El cuento de la criada (34 page)

Read El cuento de la criada Online

Authors: Elsa Mateo,Margaret Atwood

Tags: #Autoayuda, Ciencia Ficción

BOOK: El cuento de la criada
11.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

Me siento en la oscuridad; no tiene sentido dejar la luz encendida, se darían cuenta de que aún estoy despierta. Estoy completamente vestida, otra vez con mi hábito rojo, después de haberme quitado las lentejuelas y de haberme limpiado el lápiz labial con papel higiénico. Espero que no se note nada, espero no oler a maquillaje, ni a él.

Estará aquí a medianoche, tal como dijo. Puedo oírla, un débil golpecito, un débil arrastrar de pies sobre la alfombra espesa del pasillo, y después un suave golpe en la puerta. No digo nada, pero la sigo por el pasillo y luego escaleras abajo. Camina rápidamente, es más fuerte de lo que yo pensaba. Aprieta la barandilla con la mano izquierda, tal vez a causa del dolor y también para sujetarse. Pienso: se está mordiendo los labios, está sufriendo. No hay duda de que quiere al bebé. En el ojo de cristal que forma el espejo, mientras bajamos, nos veo a las dos, una silueta azul, una silueta roja. Yo y mi anverso.

Vamos hasta la cocina. Está desierta y han dejado encendida una lamparilla; se percibe la calma que reina durante la noche en las cocinas vacías. Los bols en la repisa, las latas y los recipientes de barro surgiendo amenazadoramente bajo la luz sombría. Los cuchillos están guardados en su soporte de madera.

—No saldré contigo —susurra. Resulta extraño oírla susurrar, como si fuera una de nosotras. Normalmente, las Esposas no bajan la voz—. Sal por la puerta y gira a la derecha. Encontrarás otra puerta; está abierta. Sube las escaleras y golpea, él te está esperando. Nadie te verá. Yo me quedaré aquí —entonces me esperará, por si surge algún problema. Por si Cora o Rita se levantan, vaya uno a saber por qué, y vienen a la parte de atrás de la cocina. ¿Qué les dirá? Que no podía dormir. Que quería un poco de leche caliente. Será lo suficientemente hábil para contarles una mentira, eso ya lo sé—. El Comandante está arriba, en su habitación —me explica—. No bajará a estas horas de la noche. Nunca lo hace —eso es lo que ella cree.

Abro la puerta de la cocina, salgo y espero un momento para que mis ojos se acostumbren a la oscuridad. Hace mucho tiempo que no estoy fuera sola, por la noche. Ahora se oye un trueno, la tormenta se está acercando. ¿Qué habrá hecho con respecto a los Guardianes? Podrían dispararme pensando que soy un merodeador. Les habrá pagado con algo, o eso espero: cigarrillos, whisky, o tal vez ellos lo saben todo, todo este asunto del semental, tal vez si esto no funciona, después me hará probar con ellos.

La puerta que da al garaje está a pocos pasos de distancia. Camino sobre la hierba con paso silencioso y me deslizo en el interior. La escalera está a oscuras, tanto que no veo nada. Subo a tientas, escalón por escalón: hay una alfombra, me imagino que es de color champiñón. Alguna vez esto debió de ser un apartamento para un estudiante, una persona joven y soltera con un trabajo. Por aquí había un montón de casas grandes en las que vivían ellos. Un piso de soltero, así es como le llamaban a este tipo de apartamento. Me gusta comprobar que soy capaz de recordarlo.
Entrada particular,
ponían en los anuncios, lo cual significaba que podían llevar a alguna amiguita sin que nadie lo advirtiera.

Llego al final de la escalera y llamo a la puerta. Él mismo es quien abre, ¿quién si no? Hay una lámpara encendida, sólo una pero lo suficientemente potente para hacerme parpadear. Miro el interior de la habitación, no quiero mirarlo a los ojos. Es una habitación individual con una cama plegable, que ya está preparada, y una cocina pequeña empotrada en el otro extremo y otra puerta que debe de conducir al lavabo. Una habitación desmantelada, estilo militar y minúscula. No hay cuadros en las paredes, ni plantas. Él acampa aquí. La manta que hay sobre la cama es gris y lleva la inscripción U.S.

