En el sótano encontré pilas y pilas de revistas del
Reader's Digest
y ahora hay un montón de
Reader's Digest
en cada habitación.
La vida en Estados Unidos.
La risa es la mejor medicina.
Las pilas de revistas son casi el único mobiliario.
En las revistas más viejas hay una serie de artículos en los que los órganos del cuerpo humano hablan de sí mismos en primera persona: Soy el Útero de Mengana.
Soy la Próstata de Fulano.
No es broma; y Tyler se sienta a la mesa de la cocina con los chupetones y sin camisa y bla, bla, bla: que si conoció anoche a Marla Singer, que si se acostaron...
Escuchar esto y convertirme en la Vesícula Biliar de Fulano es todo uno. Es culpa mía. A veces haces algo y estás jodido, y otras, estás jodido por lo que no haces.
Anoche llamé a Marla. Hemos inventado un sistema para que cuando yo quiera ir a un grupo de apoyo pueda llamar a Marla y ver si también ella tiene pensado ir. La noche de ayer se dedicaba a melanomas y me sentía un poco deprimido.
Marla vive en el hotel Regent, un amasijo de ladrillos marrones que se tienen en pie gracias a la mugre, donde todos los colchones están cerrados herméticamente dentro de resbaladizas fundas de plástico, porque mucha gente va allí a morir. Si no te apoyas bien en la cama, tú y las sábanas y la manta iréis a parar al suelo.
Llamé a Marla al hotel Regent para saber si iba a ir a melanomas.
Marla me contestó a cámara lenta. No se trataba de un suicidio real, dijo Marla, probablemente era sólo una de esas escenas para llamar la atención, pero se había tomado demasiadas pastillas de Xanax.
Imagínate ir hasta el hotel Regent para ver a Marla pasearse de un lado a otro por esa habitación decrépita mientras repite: Me muero. Muero. Me muero. Muero. Mueeero. Muero.
Así durante horas y horas.
Así que se iba a quedar en casa esta noche, ¿no?
Marla dijo que se estaba muriendo de verdad. Debía darme prisa si no quería perdérmelo.
Le di las gracias, pero le dije que tenía otros planes.
«No importa», dijo Marla. También podía morirse viendo la televisión. Marla sólo esperaba que echaran algo que valiese la pena.
Me fui corriendo a los melanomas. Volví a casa temprano y dormí.
Ahora, durante el desayuno, a la mañana siguiente Tyler se sienta aquí cubierto de chupetones y me dice que Marla es una zorra retorcida, pero que eso le gusta mucho.
Anoche, tras la reunión de melanomas, volví a casa y me metí en la cama y me quedé dormido. Y soñé que echaba un polvo y otro polvo y otro polvo con Marla Singer.
Y esta mañana, escuchando a Tyler, pretendo estar leyendo el
Reader's Digest
. Una zorra retorcida; yo podría habértelo dicho.
Reader's Digest
. Humor de uniforme.
Soy las Vías Biliares y Rabiosas de Fulano.
¡Las cosas que Marla le dijo anoche!, me cuenta Tyler. Ninguna chica le había hablado así en la vida.
Soy los Dientes Rechinantes de Fulano.
Soy la Nariz Hinchada de Mengano mientras echa llamaradas.
Después de echar unos diez polvos, me cuenta Tyler, Marla le dijo que quería quedarse embarazada. Marla le dijo que deseaba tener un aborto de Tyler.
Soy los Nudillos Blancos de Fulano.
Cómo no le iba a gustar eso a Tyler. La noche de antes de ayer, Tyler se quedó allá arriba solo y se dedicó a montar en
Blancanieves
fotogramas de órganos sexuales.
Cómo podría competir yo para llamar la atención de Tyler.
Soy la Sensación de Rechazo Rabiosa e Irritada de Fulano.
Lo peor de todo es que es culpa mía. Anoche, después de irme a dormir, me cuenta Tyler que volvió a casa al finalizar su turno de camarero en el banquete y Marla llamó otra vez desde el hotel Regent. Ya estaba allí, dijo Marla. El túnel, la luz que la atraía hacia el túnel. La experiencia de la muerte era tan genial que Marla quería describírmela mientras abandonaba su cuerpo y ascendía flotando.
Marla no sabía si su espíritu podría utilizar el teléfono, pero quería que por lo menos alguien oyese su último aliento.
No, no. Tyler contesta el teléfono y malinterpreta la situación.
No se conocen, así que Tyler piensa que no es bueno que Marla esté a punto de morir.
No se trata de eso.
No es asunto suyo, pero Tyler llama a la policía y corre al hotel Regent.
Ahora, según la antigua costumbre china que todos hemos aprendido gracias a la televisión, Tyler será por siempre responsable de Marla, porque salvó la vida de Marla.
Si yo hubiera perdido unos minutos en ir a ver a Marla morir, nada de esto habría sucedido.
