El cuadro (32 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El cuadro
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Tuppence se volvió desde la ventana. La anciana avanzaba hacia ella.

—¡Qué tonta es usted, amiga mía! —exclamó —, ¿Por qué preferir este método?

El brazo de la señora Lancaster salió como disparado. Su mano izquierda se aferró al hombro más próximo a ella de Tuppence. A la vista de ésta apareció la fina hoja de acero de un puñal. Tuppence forcejeó para desasirse. Pensó: «Me desharé de ella fácilmente. Es una anciana. Es débil No podrá...»

Dé repente, sintió un escalofrío. «También yo soy una mujer entrada en años —se dijo —. No soy tan fuerte como me figuro. No soy tan fuerte como ella. Sus manos, sus dedos, como garfios... Supongo que son tan poderosos porque está loca. Siempre oí decir que la locura duplica las fuerzas de la persona que la sufre.»

La centelleante hoja de acero se aproximaba lentamente a ella. Tuppence dio un grito. Bajo, la ventana, a unos .metros, a sus pies, oyó un rumor de voces y golpes. Era como si alguien la hubiera emprendido contra ventanas y puertas, intentando forzarlas. «Nunca llegarán hasta aquí, sin embargo —se dijo Tuppence —. Nadie puede utilizar la entrada secreta, si no conoce el mecanismo.»

Se debatió fieramente, pero la señora Lancaster era más fuerte. Y más corpulenta. Sonreía todavía, pero la expresión de aquella faz ya no era de bondad. Una maligna mirada brillaba en sus ojos. Parecía estar recreándose y disfrutando con la inútil resistencia de Tuppence.

—Killer Kate —murmuró Tuppence
[6]
.

—¿Conoce usted mi apodo? Sí... Pero yo le he dado, un sentido sublime. Soy la mano de Dios al matar. Voy a matarla porque ésta es Su voluntad. Por tal motivo, no hay delito m pecado en ello por mi parte, ¿Se da cuenta? ¿Lo comprende?

Tuppence estaba siendo empujada contra una silla. La señora Lancaster la mantenía en aquella posición. La presión ejercida aumentaba. Imposible retroceder ya más. La hoja de acero que empuñaba la anciana se aproximaba lentamente a Tuppence.

Tuppence pensó: «Tengo que dominarme... No puedo dejar llevarme del pánico...» Y en seguida se formuló insistentemente una pregunta: «¿Qué hacer para evitarlo?» No había conseguido nada con sus redoblados esfuerzos.

Tenía miedo... y la primera indicación del mismo había surgido en el marco de Sunny Ridge...

«¿Pensaba usted en su pobre criatura?»

Éste había sido el primer avisó... Pero no lo había interpretado bien... Ignoraba su carácter...

Sus ojos no se apartaban del estilete. No obstante, no era la fría hoja de acero y su significado de muerte lo que le asustaba más, dejándola como paralizada. Era el rostro que observaba cada vez más cercano lo que la amedrentaba hasta lo indecible... Era la sonrisa de la señora Lancaster, delatadora de una profunda satisfacción. Tenía delante a una mujer que se aprestaba a cumplir una misión, la que ella misma se había impuesto, sin desenfrenados gestos, suavemente, casi razonablemente.

«No parece estar loca —pensó Tuppence —. He aquí lo más terrible... Bueno, ella, interiormente, se cree normal. Ella se tiene por un ser humano absolutamente normal, capaz de razonar correctamente. Es lo que piensa... ¡Oh, Tommy! ¡Tommy! ¡Qué situación más apurada la mía!»

Notóse de pronto inmersa en una profunda .oscuridad. Sus músculos se relajaron... Advirtió un estrépito de cristales rotos. El alboroto fue apagándose lentamente, igual que si se perdiera en la lejanía. Tuppence se sumergió en la inconsciencia.

2

—Esto ya es otra cosa... Ya vuelve en sí... Bébase esto, señora Beresford.

