El códice del peregrino

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Authors: José Luis Corral

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: El códice del peregrino
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Diego y Patricia, una pareja de traficantes internacionales de obras de arte, son contratados por un millonario francés para realizar un trabajo «especial»: robar el Códice Calixtino, un manuscrito del siglo XII custodiado en la catedral de Santiago de Compostela.

El Códice es mucho más que una guía para el peregrino. En sus páginas, oculto mediante una técnica medieval, se esconde un evangelio desconocido, donde se revelan datos inquietantes sobre la historia encubierta de la familia de Jesucristo, sus asombrosas relaciones de parentesco, los conflictivos orígenes del cristianismo, el sepulcro del apóstol Santiago y el culto a sus presuntas reliquias, que propició el desarrollo del Camino.

Una trama apasionante cuajada de sorpresas, intrigas y conspiraciones en torno al descubrimiento de la genealogía de Jesús.

José Luis Corral

El códice del peregrino

ePUB v2.0

Moower
24.09.12

El códice del peregrino

© José Luis Corral, 2012

Primera Edición: enero 2012

© Editorial Planeta, S.A., 2012

Editor original: Moower (v1.0 a v2.0)

Corrección de erratas: EfeJota

ePub base v2.0

A mis hijos Úrsula y Alejandro

que quieren seguir su camino

PARTE 1

LOS SIETE SELLOS

PRIMER SELLO

Un caballo blanco montado por un jinete coronado armado con un arco: El Hambre

El teléfono móvil de Diego sonó tres veces. La pantalla luminosa mostró la referencia de una llamada no identificada, pero el argentino supo que se trataba de su cliente en París.

—Está decidido. Los espero pasado mañana en mi casa. Ya conocen la dirección.

—Allí estaremos.

Eso fue todo.

—¿Era él? —le preguntó Patricia.

—Sí. El jueves nos espera en París.

Desde las ventanas de su casa en las afueras de Ginebra, Patricia y Diego podían ver el lago Lemán, cuyas aguas reflejaban el azul del cielo en aquel claro día de primavera.

—Ese hombre me produce intranquilidad —comentó Patricia mientras apuraba el último sorbo de su taza de mate.

—Pero es muy rico y paga una fortuna por cada «trabajo» —repuso Diego.

Patricia Veri y Diego Martínez eran pareja desde hacía algo más de siete años. Nacidos en Buenos Aires, ambos habían estudiado historia del arte en la principal universidad argentina. Diego había trabajado durante algún tiempo en una casa de subastas de obras de arte y antigüedades como perito de autenticación y de tasación, y Patricia lo había hecho en una galería de la avenida del Libertador.

Una mañana de febrero de 2004, Diego había recibido a un extraño personaje, un ciudadano argentino de origen sirio que portaba en un maletín una carpeta con un manuscrito sobre pergamino escrito en griego. Diego miró desconfiado a aquel tipo, que le ofreció revisar el manuscrito y le demandó su opinión profesional.

Enseguida comprobó que se trataba de un texto ilustrado en época bizantina, probablemente del siglo XII, con magníficas escenas de batallas pintadas por un miniaturista de gran calidad.

—¿Una crónica sobre las guerras de frontera entre bizantinos y árabes? —supuso Diego a la vista del manuscrito.

—En efecto; un ejemplar del
Digenis Akritas
, el poema épico griego escrito en el siglo XII donde se narran las batallas legendarias libradas entre bizantinos y musulmanes en la frontera del alto Eufrates en los siglos X y XI. ¿Cuál cree usted que sería su precio en una subasta?

—Existen varios ejemplares similares de esta obra; si no recuerdo mal hay algunos en Madrid, París y Nueva York.

—Éste es el más completo y el mejor ilustrado de cuantos se conocen.

—En ese caso, unos cuatrocientos mil dólares, quizá hasta medio millón si hay alguna biblioteca de alguna universidad norteamericana o japonesa interesada, o tal vez la Institución Smithsoniana de Washington. Pero si no se conoce su procedencia y no se puede demostrar que su propiedad es legítima, su venta se me antoja imposible.

—Le seré franco; se trata de un ejemplar procedente de los fondos de una conocida biblioteca.

—¿Un robo? En ese caso no puede salir al mercado legal. Lo siento pero no tiene venta posible; la policía de cualquier país lo inmovilizaría de inmediato y lo requisaría, y usted tendría un grave problema.

—Digamos que es parte del botín de guerra. Los vencedores siempre se han llevado su tajada; usted lo sabe bien. No le estoy pidiendo que lo valore para que salga en subasta pública en una puja legal. Ya me entiende.

—¿Qué pretende?

—Su asesoramiento como experto y su colaboración para venderlo; usted trabaja en subastas de antigüedades y conoce a muchos compradores.

—Eso es imposible. El gobierno argentino controla cada una de las subastas. Cada obra de arte es examinada por funcionarios del Ministerio de Cultura y se realiza un completo estudio sobre su procedencia y legalidad antes de autorizar su venta. Según me comenta, este manuscrito procede de un saqueo y supongo que ha sido robado antes de llegar a su poder; no hay manera de colocarlo en ninguna subasta pública.

—No pretendo que se venda con toda la prensa de Buenos Aires delante. Sé que existen otros canales..., digamos, más discretos.

—Lo siento; en esta casa sólo se trabaja con piezas cuya procedencia y propiedad sea absolutamente legal. No se admiten obras robadas o que no tengan todos los papeles en regla. Y le advierto que nuestra obligación es denunciar a la policía todas las irregularidades que observemos.

—Este manuscrito está «limpio». Carece de certificado de origen, pero eso se puede solucionar.

—¿De dónde procede?