Da un paso hacia atrás y me hace entrar. Va en mangas de camisa y en la mano tiene un cigarrillo encendido. Percibo el olor del humo, en él, en el aire caliente de la habitación, en todas partes. Me gustaría quitarme la ropa y bañarme en este olor, frotar mi piel con él.

Nada de preliminares; él sabe por qué estoy aquí. Ni siquiera dice nada, para qué perder el tiempo en tonterías, se trata de un trabajo. Se aparta de mí y apaga la lámpara. Afuera, como una puntuación, se ve el destello de un relámpago; casi inmediatamente se oye el trueno. Él me está quitando el vestido, es un hombre hecho de oscuridad, no puedo ver su cara, apenas puedo respirar, apenas lo resisto, y no me estoy resistiendo. Siento su boca sobre mí, sus manos, no puedo esperar y él ya se está moviendo, amor, hace tanto tiempo, siento que la vida late en mi piel, otra vez, los brazos alrededor de él, como si cayera al agua suavemente, sin encontrar el fin. Sabía que podría ser sólo una vez.

Me lo inventé. No ocurrió así. Lo que ocurrió es lo siguiente:

Llego al final de la escalera y llamo a la puerta.. Él mismo es quien abre. Hay una lámpara encendida; parpadeo. Miro el interior de la habitación, es una habitación individual, desmantelada, de estilo militar, la cama ya está preparada. No hay cuadros, pero la manta lleva la inscripción U.S. Él va en mangas de camisa y tiene un cigarrillo.

—Ten —me dice—, da una calada —nada de preliminares, sabe por qué estoy aquí. Para quedar embarazada, para meterme en problemas, en camisa de once varas, como se decía antes. Cojo el cigarrillo de sus manos, doy una profunda calada y se lo devuelvo. Nuestros dedos apenas se tocan. Incluso esa calada me produce un mareo.

Él no dice nada, se limita a mirarme con expresión seria. Sería mejor y más agradable si él me tocara. Me siento estúpida y horrible, aunque sé que no lo soy. Sin embargo, ¿qué piensa él, por qué no dice nada? Quizá piensa que en Jezebel’s me he estado revolcando con el Comandante. Me molesta el hecho de que aún me preocupa lo que piensa. Seamos prácticos.

—No tengo mucho tiempo —le advierto. Suena torpe e inoportuno, no es lo que quería decir.

—Podría echar un chorro en una botella y tú después podrías metértelo —replica. No sonríe.

—No hay necesidad de que seas cruel —le digo. Tal vez se siente usado. Quizá espera algo de mí, alguna emoción, algún reconocimiento de que él también es humano, de que es algo más que una simple simiente—. Sé que para ti es difícil —sugiero.

Se encoge de hombros.

—Recibo una paga —dice en tono malhumorado. Pero sigue sin moverse.

Yo recibo una paga, tú te vas a la cama, canturreo mentalmente, O sea que así es como lo haremos. A él no le gusta el maquillaje ni las lentejuelas. Vamos a ser duros.

—¿Vienes aquí a menudo?

—¿Y qué hace una chica como yo en un sitio como éste? —respondo. Ambos sonreímos: eso está mejor. Es un reconocimiento de que estamos actuando porque, ¿qué otra cosa podemos hacer en semejante situación?

—La abstinencia ablanda el corazón —estamos citando frases de películas antiguas, de otros tiempos. Y ya en aquel entonces eran películas antiguas: esa manera de hablar corresponde a una época bastante anterior a la nuestra. Ni siquiera mi madre hablaba así, que yo recuerde. Tal vez nadie habló así jamás en la vida real y todo fue una cosa fabricada desde el principio. Sin embargo, resulta asombrosa la facilidad con que acuden a la mente estas bromas de tipo sexual trilladas y falsamente alegres. Ahora comprendo qué sentido tienen, qué sentido han tenido siempre: mantener la esencia de cada uno fuera de peligro, encerrada, protegida.

