecía que solo habían recorrido la mitad de la distancia. Atravesaban muchos períodos frustrantes en los que la caravana se plegaba sobre sí misma, siguiendo los sinuosos bucles de la pared. En ocasiones tenían que apretujarse para pasar por túneles en el acantilado, avanzando a poco más de la velocidad a pie, mientras que el hielo arañaba ambos lados de la procesión. Dos o tres veces tuvieron que detenerse por completo mientras solucionaban algún asunto técnico del que nunca daban explicaciones. Tenía la impresión de que los conductores intentaban adelantar camino tras esos retrasos, pero resultaba una temeridad, ya que provocaban que el vehículo se tambalease y virase bruscamente, para mayor ansiedad de Rashmika. Cuando el cuestor le dijo que iban a atravesar el puente, sintió miedo, pero ahora pensaba que era preferible a los muchos peligros de la travesía por la cornisa. La carretera junto al borde estaba hecha por el hombre: había sido volada o cortada en los acantilados en el último siglo y probablemente había sido reparada y reordenada varias veces desde entonces. Sin duda había tramos que se habían desprendido a lo largo de los años, y muchos vehículos habrían caído hasta el fondo de la falla. Pero el puente era con seguridad mucho más antiguo. Ahora que lo había meditado, parecía poco probable que eligiese precisamente este momento para derrumbarse. En realidad sería un gran privilegio si fuese testigo de ello. Incluso así, estaría más tranquila cuando se encontrase al otro lado.

Miraba por la ventana panorámica cuando vio otra rápida sucesión de destellos, como los que había observado desde el tejado. Ahora eran más brillantes, sin duda estaban más cerca de su origen, cualquiera que fuese. Dejaron retroimágenes hemisféricas moradas en sus ojos, incluso después de parpadear.

—Te preguntarás qué son —dijo una voz.

Se giró y esperó ver al cuestor Jones, pero la voz no tenía exactamente su timbre. Era la voz de un hombre más joven, con acento de las tierras baldías. ¿Harbin? Se preguntó por un instante. ¿Podría ser Harbin? Pero no era su hermano. No reconoció al hombre de nada. Era más alto que ella y un poco más mayor, supuso, aunque había algo en su expresión, algo en sus ojos, para ser más concretos, que le hacía parecer mucho mayor. No tenía mala pinta, en realidad. Su cara era delgada y seria, con mejillas prominentes y una mandíbula tan afilada que dolía al mirarla. Llevaba el pelo muy corto, más corto de lo que a ella le gustaba, tanto que podía ver la forma exacta de su cráneo: el sueño de un frenólogo. Tenía las orejas pequeñas que le sobresalían más de lo que él desearía. Su cuello era delgado y la nuez prominente, algo que siempre la había inquietado, como si algo en el cuello se hubiese salido de su lugar y necesitara volver a ser recolocado antes de que sufriera daños.

—¿Cómo sabes lo que estoy pensando? —le preguntó Rashmika.

—Bueno, es cierto, ¿no?

—Y tú sí sabes lo que son, me imagino —dijo frunciendo el ceño.

—Son cargas —dijo amistosamente, como si estuviese acostumbrado a ese tipo de grosería—. Cargas de demolición nucleares. Las están usando los equipos de despeje del Camino Permanente por delante del paso de las catedrales. El Fuego Divino.

Ella ya había imaginado que las explosiones tenían algo que ver con el Camino.

—No creía que utilizasen algo así.

—Normalmente no. No he estado muy al tanto de las noticias, pero debe de ser por una obstrucción inusualmente grave. Podrían despejarla con cargas convencionales y excavando si tuviesen todo el tiempo del mundo, pero claro está, eso es precisamente lo que no tienen, especialmente cuando esas catedrales se acercan cada vez más. En mi opinión, ha sido una acción de sabotaje de la retaguardia.

—Oh, por favor, ilústrame.

—Suele ocurrir cuando las últimas catedrales van perdiendo terreno. A veces sabotean el Camino tras ellas para causarles problemas a las catedrales a la cabeza en su próxima vuelta. Claro, no es que pueda demostrarse…

Rashmika estudió sus ropas: pantalones y una camisa holgada de cuello alto, zapatos ligeros y planos, todo ello gris y anodino. Sin indicaciones de rango, estatus, riqueza o afiliación religiosa.

—¿Quién eres? —preguntó Rashmika—. Me hablas como si ya nos conociésemos, pero no te conozco de nada.

—Yo creo que sí —dijo el joven.

Su cara demostraba que decía la verdad, o al menos él no pensaba que mentía. Su seguridad la hacía más reticente a creerle, por muy irracional que eso pareciese.

—Creo que te equivocas.

—Me refiero a que ya nos habíamos encontrado antes. Y creo que me debes un agradecimiento.

—¿Yo? ¿Y eso?

