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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (39 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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—¿Qué? —preguntó Newt.

—Empezaré de nuevo —dijo Thomas, restregándose los ojos—. Nos escogieron cuando éramos muy pequeños. No recuerdo cómo o por qué. Sólo tengo visiones y sensaciones de que las cosas cambiaron en el mundo, de que pasó algo muy malo. No tengo ni idea de qué fue. Los creadores se nos llevaron, y creo que ellos pensaron que sus motivos estaban justificados. De algún modo, averiguaron que nuestra inteligencia era superior a la media y por eso nos eligieron. No sé, casi todo esto es muy vago y, de todas formas, tampoco tiene tanta importancia.

»No recuerdo nada de mi familia o de lo que le sucedió. Pero, después de que nos cogieran, pasamos unos años aprendiendo en escuelas especiales, viviendo una vida normal hasta que, por fin, fueron capaces de financiar y construir el Laberinto. Nuestros nombres son sólo apodos estúpidos que se inventaron. Alby por Albert Einstein, Newt por Isaac Newton, y yo me llamo Thomas por Edison.

Parecía que a Alby le hubieran dado una bofetada.

—Nuestros nombres… ¿Ni siquiera nos llamamos así de verdad?

Thomas negó con la cabeza.

—Por lo que sé, seguramente nunca hemos sabido nuestros nombres reales.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Fritanga—. ¿Que somos unos putos huérfanos criados por científicos?

—Sí —contestó Thomas, esperando que su expresión no revelara lo deprimido que se sentía—Supuestamente, somos muy inteligentes y estudian todos los movimientos que hacemos, nos analizan. Para ver quién se rinde y quién no. Para ver quién sobrevive a todo. No me extraña que haya tantas cuchillas escarabajo en este sitio. Además, algunos de nosotros tienen cosas… alteradas en el cerebro.

—Me creo esta clonc igual que creo que te gusta la comida de Fritanga —refunfuñó Winston, con aire cansado e indiferente.

—¿Por qué iba a inventarme tal cosa? —exclamó Thomas, subiendo el tono de voz. ¡Había dejado que le picaran adrede para recordar!—. Mejor aún, ¿cuál crees tú que es la explicación? ¿Que vivimos en un planeta alienígena?

—Sigue hablando —dijo Alby—. Pero no entiendo por qué nadie recuerda eso. Yo he pasado por el Cambio y lo único que vi fue… —miró enseguida a su alrededor, como si acabara de decir algo que no debía—. No averigüé nada.

—Ahora mismo te diré por qué creo que me he enterado de más cosas que los demás —respondió Thomas, temiendo esa parte de la historia—. ¿Sigo o no?

—Habla —asintió Newt.

Thomas respiró hondo, como si estuviera a punto de empezar una carrera.

—Vale. No sé cómo, nos borraron la memoria; no sólo nuestra infancia, sino también todo lo referente a cómo entramos en el Laberinto. Nos metieron en la Caja y nos enviaron aquí arriba. Al principio, éramos un gran grupo y luego enviaron uno al mes durante los últimos dos años.

—Pero ¿por qué? —preguntó Newt—. ¿Qué sentido tiene?

Thomas alzó una mano para pedir silencio.

—Ya voy. Como he dicho, querían probarnos, ver cómo reaccionaríamos a lo que ellos llaman Variables y ante un problema que no tiene solución. Querían ver si podíamos trabajar juntos, incluso si construíamos una comunidad. Nos suministraban de todo y el problema planteado era uno de los puzzles más comunes conocidos por la civilización: un laberinto. A todo esto le añadimos que nos hicieron creer que había una solución para animarnos a trabajar duro al mismo tiempo que aumentaban nuestro desánimo al no encontrar nada —hizo una pausa para mirar a su alrededor y asegurarse de que todos estaban escuchando—. Lo que estoy diciendo es que no hay solución.

