El Cortejo de la Princesa Leia (54 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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Esperó medio segundo mientras Zsinj se volvía hacia su pantalla para ver al
Halcón
lanzándose a toda velocidad sobre él, y vio la luz de la comprensión apareciendo en sus ojos. Han disparó sus dos últimos cohetes de alta potencia.

La mitad superior del módulo de mando delantero del
Puño de Hierro
se desintegró convirtiéndose en una cascada de metal desmenuzado, y el destructor se convirtió en un blanco indefenso en cuanto sus escudos hubieron quedado desactivados. Un disparo del cañón iónico de Han envolvió al
Puño de Hierro
en una nube de relámpagos azulados, y con sus complejos circuitos destruidos, el Destructor Estelar no pudo hacer nada para defenderse de la andanada de torpedos protónicos que cayó sobre él. Han aceleró alejándose de la nave agonizante y salió de órbita durante un momento, decidido a dejar cualquier otro combate singular en manos de los hapanianos. Con Zsinj desaparecido, Han supuso que sólo transcurrirían unos momentos antes de que la flota imperial se rindiera.

No hubo gritos salvajes de celebración a su espalda, y en vez de alegría había un profundo silencio.

Han descubrió que le temblaban las manos, y se le nubló la vista.

—Toma los controles durante un minuto, Chewie —dijo.

Han cruzó los brazos encima del pecho. Meses de frustración, meses de dudas y preocupaciones y temores... Eso era lo que Zsinj le había costado.

Han sintió el roce de las delgadas manos de Leia sobre sus hombros dándole masaje. Su respiración se había vuelto entrecortada, y se reclinó en el sillón del capitán permitiendo que una parte de la tensión se fuera disipando poco a poco. Era como si sus músculos se hubieran ido poniendo más y más rígidos a lo largo de los últimos cinco meses, dejándole convertido en una apretada masa de nudos que habían empezado a desenredarse por sí solos. «Debo de haber sido un hombrecillo insoportable», comprendió de repente, y se preguntó cómo podía habérsele pasado por alto y por qué no lo había percibido, y se prometió a sí mismo que nunca volvería a permitir que ocurriera.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Leia.

Han reflexionó durante unos momentos antes de contestar. Matar a Zsinj no era algo que pudiera hacerte sentir bien. Matar era tan insignificante, tan mezquino... Pero a pesar de ello estaba sintiendo un profundo alivio.

—Sí —dijo—. No me había sentido tan bien desde que... Bueno, ya no me acuerdo.

—El monstruo tiene una cabeza menos —dijo Leia.

—Sí —dijo Han—. Ahora que papá tiburón ha muerto, todos los tiburoncitos tendrán que empezar a comerse los unos a los otros.

—Y pronto habrá muchos menos tiburones que antes —dijo Leia.

—Y mientras tanto, la Nueva República puede introducirse a toda velocidad en el antiguo territorio de Zsinj y quitarles unos cuantos centenares de sistemas estelares de entre las manos —añadió Han.

Leia hizo girar su sillón y Han pudo ver a Isolder, Teneniel, Luke y los androides en el pasillo, y pensó en lo curioso que resultaba el que casi todo el mundo quisiera estar rodeado de gente para celebrar una victoria. Han siempre había preferido disfrutar las victorias a solas.

—Has ganado —dijo Leia, y sus ojos brillaban y estaban llenos de lágrimas.

—¿Quieres decir que he ganado la guerra? —replicó Han, y se preguntó si Leia estaba intentando hacer que se sintiera feliz—. No. Todavía falta mucho para ganarla.

—No me refería a eso... Estaba hablando de nuestra apuesta —dijo Leia—. Siete días en Dathomir, ¿lo recuerdas? Dijiste que si volvía a enamorarme de ti, tendría que casarme contigo. Los siete días aún no han transcurrido. Has ganado la apuesta.