—Te salvé la vida, cuando estabas en el tejado, mirando por el hueco de acceso. Casi te caes y yo te sujeté.

—No eras tú —dijo ella—. Fue un…

—¿Un observador? Sí, lo era. Pero eso no significa que no fuese yo.

—No seas ridículo —dijo Rashmika.

—¿Por qué no me crees? ¿Viste mi cara?

—No, obviamente no.

—Entonces no tienes motivos para pensar que no era yo. Sí, ya sé que podría haber sido cualquiera de los que estaban allí arriba, pero ¿quién más vio lo que pasó?

—Tú no puedes ser un observador.

—No, ahora ya no puedo.

Rashmika no quería compañía. No específicamente la de él, sino compañía en general. Solo quería contemplar el lento acercamiento al puente, para componer sus pensamientos conforme lo atravesaban, trazando mentalmente el difícil terreno que tenía por delante. No quería charlar ni distraerse, y mucho menos con el tipo de persona que él decía ser.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Eres un observador o no?

—Lo era, pero ya no lo soy.

Rashmika sintió un atisbo de compasión.

—¿Por lo que sucedió en el tejado?

—No. Eso no ayudó, la verdad, pero mis dudas comenzaron antes de que eso pasara.

—Oh —entonces su conciencia podía estar tranquila.

—Sin embargo no puedo asegurar que no jugases un pequeño papel en ello.

—¿Qué?

—Te vi la primera vez que subiste. Yo estaba en la plataforma de observación, con los demás. Se supone que tenemos que concentrarnos en Haldora y bloquear todas las distracciones externas. Nos pueden facilitar la labor restringiendo físicamente la vista, obligando a nuestros ojos a permanecer fijos en el planeta, pero no lo hacemos así. Tiene que haber un elemento de disciplina, un elemento de autocontrol. Se supone que tenemos que mirar a Haldora durante todos los instantes del día, a pesar de las distracciones. Hay aparatos en los cascos que controlan cómo lo hacemos, registrando cada movimiento del ojo. Y yo te vi. Al principio solo en la visión periférica. Mi ojo hizo un movimiento involuntario para enfocarte y perdí contacto visual con Haldora durante una fracción de segundo.

—Chico malo —dijo Rashmika.

—Peor de lo que piensas. Podrían haber tomado medidas disciplinares solo por esa violación. No tanto por el hecho de que mirase hacia otro lado, sino porque estaba ocupando un espacio en el tejado que podría haber sido usado por otra persona más vigilante. Ese fue mi pecado, porque en ese instante siempre hay una posibilidad, por muy pequeña que sea, de que Haldora desaparezca. Y se le habría negado a otra persona la oportunidad de ser testigo de ese milagro por mi debilidad de mente al mirar hacia otro lado.

—Pero no desapareció. Estás perdonado.

—Te aseguro que ellos no le ven de la misma forma. —Miró hacia abajo, por timidez, le pareció a Rashmika—. De todas formas, es puramente teórico. Empeoré las cosas. No estaba mirando a Haldora incluso cuando era plenamente consciente de que había perdido el contacto. Simplemente te observaba, esforzándome por enfocarte, sin atreverme a mover ni un músculo. No podía verte la cara, pero vi cómo te movías. Sabía que eras una mujer, y entonces fue peor. Ya no era simple curiosidad. No me estaba distrayendo con alguna singularidad del paisaje.

Cuando dijo «mujer», Rashmika notó un ligero estremecimiento que esperaba no se hubiese notado en su cara. ¿Cuando la había llamado alguien «mujer» sin anteponer «joven» o algún otro adjetivo que actuase de diminutivo? Se ruborizó.

—Pero no podías saber quién era.

—No —dijo—, no con seguridad. Pero cuando volviste a subir, pensé: «debe de ser una persona muy independiente». Nadie más había subido al tejado en todo el tiempo que estuve allí. Y cuando casi tienes aquél accidente… bueno, entonces sí te vi la cara. No con claridad, pero lo suficiente como para saber que podría reconocerte. —Hizo una pausa y por un momento miró al paisaje en movimiento—. Tenía mis dudas —dijo—, incluso cuando te he visto aquí. Pareces una persona agradable y ahora acabas de admitir que eres la misma persona a la que ayudé en el tejado. ¿Te importa que te pregunte tu nombre?

—Siempre que me digas el tuyo.

—Pietr —dijo—, Pietr Vale. Soy del acantilado de Skull, en las tierras bajas de Hyrrokkin.

—Rashmika Els —dijo con cautela—, de Pedregal Alto, en las tierras baldías de Vigrid.

—Ya me parecía reconocer el acento. Supongo que no soy un auténtico habitante de las tierras baldías, pero no somos de lugares tan diferentes, ¿no? Rashmika se debatió entre la educación y la hostilidad.

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