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Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

El club de los viernes se reúne de nuevo (47 page)

BOOK: El club de los viernes se reúne de nuevo
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Todos los errores de Dakota volvieron a ella entonces. Escaparse a Baltimore con la bicicleta. Todas las cosas malas que le había dicho a su madre. Decirle a James que vendiera la tienda. Gritar a Peri. Eso también estaba allí, mezclado con todo lo demás.

¿Qué iba a hacer con todas las cosas que podía enmendar porque al fin era lo bastante mayor como para hacerlo?

—Es fácil mirar atrás y pensar en cómo podríamos hacer que sólo nos ocurrieran las cosas buenas —le aconsejó Catherine, que seguía moviendo el mocho de un lado a otro y esparcía el agua sucia en lugar de absorberla—, pero así no nos convertimos en nosotros mismos. Eres quien eres tanto por las cosas malas y las minucias como por los grandes triunfos y las decisiones importantes.

En tanto que Dakota veía su niñez reflejada en los charcos, Catherine se veía a sí misma, mentalmente, llegando a Walker e Hija para intentar castigar a Georgia, para hacerle ver lo exitosa y feliz que era en su vida como esposa de Adam. Sólo que no lo era. Y Georgia no la había reconocido. «¿Quién soy?» Esto se preguntaba aquel día. Era una pregunta que seguía haciéndose, pero que empezaba a entender cada vez más. A comprenderlo por sí sola. A aceptar que la respuesta cambiara, lo mismo que ella.

Porque Georgia Walker nunca rechazó a nadie, en absoluto. Eso decía Lucie con la voz en off en el documental sobre la tienda y el club, el que había sido presentado en los festivales. «¡Qué cierto es!», pensó Catherine. Georgia no hizo más que dar, y ellos lo estropeaban todo. Una y otra vez.

Fregaba, pero no entendía por qué el agua parecía estar siempre ahí, y tenía las manos doloridas y con ampollas. «Sólo por ti, Georgia», pensó Catherine mirándose los dedos. Cuántas cosas había hecho su cuerpo en cinco... no, ya casi seis años desde aquel funesto día de octubre. Allí mismo en la tienda. Allí donde estaba Catherine entonces. «Nos sentábamos a tejer y nos reíamos.» Eso era lo que había sido Walker e Hija: un lugar de risas. Un lugar de amistad. Un lugar de renovación y de reinvención.

La tarde del día en que Georgia falleció había sido normal. Cosa que a Catherine siempre le pareció sorprendente. Por la mañana no había aparecido ninguna etiqueta de advertencia para comunicarles que iba a suceder algo trascendental. No se despertó en el San Remo sabiendo que aquella noche regresaría deshecha y con el corazón destrozado. Que siempre habría un antes y un después y que ellos se quedarían allí teniendo que arreglárselas sin Georgia.

Pero lo que siempre, invariablemente, habían tenido desde entonces era la tienda. Todo el amor de Georgia concentrado en un lugar, y todavía era más perfecto cuando Dakota acudía a una reunión del club. ¿Dónde iban a reunirse ahora? No lo había pensado hasta entonces. Observó a K.C., que, una tras otra, se llevaba las cajas de lana abajo, a la charcutería, que también había cerrado para acelerar la operación de limpieza. A Darwin, revisando los papeles, a Peri con los guantes, fregando. ¿Adónde irían si no tenían la tienda? ¿Qué le ocurre a un club si el lugar de reunión queda arrasado? No tenía ni idea, y se preocupó.

Pensó que ojalá la gente hiciera algo más aparte de llorar. Era obvio que todo estaba hecho un desastre. Pero así estaba todo el mundo, con lágrimas en los ojos. Aún no se habían ni secado cuando alguien empezaba otra vez, o los gruñidos de Dakota y los paseos sin rumbo de James por el pequeño establecimiento provocaban que alguien rompiera a llorar de nuevo.

Catherine pensaba que ya había terminado con el llanto. Creía que las sesiones de terapia a las que James y ella habían asistido eran los últimos pasos de un largo proceso que llegaba a su término. Entonces, mientras contemplaba la destrucción de la querida tienda de Georgia, fue plenamente consciente de lo delgada que era la línea entre su vida y el dolor que fluía bajo la superficie. Sabía que no se trataba tan sólo de Georgia. Sus propios pesares se mezclaban con todo aquello y, aunque ella avanzara, la tristeza persistía. La informaba. Le recordaba lo lejos que había viajado.

Tras un día de limpieza, llanto y más limpieza, Marty y James mostraron la tienda a un experto para que evaluara los daños. Al edificio no le pasaba nada, les dijeron, lo cual fue un alivio. Pero luego volvieron a echar un vistazo a la tienda y se sintieron derrotados de nuevo.

—Peri —dijo Dakota mientras fregaba el suelo cuyo acabado se había renovado unos meses antes—, tú hiciste mucho sin obtener suficiente de mí a cambio. Gracias.