—Oh, eso... —dijo Han—. Oye, era una apuesta estúpida. Nunca podría obligarte a hacer algo semejante... No te exigiré que cumplas con tu parte del trato.

—Ah, ¿sí? ¡Pues yo sí que te lo voy a exigir! —gritó Leia.

Le tomó el mentón en las manos y le besó con un beso muy lento y prolongado que pareció penetrar hasta la última fibra de su dolorido ser, curando todos sus males y haciendo que volviera a ser el Han Solo de siempre.

Isolder vio como se besaban. Todo aquel episodio podía causar problemas muy serios en Hapes. Las reacciones serían muy negativas, eso estaba claro. Y sin embargo..., Isolder se sentía muy feliz por ellos.

Su comunicador zumbó en un canal de seguridad al que sólo podían tener acceso las fuerzas de seguridad hapanianas. Isolder lo descolgó de su cinturón, lo abrió y vio la imagen de Astarta en la diminuta pantalla del comunicador. Su guardaespaldas le sonrió.

—Me alegra verte —dijo Isolder—, pero no esperaba la llegada de la flota hasta dentro de tres días..., lo cual significa que alguien les ordenó volar por una ruta prohibida.

—En cuanto salí de Dathomir, introduje la ruta del Jedi en los astrogadores de nuestra flota mediante la holovisión —dijo Astarta—. La flota pudo recortar el trayecto en unos cuantos parsecs.

—Hmmmm... —murmuró Isolder—. Una buena idea, pero aun así tuvo que ser un viaje bastante peligroso.

—Obedecimos órdenes de vuestra madre —le explicó Astarta—. Llegará mañana con la flota de Olanji. Hemos empezado a recibir mensajes de rendición de las naves de Zsinj. Por el momento y hasta la llegada de vuestra madre os corresponde el mando de la flota, príncipe Isolder, así que debo preguntaros cuáles son vuestros deseos.

Isolder sintió que la mente le daba un vuelco, y le asombró que su madre hubiera decidido correr aquel riesgo por él.

—Aceptad únicamente las rendiciones incondicionales y empezad a hacer los preparativos para llevar cualquier Destructor Estelar que esté en condiciones de navegar a Hapes —dijo—. En cuanto al astillero imperial... ¡Destruidlo!

—Sí, príncipe —respondió Astarta—. ¿Cuándo debemos estar preparados para partir?

Isolder reflexionó durante unos momentos. Zsinj podía haber solicitado refuerzos, y tendrían que alejarse de Dathomir lo más pronto posible.

—Dentro de dos días.

—¿Dos días? —preguntó Astarta, y el tono de sorpresa que empleó indicó que la retirada le parecía considerablemente lenta—. Tendremos que verificarlo con vuestra madre.

—Hay prisioneros políticos en el planeta, así como varios miles de habitantes que quizá deseen ser evacuados —dijo Isolder con firmeza—. Tendremos que ponernos en contacto con ellos y proporcionarles la oportunidad de irse.

Capítulo 27

A la tarde siguiente, Han fue recogiendo hermanas de los nueve clanes de Dathomir para llevarlas a una celebración en la sala de guerreras de la Montaña del Cántico. Las brujas llevaban sus mejores cascos y ropas, pero sus galas parecían míseras cuando se las comparaba con el esplendor de la Reina Madre, que se había vestido con sedas y se había adornado la cabellera con gemas arco iris del planeta Gallinore. La Ta'a Chume no parecía estar disfrutando mucho de la fiesta y se había reclinado cautelosamente sobre los almohadones de cuero en una postura un poco tensa, como si incluso lo mejor que podían ofrecer las brujas estuviera muy por debajo de su dignidad. Movía continuamente la mano alejando insectos para que no le picaran, y no paraba de lanzar miradas nerviosas a la puerta. Estaba claro que ardía en deseos de volver a Hapes y a sus propios asuntos.

