El club de los viernes se reúne de nuevo (27 page)

Read El club de los viernes se reúne de nuevo Online

Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

BOOK: El club de los viernes se reúne de nuevo
3.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Vamos a... —dijo al tiempo que la ladeaba hacia la derecha para poder inclinar su cuerpo y empezó a tirar del pantalón del pijama.

—Sí... —Catherine miró su muslo desnudo y mantuvo el equilibrio en esa dirección para dejar que Nathan le quitara del todo el pantalón. Cruzó los brazos por delante, asió el borde de su camiseta y se la sacó por la cabeza, con lo cual quedó completamente desnuda.

Nathan sonrió, se pasó la lengua por los labios y alzó los brazos para que Catherine pudiera quitarle la camiseta a él.

—Bien, bien...

Recorrió el cuerpo de Catherine con las manos y con la boca, rozándolo y acariciándolo; luego la sujetó, la desplazó algunos palmos mientras se bajaba los pantalones cortos unos centímetros y la penetró frenéticamente sobre la encimera de la cocina.

Fue rápido, demasiado para Catherine. Nathan sonrió.

—Si me ayudas un poco podemos volver a hacerlo enseguida —le dijo respirando contra su cabello, aún en su interior—. Probemos en la mesa del comedor. Ni siquiera tendremos que usar los posavasos.

Catherine se sintió encantada de complacerle.

Durante cuatro días, Nathan y Catherine probaron todas las habitaciones de la casa. Durmieron en el cuarto de Nathan, echaron varios polvos frente a su póster de Farrah Fawcett —su yo adolescente la amaba, le explicó él— y experimentaron con diferentes posturas en el salón y en los cuartos de baño. Al fin, agradablemente doloridos, contaron todos los lugares donde habían estado, orgullosos de su creatividad.

—Esto es casi perfecto —le susurró él una noche, ya tarde.

Catherine se sentía maravillosamente bien. Era todo muy doméstico, eso de ir besuqueándose por toda la casa, de entregarse a las caricias en los pasillos, ver la televisión y disfrutar luego de unos perezosos «¿por qué no ahora si apetece?» durante las pausas publicitarias.

Era tan perfecto, tan especial, que parecía adecuado guardárselo para ellos solos. Ya habría tiempo de hacérselo saber a todo el mundo. Catherine se sentía incómoda, sólo un poquito, por no contárselo a Anita. Pero no pasaba nada..., algún día sería una bromita familiar que todos compartirían, ¿no? Y eso haría que estuviera bien.

Y Nathan era maravilloso. De eso no había duda. Era inteligente y divertido, y, definitivamente, sabía cómo utilizar su cuerpo para complacerla... y a él también.

—El único sitio en el que no hemos estado es en tu dormitorio —le dijo Nathan la cuarta mañana que se despertaron el uno junto al otro tras haber dejado impresionada una vez más a Farrah con su ingenuidad.

—Pero Nathan... —respondió Catherine, cuya habitación era el dormitorio principal del apartamento—, ¿estás seguro de que quieres dormir en esa cama?

—¿Quién ha dicho nada de usar una cama? —preguntó él, que le propinó unos cuantos cachetes juguetones en el trasero y luego la persiguió, desnudo y riendo tontamente, por el pasillo.

Así pues, aquello podía ser su futuro, pensó Catherine, sentada en el sofá del apartamento del San Remo. Estar con Nathan, formar parte de la familia de Anita. Podía ser la joven señora Lowenstein. Tendría a los hijos de Nathan parte del año —quizá en verano y durante las vacaciones— y los llevaría a ver exposiciones, irían de excursión al Distrito de Columbia a ver el Smithsonian Institute y harían todas las cosas educativas y geniales que uno debería hacer con los niños. Y luego los sorprendería con unas entradas para el parque de atracciones, donde montarían en las montañas rusas y ganarían premios en los juegos de las barracas de feria. Decidió que incluso mantendría una relación afectuosa y cariñosa con Rhea, la ex esposa de Nathan. Casi ex esposa. Había que redactar unos cuantos papeles. Nada más. Bueno, quizá eso fuera un poco contemporáneo, lo de que todas las esposas se llevaran bien, pero de hecho era lo mejor para los niños.

A lo largo de los años, Catherine había visto muchas fotografías de los tres nietos de Anita por parte de Nathan, en la tienda, cuando Anita quería alardear de los últimos logros de los pequeños. Sin embargo, ahora estudiaba las fotografías de la cartera de Nathan mientras él dormía para reponerse del sexo, cubría el rostro de Rhea con el dedo y se colocaba mentalmente en la foto. Aquellas fotografías ya tenían unos cuantos años, le contó él para explicar por qué los crios eran más pequeños de como se los había descrito y el hecho de que Rhea siguiera estando en su cartera.