Estoy triste, la manera de hablar de ambos es infinitamente triste: una música que se desvanece, flores de papel que se marchitan, raso desgastado, el eco de un eco. Todo ha terminado, ya nada es posible. Repentinamente me echo a llorar.

Finalmente él se mueve, me rodea con sus brazos, me acaricia la espalda, me consuela.

—Venga —dice—. No tenemos mucho tiempo —sin quitarme el brazo de los hombros me conduce hasta la cama plegable y me acuesta, apartando antes la sábana. Empieza a desabotonarse, luego me acaricia y me besa la oreja—. Nada de fantasías románticas —me dice—. ¿De acuerdo?

Alguna vez esto habría significado otra cosa. Alguna vez habría significado: nada de
ataduras.
Ahora significa: nada de
heroísmos.
Significa: si se diera el caso, no te arriesgues por mí.

Y así fue como ocurrió.

Sabía que podría ser sólo una vez. Adiós, pensé incluso en ese momento, adiós.

Sin embargo, no sonó ningún trueno, lo agregué yo. Para tapar los ruidos que me avergüenza hacer.

Tampoco ocurrió así. No estoy segura de cómo ocurrió, no exactamente. Todo lo que puedo hacer es una reconstrucción: el modo en que se siente el amor siempre es aproximado.

En medio de todo esto pensé en Serena Joy, que estaba sentada en la cocina, pensando a su vez: ha resultado fácil. Se abrirían de piernas por cualquiera. Todo lo que tienes que hacer es darles un cigarrillo.

Y después pensé: esto es una traición. No el hecho en sí mismo, sino mi reacción. Si estuviera segura de que está muerto, ¿habría alguna diferencia?

Desearía no sentir vergüenza. Me gustaría ser una descarada. Me gustaría ser ignorante. Entonces no sabría lo ignorante que soy.

XIV
EL SALVAMENTO
CAPÍTULO 41

Me gustaría que este relato fuera diferente. Me gustaría que fuera más civilizado. Me gustaría que diera una mejor impresión de mí, si no de persona feliz, al menos más activa, menos vacilante, menos distraída por las banalidades. Me gustaría que tuviera una forma más definida. Me gustaría que fuera acerca del amor, o de realizaciones importantes de la vida, o acerca del ocaso, o de pájaros, temporales o nieve.

Tal vez, en cierto sentido, es una historia acerca de todo esto; pero mientras tanto, hay muchas cosas que se cruzan en el camino, muchos susurros, muchas especulaciones sobre otras personas, muchos cotilleos que no pueden verificarse, muchas palabras no pronunciadas, mucho sigilo y secretos. Y hay mucho tiempo que soportar, un tiempo tan pesado como la comida frita o la niebla espesa; y, repentinamente, estos acontecimientos sangrientos, como explosiones, en unas calles que de otro modo serían decorosas, serenas y sonámbulas.

Lamento que en esta historia haya tanto dolor. Y lamento que sea en fragmentos, como alguien sorprendido entre dos fuegos o destrozado por fuerza. Pero no puedo hacer nada para cambiarlo.

También he intentado mostrar algo de las cosas buenas. Por ejemplo las flores, porque ¿a dónde habríamos llegado sin ellas?

De cualquier manera, me hace daño contarlo una y otra vez. Con una vez fue suficiente: ¿acaso no fue suficiente para mí en su momento? Por eso sigo con esta triste, ávida, sórdida, coja y mutilada historia, porque después de todo quiero que la oigáis, como me gustaría oír la tuya si alguna vez se presenta la oportunidad, si te encuentro o si tú te escapas, en el futuro, o en el Cielo, en la cárcel o en la clandestinidad, en cualquier otro sitio. Lo que tienen en común es que no están aquí. Al contarte algo, cualquier cosa, al menos estoy creyendo en ti, creyendo que estás allí, creo en tu existencia. Porque contándote esta historia, logro que existas. Yo cuento, luego tú existes.

De modo que continuaré. Me obligaré a continuar. Hemos llegado a una parte que no te gustará en absoluto porque no me comporté bien, pero sin embargo intentaré no dejarme nada en el tintero. Después de todo lo que has pasado, te mereces lo que queda, que no es mucho pero contiene la verdad.