Tuppence notó que alguien oprimía contra su labio inferior el borde de un vaso... Se resistió con fiereza... Leche envenenada... ¿Quién le había hablado de eso? No pensaba bebérsela. Sin embargo... No era leche. Aquel líquido tenía otro color.

Echóse hacia atrás. Entreabrió los labios, tomando un sorbo...

—Es coñac —murmuró Tuppence.

—Justamente. Un sorbito más...

Tuppence obedeció. Recostóse en los cojines, echando un vistazo a su alrededor. En !a ventana vio la parte superior de una escalera. En el suelo, dentro de la habitación, había un puñado de cristales rotos.

—Oí el ruido de los vidrios al romperse...

Rechazó ahora el vaso de coñac y su mirada se deslizó por la mano y el brazo que tan cerca tenía, hasta llegar al rostro del hombre que había estado hablándole.

—El Greco —murmuró Tuppence. —¿Qué ha dicho?

—Da igual. No importa. Volvió a mirar en torno a ella.

—¿Dónde está...? Me refiero a la señora Lancaster.

—Está... descansando... en la habitación de al lado...

—Ya comprendo.

Pero no estaba segura de haber comprendido. Lo entendería todo mejor después. Ahora solamente un pensamiento cruzaba por su cabeza.

—Sir Philip Starke —dijo lentamente, vacilando al pronunciar las tres palabras,

—Sí... ¿Por qué mencionó usted hace unos instantes a El Greco?

—Su aire de hombre que ha sufrido...

—No lo entiendo.

—El cuadro... En Toledo... O en el Pradq... Pensé en algo sucedido hace mucho tiempo... No, hace mucho tiempo no... Anoche... Una reunión... En el vicariato...

—Se está usted recobrando admirablemente —dijo él para animarla.

Parecía tan natural aquello de estar allí, sentada en el interior de aquella habitación, con el suelo cubierto de cristales rotos, hablando con este hombre..., el de la faz morena y angustiada...

—Cometí un error... en Sunny Ridge. Me equivoqué en todo con ella... Tuve miedo entonces... Se apoderó de mí el pánico... Pero incurrí en un error... No me dio miedo lo que pudiera venir de ella... Temí por ella... Pensé que podía pasarle algo. Me propuse protegerla... salvarla... Yo... —Tuppence parpadeó, dudosa —. ¿Usted me entiende? ¿O cree que mis palabras sólo son una sarta de disparates? Nadie puede comprenderla mejor que yo, nadie...

Tuppence frunció el ceño.

—¿Quién... quién era ella? Quiero decir, la señora Lancaster, la señora Yorke... ¿Quién era ella realmente? Philip Starke recitó con voz ronca:

—¿Quién era ella? ¿Ella misma? La real, la verdadera. ¿Quién era ella, con la señal de Dios sobre su frente? ¿Ha leído usted a Peter Gynt, señora Beresford?

El hombre se aproximó a la ventana. Permaneció un momento mirando a lo lejos... Luego, dio la vuelta.

—Era mi esposa, Dios me valga...

—¿Su esposa...? Pero, ¡si ella murió...! La inscripción de la iglesia...

—Murió durante una estancia en el extranjero... Tal fue la historia que puse en circulación... Y entonces mandé colocar una lápida conmemorativa en la iglesia, La gente no suele hacer muchas preguntas al hombre que habiendo enviudado se siente presa de la mayor desolación. Ya no volví a vivir aquí, además.

—Hubo quien afirmó que ella lo había dejado...

—También ésa era una historia aceptable.

—Usted se la llevó cuando averiguó... lo de los niños...

—¿Conoce ese episodio?

—Me lo refirió ella... Se me antojó increíble...

—Casi siempre se conducía de una manera normal... Nadie hubiera adivinado la verdad. Pero la policía comenzó a sospechar... Me vi forzado a obrar, de actuar rápidamente... Tenía que salvarla, protegerla... ¿Comprende usted? ¿Comprende usted al fin?