—No es que pueda tirar sin más una foto de mis hijos —le dijo, y Catherine estuvo de acuerdo en ello.

Era perfecto. Nathan dijo que sólo tenía que poner sus asuntos en orden. Y lo único que debía hacer ella era demostrarle lo feliz que era y aguardar el momento oportuno.

Capítulo 19

Entre el final de la jornada y la llegada de las chicas a la reunión mensual del club, Anita se dedicó a ordenar los cajones en Walker e Hija. Era indefectible que algún cliente dejara unas cuantas madejas rojas junto con las de color púrpura o algún otro revoltijo de colores y Anita disfrutaba poniendo un poco de orden para mantenerse ocupada. Estaba terminando de arreglar unas madejas de hilo lavable multicolor en tonos azules cuando Dakota y James entraron con aire resuelto en la tienda.

—Anita —dijo él—, ¿te importaría bajar a tomar un café rápido?

Dakota estaba a punto de estallar a causa del esfuerzo por no hablar.

—¿Qué vas a decir, papá? —preguntó, recelosa, porque llevaba días pinchándolo sobre su negativa a considerar siquiera el viaje a Italia.

—Con mucho gusto.

Lo dijo como si acabara de sugerirle el menú degustación en Le Bernardin en lugar de un café en una taza para llevar. Tomó a James del brazo y salieron juntos de la tienda para ir abajo.

No dijeron nada hasta que se sentaron. Y entonces James no empezó, como Anita preveía, con una lista de razones por las que Dakota no debía ir a Italia a cuidar de la hija de Lucie. No; le habló de Georgia. De lo duro que era seguir adelante. Del modo en que la tristeza afloraba a la superficie de sus pensamientos en momentos inoportunos. Sobre su miedo de defraudar a Georgia si Dakota tomaba una mala decisión. Si cometía un error.

—Por fin —dijo Anita—. Por fin estás hablando.

James se encogió de hombros. Le resultaba difícil decir lo que quería, cosas parecidas a las que compartía con Catherine, pero se le fue haciendo más fácil a medida que hablaba. Quizá hubiera sido mejor elegir un entorno más aislado para abrir su corazón a la anciana que había sido mentora de Georgia, pero a veces lo más importante es lo que se dice y no dónde se dice, ¿no? Esto pensó James, con la valentía suficiente para no importarle que los desconocidos pudieran ver lágrimas en sus ojos.

—Si una cosa he aprendido es que el dolor es individual —manifestó Anita—. Deja de intentar encajar en el programa de duelo de los demás. Nadie pensaba nada sobre el hecho de que yo encontrara a otra persona después de Stan. ¿Y por qué no? Porque yo era una anciana marchita. Pero tú, un hombre tan viril, deberías darte prisa y volver a casarte. Bueno, eso son tonterías. Cinco años no es más que un parpadeo en el grandioso orden del universo.

—Lo que pasa es que estoy tan... perdido —murmuró James—. No se trata de las relaciones. Salgo con chicas. Se trata del amor. Ni siquiera puedo concebir volver a sentirme de esa manera. Y cuando pienso en todo el tiempo que desperdicié..., me odio a mí mismo.

Anita miraba a James de hito en hito y dejaba transcurrir largos lapsos de tiempo para ver si había terminado de hablar. Lo último que quería era interrumpir. Aquélla era la charla que había estado esperando, la que siempre prometió a Georgia que podría tener; ya habría tiempo más que suficiente para hablar del tema de Italia.

—La vida es una extraña serie de coincidencias, James —comentó al fin—. Si aquel día Georgia no hubiese estado en el parque llorando porque pensaba que la habías dejado plantada, probablemente nunca me hubiera fijado en ella. De manera que me hiciste un gran favor.

—Tal vez. Esto es una locura.


Sin embargo, es la verdad. Esa circunstancia llevó a una de las mejores amistades que he tenido en mi vida. El hecho de encontrarme con Georgia y luego conocer a Dakota me dio cordura tras la muerte de Stan. ¿Lo ves? Resultaría cómico si no fuera tan trágico.

—Por una parte, me alegro. Y por otra, lamento no haberlo intentado con más empeño. Presentarme aquí en lugar de escribir cartas. Soy tan egoísta, Anita, que desearía que no hubieses conocido nunca a Georgia si eso significara que, en cambio, yo pudiera haberla tenido todos estos años.

