El cuadro (31 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: El cuadro
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—Naturalmente —dijo Tuppence.

La señora Lancaster continuó hablando animadamente.

—Veamos... Usted fue a Sunny Ridge, pero no con la intención de quedarse, me parece. Yo creo que se presentó allí para visitar a una de las huéspedes.

—En efecto. Era la tía de mi esposo... La señorita Fanshawe.

—¡Oh, sí! Desde luego. Ya me acuerdo. ¿Y no hubo algo acerca de una criatura suya que se encontraba detrás de la pared de la chimenea?

—No —replicó Tuppence —. No era mía...

—Sin embargo, usted se presentó aquí por ese motivo, ¿no? En esta casa hubo problemas con una chimenea. Tengo entendido que cayó en ella un pájaro. El edificio anda necesitado de algunas reparaciones. A mí no me gusta estar aquí. No, en absoluto. Voy a decírselo a Nellie tan pronto como la vea.

—¿Está usted alojada en esta casa con la señora Perry?

—Pues... En cierto modo, sí. O no, según se mire. Supongo que puedo confiarle un secreto.

—Confíe en mí, señora Lancaster.

—Mi sitio no es éste, Este lugar de la casa, quiero decir. Esta parte del edificio corresponde a los Perry —la señora Lancaster se inclinó hacia su interlocutora —. Yo tengo la otra, ¿sabe? No hay más que subir unas escaleras, Acompáñeme. Yo la llevaré hasta allí.

Tuppence se levantó. En aquellos instantes le parecía estar viviendo un sueño.

—Cerraré la puerta con llave. Es más seguro —advirtió la señora Lancaster.

Condujo a Tuppence, por una estrecha escalera, a la planta superior. Cruzaron un dormitorio de dos camas, que presentaba señales de haber sido ocupado recientemente. Tratábase, seguramente, de los Perry. Luego, pasaron a otra estancia que contenía un lavabo y un gran armario de madera de arce y nada más. La señora Lancaster abrió el armario, manipulando en el fondo del mismo. El mueble se desplazó a un lado con sorprendente facilidad. Detrás de él, cosa extraña, había lo que a Tuppence se le figuró el hueco de una chimenea. En la repisa de ésta vio un espejo. Debajo de él se alineaban una serie de pájaros de porcelana.

Con gran asombro por parte de Tuppence, la señora Lancaster colocó la mano sobre el pájaro que ocupaba el mismo centro de la repisa, tirando con fuerza... Por lo visto, la pequeña figura se hallaba firmemente adherida al estante. Disimuladamente, Tuppence comprobó que éste era el caso de los restantes. Como resultado del movimiento de la señora Lancaster, se oyó un leve chasquido y toda la parte anterior de la chimenea se desplazó hacia delante...

—Muy —ingenioso, ¿verdad? —inquirió la anciana —. Esto fue hecho hace muchos años atrás, ¿sabe?, al ser introducidas ciertas reformas en la casa. «El nido del cura» fue el nombre que le dieron a esta habitación. No sé por qué... Esto no debe de haber tenido nada que ver con curas nunca. Pase usted. Aquí es donde vivo ahora.

La señora Lancaster, mediante otra manipulación semejante a la anterior, hizo volver la parte de pared que se había desplazado a su posición correcta.

Tuppence se vio en el centro de una habitación grande y atractiva, dotada de ventanas que daban al canal. —¿Verdad que es muy bonita esta habitación? —pre-guntó la señora Lancaster —. La vista es preciosa. Siempre me gustó mucho la estancia. De pequeña viví aquí algún tiempo.

—¿Sí?

—Esta casa no es la de la buena suerte, precisamente —manifestó la anciana —. Siempre se dijo eso de ella. Creo que está usted informada en este sentido —la señora Lancaster añadió —: Voy a ver si ha quedado bien en su sitio el muro. Todas las precauciones son pocas.

