El Desfiladero de la Absolucion (30 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—Creo que has visto algo —dijo Escorpio acercándose una silla cuyas patas chirriaron horriblemente contra el metal y sentándose al revés, con las piernas arqueadas a los lados del respaldo.

—Eso es lo que le dije a mi jefe. ¿Puedo irme ya a casa?

—Tu jefe no me ha dado muchos detalles. Me gustaría saber algo más. —Escorpio sonrió—. Luego podremos irnos todos a casa.

Palfrey apagó el cigarrillo.

—¿Por qué? Si de todas formas, no me crees.

El dolor de cabeza de Escorpio no había ido a mejor.

—¿Por qué dices eso?

—Todo el mundo sabe que no crees en las apariciones. Piensas que estamos buscando excusas para librarnos de los trabajos en los niveles inferiores.

—Es cierto que tu jefe tendrá que organizar un nuevo destacamento para esa parte de la nave, y es verdad que no me creo todos los informes que llegan a mi mesa. Sin embargo, otros muchos sí me los tomo en serio. Normalmente siguen un patrón, agrupándose en una parte de la nave, o desplazándose arriba y abajo por una serie de niveles adyacentes. Es como si el Capitán se centrase en una zona para sus apariciones y se queda allí hasta que nos lo ha dejado claro. ¿Lo habías visto antes?

—Es la primera vez —dijo Palfrey, con las manos temblorosas. Sus dedos eran huesudos, con los nudillos rosados, como ampollas a punto de reventar.

—Dime qué viste.

—Estaba solo. El equipo más cercano estaba a tres niveles, arreglando otro fallo en una bomba. Había bajado para mirar una unidad que podía estar recalentándose. Solo llevaba mi equipo de herramientas. No pensaba estar mucho tiempo allí abajo. A ninguno de nosotros nos gusta trabajar en los niveles inferiores, y mucho menos solos.

—Creí que estaba establecido que nadie bajara solo por debajo del nivel seiscientos.

—Así es.

—Entonces, ¿qué hacías allí abajo solo?

—Si nos ceñimos a las reglas, se inundaría la nave en una semana.

—Ya veo. —Intentó parecer sorprendido, pero escuchaba la misma historia una decena de veces por semana por toda la colonia. Todo el mundo pensaba que estaba en el único equipo que trabajaba al límite de sus posibilidades. En general, la colonia al completo pasaba de una crisis apenas resuelta a otra. Pero Escorpio y un puñado de lugartenientes ya lo sabían.

—No falseamos las hojas de registro —dijo Palfrey sin que le preguntaran, como si eso fuera lo que preocupaba a Escorpio.

—¿Por qué no me hablas de la aparición? Estabas allí abajo mirando una bomba recalentada y, ¿qué pasó?

—Por el rabillo del ojo vi que algo se movía. Al principio no sabía qué era. Está muy oscuro allí abajo y nuestras luces no funcionan todo lo bien que deberían. Uno se imagina muchas cosas, así que no pegas un brinco cada vez que crees haber visto algo. Pero luego alumbré la zona y miré con más atención. Definitivamente, allí había algo.

—Descríbemelo.

—Parecía maquinaria, trastos viejos, mecanismos de viejas bombas de agua, piezas de antiguos sirvientes, cables, alambres, cacharros que debían de llevar allí veinte años.

—¿Viste un montón de maquinaria y pensaste que era una aparición?

—No era solo maquinaria —dijo Palfrey a la defensiva—, estaba organizada, reunida formando algo más grande. Tenía forma humana. Estaba allí de pie, mirándome.

—¿Lo oíste acercarse?

—No, como he dicho, solo eran trastos. Podía haber estado allí todo el tiempo, esperando, hasta que me di cuenta.

—Y cuando te diste cuenta, ¿qué pasó?

—Me miró. La cabeza, que estaba hecha con cientos de piezas más pequeñas, se movió, como si me saludara.

Entonces vi algo en la cara, como una expresión. No era solo una máquina. Tenía una mente, un objetivo claro. —Y añadió redundantemente—: No me gustó nada.

Escorpio aporreó con los dedos el respaldo.

—Por si te sirve de algo, lo que viste fue una aparición de tipo tres. De tipo uno es un cambio localizado en las condiciones atmosféricas de la nave. Una brisa inexplicable, una bajada de temperatura. Son las más comunes, casi diarias. Probablemente tan solo una fracción tiene algo que ver con el Capitán.

—Todos las hemos notado —dijo Palfrey.

—Las de tipo dos son algo más escasas. Las definimos como un sonido: una palabra o un fragmento de una oración, o incluso toda una declaración. De nuevo existe una variable de incertidumbre. Si uno está asustado y oye el viento soplar, es fácil imaginarse una palabra o dos.

—No ha sido eso.

—No, está claro que no. Lo que nos lleva a las apariciones de tipo tres: una presencia física, en movimiento o quieta que se manifiesta a través de una alteración física local del tejido de la nave: una cara que aparece en una pared, por ejemplo; o con la cooperación de un mecanismo o grupo de mecanismos. Lo que tú viste era claramente esto último.

—Es muy tranquilizador.