Han la estuvo observando durante todo el curso de la fiesta, fascinado por el hermoso rostro oculto detrás del velo color violeta pálido y asombrado y un poco escandalizado por sus pésimos modales.

En el momento culminante de la fiesta, Han entregó el título de propiedad de Dathomir a Augwynne, y la anciana lloró de gratitud. Después Augwynne ordenó a sus sirvientes que trajeran el oro y las gemas que había reunido, y los sirvientes fueron vaciando sus cestas sobre el suelo a los pies de Han.

El asombro dejó mudo a Han durante un momento.

—Yo... Eh... Vaya, se me había olvidado —logró decir por fin—. Bueno, en realidad yo no quiero todo esto y... —Se volvió hacia Leia y la miró a los ojos—. Ya tengo todo lo que quiero.

—Un trato es un trato, general Solo —dijo Augwynne—. Además, la deuda que hemos contraído contigo es tan grande que nunca podremos pagarla... No sólo nos has liberado de Zsinj, sino que también ayudaste a destruir a las Hermanas de la Noche. Siempre estaremos en deuda contigo.

—Sí, pero... —empezó a protestar Han, pero Leia le dio un codazo en las costillas.

—Acéptalas —murmuró—. Podemos usarlas para pagar la boda.

Han contempló las gemas amontonadas a sus pies, y se preguntó en qué clase de boda estaba pensando Leia y hasta dónde llegaría la magnitud de la ceremonia que planeaba celebrar.

—He de hacer un anuncio que también afectará a vuestro pueblo. —El príncipe Isolder se levantó del almohadón en el que había estado sentado al lado de su madre, y extendió la mano señalando el otro extremo de la sala—. Teneniel Djo, la nieta de Augwynne Djo, ha consentido en ser mi esposa.

—¡No! —gritó la Ta'a Chume, y se puso en pie y fulminó con la mirada a su hijo—. No puedes casarte con una mujer de este apestoso agujero de barbarie... ¡Lo prohibo! Esa joven no puede ser la Reina Madre de Hapes.

—Es una princesa, y está destinada a heredar su planeta —dijo Isolder—. Creo que como cualificación es más que suficiente. Aún te quedan muchos años para seguir sentada en el trono, y puedes irla adiestrando en ese tiempo.

—Aunque sea una princesa —dijo la Reina Madre—, cosa que dudo mucho pudieras demostrar... ¡Oh, pero si los derechos de propiedad sobre este mundo que ostenta su familia sólo tienen cinco minutos de existencia! No tiene sangre real, carece del linaje necesario...

—Pero la amo —dijo Isolder— y me casaré con ella tanto con tu permiso como sin él.

—Estúpido... —siseó la Ta'a Chume—. ¿Acaso crees que yo lo permitiría?

—No —dijo Luke desde el fondo de la sala—, al igual que yo estoy seguro de que nunca tuviste ninguna intención de que Isolder se casara con Leia. ¿Por que no te quitas el velo y le dices quién envió a los asesinos para que acabaran con ella? —La voz de Luke tenía el tono imperioso y seguro de sí mismo que adquiría cuando usaba la Fuerza. La Ta'a Chume se encogió sobre sí misma como si acabaran de rozarla con un aguijón eléctrico, y retrocedió un poco—. Adelante —dijo Luke—, quítate el velo y cuéntaselo.

Las manos de la Ta'a Chume temblaron cuando apartó el velo de su rostro. El esfuerzo que estaba haciendo para resistirse a la orden de Luke resultaba evidente, pero no le sirvió de nada.

—Yo envié a los asesinos —murmuró.

Isolder abrió mucho los ojos y sintió una pena inmensa.

—¿Por qué? —preguntó—. Diste tu permiso, enviaste tus regalos y tu séquito... No hice nada en secreto.