Todos empezaron a hablar a la vez y las preguntas se solaparon unas con otras. Thomas volvió a alzar la mano, deseando transmitir sus pensamientos a los cerebros de los demás.

—¿Veis? Vuestra reacción demuestra lo que acabo de decir. La mayoría de la gente ya se hubiera rendido. Pero creo que somos distintos. No podemos aceptar que un problema no pueda resolverse, sobre todo cuando es algo tan simple como un laberinto. Seguimos esforzándonos sin importar que no haya esperanza —Thomas se dio cuenta de que su voz se iba alzando cada vez más y notó que le ardía la cara—. ¡Sea cual sea la razón, me pone enfermo! Todo esto, los laceradores, las paredes que se mueven, el Precipicio… no son más que elementos de una estúpida prueba. Nos han usado y manipulado. Los creadores querían que nuestras mentes buscaran una solución que nunca ha existido. Y lo mismo respecto a que enviaran aquí a Teresa, que la utilizaran como el desencadenante del Final, signifique lo que signifique; que cerraran este sitio, que el cielo se volviera gris, etcétera, etcétera. Nos lanzan locuras para ver nuestra reacción y probar nuestra voluntad. Para ver si nos volvemos los unos contra los otros. Al final, quieren a los supervivientes para hacer algo importante.

Fritanga se levantó.

—¿Matando gente? ¿Esa es la parte bonita del plan?

Por un instante, Thomas sintió miedo; le preocupaba que los guardianes se enfadaran con él por saber tanto. Y las cosas se iban a poner mucho peor.

—Sí, Fritanga, matando gente. El único motivo por el que los laceradores lo están haciendo uno a uno es para que no muramos todos antes de que acabe como se supone que tiene que acabar. Sobrevivirán los más apropiados. Sólo los mejores podrán escapar.

Fritanga le dio una patada a su silla.

—¡Bueno, pues será mejor que empieces a hablar de esa huida mágica!

—Lo hará —dijo Newt, tranquilo—. Cállate y escucha.

Minho, que había estado en silencio todo el tiempo, se aclaró la garganta.

—Algo me dice que no me va a gustar lo que estoy a punto de oír.

—Probablemente, no —contestó Thomas. Cerró los ojos un segundo y se cruzó de brazos. Los próximos minutos iban a ser cruciales—. Los creadores quieren a los mejores para lo que sea que hayan planeado. Pero nos lo tenemos que ganar —la sala se quedó en absoluto silencio y todos los ojos se posaron sobre él—. El código.

—¿El código? —repitió Fritanga con una voz iluminada por un rayo de esperanza—. ¿Qué pasa con el código?

Thomas le miró e hizo una pausa para darle más dramatismo.

—Estaba oculto en los mecanismos de las paredes del Laberinto por una razón. Yo debería saberlo, porque estaba allí cuando los creadores lo hicieron.

Capítulo 50

Durante un buen rato, nadie dijo nada y lo único que Thomas vio fue caras inexpresivas. Notó el sudor en la frente, resbalando por sus manos; le aterrorizaba continuar hablando. Newt parecía totalmente desconcertado y, finalmente, rompió el silencio:

—¿De qué estás hablando?

—Bueno, antes quiero compartir con vosotros algo sobre Teresa y sobre mí. Existe una razón por la que Gally me acusó de todo aquello y por la que me reconocen los que han pasado por el Cambio —esperaba preguntas, un estallido de voces, pero la sala estaba en completo silencio—. Teresa y yo somos… diferentes —continuó—. Éramos parte de las Pruebas del Laberinto desde el principio, pero en contra de nuestra voluntad, lo juro.

Minho fue el que habló a continuación:

—Thomas, ¿de qué estás hablando?

—Los creadores nos utilizaron a Teresa y a mí. Si os devolvieran vuestros recuerdos, seguramente querríais matarnos. Pero tenía que contároslo para demostraros que ahora podéis confiar en nosotros. Así que tendréis que creerme cuando os diga la única forma que hay de salir de aquí.