—Debería serlo. También puedo decirte que a pesar de los rumores que indican lo contrario, nunca nadie ha sufrido daños por culpa de una aparición, y que muy pocos trabajadores han llegado a ver una de tipo tres en más de una ocasión.

—Aun así, yo no vuelvo allí abajo.

—No te lo estoy pidiendo. Te reasignarán a otros trabajos, en los niveles superiores de la nave o en tierra firme.

—Mientras antes salga de esta nave, mejor.

—Está bien, eso está hecho. —Entonces Escorpio se movió para levantarse de la silla, haciéndola chirriar contra el suelo de metal.

—¿Eso es todo? —preguntó Palfrey.

—Me has dicho todo lo que necesitaba saber.

Palfrey removió el cenicero con la colilla de su último cigarro.

—¿Veo un fantasma y me interroga uno de los hombres más poderosos de la colonia?

Escorpio se encogió de hombros.

—Da la casualidad de que estaba en la zona, creía que agradecerías que me interesase por ti.

El hombre lo miró con una expresión crítica que Escorpio rara vez veía en los cerdos.

—Pasa algo más, ¿no?

—Creo que no te entiendo.

—No interrogarías a alguien de gestión de sentina a menos que sucediera algo importante.

—Créeme, siempre pasa algo.

—Pero esto debe de ser más importante. —Palfrey le sonrió como sonreía la gente cuando creía que sabían algo que preferirías que ellos no supieran, o cuando imaginaban que se habían dado cuenta de un aspecto que ellos no deberían saber—. He oído cosas sobre el resto de apariciones, no solo las de mi turno.

—¿Y cuál es tu conclusión?

—Que cada vez son más frecuentes. No solo en los últimos días, sino en las últimas semanas o meses. Sabía que era solo cuestión de tiempo que me encontrase con una.

—Ese es un análisis muy interesante.

—En mi opinión —dijo Palfrey—, es como si el capitán estuviera inquieto. Pero yo no sé nada, solo soy un mecánico de sentina.

—Exactamente —dijo Escorpio.

—Usted, sin embargo, sabe que está pasando algo, ¿o no? Si no, no se tomaría tantas molestias por un único avistamiento. Apuesto a que habla con todo el mundo estos días. Le tiene bastante preocupado, ¿a que sí?

—El Capitán está de nuestro lado.

—Eso es lo que usted desea —dijo Palfrey triunfalmente.

—Todos lo deseamos. A menos que tengas otros planes para salir de este planeta, el Capitán es nuestra única esperanza para salir de aquí.

—Habla como si hubiera una repentina prisa por irnos.

Escorpio pensó decirle que quizás la hubiera, solo para hacerlo rabiar. Había decidido que Palfrey no le gustaba demasiado. Pero hablaría, y lo último que Escorpio necesitaba ahora era una oleada de pánico con la que lidiar además de la pequeña crisis de Khouri. Tendría que privarse de ese pequeño placer.

Se apoyó en la mesa y el hedor de Palfrey lo golpeó como una maza.

—Una palabra de esta reunión a alguien —dijo—, y no volverás a trabajar en la gestión de residuos jamás. Serás parte del problema.

Escorpio se incorporó de la silla con la intención de dejar a Palfrey a solas con sus pensamientos.

—No me ha preguntado por esto —dijo Palfrey, ofreciendo a Escorpio el deteriorado casco plateado.

Escorpio lo tomó y le dio vueltas en sus manos. Era más pesado de lo que esperaba.

—Creí que era tuyo.

—Pues se equivocaba. Lo encontré allí abajo, entre los cacharros, cuando la aparición se fue. Creo que no estaba allí antes.

Escorpio miró con más atención el casco. Su diseño parecía muy antiguo. Sobre la pequeña escotilla de la visera había muchos símbolos rectangulares que contenían bloques de colores primarios. Había cruces y medias lunas, rayas y estrellas. El cerdo se preguntó qué significarían.

Hela, 2727

Ahora que disponía de tiempo, Rashmika lo empleó en explorar la caravana. Aunque había mucho espacio para investigar dentro, pronto descubrió que los compartimentos de la caravana eran muy similares entre sí. Dondequiera que fuera, se encontraba con los mismos malos olores, los mismos peregrinos deambulando y los mismos comerciantes. Si había diferencias, eran demasiado burdas y pequeñas como para despertar su interés. Lo que en realidad deseaba era salir al tejado de la procesión.

Hacía muchos meses desde la última vez que había visto Haldora, y ahora que el gigante gaseoso había surgido por fin tras el horizonte mientras la caravana disminuía la distancia hasta las catedrales del Camino, no deseaba otra cosa que salir, tumbarse boca arriba y simplemente contemplar el enorme planeta. Pero las primeras veces que había intentado buscar un acceso al tejado, ninguna de las puertas se abría. Rashmika intentó varias rutas y varias horas del día, esperando poder colarse por un resquicio de la seguridad de la caravana, pero el tejado estaba bien protegido, seguramente porque allí arriba había un montón de equipamiento de navegación muy delicado.