—Solicitaste una alianza que yo no podía aprobar —respondió la Ta'a Chume—. Escogiste a una pacifista sin dote procedente de una democracia. ¡Escucha cómo habla de esa Nueva República de la que tanto se enorgullece! Nuestra familia ha gobernado el cúmulo de Hapes durante cuatro mil años, pero tú estabas dispuesto a poner todo Hapes en sus manos, ¡y dentro de una generación sus hijos ya habrían cedido el control del gobierno al populacho!

»Aun así, no quería responderte con una negativa inmediata. No quería... debilitar... la lealtad que sientes hacia mí.

—¿Prefieres matar a alguien antes que correr el riesgo de perder mi lealtad? —Isolder se dio cuenta de que la ira se estaba adueñando de él—. Quizá albergabas la esperanza de que eso te permitiría distanciarme todavía más de mis tías...

La Reina Madre entrecerró los ojos.

—Oh, tus tías han cometido bastantes asesinatos, desde luego. Son tan peligrosas como crees, te lo aseguro... Pero Leia es una pacifista. No puedo permitir que te cases con una pacifista. Sería demasiado débil para gobernar. ¿Es que no lo comprendes? Si Hapes hubiera tenido una presencia militar más fuerte antes del surgimiento del Imperio, como siempre he propugnado, entonces nunca habríamos caído ante él. Los pacifistas de palabras melosas y los diplomáticos han estado a punto de destruir nuestro reino.

—Y la dama Elliar era una pacifista —dijo Isolder con voz asombrada—. ¿También la mataste?

La Ta'a Chume se tapó el rostro con el velo y ladeó la cabeza.

—No voy a consentir que se me interrogue de esta manera —dijo—. Me marcho.

—Y mi hermano... ¿Era demasiado débil para gobernar? —preguntó Isolder en un tono lleno de asombro y horror—. ¿Era eso? ¿Es que nunca has tenido intención de permitir que nadie salvo tú misma elija a tu sucesora?

La Ta'a Chume se volvió en redondo.

—¡Guárdate tus suposiciones para ti! —replicó con vehemencia—. No pienses en cosas que nunca podrás llegar a comprender... Después de todo, no eres más que un hombre.

—¡Comprendo muy bien lo que es el asesinato! —gritó Isolder mientras la ira hacía temblar las aletas de su nariz—. ¡Comprendo muy bien lo que es el infanticidio!

Pero la Ta'a Chume ya había empezado a abrirse paso entre el gentío y se dirigía hacia la puerta.

Teneniel se volvió hacia Isolder y le cogió por el codo.

—Deja que razone con ella —le dijo en voz baja—. Ta'a Chume... —añadió sin levantar la voz, y la Ta'a Chume se detuvo como si Teneniel hubiera tirado de ella mediante un cordón invisible—. Voy a casarme con tu hijo, y algún día gobernaré tus mundos en tu lugar.

La Ta'a Chume se dio la vuelta, y cuando contempló a Teneniel a través de la seda violeta de su velo, sus ojos ardían tan intensamente como dos antorchas.

—Puedo asegurarte que no soy ninguna pacifista —siguió diciendo Teneniel—. Durante los dos últimos días he matado a varias personas, y si alguna vez intentas hacerme daño o hacer daño a alguien que quiera, te obligaré a confesar públicamente todos tus crímenes y luego te ejecutaré. ¡Te aseguro que lo haré, pues hasta ese extremo me pareces despreciable!

Las cuatro guardaespaldas de la Ta'a Chume habían permanecido inmóviles junto a la pared hasta aquel momento. Teneniel no podía saberlo, pero amenazar a la Reina Madre estaba condenado con la ejecución inmediata. Las guardaespaldas de la reina se dispusieron a coger sus desintegradores, y Teneniel movió la mano. Los desintegradores quedaron aplastados y cayeron al suelo. Una de las guardaespaldas se lanzó sobre ella, y Teneniel movió la mano y la golpeó desde lejos con un puño invisible. La mandíbula de la mujer se rompió con un terrible crujido, y cayó de espaldas sobre el suelo, totalmente aturdida.

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