—Supongo —dijo Tuppence —, que este acceso fue ideado en la época en que — —la casa se utilizaba como escondite. —Se hicieron múltiples innovaciones en ella —replicó la anciana —. Siéntese. ¿Le gustan las sillas altas o las bajas? A mí me agradan más de las primeras... Soy reumática, ¿sabe? Usted, sin duda, pensaría que ahí había el cuerpo de una criatura. Una idea absurda, realmente, ¿no cree?

—Sí, quizá.

—Un cuento de policías y ladrones —dijo la señora Lancaster adoptando un aire indulgente —. De joven, una se comporta neciamente con frecuencia, ¿verdad? Todo lo que se refiere entonces acerca de grandes robos y de pandillas de delincuentes llama la atención. Una llega a pensar que ser la amante de un pistolero es la experiencia más emocionante del mundo. Yo también pensé así en otro tiempo. Créame... —1a anciana se inclinó sobre Tuppence, tocando levemente una de sus rodillas —. Créame... Eso no es exactamente cierto. No lo es, realmente. Yo pensé así antes, pero se desea algo más, ¿sabe? No se encuentra toda la emoción — que se busca con el simple robo de objetos y luego la huida. Es necesaria además una buena organización, por supuesto.

—¿Quiere usted decir que la señora Johnson o señorita Bligh... como quiera que ustedes la llamen...?

—Bueno, ella será siempre Nellie Bligh para mí. Pero por una razón u otra, para facilitar las cosas, dice, se llama a sí misma señora Johnson de cuando en cuando. No llegó a contraer matrimonio, ¿sabe usted? ¡Oh, no! Es una solterona.

Oyóse un golpe en la planta baja.

—Esos deben de ser —los Perry, que regresan. No creí que fuesen a volver tan pronto.

El golpe inicial se repitió...

—Tal vez sería mejor facilitarles la entrada —sugirió Tuppence.

—No, querida. No vamos a hacer nada de eso —contestó la anciana —. Me fastidia la gente... Siempre están mediando en todo. No más interrupciones. Nosotras nos encontramos aquí ahora, charlando muy a gusto, ¿no? y aquí seguiremos... ¡Oh! Al pie de la ventana me parece que llaman ahora. Asómese, por favor. Vea usted quién es. Tuppence se acercó a la ventana.

—Es el señor Perry —dijo. Perry gritó desde abajo:

—¡Julia! ¡Julia!

—¡Qué impertinencia! —exclamó la señora Lancaster —. Nunca he permitido a la gente de la categoría de Amos Perry que me llame por mi nombre de pila. De veras que no. No se preocupe, querida. Aquí estamos a salvo de toda interrupción. Podremos charlar tranquilamente, sin que nadie nos moleste. Se lo contaré todo acerca de mí. Mi vida es pródiga en sucesos interesantes... Puedo referirle muchos episodios curiosos. He pensado en algunas ocasiones que debía escribir mi biografía. Yo era una chica con muchos pájaros en la cabeza, ¿sabe? Y anduve mezclada con una pandilla de delincuentes. Nada de paliativos. Algunos de sus miembros eran personas verdaderamente indeseables. Había también gente muy estupenda, agradable, gente de clase.

—¿La señorita Bligh?

—No, no. La señorita Bligh no tuvo nunca nada que ver con el mundo del crimen. Nellie Bligh... ¡No! ¡Ni hablar! Nellie se pasa la vida en la iglesia. Siempre ha sido muy religiosa. Pero, bueno, hay muchos tipos de religión. Es posible que usted sepa de esto, ¿no?

—Tengo entendido que son muy numerosas las sectas existentes —contestó Tuppence.

—Sí. Las hay de varias clases. Son para la gente corriente. Pero todo no es gente corriente en este mundo. Existen personas especiales, que siguen unas orientaciones muy particulares. Hay legiones de elegidos. ¿Usted me comprende, querida?

—Creo que no —dijo Tuppence —, ¿No piensa usted que deberíamos facilitar la entrada en la casa de los Perry? En este momento deben de sentirse nerviosos...