Tyler me dice que Marla vive en la habitación 8G, en el último piso del hotel Regent, en lo alto de ocho rellanos de escalera y al final de un ruidoso pasillo con risas enlatadas televisivas que atraviesan las puertas. Cada dos segundos echa un chillido alguna actriz o muere un actor gritando al ser alcanzado por una ráfaga de balas. Tyler llega al final del vestíbulo y antes de que pueda llamar a la puerta surge de la habitación 8G un brazo macilento como mantequilla y muy, muy delgado, le coge por la muñeca y tira de él hacia adentro.
Me enfrasco en la lectura de un
Reader's Digest
.
Incluso mientras Marla mete a Tyler de un tirón en la habitación, Tyler oye el chirrido de unos frenos y las sirenas que se congregan frente al hotel Regent. Sobre el tocador hay un consolador fabricado con el mismo plástico rosa y suave con el que se fabrican millones de muñecas Barbie y, por un momento, Tyler se imagina millones de muñecas Barbies y consoladores moldeados por inyección, saliendo de la cadena de montaje de una fábrica de Taiwán.
Marla repara en Tyler, que contempla su consolador, y pone los ojos en blanco y le dice:
—No tengas miedo. No es una amenaza para ti.
Marla saca a Tyler a empujones al pasillo y le dice que lo siente, pero que no debería haber llamado a la policía, y que, probablemente, la policía ya está abajo.
Marla cierra la puerta de la habitación 8G y empuja a Tyler hacia las escaleras. En las escaleras Tyler y Marla se aplastan contra la pared mientras la policía y los enfermeros suben en tromba con el oxígeno preguntando cuál es la habitación 8G.
Marla les dice que es la puerta al final del pasillo.
Marla le dice a gritos a la policía que la chica de la 8G fue en otros tiempos una chica encantadora, pero que ahora es un monstruo, un monstruo horrible. La chica es escoria humana infecciosa; está confundida y teme hacer algo equivocado y, por lo tanto, no hará nada.
—La chica de la habitación 8G no tiene fe en sí misma —grita Marla— y le preocupa tener cada vez menos posibilidades al envejecer.
»Buena suerte —grita Marla.
La policía se amontona junto a la puerta cerrada de la habitación 8G, y Marla y Tyler se apresuran a bajar al vestíbulo. A sus espaldas, un policía grita junto a la puerta.
—¡Déjenos ayudarla! Señorita Singer, ¡hay muchas razones para seguir viviendo! ¡Marla, déjenos entrar y le ayudaremos a solucionar sus problemas!
Marla y Tyler salieron corriendo a la calle. Tyler metió a Marla en un taxi, y en lo alto del octavo piso del hotel, Tyler distinguió que se movían sombras de un lado a otro tras las ventanas de la habitación de Marla.
En la autopista, entre todas las luces y los otros coches que avanzan deprisa por los seis carriles hacia un punto que se desvanece, Marla le dice a Tyler que debe mantenerla despierta toda la noche. Si Marla se duerme, morirá.
Un montón de gente quería ver muerta a Marla, le dijo a Tyler. Esas personas estaban muertas, en el otro mundo, y la llamaban de noche por teléfono. Marla se iba de bares y oía al camarero preguntar por ella, y cuando atendía la llamada, la línea se había cortado.
Tyler y Marla se pasaron casi toda la noche despiertos en la habitación contigua a la mía. Cuando Tyler se despertó, Marla había desaparecido y vuelto al hotel Regent.
Le digo a Tyler que Marla Singer no necesita un amante sino un asistente social.
Tyler me contesta:
—No llames a esto «amor».
En pocas palabras, Marla está ahora dispuesta a arruinar otra parte de mi vida. Siempre, desde que fui a la universidad, he hecho amigos. Se casan. Pierdo los amigos.
Estupendo.
—Fantástico— le digo yo.
Tyler pregunta:
—¿Es esto un problema para ti?
Soy las Tripas en Tensión de Fulano.
—No —le contesto—. No pasa nada.
Ponme una pistola en la cabeza y pinta la pared con mi cerebro.
—Simplemente, genial —le digo yo—; en serio.
Mi jefe me manda a casa porque tengo los pantalones llenos de sangre seca, y eso me llena de alegría.
La herida del pómulo hundido no se cura nunca. Voy a trabajar y las cuencas sumidas de mis ojos son dos donuts turgentes y amoratados que rodean los dos meatos que tengo para ver. Hasta el día de hoy me sacaba de quicio haberme convertido en un maestro zen totalmente equilibrado, y que nadie se hubiera dado cuenta. Sin embargo, sigo trabajando con el
FAX
. Escribo
HAIKUS
que envío por fax a todo el mundo. En el trabajo, cuando me cruzo con la gente en el vestíbulo, me vuelvo totalmente
ZEN
a los ojos de todos esos
ROSTROS
hostiles.
Las abejas obreras libran;
hasta los zánganos saben volar,
la reina es la esclava.
Renuncias a todas las posesiones terrenales, al coche, y te vas a vivir a una casa alquilada en la parte tóxica de la ciudad, donde a altas horas de la noche oyes a Marla y Tyler, en su habitación, llamarse mutuamente escoria humana.