—Sí —repuso Tuppence —. Lo comprendo perfectamente. —Fue una mujer muy bella, muy atractiva... —la voz de sir Philip Starke pareció quebrarse —. Fíjese en ese cuadro —el hombre indicó a Tuppence el cuadro que colgaba de la pared —, Waterlily... Fue siempre una muchacha nada fácil de gobernar. Su madre fue la última de los Warrender, una vieja familia... Helen Warrender abandonó de joven el hogar paterno. Se juntó con un mal sujeto, carne de presidio... La hija fue a parar a los escenarios teatrales, después de estudiar danza. El de Waterlily fue su mejor y más popular papel. Luego vinieron las malas compañías, uniéndose a una pandilla de delincuentes. Todo por el afán de saborear nuevas emociones... Nada le producía ilusión...

»Después de romper con todo aquello, se casó conmigo... Aspiraba a vivir normalmente, en paz, dentro de un hogar..., con sus hijos. Yo era rico... Podía darle todo lo, que quisiera. Pero no tuvimos hijos. Nuestro pesar fue inmenso. Ella comenzó a sentirse obsesionada por eso... Tal vez hubiese sido siempre una mujer desequilibrada... No sé... ¿Qué importa ahora las causas? Ella era...

»Yo la amé mucho... —añadió sir Philip Starke, con un gesto de desesperación —. Siempre... Me tenía sin cuidado lo que había sido, lo que hizo... Deseaba ponerla a salvo de todo peligro... No quería verla encerrada, presa para siempre, muerta en vida. Y logré lo que me proponía durante muchos años, lo logramos...

—Habla usted en plural.

—Estaba pensando en Nellie, mi querida y fiel Nellie Bligh. Era maravillosa... Ella se encargaba de arreglarlo todo. Pensamos en las residencias para ancianas. Comodidades, lujos, incluso, sí. Nada de tentaciones, nada de niños... Había que apartar a los niños de su camino... El plan dio resultado... Las casas estaban en lugares distantes Cumberland, Gales... Nadie le reconocería allí. Es lo que nos figuramos, al menos. Contábamos con la ayuda del señor Eccles, un inteligente abogado. Me cobraba mucho, pero podía confiar enteramente en él.

—¿Chantaje? —sugirió Tuppence.

—Nunca pensé en eso. Le tenía por un amigo y colaborador eficiente.

—¿Quién pintó el bote del cuadro, el que lleva el nombre de Waterlily?

—Yo. A ella le gustó mi idea. Le recordaba la época de sus triunfos en el escenario. Era uno de los lienzos de Boscowan — A mi mujer le gustaban sus cuadros. Luego, un día escribió un nombre sobre el puente. Entonces pinté el bote, bautizándole tan pronto lo hube terminado, con el nombre de Waterlily.

La puerta del muro se abrió... Por la abertura se deslizó la figura de la =bruja amable».

Primero, la recién llegada miró y sir Philip Starke y luego a Tuppence.

' —¿Se siente ya bien? —inquirió la mujer con toda naturalidad.

—Sí.

Lo mejor de la «bruja amable» era aquella serenidad con que se producía en todas las situaciones.

—Su esposo está abajo, aguardándole en el coche. Le dije que vendría a buscarla para conducirla hasta él, si usted no tiene nada que oponer a eso.

—Me parece todo perfecto —replicó Tuppence.

—Me lo figuré —la mujer miró hacia la puerta del dormitorio —. ¿Está... dentro?

—Sí —declaró sir Philip Starke.

La señora Perry entró en el cuarto, saliendo unos segundos después...

Miró a sir Philip Starke inquisitivamente.

—Ofreció a la señora Beresford un vaso de leche... La señora Beresford lo rechazó...

—Y luego, supongo, optó por bebérselo ella. Él vaciló.

—En efecto.

—El doctor Mortimer vendrá más tarde —anunció la señora Perry.

Fue a ayudar a Tuppence, para que se pusiera en pie. Pero Tuppence se las arregló sola para echar a andar. —No estoy herida —manifestó —. Fue solamente la impresión. Me encuentro ya bien.