—Por supuesto —repuso Anita, que no se disgustó lo más mínimo—. Las cosas habrían sido muy diferentes. En ocasiones me gusta fingir que hay una versión de mí misma que vive en otra dimensión y no ha cometido ninguno de mis errores ni ha sufrido mis penas. Me gusta pensar en ella a veces, en la Anita de Otro Mundo.

—Lo comprendo —dijo James, y apretó los labios para contener el raudal de emociones—. ¿Quién sabe cómo podría ser?

—Pero miremos lo que conocemos de este mundo —sugirió Anita—. La vida de Georgia, e incluso su enfermedad y su muerte, nos condujeron a todos hacia cosas nuevas. A decisiones distintas. Cosas que, vistas desde esta perspectiva, quizá parecen menos atractivas, menos ideales. Pero en el fondo sólo son diferentes.

—Fui un imbécil —declaró James sin rodeos—. Y voy a pagarlo con mi corazón durante el resto de mi vida. Nunca será suficiente. ¿Cuándo voy a superar esta pérdida?

—Cuando te perdones por todas las cosas que no puedes cambiar —le aconsejó Anita—. Ella te quería. A ti, a Dakota, a Catherine. Si Georgia pudo ver tu verdadero yo, ¿por qué no puedes hacerlo tú?

—Ni siquiera puedo volver tener a nadie en mi vida del mismo modo —afirmó terminante—. No espero que alguien acepte sin más que mi tristeza nunca va a desaparecer. Siempre sabrán que fueron la segunda opción.

—La tristeza no es más que una parte de quien eres ahora, James. Encontrarás a esa persona. Lo harás. Y cuando lo hagas, al fin estarás listo para dejarla marchar.

—¿Y ahora qué? ¿Decidir si dejo que Dakota se vaya a Italia y quedarme solo?

—Dakota va a crecer, tanto si te gusta como si no —señaló Anita—. Y habrá momentos en los que quizá ni siquiera disfrutes de su compañía. Esas cosas ocurren, créeme. Pero el amor nunca cambia. Nunca llega un momento en el que no te arrojarías delante de un autobús para salvarle la vida. El problema es que coartándola sólo logras hacerle daño.

—Había pensado en algunas opciones. Bueno, maneras de hacer que quizá esto del verano funcione.

—Y el hecho de poner un poco de espacio entre Dakota y tú tal vez te ayude con tus propias emociones respecto a Georgia. La estás asfixiando porque tienes miedo de perder a su madre otra vez. Eso no puede salir bien.

—¿Y entonces qué?

Anita negó con la cabeza.

—No sabría decirte. El dolor no tiene horario. Cualquiera que te diga lo contrario te está mintiendo, y engañándose también —respondió—. Lloramos las pérdidas. Y no siempre son muertes.

Explicó a James que ella también tenía una noticia que dar.

—Esta noche voy a comunicar a las chicas que vamos a aplazar un poco la boda —dijo.

—¿Nathan?

Pero Anita negó con la cabeza.

—Tengo una hermana menor —empezó a contarle—. Y está por ahí, en alguna parte. Supongo que, técnicamente hablando, se escapó. Pero no fue antes de que yo le dijera que se fuera al diablo. Hace años, cuando me creía mucho más sabia de lo que soy.

—No me lo trago, Anita —dijo James—. Eres demasiado buena para algo así.

—Al igual que todo el mundo, he aprendido de mis errores. Es terrible lo que podemos llegar a decirnos unos a otros. Y, para serte franca, desde la perspectiva que da el tiempo, los detalles ya no importan demasiado. Los años pasan volando, y un día encuentras una vieja fotografía y llega el momento de dejar de fingir que falta una parte de tu familia.

—Así pues, ¿tu hermana está viva? —preguntó James, que parecía desconcertado.

Anita tomó una servilleta del dispensador para secarse la nariz.

—Aunque no te lo creas, sinceramente no lo sé. Pasé cuarenta años lamentando haber perdido a mi hermana, y durante todo ese tiempo podía haber hecho algo para encontrarla. Pero esperaba que ella vendría a mí. ¿Y por qué? Estar abierto a una reconciliación no es lo mismo que hacer un esfuerzo. Por eso te invité a comer aquel día, cuando volviste a la vida de Georgia. Necesitaba averiguar si eras sincero.

Other books

Falling Man by Don DeLillo
Buttertea at Sunrise by Britta Das
There But For The Grace by A. J. Downey, Jeffrey Cook
Letter Perfect ( Book #1) by Cathy Marie Hake
A Lily on the Heath 4 by Colleen Gleason