Retrocedía de un callejón sin salida, cuando se tropezó con el cuestor, que le bloqueaba el camino. Llevaba su mascota verde con él, posada en su hombro. ¿Era la imaginación de Rashmika o le pasaba algo en una de sus patas delanteras? Terminaba en un muñón verde que no recordaba haber visto antes.

—¿Puedo ayudarla, señorita Els?

—Estaba explorando la caravana —dijo—. Está permitido, ¿no?

—Dentro de ciertos límites, sí. —Señaló con la cabeza la puerta cerrada tras ella—. El tejado, naturalmente, es uno de esos lugares prohibidos.

—No estaba interesada en el tejado.

—¿No? Entonces debe de haberse perdido. Esta puerta solo lleva hasta el tejado. No hay nada que le interese ahí arriba, créame.

—Quería ver Haldora.

—Lo habrá visto ya muchas veces.

—Últimamente no, y nunca muy elevado sobre el horizonte —dijo—. Quería verlo en su cénit.

—Bueno, entonces tendrá que esperar. Ahora… si no le importa… —La empujó para pasar, presionando desagradablemente su cuerpo contra ella en el estrecho pasillo.

La criatura verde la siguió con sus ojos facetados.

—Aquel libre de pecado, que tire la primera piedra —entonó.

—¿Dónde va, cuestor? No lleva puesto el traje.

—Márchese ya, señorita Els.

Hizo algo que obviamente no deseaba que viera. Alargó la mano hacia un recoveco en las sombras junto a la puerta que un visitante de paso no habría advertido nunca. Intentó hacerlo rápidamente para ocultar el gesto. Rashmika oyó un chasquido, como si un mecanismo oculto acabara de accionarse. La puerta se abrió para él y la atravesó. En el espacio iluminado de rojo del otro lado, Rashmika vislumbró un equipo de emergencia y varios trajes de vacío.

Rashmika regresó varias horas después, cuando estaba segura de que el cuestor había vuelto, al interior de la caravana. Llevaba su propio traje de superficie en un hatillo, y se deslizaba secretamente con él por las entrañas de la caravana. Intentó abrir la puerta, pero seguía cerrada. Cuando introdujo la mano en el recoveco que el cuestor no había querido que viera, encontró un mando oculto. Presionó y oyó el chasquido de apertura del mecanismo. Imaginaba que habría más mecanismos de seguridad para evitar que se abriera la puerta interior si la exterior estaba también abierta. Sin embargo, este no era el caso ahora y la puerta se abrió para ella como lo había hecho para el cuestor. La atravesó, cerró tras de sí, y se puso el traje.

Comprobó el aire alegrándose de que hubiera suficiente en la reserva y sintiendo por un momento un
déjà vu
de cuando había hecho las mismas comprobaciones antes de salir de casa. Recordó que entonces la reserva no estaba completamente llena, como si alguien hubiera usado el traje recientemente. No le había dado mucha importancia en aquel momento, pero ahora una sucesión de pensamientos preocupantes le llegaban rápidamente. Había huellas en el hielo alrededor de la trampilla exterior que sugerían que alguien la había usado, al igual que el traje. Las huellas eran lo suficientemente pequeñas como para ser de su madre, pero también podrían ser las suyas.

Se acordó de la policía y de sus sospechas acerca de que ella tenía algo que ver con el sabotaje. No ayudaba mucho el hecho de haber huido poco después, pero tampoco la perseguirían a menos que tuvieran alguna prueba más que la relacionara con la explosión.

¿Qué significaba todo eso? Si hubiera sido ella la que hubiera volado el almacén de cargas de demolición, evidentemente se acordaría. Es más, ¿por qué iba a hacer algo tan insensato? No, se dijo, no podía haber sido ella. Era simplemente una desafortunada serie de coincidencias. Pero no podía desechar sus dudas tan fácilmente.

Diez minutos después, estaba bajo el cielo sin aire a horcajadas de la enorme máquina. El asunto del sabotaje seguía preocupándola, pero con un esfuerzo de voluntad concentró sus pensamientos en cuestiones más inmediatas. Volvió a pensar en lo que había pasado en el pasillo, cuando el cuestor la había encontrado tan convenientemente. De todas las posibles salidas al tejado, se había tropezado con ella justo cuando estaba probando esa. Era más que probable que la estuviera espiando, observando sus peregrinaciones por su pequeño imperio rodante. Cuando habló con ella ocultaba algo. Estaba completamente segura, lo tenía escrito en la cara, en la ligera elevación de sus cejas. ¿Sentiría remordimientos por espiarla? Rashmika dudaba mucho que tuviera la oportunidad de espiar muy a menudo a chicas de su edad, así que quizás estaban aprovechando la oportunidad, él y esa horrible mascota suya.

No le gustaba la idea de que el cuestor la espiara, pero no estaría en la caravana durante mucho tiempo y en realidad lo único que le importaba ahora era explorar el tejado. Si él la hubiera estado observando, habría tenido tiempo más que suficiente para detenerla mientras se ponía el traje y encontraba la escalera que subía al tejado. No había venido nadie, así que quizás su atención estaba en otros asuntos o había decidido que no merecía la pena molestarse en evitar que fuera a donde ella quisiera.

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