Thomas estudió rápidamente los rostros de los guardianes y se preguntó por última vez si debía contarlo, si lo entenderían. Pero sabía que tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo. Respiró hondo y, entonces, lo dijo:

—Teresa y yo ayudamos a diseñar el Laberinto. Ayudamos a crearlo todo.

Todos parecieron demasiado atónitos para responder y se le quedaron mirando otra vez inexpresivos. Thomas se figuró que no lo habían entendido o que no le creían.

—Y eso ¿qué significa? —preguntó Newt al final—. Tienes dieciséis malditos años. ¿Cómo ibas a crear un Laberinto?

Thomas no pudo evitar dudar él también un poco, pero sabía lo que había recordado. Aunque fuese una locura, sabía que era cierto.

—Éramos… inteligentes. Y creo que puede ser una parte de las Variables. Pero lo más importante es que Teresa y yo tenemos… un don que nos hizo muy valiosos mientras diseñaban y construían este lugar —se detuvo, pues sabía que todo debía de sonar absurdo.

—¡Habla! —gritó Newt—. ¡Desembucha!

—¡Somos telépatas! ¡Podemos comunicarnos en nuestras puñeteras cabezas! —al decirlo en voz alta, casi se sintió avergonzado, como si hubiera confesado ser un ladrón. Newt parpadeó por la sorpresa; alguien tosió—. Pero escuchadme —continuó Thomas, ansioso por defenderse—, ellos nos obligaron a que les ayudáramos. No sé cómo ni por qué, pero lo hicieron —hizo una pausa—. Quizá para ver si nos ganábamos vuestra confianza, a pesar de haber sido parte de ellos. Quizá nuestra función siempre fue revelar cómo escapar. Sea cual sea el motivo, con vuestros mapas desciframos el código y ahora tenemos que usarlo.

Thomas miró a su alrededor y vio que, sorprendente y asombrosamente, nadie parecía estar enfadado. Casi todos los clarianos siguieron mirándole pasmados o sacudieron la cabeza sin dar crédito a sus oídos. Y, por alguna extraña razón, Minho estaba sonriendo.

—Es verdad, y lo siento —continuó Thomas—. Pero os diré una cosa: ahora estoy en el mismo barco que vosotros. A Teresa y a mí nos enviaron como al resto y podemos morir con la misma facilidad. Los creadores han visto suficiente, ha llegado la hora de la última prueba. Supongo que necesitaba el Cambio para encajar las últimas piezas del puzzle. Bueno, quería que supierais la verdad y que existe una posibilidad de salir de esta.

Newt sacudió la cabeza adelante y atrás, y se quedó con la vista clavada en el suelo. Luego, levantó la cabeza y miró a los guardianes.

—Los creadores son los que nos han hecho esto, no Tommy ni Teresa. Los creadores. Y se arrepentirán.

—Lo que tú digas —replicó Minho—, a quién le importa una clonc todo eso. Sigue contando cómo escapar.

A Thomas se le hizo un nudo en la garganta. Se sentía tan aliviado que apenas podía hablar. Estaba tan seguro de que se enfurecerían al oír su confesión, si es que no le tiraban por el Precipicio, que ahora lo que le quedaba por decir le resultaba fácil.

—Hay una central informática situada en un sitio donde nunca hemos mirado. El código abrirá la puerta y podremos salir del Laberinto. También desconecta a los laceradores para que no puedan seguirnos, si es que podemos sobrevivir tanto tiempo como para llegar hasta allí.

—¿Un sitio donde nunca hemos mirado? —repitió Alby—. ¿Qué crees que hemos estado haciendo durante dos años?

—Creedme, nunca habéis estado allí.

Minho se levantó.

—Bueno, ¿dónde está?

—Es casi un suicidio —dijo Thomas, a sabiendas de que postergaba la respuesta—. Los laceradores irán detrás de nosotros en cuanto descubran lo que pretendemos hacer. Todos. Es la prueba final.