Así que ésta es la historia.

Volví a reunirme con Nick. Una y otra vez, por mi cuenta, sin que Serena lo supiera. Nadie me lo pidió, no había excusas. No lo hice por él, sino solamente por mí. Ni siquiera pensé que me entregaba a él porque, ¿qué tenía yo para dar? No me sentía generosa sino agradecida cada vez que él me recibía. Él no tenía ninguna obligación.

A causa de esto me volví imprudente, hice elecciones estúpidas. Después de estar con el Comandante subía la escalera como de costumbre, pero después me escabullía por el pasillo y bajaba por la escalera de las Marthas y salía cruzando la cocina. Cada vez que oía el chasquido de la puerta de La cocina a mis espaldas —tan metálico, como el de una trampa para ratones o el de un arma—, pensaba en echarme atrás, pero no lo hacía. Me apresuraba a cruzar los pocos metros de césped iluminado; la luz de los reflectores volvía a pasar y yo esperaba sentir en cualquier momento las balas que me atravesaban, incluso antes de oír los disparos. Subía la escalera a tientas y me apoyaba contra la puerta; la sangre se me agolpaba en la cabeza. El miedo es un estimulante poderoso. Entonces llamaba a la puerta suavemente, como llamaría un pordiosero. Cada vez que lo hacía, temía que él se hubiera ido; o, peor aún, que me dijera que no podía entrar. Podía decirme que no quería seguir quebrantando las normas, que no quería estar con la soga al cuello por mi culpa. O, todavía peor, que me dijera que ya no le interesaba. El hecho de que no me dijera ninguna de estas cosas me pareció una suerte increíble.

Te dije que era terrible.

Y esto es lo que ocurre.

Él abre la puerta. Va en mangas de camisa, con la camisa fuera del pantalón, suelta; en la mano lleva un cepillo de dientes, o un cigarrillo, o un vaso con alguna bebida. Aquí tiene su propio escondite, supongo que de cosas del mercado negro. Siempre lleva algo en la mano, como si estuviera ocupándose en las cosas de costumbre, como si no me esperara. Y quizá no me espera. Tal vez no tiene idea del futuro, o no se molesta o no se atreve a imaginarlo.

—¿Llego demasiado tarde? —le pregunto.

Me dice que no con la cabeza. Entre nosotros ya está sobreentendido que nunca es demasiado tarde, pero cumplo con la cortesía ritual de preguntárselo. Eso me hace sentir más tranquila, como si hubiera alguna alternativa, una decisión que pudiera tomarse en un sentido u otro. Él se aparta, yo entro y cierra la puerta. Luego atraviesa la habitación y cierra la ventana; después apaga la luz. En esta etapa, ya no hay entre nosotros ninguna conversación; yo ya estoy medio desnuda. Guardamos la conversación para más tarde.

Cuando estoy con el Comandante, cierro los ojos, incluso cuando sólo se trata del beso de buenas noches. No quiero verlo tan de cerca. Pero aquí siempre dejo los ojos abiertos. Me gustaría que hubiera alguna luz encendida, tal vez una vela encajada en una botella, alguna reminiscencia de la época de la escuela, pero no valdría la pena correr el riesgo; así que tengo que conformarme con el reflector y el resplandor que llega desde abajo, filtrado por las cortinas blancas, que son iguales a las mías. Quiero ver todo lo que pueda de él, abarcarlo, memorizarlo, guardarlo en mi mente para poder vivir después de su imagen: las líneas de su cuerpo, la textura de su piel, el brillo del sudor sobre su piel, su largo, sardónico y poco revelador rostro. Tendría que haber hecho lo mismo con Luke, prestar más atención a los detalles, a los lunares y las cicatrices, sus arrugas; no lo hice, y ahora su imagen empieza a desvanecerse. Se esfuma día tras día, noche tras noche, y yo me vuelvo más infiel.

Other books

When Life Gives You O.J. by Erica S. Perl
Laughing Boy by Stuart Pawson
High Noon at Hot Topic by Christine Pope
Angle of Attack by Rex Burns
Out by Laura Preble