Toma esto, escoria humana.
Haz esto, escoria humana.
Tómatelo. Trágatelo, nena.
Aunque sólo sea por contraste, esto me convierte en el centro diminuto y sereno del mundo. Y yo, con los ojos hundidos y la sangre seca formando grandes costras oscuras en los pantalones, le digo ¡Hola! a todo el mundo en la oficina. «¡Hola! Miradme. ¡Hola! Soy tan
ZEN
. Esto es
SANGRE
. No es nada. Hola. Todo es nada; es tan alucinante estar
ILUMINADO
. Como yo.»
Suspira.
Mira. Por la ventana. Un pájaro.
Mi jefe me preguntó si la sangre era mía.
El pájaro vuela a favor del viento. Estoy escribiendo mentalmente un haiku.
Sin tener siquiera un nido
el pájaro llamará hogar al mundo:
la vida es tu tarea.
Cuento con los dedos: cinco sílabas, siete, cinco.
La sangre, ¿es mía?
Sí —digo yo—. Parte de ella.
No es una buena respuesta.
¡Vaya negocio! Tengo dos pares de pantalones negros. Seis camisas blancas. Seis mudas de ropa interior. Lo mínimo imprescindible. Me voy al club de lucha. Estas cosas pasan.
—Vete a casa y cámbiate —me dice el jefe.
Empiezo a preguntarme si Tyler y Marla son la misma persona. Excepto por el polvo de todas las noches en el dormitorio de Marla.
Haciéndolo.
Haciéndolo.
Haciéndolo.
Tyler y Marla nunca están en la misma habitación. Nunca los veo juntos.
Pero tampoco me verás nunca con Zsa Zsa Gabor, y eso no significa que seamos la misma persona. Tyler no se deja ver cuando Marla está en casa.
Para que pueda lavar los pantalones, Tyler tiene que enseñarme a fabricar jabón. Tyler está en el piso de arriba y la cocina huele a cigarrillos y a pelo quemado. Marla está sentada a la mesa de la cocina quemándose la parte interior del brazo con la colilla de un cigarrillo mientras se llama a sí misma escoria humana.
—Abrazo mi propia corrupción supurante —le dice Marla a la punta color cereza de su cigarrillo. Marla hace girar el cigarrillo sobre la carne blanca y suave del brazo—. Arde, zorra, arde.
Tyler está arriba, en mi habitación, se mira los dientes en el espejo y me dice que me ha conseguido un trabajo de camarero para banquetes, media jornada.
—En el hotel Pressman. Siempre y cuando puedas trabajar por las noches —dice Tyler—. Este empleo alimentará tu odio clasista.
—Sí —le digo—, lo que sea.
—Te harán llevar una pajarita negra —me explica Tyler—. Lo único que necesitas es una camisa blanca y unos pantalones negros.
—Jabón, Tyler —le digo—, necesitamos jabón. Tenemos que fabricar jabón. Lo necesito para lavar los pantalones.
Sujeto los pies a Tyler mientras hace doscientos abdominales.
—Para hacer jabón, primero hay que conseguir grasa. —Tyler está lleno de información útil.
Excepto cuando están echando un polvo, Marla y Tyler nunca comparten la misma habitación. Si Tyler está cerca de ella, Marla no le hace caso. La situación me es familiar, pues mis padres se hacían invisibles el uno para el otro de la misma manera. Luego, mi padre se largó para establecer otra franquicia.
Mi padre siempre decía: «Cásate antes de que te aburra el sexo o nunca te casarás».
Mi madre decía: «Nunca compres nada que tenga cremallera de nailon».
Mis padres jamás dijeron nada que valiera la pena bordar en un cojín.
Tyler va por el abdominal ciento noventa y ocho. Ciento noventa y nueve. Doscientos.
Tyler lleva una especie de albornoz de franela un poco pegajosa y pantalones elásticos.
—Haz que Marla salga de casa —me dice Tyler—. Mándala a la tienda a comprar un bote de polvo de gas. Lejía en polvo. No de cristal. Deshazte de ella.
Vuelvo a tener seis años y a llevar y traer mensajes entre mis padres cuando están desavenidos. Lo odiaba cuando tenía seis años y lo sigo odiando ahora.
Tyler comienza a hacer elevaciones de piernas, y yo bajo y le digo a Marla que vaya a por los polvos de hipoclorito y le doy un billete de diez dólares y mi tarjeta del autobús. Marla sigue sentada a la mesa de la cocina y le quito el cigarrillo de entre los dedos. Con suavidad y facilidad. Limpio con un paño las manchas rojizas del brazo de Marla, donde las costras de las quemaduras se han agrietado y empiezan a sangrar. Luego, le calzo los pies con unos zapatos de tacón alto.
Marla me observa mientras represento el papel de Príncipe Azul con sus zapatos y me dice:
—Entré sin llamar. No creí que hubiera nadie en casa. La puerta principal no cierra.