—No. No vamos a permitir la entrada de los Perry en el edificio. Luego... Después. Cuando le haya contado todo lo que quiero contarle, ¿eh? Se trata de algo completamente, completamente natural, inofensivo. No sufrirá ningún dolor. Será como si se quedara dormida. No hay nada malo en ello.

Tuppence miró fijamente a su interlocutora. A continuación se puso en pie de un salto, acercándose a la puerta del muro.

—No podrá usted salir por ahí —dijo la señora Lancaster —. Usted —no sabe cómo accionar el mecanismo. No se encuentra donde usted cree. Solamente yo lo sé... Yo conozco todos los secretos de esta casa. Viví aquí en compañía de esos delincuentes de que le he hablado siendo una niña. Hasta que logré salvarme. Es una salvación muy especial la mía. Se me dio una orden, para que expiara mi pecado... Esa criatura, ¿sabe?... La maté yo. Yo era una bailarina... No quería tener hijos... Ahí, en el muro, ahí está mi retrato..., de cuando era bailarina...

Tuppence miró hacia el punto señalado por el sarmentoso dedo de la anciana. De la pared colgaba una acuarela. Veíase en el cuadro una danzarina, con el blanco traje de baile, con una leyenda al pie «Waterlily».

—El de Waterlily fue siempre uno de mis mejores papeles. Es lo que afirmaba todo el mundo.

Tuppence retrocedió poco a poco, sentándose de nuevo lentamente. Escrutó el rostro de la señora Lancaster. Recordó ciertas palabras, unas palabras oídas en Sunny Ridge: «¿Pensaba usted en su pobre criatura?» Habíase sentido asustada entonces, asustada. Volvía a sentir miedo ahora. ¿Por qué? Lo ignoraba. Contemplaba sin saber qué pensar aquella faz de benévola expresión que tenía delante, aquella amable sonrisa...

—Me habían sido ordenadas ciertas cosas... Yo tenía que obedecer. Era preciso que hubiese agentes destructores. Yo fui designada como tal. Acepté la misión... Ellos estaban libres de pecado. Me refiero a los niños. No habían tenido tiempo para pecar todavía. Y los envié a la Gloria, tal como se me había mandado. Inocentes todavía. Todavía desconocedores del mal. Usted ya comprende... Era un gran honor figurar entre los elegidos. Yo siempre amé a los niños. No tuve ningún hijo... Esto era una crueldad terrible, ¿verdad? Sí, era cruel. Aquello suponía mi expiación por lo que hiciera. Usted sabe, quizá qué fue lo que hice.

—No —respondió Tuppence.

—¡Y yo creí que usted sabía tantas cosas! Me figuré que sabría eso también. Conocí la existencia de un doctor... Fui a verle. Tenía dieciocho años solamente y yo estaba asustada. Me dijo que todo marcharía bien, que no le costaría nada deshacerse del niño, que nadie se enteraría de ello. Pero no fue tan bien la cosa como él se figurara. Comencé a sufrir pesadillas. Soñaba que el niño se plantaba delante de mí, preguntándome por qué no había podido llegar al mundo. Esta criatura me decía que necesitaba la compañía de algunos amiguitos. Bueno, era una niña, ¿sabe usted? Sí. Estoy segura de que era una niña. Me dijo que necesitaba disfrutar de la compañía de otros niños. Luego, advertí el mandato. Yo no podía tener hijos ya. Me casé, imaginándome que los tendría; mi marido los deseaba apasionadamente. Pero no llegaron nunca, porque yo estaba maldita, ¿comprende? ¿Me comprende? Pero había una forma de expiar mi culpa, de expiar mi gran pecado. Yo había cometido un crimen y éste sólo se puede expiar con otros crímenes, que no son ya realmente tales crímenes, sino sacrificios. Es decir, ofrecimientos... Usted se da cuenta de la diferencia que hay entre ambos conceptos, ¿no? Los niños sacrificados iban a hacer compañía a mi hija. Eran criaturas de distintas edades, pero criaturas en fin de cuentas. Me había sido encomendada aquella misión y yo la cumplimentaba con agrado. Además —la señora Lancaster tornó a inclinarse sobre Tuppence, tocándola ahora en un hombro —, me sentía feliz, con mi cometido. Me comprende, ¿verdad? Experimentaba un gran consuelo al saber que aquellos seres abandonaban esta vida sin haber pecado. Yo, en cambio... Por supuesto, no podía explicárselo a nadie. Nadie me habría comprendido. Todo tenía que seguir siendo un secreto. Forzosamente. Pero surgieron personas que quisieron hacer averiguaciones, que sospecharon algo. Desde luego... Era preciso que murieran también, para mantenerme yo a salvo. Siempre lo conseguí. ¿Me comprende?