Enfrentóse con Philip Starke. Ninguno de ellos parecía tener nada que decir. La señora Perry esperaba.

Tuppence fue quien rompió el silencio. —Si en algo pudiera servirle...

—Antes de que se marche he de decirle una cosa... Fue Nellie Bligh quien la golpeó en la cabeza aquel día, hallándose usted en el cementerio.

Tuppence asintió.

—Ya me figuré que pudo haber sido ella días atrás. —Se sintió asustada; no supo lo que hacía. Se imaginó que estaba sobre su pista, que era inevitable el descubrimiento por su parte de nuestro secreto. Ella... Yo siento unos terribles remordimientos cuando pienso que la he obligado a lo largo de los pasados años. Es más de lo que una mujer puede aguantar...

—Creo que la impulsaba el amor que por usted sentía —manifestó Tuppence —. Bien. He de advertirle que no va a proseguir la búsqueda de la señora Johnson... ¿No quería usted referirse a eso?

—Gracias, señora Beresford... Le quedo muy reconocido.

Hubo otra pausa. La señora Perry esperaba pacientemente. Tuppence miró a su alrededor. Acercóse a la ventana, la de los cristales rotos, contemplando el pacífico canal, a sus pies.

—Lo más seguro es que no vuelva a poner los pies en esta casa. Me he fijado bien en todo para acordarme de ella más tarde en sus menores detalles.

—¿Quiere tenerla bien presente en su memoria?

—Pues sí, Alguien me dijo que a esta vivienda se le había dado un uso erróneo. Sé perfectamente ya lo que quisieron insinuarme.

El hombre miró inquisitivamente a Tuppence, pero no pronunció una sola palabra.

—¿Quién le envió aquí, en mi busca? —preguntó ella.

—Emma Boscowan.

—Me lo figuré.

Tuppence se unió a la señora Perry. Las dos mujeres franquearon el umbral de la puerta secreta, trasladándose a la otra planta.

Emma Boscowan había dicho a Tuppence que aquella casa había sido hecha para dos amantes. Ahora quedaba en poder de éstos... La mujer había muerto.,. Él hombre seguía viviendo y sufriendo...

Tommy la esperaba junto a la puerta, en el coche. Tuppence se despidió de la «bruja amable», subiendo al automóvil.

—Tuppence... —dijo Tommy. —Sé lo que vas a decirme.

—No vuelvas a hacer eso nunca más. —De acuerdo, Tommy.

—Ahora te muestras dócil, pero seguramente volverás a incurrir en el mismo error.

—No. Ya no. Me siento demasiado vieja. El coche arrancó.

—¡Pobre Nellie Bligh! —exclamó Tuppence. —Pobre... ¿por qué?

—Continúa enamorada de Philip Starke, A lo largo de muchos años ha hecho cuanto le ha pedido... ¡Cuánta devoción malgastada!

—¡Tonterías! —dijo Tommy —. Supongo que habrá disfrutado lo suyo también a ratos, portándose así. A muchas mujeres les pasa eso.

—Eres rudo, a veces, Tommy. No tienes corazón.

—¿A dónde vamos ahora...? ¿A «El Cordero y la Bandera», de Market Basin?

¡Ni hablar! —contestó Tuppence —. Quiero irme a casa. A casa, Thomas. Para no moverme de ella..

—Amén —dijo el señor Beresford —. Y en esta ocasión, si Albert nos da la bienvenida con un pollo chamuscado, ¡lo mato!

Notas

[1]
Colina soleada.

[2]
«A juzgar por el picor de mis pulgares, algo malo se acerca por este camino...»

[3]
K. M.: Knight of Malta, caballero de Malta; C. B.: Compa¬nion of the Batb, miembro de la Orden del Baño; D. S. O.: Dis¬tinguished Service Orden, de la Orden de Servicios Distinguidos, todas ellas recompensas británicas.

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