Quería asegurarse de que habían entendido lo que estaba en juego. Había muy pocas probabilidades de que todos sobrevivieran.

—¿Y dónde está? —preguntó Newt, inclinándose hacia delante en la silla.

—En el Precipicio —respondió Thomas—. Tenemos que atravesar el Agujero de los Laceradores.

Capítulo 51

Alby se levantó tan deprisa que la silla se cayó hacia atrás. Sus ojos inyectados en sangre destacaban en contraste con el vendaje blanco de su frente. Dio dos pasos hacia delante antes de detenerse, como si estuviera a punto de atacar a Thomas.

—Eres un fuco idiota —dijo, fulminando a Thomas con la mirada— o un traidor. ¿Cómo vamos a confiar en ti, si ayudaste a diseñar este sitio? ¡Si nos pusiste aquí! Si no podemos con un lacerador en nuestro propio terreno, mucho menos vamos a luchar contra toda una horda en su agujerito. ¿Qué pretendes?

Thomas se sintió furioso.

—¿Qué pretendo? ¡Nada! ¿Por qué iba a inventarme todo esto?

Los brazos de Alby se tensaron con los puños apretados.

—Por lo que sabemos, te enviaron para que nos mataran a todos. ¿Por qué íbamos a confiar en ti?

Thomas se quedó con la vista fija, sin dar crédito a lo que oía.

—Alby, ¿tienes un problema de memoria a corto plazo? Arriesgué mi vida para salvarte en el Laberinto. ¡Estarías muerto si no fuera por mí!

—A lo mejor fue un truco para ganarte nuestra confianza. Si estuvieras conchabado con esos fucos que nos enviaron aquí, no habrías tenido que preocuparte por que los laceradores te hicieran daño; quizá fue todo teatro.

El enfado de Thomas disminuyó un poco al oír eso y se convirtió en lástima. Algo le extrañaba, era sospechoso.

—Alby —terció por fin Minho, aliviando a Thomas—, esa es la teoría más tonta que he oído en mi vida. Hace tres noches le destrozaron. ¿Crees que eso también era teatro?

Alby asintió una vez de manera cortante.

—Quizás.

—Lo hice —dijo Thomas, proyectando todo el fastidio posible en su voz— para obtener recuerdos, para ayudarnos a salir de aquí. ¿Hace falta que te enseñe los cortes y morados que tengo por todo el cuerpo?

Alby no dijo nada y su rostro siguió temblando por la cólera. Los ojos le lloraban y las venas se le hinchaban en el cuello.

—¡No podemos regresar! —gritó por fin, y se volvió para mirar a todos los presentes en la sala—. He visto cómo eran nuestras vidas. ¡No podemos regresar!

—¿Se trata de eso? —inquirió Newt—. ¿Estás de broma?

Alby se volvió hacia él con fiereza y hasta levantó un puño. Pero se detuvo, bajó el brazo, se sentó en la silla, hundió la cara en las manos y se derrumbó. Thomas no podría haberse sorprendido más. El intrépido líder de los clarianos estaba llorando.

—Alby, háblanos —le presionó Newt, pues no quería que dejara el tema—. ¿Qué pasa?

—Yo lo hice —respondió Alby entre incontrolables sollozos—. Yo lo hice.

—¿Qué hiciste? —preguntó Newt, que parecía tan confundido como se sentía Thomas.

Alby levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas.

—Yo quemé los mapas. Yo lo hice. Me golpeé la cabeza con la mesa para que pensarais que había sido otra persona; mentí, fui yo el que lo quemó todo. ¡Fui yo!

Los guardianes intercambiaron miradas; los ojos abiertos de par en par y las cejas enarcadas dejaban clara su sorpresa. Aunque, para Thomas, ahora todo tenía sentido. Alby recordaba lo horrible que era su vida antes de llegar allí y no quería volver.

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