—De nada, Dakota. Eres como la hermana menor que me saca de quicio. A veces te odio, pero casi siempre te quiero.

—Lo mismo digo.

—Tal vez a Georgia no le gustaron las reformas que hice —comentó Peri.

—¿Hasta el punto de inundar su propia tienda? —terció K.C—. Te hubiese remitido una carta certificada desde el Otro Lado o algo así. No, esto es un desastre absolutamente de este mundo.

—Quizá sea una señal para advertirnos de que tenemos que prestar más atención —manifestó Catherine—. A las cosas. Unos a otros.

—Puede ser —asintió Dakota—. Quizá no sea más que una de esas cosas que pasan.

Algo sí le estaba quedando rápidamente claro mientras Darwin, K.C., Peri y Catherine arrimaban el hombro y el local seguía estando hecho un desastre: Walker e Hija ya nunca volvería a ser la misma.

—Papá, ¿puedo hablar contigo y con Marty en privado? —preguntó.

Bajaron los tres a la charcutería.

—Ojalá tuviera whisky escocés —dijo Marty—. Desde luego, te ofrecería uno, pequeña. Han sido unos días muy duros —resumió mientras alargaba el brazo para darle unas palmaditas en el hombro a Dakota.

—Sólo tengo diecinueve años —le recordó la joven.

—Bueno, pero has visto ya lo suficiente para toda una vida —repuso Marty, cuya ropa estaba cubierta de cascarillas de la pared—. Recuerdo cuando tu madre trabajó aquí a tiempo parcial para sacarse un dinero extra. Aún eras un bebé, y ella no sería entonces mucho mayor de lo que tú eres ahora.

Terminada apenas la frase, se inclinó hacia delante, se tapó la cara con las manos y comenzó a sollozar. James y Dakota sólo vieron su cabello blanco y su cuerpo que se agitaba. Dakota cayó en la cuenta de que, en todo aquel tiempo, nunca había visto a Marty llorar por su madre, y el hecho de saber que él también estaba deshecho, y que, al igual que Anita, Peri, Catherine y James, él tenía asimismo sus propias historias con Georgia aparte de las de Dakota, la conmovió y le inspiró. Lo supo. Al fin lo supo.

La tienda no era solamente una cuestión de Georgia. No se trataba sólo de ella. Ni de Peri. Era cosa de todas, como grupo, de estar a disposición unas de otras.

Cuando regresaron, Peri, subida a una escalera, retiraba los paneles manchados del techo, Darwin dormía profundamente apoyada contra la pared y K.C. arrastraba bolsas de basura.

—Bueno, chicas, tenemos un plan —anunció Dakota—. Vamos a reconstruir. Aquí mismo, en la tienda que mi madre empezó. Porque siempre habrá una Walker e Hija. Pensaba que no era esto lo que quería, pero esta situación me ha ayudado a darme cuenta de que en realidad sí lo quiero.

—Y yo también.

La respuesta era de Peri, que seguía subida a la escalera. Alargó la mano para ajustar otro panel y añadir los manchados a la pila que ya había reunido, mientras trataba de calcular mentalmente cuánto costaría volver a poner el techo. Además de las paredes, el suelo y, por supuesto, la lana. Hasta la caja registradora, que no se abría tan bien como debiera y de la que ni siquiera sonaba el cajón. El coste sería astronómico.

Sin embargo, todo era reparable, se dijo. Todo se podía arreglar. Se arreglaría.

—Vamos a buscar unos cafés y a descansar las manos —propuso Catherine con una sonrisa—. Has tomado una buena decisión, Dakota.

—Diría que sí —comentó Peri, que, con las manos llenas de paneles del techo, se balanceaba peligrosamente en la escalera—. Sólo uno más y habré terminado este rincón...

Perdió el equilibrio, agitó los brazos hacia el techo como si quisiera agarrarse y lanzó un grito. Un aluvión blanco invadió el local y Peri cayó de la escalera con un golpe sordo. Al cabo de milésimas de segundo, siguieron la propia escalera, que se volcó, y una carpeta roja desprendida del techo que cayó justo al lado de ella y golpeó contra la madera combada del suelo a pocos centímetros de su cabeza.

—¿Te encuentras bien? —gritó Marty, que se abalanzó para sujetar a Peri, magullada y temblorosa, pero ilesa.

—¿Qué demonios ha sido? —dijo James, que pasó por encima de la escalera para ayudar a Peri a levantarse.

Darwin despertó con un sobresalto, totalmente confusa y exhausta, para ver a Dakota que blandía el puño en el aire como solía hacer cuando era pequeña.

—¡Ja! —gritó Dakota—. ¡Llevo años registrando el apartamento en busca de esto!

—¿Qué es esto? —preguntó K.C., que acababa de regresar tras bajar una bolsa de basura a la calle, al ver a Peri, la escalera caída y a Dakota bailando—. ¿Qué pasa aquí?