—No... Por completo, no.

—Usted, sin embargo, conoce mi secreto. ¿No fue ésa la razón de su presencia aquí? Usted estaba enterada de todo. Usted recordará lo que le pregunté en Sunny Ridge. Pude observar su expresión. Le pregunté: «¿Pensaba usted en su pobre criatura?» Me dije que vendría a verme... La tomé por una madre más. Una de las madres a las que privé de sus hijos. Esperaba que volviera en cualquier ocasión para saborear un vaso de leche, en mi compañía, las dos juntas. Habitualmente, se trataba de leche. En otras ocasiones, era chocolate. Estas bebidas eran para todas aquellas personas que sabían a qué atenerse con respecto a mí.

La señora Lancaster cruzó la habitación, abriendo las puertas de un armario.

—¿Fue una de esas personas... la señora Moody? —inquirió Tuppence.

—¡Oh! Se acuerda de ella, ¿eh? No era una de las madres... Había trabajado como modista en el teatro. Me reconoció. Así, pues, tenía que desaparecer.

La señora Lancaster se volvió repentinamente en este momento hacia Tuppence. Llevaba un vaso de leche en la mano y sonreía, persuasiva.

Se plantó ante ella.

—Bébaselo —ordenó lacónicamente,

Tuppence continuó sentada durante unos segundos. De repente, se levantó, echando a correr en dirección a la ventana.

Cogiendo una silla por el respaldo, la descargó con todas sus fuerzas contra los cristales, los cuales se hicieron añicos. Seguidamente, se asomó por la abertura practicada gritando:

—¡Socorro! ¡Socorro!

La señora Lancaster se echó a reír. Dejó el vaso sobre una mesa y tomó asiento. Al recostarse en su silla, soltó una carcajada.

—¡Qué estúpida es usted, amiga mía! ¿Quién cree que puede acudir aquí? ¿Quién? Los que vinieran tendrían que derribar puertas y también algún muro. Además, dispongo de otros medios. No hay por qué aferrarse al vaso de leche. Este procedimiento es la fórmula más cómoda La leche, sí, como el chocolate, y el té, incluso. A la menuda señora Moody le administré chocolate... Le gustaba con locura el chocolate,

—En cuanto a la morfina... ¿Cómo se la procuraba?

—¡Bah! Eso era fácil... Hubo un hombre con el que viví hace años. Padecía un cáncer... El médico me facilitaba drogas para él. No todas fueron consumidas. Me hice así de un pequeño depósito, figurándome que tal vez algún día me fuese de utilidad... —La señora Lancaster mostró a Tuppence el vaso de leche —. Bébaselo. Es el procedimiento más cómodo. El otro... Lo malo es que no se donde lo he dejado exactamente.

La anciana se puso en pie, comenzando a ir de un lado para otro de la habitación.

—¿Dónde lo puse? ¿Dónde? Cada día ando peor de memoria...

Tuppence gritó de nuevo.

—¡Socorro!

Pero en la orilla del canal no debía de haber absolutamente nadie.

La señora Lancaster continuaba yendo de una puerta a otra del cuarto.

—Me parece que... ¡Ah, ya!... En el bolso de costura estará, seguro.

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