Marla se aproxima porque Tyler se ha ido. Marica.
Tyler es una alucinación mía, no suya. Tyler ha desaparecido. Rápido como un truco de magia. Y ahora sólo soy un hombre con una pistola en la boca.
—Te hemos seguido —chilla Marla—. Todos los miembros del grupo de apoyo. No tienes por qué hacerlo. Deja la pistola.
Tras Marla, todos los cánceres intestinales, los parásitos cerebrales; la gente con melanomas y la gente con tuberculosis, se aproximan andando, cojeando o sobre sillas de ruedas.
Y me dicen:
—Espera.
El viento frío me trae sus voces:
—Detente.
—Y podemos ayudarte.
—Déjanos ayudarte.
Llega por el aire el
bup, bup, bup
de los helicópteros de la policía.
Les grito: Marchaos. Largaos de aquí. El edificio va a explotar.
Marla grita:
—Lo sabemos.
Es como un momento de epifanía total para mí.
—No me mato a mí mismo —grito—. Voy a matar a Tyler.
Soy el Disco Duro de Fulano.
Lo recuerdo todo.
—No es amor ni nada de eso —grita Marla— pero creo que tú también me gustas.
Un minuto.
Marla quiere a Tyler.
—No, te quiero a ti —grita Marla—. Conozco la diferencia.
Y nada.
Nada explota.
Con el cañón de la pistola incrustado en la mejilla sana le digo:
—Tyler, mezclaste la nitroglicerina con parafina, ¿no es así?
La parafina nunca funciona.
Tengo que hacerlo.
Los helicópteros de la policía.
Y aprieto el gatillo.
En la casa de mi padre hay muchas moradas.
Por supuesto, cuando apreté el gatillo, me morí. Mentiroso.
Y Tyler murió.
Con los helicópteros de la policía haciendo un ruido atronador al acercarse, y Marla y toda la gente del grupo de apoyo que no podían salvarse a sí mismos, con todos ellos tratando de salvarme, tuve que apretar el gatillo.
Era mejor que la vida real.
Y tu instante perfecto no durará para siempre.
Todo en el cielo es blanco sobre blanco.
Farsante.
Todo en el cielo es silencioso, como unos zapatos con suela de goma.
En el cielo puedo dormir.
La gente me escribe al cielo y me dice que se acuerdan de mí. Que soy su héroe. Que me repondré.
Los ángeles son como los del Antiguo Testamento, con legiones y lugartenientes y con un anfitrión celestial que trabaja por turnos, por días. El camposanto. Te traen la comida en una bandeja y una taza de papel con medicinas. El muestrario de
El valle de las muñecas
.
He visto a Dios detrás de un largo despacho de nogal con sus títulos colgados en la pared detrás de él. Dios me pregunta:
—¿Porqué?
—¿Por qué hice tanto daño?
¿No me di cuenta de que todos y cada uno de nosotros somos sagrados, copos de nieve individuales de una singularidad especial y única?
¿Acaso no veo que todos somos manifestaciones del amor?
Veo a Dios tras su despacho, tomando notas en un bloc, pero Dios se ha equivocado de parte a parte.
No somos especiales.
Tampoco somos escoria o basura.
Simplemente, somos.
Somos y ya está, y lo que pasa, simplemente pasa.
Y Dios dice:
—No, eso no es cierto.
Sí, vale. Lo que quiera. A Dios no se le puede enseñar nada.
Dios me pregunta si recuerdo algo.
Lo recuerdo todo.
La bala que salió de la pistola de Tyler me rajó la otra mejilla dejándome una sonrisa desigual de oreja a oreja. Sí, como una calabaza de Halloween enfadada. Un demonio japonés. El dragón de la avaricia.
Marla está aún en la Tierra y me escribe. Algún día, dice ella, me llevarán de vuelta.
Y si hubiera teléfono en el cielo, llamaría a Marla desde el cielo y en cuanto dijera «¿Diga?», no colgaría.
Le diría: «Hola. ¿Cómo te va? Cuéntamelo todo en detalle».
Pero no quiero volver. Todavía no. Porque.
Porque de vez en cuando alguien me trae la bandeja con el almuerzo y las medicinas, y lleva un ojo morado o la frente hinchada con puntos de sutura, y dice:
—Lo echamos de menos, señor Durden.
O pasa alguien con la nariz rota limpiando con una fregona y susurra:
—Todo marcha según el plan.
Susurra:
—Vamos a acabar con la civilización para hacer del mundo algo mejor.
Susurra:
—Estamos impacientes por su vuelta.
Quisiera agradecer a las siguientes personas su cariño y apoyo, a pesar de todas esas cosas terribles que ya sabes que pasan.
Ina Gebert
Geoff Pleat
Mike Keefe
Michael Vern Smith
Suzie Vitello
Tom Spanbauer
Gerald Howard
Edward Hibbert
Gordon Growden
Dennis Stovall
Linni Stovall
Ken Foster
Monica Drake
Fred Palahniuk
Chuck Palahniuk
nació en Portland, Oregón, en 1964. Escribió su primera novela,
El club de la lucha
(Literatura Mondadori, 2010), en tres meses; no tardó en convertirse en
best seller
y ser adaptada al cine. Actualmente, Palahniuk es un autor de gran éxito, y su nombre aparece muy a menudo en la lista de más vendidos en Estados Unidos. Otros títulos suyos son:
Monstruos invisibles
(Debolsillo, 2003),
Asfixia
(Literatura Mondadori, 2001),
Nana
(Literatura Mondadori, 2003),
Diario. Una novela
(Literatura Mondadori, 2004),
Error humano
(Literatura Mondadori, 2005),
Fantasmas
(Literatura Mondadori, 2006),
Rant. La vida de un asesino
(Literatura Mondadori, 2007),
Snuff
(Literatura Mondadori, 2010),
Pigmeo
(Literatura Mondadori, 2011) y
Al desnudo
(Literatura Mondadori, 2012).