—Esto es la carpeta secreta de mi madre con los patrones originales —contestó Dakota al tiempo que se agachaba a recoger aquel cartapacio abultado.

—¡Oh, Dakota! Se habrá estropeado... —lamentó Catherine.

—No —repuso la joven, que de pronto se sentía calmada. Sonrió con serenidad—. Piensa como Georgia Walker. Estate preparada.

Abrió la carpeta y allí, entre capas de plástico, página tras página, estaban las prendas de punto originales de Georgia. Suponían el lanzamiento de una carrera que no había tenido la oportunidad de emprender. Hasta entonces.

Experta

Ahora ya sabes lo suficiente como para no tener que limitarte a seguir el patrón de otra persona. O a repetir siempre el tuyo. Puedes romper el patrón. Mejorarlo. Perfeccionarlo. Cambiar el plan. Adaptar e improvisar. Hacer lo que a ti te resulte mejor. Ahora tus habilidades te llevarán dondequiera que desees ir.

Capítulo 33

El día de la marcha benéfica empezó, como cada mes de septiembre, con una llamada desde Escocia.

—¿Te has calzado las zapatillas de deporte? —preguntó la abuela.

—Estoy lista para caminar hasta el fin del mundo —respondió Dakota—. ¿Cómo estás, abuela?

—Tan bien como cabría esperar, diría yo —repuso entre risas la anciana—. Y ahora sal ahí fuera y recauda un millón de dólares, jovencita.

—Aún no he llegado a tanto, abuela —contestó Dakota—. Pero estoy en ello.

Los planes se pusieron en marcha: la tienda se estaba restaurando de forma muy sencilla para así poder volver a abrir lo antes posible. Mientras tanto, Peri había programado un viaje para investigar la producción en serie: desde Europa le llegaban por la red más pedidos de los que podía servir. Incluso sus bolsos ligeramente dañados habían interesado a compradores, gracias a
Vogue
Italia y al poder de Isabella. Ya había cerrado su primera contratación: una abogada llamada K.C. Silverman.

E hizo algo más: decidió registrarse en una página de citas
online,
salir a la calle y encontrar un chico, puesto que eso era lo que quería.

—No tiene sentido quedarse sentada esperando algo que tú misma puedes hacer que suceda —le explicó a Dakota.

Por su parte, la joven trabajaba en separar los patrones de Georgia en dos apartados: sus obras maestras y sus conceptos más accesibles. Tenía intención de hacer que los diseños de alta costura en punto de su madre estuvieran disponibles sólo para una minoría selecta que pudiera permitírselos, confeccionados por un equipo que iba a contratar personalmente. Con el resto de los diseños, Peri, Anita y ella estaban creando un libro de patrones para ponerlo a la venta, en el que separaban las prendas según el nivel de dificultad para que hubiese algo para todo el mundo y luego redactaban las introducciones a cada sección, de la misma manera en que Georgia explicó una vez cómo tejía los jerséis para Dakota. Y los beneficios se destinarían a beneficencia.

—A tu madre le gustaría la idea de que su trabajo vaya a ayudar a salvar a alguien del cáncer de ovarios que la mató —elogió Anita—. Es una idea magnífica, Dakota. Estaría orgullosa de ti.

No obstante, Dakota no había renunciado a sus sueños por los de su madre. Muy al contrario. Contando con la confianza de su padre, seguiría un año más en la Universidad de Nueva York y después iba a empezar un curso de repostería y administración en el Instituto Culinario de América, en Hyde Park.

El plan convenía a todo el mundo: dentro de unos pocos años, cuando Dakota terminara sus estudios, Marty estaría a punto de jubilarse —no tenía intención de ir a ninguna parte antes de cumplir los setenta y cinco— y la planta baja que entonces ocupaba la charcutería se convertiría en una cafetería para tejer, conocida como La Panadería de Dakota en Walker e Hija. Allí, los clientes podrían comer todos los
muffins,
bollos y galletas que quisieran mientras hacían punto con viejos y nuevos amigos. Sería lo mejor de las reuniones del club. Reinventadas como negocio.

Y el primer piso entero sería para Peri Pocketbook. Bolsos (y bolsas para pañales, y fundas de ordenador) de alta costura en punto para las estrellas. Y para cualquier otra persona que pudiera permitírselos.

La reestructuración del edificio era el proyecto inicial de una nueva empresa, Arquitectura James Foster, que venía muy bien recomendada, por supuesto.

Dakota y Roberto mantuvieron correspondencia vía mensaje de texto y se llamaban por teléfono de vez en cuando. Él había decidido pasar el año trabajando en Cara Mia junto a su padre, sólo para descubrir si su falta de interés estaba motivada más bien por un deseo de independencia que por otra cosa. Le contó que aún tenía intención de ser piloto, pero había tiempo suficiente y podía esperar.

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