—De la antigua biblioteca de Sarajevo. Oficialmente este ejemplar es uno de los que ardieron entre las llamas que la consumieron durante la guerra de Bosnia, de modo que, a todos los efectos, ha desaparecido para siempre.

—¿No está fichado en las listas internacionales de obras de arte robadas de que dispone la policía?

—Puede usted comprobarlo. Le aseguro que está «limpio». Si se encarga de buscar un comprador, el diez por ciento del precio de la transacción será para usted. Eso supone entre cuarenta y cincuenta mil dólares libres de impuestos. ¿Su sueldo de uno y medio, tal vez dos años? Y sin ningún riesgo. Su tarea se limitará a buscar un comprador y a autenticar el manuscrito. Piénselo.

Aquél fue su primer trabajo, durante el cual conoció a Patricia. Diego le ofreció la posibilidad de colaborar juntos en el tráfico ilegal de obras de arte. No necesitó esforzarse demasiado para convencerla: Patricia estaba harta de que la dueña de la galería en la que trabajaba se hiciera rica a costa de su esfuerzo y sus conocimientos, y de no recibir sino unas migajas del enorme pastel que se repartía en las operaciones de compra y venta de arte. Por delante de sus narices se movía mucha plata y ella sólo cobraba un magro sueldo que apenas le llegaba para mantener una vida monótona y austera en un pequeño apartamento en un barrio residencial de Buenos Aires.

Al principio, Patricia procuró convencerse de que el negocio en el que se había asociado con Diego no era tan perverso, y se repitió que su nueva dedicación era mucho menos delictiva que la que ejercían la mayoría de los políticos y empresarios del país; pero tras un par de operaciones se dio cuenta de que no había nada bueno en lo que estaba haciendo.

La estricta relación profesional que entablaron los primeros meses no tardó en convertirse en algo más íntimo. Salieron juntos durante varias semanas, hicieron el amor y acabaron viviendo en el mismo apartamento en la avenida Corrientes, un pequeño lujo que podían pagarse gracias a los ingresos extra que sus actividades ilícitas les proporcionaban.

En un par de años se convirtieron en especialistas en el tráfico ilegal de obras de arte. Hacían el trabajo de guante blanco: se dedicaban a buscar clientes dispuestos a adquirir piezas robadas en museos y archivos o expoliadas en yacimientos arqueológicos, a poner en contacto a vendedores y compradores, a tasar esas mismas obras, a certificar que eran originales y a ejercer de intermediarios entre ladrones y traficantes, compradores y coleccionistas.

En el mercado clandestino internacional se movían buenas piezas. La descomposición de la Unión Soviética había provocado el expolio de algunos fondos mal catalogados, o sencillamente sin catalogar, del Museo del Hermitage de la ciudad de Leningrado, de nuevo rebautizada como San Petersburgo, y de museos locales de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central. La guerra de los Balcanes había supuesto el final de la antigua Yugoslavia como Estado y su división en varias repúblicas, pero el expolio de sus museos y bibliotecas había proporcionado a los traficantes valiosas obras, sobre todo manuscritos medievales y pinturas de los siglos XVI y XVII; el incendio de la gran biblioteca de Sarajevo durante esa guerra había destruido muchos manuscritos, pero otros tantos habían ido a parar al mercado negro y ahora enriquecían colecciones particulares por todo el mundo. La guerra de Irak había supuesto el saqueo de museos en ese país y el expolio de los riquísimos fondos de éstos. En América Central y del Sur las excavaciones clandestinas proporcionaban frecuentes hallazgos de materiales arqueológicos que tenían un buen mercado en Estados Unidos y Europa. Italia seguía siendo un pequeño paraíso para el tráfico ilegal de obras de arte; cada semana desaparecían varias piezas de sus miles de iglesias y ermitas. En algunos países de la Europa del Este continuaba el expolio de piezas de museos y de colecciones particulares. Y en las costas de Grecia, de Turquía, de España y de Estados Unidos empresas camufladas bajo diversas actividades se dedicaban a rastrear los miles de pecios procedentes de naufragios de embarcaciones, en los que solían abundar valiosos hallazgos, desde cerámicas griegas y romanas hasta monedas y vajillas españolas, portuguesas, inglesas y holandesas de los siglos XVII y XVIII.

A pesar de las medidas de seguridad y de las investigaciones policiales, el mercado negro de arte y de antigüedades movía varios centenares de millones de dólares cada año, y las comisiones que se repartían alcanzaban cifras realmente suculentas.

Diego Martínez y Patricia Veri comenzaron a ganar mucho dinero como intermediarios en el tráfico clandestino de obras artísticas y de antigüedades. Llegó un momento en que Argentina se les quedó pequeña para su floreciente negocio, por lo que tuvieron que colocar sus ganancias y blanquear el dinero negro que ingresaban en paraísos fiscales y países con sistemas bancarios opacos. De modo que no lo pensaron demasiado y a finales de 2006 decidieron abandonar Buenos Aires e instalarse en Ginebra, en una casita a orillas del lago Lemán adquirida a nombre de una sociedad que crearon en un paraíso fiscal de una isla del Caribe. Suiza les ofrecía un magnífico refugio para sus ingresos: en los bancos de Ginebra nadie preguntaba sobre el origen del dinero ingresado en sus cuentas y resultaba una céntrica base de operaciones para sus trabajos en Europa.

Aquel jueves de primavera la pareja argentina se trasladó a París. No era cuestión de tratar un encargo tan importante por teléfono. Conocían a su cliente por un par de trabajos anteriores, en los que le habían autenticado y tasado unos manuscritos en papiro procedentes de Egipto y de una biblioteca privada de Estambul.

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